Eyrien lo miró largamente antes de contestar, aún sonriendo de forma condescendiente.
—Es inconsciente. En todos los elfos, aunque cada uno según su ambiente. Los Elfos de las Rocas, por ejemplo, poseen la gama de los grises, infinitos grises, como dirías tú; los de los Bosques los verdes, aunque hay algunas poblaciones de los bosques leñosos que tienen los cabellos marrones. Los Elfos Ígneos los tienen del amarillo al rojo, los del Mar los tienen de un color que va del turquesa al azul verdoso, y los Elfos del Cielo los tienen como nosotros, aunque a ellos los camuflan mejor porque realmente habitan en las alturas. Yo no quedo muy discreta aquí, ¿verdad? —dijo, y River sonrió—. Pero los hechiceros podemos cambiarlo a voluntad, y cuando me muevo fuera de mi hogar y sé que hay humanos alrededor, hago esto.
Entonces, sin que pareciera costarle ningún esfuerzo, viró el color de sus cabellos al negro de la noche profunda, y sus ojos se oscurecieron también a un azul casi negro. Sus labios se tornaron rojos, como los de cualquier mortal. River asintió, comprendiendo, aunque prefirió no decirle que seguía siendo demasiado hermosa para ser simplemente humana.
—También pueden virar involuntariamente según lo que sentís, ¿verdad? —preguntó River recordando su expresión de temor de la mañana anterior—. Como el sonrojo o la piel de gallina.
—Sí —dijo Eyrien—. Y hay elfos que adquieren su color determinado y lo mantienen, como una expresión de su identidad y su personalidad. Y ahora basta. —Se puso en pie—. Será mejor que nos pongamos en marcha. Despierta a tu amigo el caballero.
—Estoy despierto —dijo Killian, aún más dormido que despierto.
—Humanos... —dijo Eyrien sonriendo con su eterno aire de superioridad.
Durante el resto de la mañana siguieron a la elfa a través del bosque, que poco a poco empezaba a ser menos denso y de vez en cuando dejaba filtrarse algún rayo de luz que hacía brillar los cabellos de su guía con destellos azulados. Durante la pausa del mediodía, Eyrien observó divertida cómo el mago sudaba por el esfuerzo de encender su fuego mágico para calentar la comida. Cuando finalmente consiguió que las llamas fueran suficientemente potentes para no apagarse, se sentaron a su alrededor. Eyrien miró a River y sonrió.
—Ayer demostraste ser hábil con la magia bélica, al conjurar la barrera que el wendigo no pudo superar —dijo con expresión divertida—. Sin embargo, déjame aconsejarte que pidas a tus maestros que incluyan en tu adiestramiento un poco de magia más mundana y vulgar, porque serás muy hábil en la guerra cuando llegue el momento, pero puede ser que no llegues a ella debido a que te pierdas por el camino, te mueras de hambre, que caigas enfermo... —dijo alzando sus finas cejas azules—. Porque si tienes que defender a los soldados en una batalla, primero tendrás que llegar entero a ella, ¿verdad, hechicero?
River parpadeó perplejo, decidiendo si lo había ultrajado nuevamente o no. Pero Killian se echó a reír hasta que se le saltaron las lágrimas mientras le estrujaba un brazo con cariño y asentía con la cabeza para mostrar su acuerdo con la elfa. Finalmente también River sonrió.
—Ahora en serio —dijo la elfa mirándolo a los ojos con su sobrenatural mirada azul—. Te adiestras en el Centro Umbanda de la ciudad fortaleza, ¿verdad? Diles a tus maestros que Erynie la elfa ha mostrado un interés personal en tu instrucción. Ellos sabrán actuar en consecuencia.
Giró la cara hacia otro lado con determinación, dejando claro que se había acabado la conversación. Siguieron camino y poco a poco la espesura fue haciéndose menos impenetrable. Al cabo de varias horas llegaron a la linde del bosque, observaron el camino que discurría entre los campos cultivados y las pequeñas aldeas que se irían haciendo cada vez más numerosas hasta llegar a la ciudad fortaleza de Arsilon, la más esplendorosa de los Pueblos Libres.
—Ya llegamos —dijo Killian con un suspiro.
A su lado River asintió en silencio. Se miraron e intercambiaron una sonrisa. Ambos tenían ganas de llegar a casa, pero no podían negar que habían disfrutado de la última etapa del viaje. Se giraron a mirar a la elfa. Estaba desenrollando un manto oscuro que había mantenido sujeto junto a la espada. Se lo echó sobre los hombros y se puso la capucha.
—¿El anonimato ahora que estamos entre humanos? —le preguntó River—. Es una injusticia para aquellos que hubiesen tenido la excepcional oportunidad de verte.
—Sería una injusticia para mí convertirme en el centro de atención como si fuese una atracción de una feria ambulante —le contestó ella.
—Eso también es verdad —dijo Killian.
—Me pregunto cuántas veces he tenido un elfo al lado y no lo he sabido —dijo River enfurruñado, pensando en todos los visitantes anónimos que pululaban por el castillo de Arsilon.
Eyrien sonrió, el mago empezaba a caerle bien. Además, aquel temperamento fogoso del muchacho le recordaba a un antiguo amigo desaparecido tiempo atrás.
—Al menos ahora me has conocido a mí. ¿No te parece suficiente eso?
—Por supuesto. Pero sé que tú desaparecerás dentro de poco y ya no volveré a verte.
—Sí, eso es lo más seguro —dijo la elfa, y estaba claro que aquello no le causaba pesar.
Pero River sonrió sin sentirse herido. Muy pronto conocería a otros elfos, quizás incluso a la Hija de Siarta, y observó satisfecho los campos cultivados y las pequeñas vaharadas de humo que salían de las chimeneas de las pequeñas casas redondas que flanqueaban el camino.
—Debéis de ser los mozos más famosos de todo el castillo de Arsilon —dijo Eyrien desde el interior de su capucha, con un tono de voz duro.
Killian dirigió una rápida mirada a River. Habían sido unos tontos por no haber pensado antes en seguir el ejemplo de la elfa y ocultarse a las miradas. Ahora que se acercaban a las aldeas más grandes que rodeaban la ciudad fortaleza, empezaban a cruzarse con gente en los caminos y con campesinos que araban sus campos colindantes. Muchos de ellos se los quedaban mirando, algunos saludaban desde lejos, y muchos otros se detenían a cuchichear excitados al verlos pasar. Killian había pasado demasiados años lejos de Arsilon como para ser reconocido por el pueblo, pero River sí era un personaje al que muchos reconocían: el ahijado del rey, el mago de los tres ancestros elfos. River iba y venía con asiduidad entre el pueblos llano, y éste ya estaba casi acostumbrado a verlo. Pero en aquel momento en que todos se emocionaban ante la inminente presentación del príncipe retornado, los aldeanos mostraban un interés especial en averiguar quiénes eran los dos acompañantes del joven mago. Por suerte, pensó River, todos desviaban su atención hacia la figura encapuchada y no hacía el joven caballero de la cara descubierta.
—Bueno, es que ahora que se acercan celebraciones importantes, todos quieren enterarse de algo, y los que trabajamos en el castillo nos convertimos en el centro de atención —dijo River alzándose de hombros con naturalidad—. Creen que podemos explicarles algo. Además, eres tú quien despiertas su curiosidad con ese aspecto misterioso.
—Despertaría mucho más la curiosidad si fuese descubierta, ¿no crees? —dijo Eyrien—. Pero pensaba que las gentes de aquí ya estaban acostumbradas a ver pasar personas que no quieren ser reconocidas. Las otras veces que he hecho este mismo camino no he llamado tanto la atención.
—Eso es porque ahora vas acompañada de dos chicos muy guapos —dijo Killian.
La elfa se rió a su costa, pero al menos había servido para desviar su atención de aquel efecto de atracción que estaban provocando en los arsilonianos. Cuando finalmente llegaron cerca de las murallas de la ciudad fortaleza, Killian suspiró aliviado. Sin embargo no había contado con que los guardianes de la puerta de la ciudad sí estarían enterados de su próxima llegada. De eso se dio cuenta cuando los guardias se pusieron firmes y sonrieron emocionados. Sin embargo ya no se podía hacer nada, no podían salir corriendo y encapucharse antes de volver a entrar. Se giró a mirar a River, el cual tenía la misma expresión de incomodidad que él; si la elfa descubría que la habían engañado, podía llegar a airarse mucho y poco le importaría estar ante el futuro rey. Cuando llegaron junto a las grandes puertas blancas que se adentraban en las murallas de aquel gris claro tan característico con que estaba construida Arsilon, los cuatro soldados que las guardaban se inclinaron ante ellos.
—Señor —dijo el mayor de todos ellos dirigiéndose a Killian—. Bienvenido a Arsilon. Me preguntaba si os reconocería después de tanto tiempo, pero os parecéis mucho a vuestra madre. Es un placer ver de nuevo al príncipe en casa.
—Gracias, caballero —dijo Killian reprimiendo las ganas de girarse a mirar a la elfa—. También para mí es un placer y un honor estar de vuelta.
—¿Cómo va todo, Gaiser? —dijo River.
—Bien, señor. Pero estábamos preocupados —dijo el soldado—. Ha habido movimiento wendigo en el bosque y vuestro tío estaba a punto de enviar a una patrulla a buscaros.
—Ian entenderá nuestro retraso cuando se lo expliquemos —dijo River orgulloso—. Por favor, proporcionad una montura a nuestro acompañante.
—¿Qué... acompañante, señor? —dijo Gaiser, intentando no parecer descortés.
Killian y River se giraron a la vez a mirar a la elfa, pero ésta ya no estaba con ellos. Se había desvanecido de su lado sin hacer ningún ruido, como si no hubiese estado allí momentos antes.
—¿Os referís a la figura encapuchada que venía tras ustedes? No creí que fuesen juntos —dijo Gaiser—. Se ha retirado como una sombra mientras hablábamos. ¿Quieren que lo haga detener?
—No, no —dijo River decepcionado—. Da igual. Seguiremos adelante.
Montaron de nuevo y alentaron a los caballos a seguir su camino, traspasando las grandes puertas que daban paso a la esplendorosa ciudad fortaleza de Arsilon. Sin embargo, ninguno de los dos pensaba en aquel momento en que por fin estaban en casa.
—Ha desaparecido sin más. Se podría haber despedido —dijo River con resentimiento.
—Ya sabíamos que nuestros caminos se separarían aquí —dijo Killian alzándose de hombros—. Y los elfos son así.
Sin embargo no pudieron enfrascarse en sus pensamientos durante mucho rato más, porque por la ciudad ya estaba corriendo el rumor de que el príncipe heredero había llegado de nuevo a casa. Poco a poco, como si se estuviese levantando un viento súbito, los clamores de la gente se alzaron por toda la ciudad para dar la bienvenida al futuro señor de los Pueblos Libres.
Mientras River y Killian cruzaban las puertas y se adentraban en la ciudad fortaleza, Eyrien permaneció apoyada en el muro de la muralla. Estaba en un rincón sombrío que se adentraba en el recodo que formaba la torre de la almena; ensombrecida, nadie podría haberla visto aunque Gaiser hubiera enviado a buscarla a todos los guardias del castillo. Clavó las uñas en las invisibles hendeduras de la pared de piedra mientras pensaba en lo que acababa de averiguar. Se había quedado de piedra al descubrir que aquellos dos muchachos con los que había viajado eran nada menos que los dos protegidos de Ian, aquellos a quien ella tenía que matar. ¿Pero cómo podía ser? Incluso antes de saber quiénes eran, cuando pensaba que no eran nada más que dos humanos simplones, le habían parecido agradables y buenas personas. Buenos ciudadanos de los Pueblos Libre, e incluso el mago parecía mínimamente consciente del deber de ayudar a mantener la paz. Y la habían socorrido. Además, pensó Eyrien enfadada consigo misma, había conocido suficientemente bien a los progenitores de ambos como para haber reconocido a sus hijos en aquellos dos chicos, especialmente al hechicero. Por supuesto que le habían resultado familiares. Y River, con su genio y sus brillantes ojos esmeralda, ciertamente le había recordado a su amigo desaparecido; era su hijo.
—Tendría que haberme dado cuenta —se reprochó.
En su propia defensa tenía que reconocer que el haberse encontrado perdida en el bosque y haber sido víctima de un íncubo le había dado otras cosas en las que los ciudadanos ante la revelación de que su príncipe estaba llegando a la ciudad, y Eyrien pensó en el Bajo humano, tan diplomático, tan serenamente correcto. El príncipe de Arsilon, el futuro rey al que tendría que aconsejar y apoyar como legada de Siarta, si no fuera porque tenía que matarlo por traidor. Pero oyendo los gritos esperanzados y felices de aquella multitud de humanos que vivían con el constante temor a ser atacados y aniquilados por los Reinos Cáusticos, se preguntó cómo podía arrancarles aquella nueva esperanza que representaba el joven con el que había viajado.
Eyrien se incorporó con determinación. Miró a su alrededor y cuando estuvo segura de que no había nadie cerca, se separó de la pared, una sombra separándose súbitamente del resto de las sombras que la almena formaba sobre la hierba del suelo. Recuperó su forma diurna, se recolocó la capucha y se dirigió al otro extremo de las vastas murallas, donde estaba la puerta secreta que daba directamente a la zona posterior del castillo y que usaban aquellos pocos que tenían el honor de conocer su localización. Ahora tenía prisa, y avanzó con la ligereza propia de los elfos. Llegó a la entrada oculta cuando Killian y River aún no habían llegado ni a los patios del castillo.
Se detuvo ante una porción de muro que no parecía diferente a las demás y estiró de una pequeña liana artificial que casi no se diferenciaba del resto de las enredaderas que decoraban la muralla en aquella zona, más agreste y solitaria. Poco después alguien activó un mecanismo al otro lado y se abrió silenciosamente un segmento del muro, que volvió a cerrarse cuando ella hubo desaparecido en el interior. En el cavernoso corredor, alumbrado por antorchas y decorado con ricas alfombras moradas, la esperaba el comité de bienvenida: Un batallón de seis de los más eficientes soldados de Arsilon, los que pertenecían a la Guardia Gris, y cuatro hechiceros humanos. La miraron con expresión tensa y dispuestos a usar sus respectivas armas, raudos a morir luchando si era necesario, hasta que ella se bajó la capucha descubriendo su rostro. Entonces los soldados se inclinaron y se hicieron a un lado, y los magos le hicieron una profunda reverencia. El jefe de los hechiceros, que vestía una túnica de color gris de las murallas con motivos en blanco, fiel al escudo de Arsilon, se acercó a ella con una sonrisa. Pocos sabían que los colores blanco sobre gris del escudo de Arsilon eran una clara muestra de las verdaderas lealtades de la ciudad fortaleza: el gris de la muralla por su amistad con los enanos del clan de Riskaben, los reyes de los enanos, y el blanco por el oro blanco que era el emblema de la Casa élfica de Siarta. La Triple Alianza, de la que Arsilon era el eslabón más frágil. Por ello Eyrien se sentía tan unida desde siempre a los dignatarios de Arsilon; eran humanos, pero eran valientes.