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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías

BOOK: La cazadora de profecías
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En una época en que la magia ya no es sólo potestad de los pueblos feéricos, en un mundo en que el Continente Norte está amenazado por Esigion de Maelvania, el terrible nigromante que lidera el Continente Sur, los pueblos libres tienen que olvidar sus antiguas rencillas y permanecer unidos para sobrevivir. Elfos, Humanos y Enanos tratarán de deshacerse del enemigo común, pero una nueva amenaza se cierne sobre la Triple Alianza del Norte haciéndola peligrar. Oscuros secretos, una peligrosa Profecía, un Vampiro de ocultos designios, trasgos, chupasangres, guls y recuerdos del pasado... los sucesos que se avecinan ocultarán el hecho de que el verdadero enemigo, el que puede decidir el final de la guerra, se encuentra entre las propias filas de la Alianza. Y es un enemigo letal.

Carolina Lozano

La cazadora de profecías

Las Sendas de la Profecía 1

ePUB v1.1

Alias
16.04.12

Título: La cazadora de profecías

© 2008 Carolina Lozano Ruiz. Reservados todos los derechos.

© 2008 ViaMagna 2004 S.L. Editorial ViaMagna. Reservados todos los derechos.

Primera edición: Marzo 2008

ISBN: 978-84-92431-07-6

Depósito Legal: M-9857-2008

Impresión: Brosmac S.L.

A Jose Carlos y Justa, por ser los mejores padres.

A Albert, porque casi todo esto se lo debo a él.

Introducción

La magnífica noche estrellada asomaba entre los edificios de piedra y los techos de tejas carmesíes, refulgiendo como si alguien hubiera lanzado al cielo oscuro una multitud de ascuas candentes. El mago miró a su acompañante con intensidad, pero ella tan sólo tenía la vista fija en aquella bóveda celeste del mismo color negro que su cabello. Parecía que la joven lo había olvidado a él y a cualquier otra cosa mundana, como si encontrara en el firmamento aquello que le faltaba para sentir completa su alma. El mago no había podido esperar semejante suerte. Aquella maravillosa doncella, que había provocado un silencio sepulcral al entrar en la taberna con su sola belleza, se había fijado en él y había accedido a acompañarlo a pasear a solas bajo la luz de las estrellas. Y sin embargo ahora empezaba a sentirse molesto, pues la muchacha no daba muestras de acordarse de que él estaba a su lado. Con el ego herido, el mago le rodeó la cintura torpemente e intentó recuperar su atención.

—Oye, muchacha, deja de mirar así el cielo —dijo el mago intentando entablar conversación—. Pareces una elfa lunática con esa...

No acabó la frase, pues sintió que el cuerpo de la esbelta joven se ponía rígido y tenso ante sus palabras, como un arco a punto de disparar. De repente, el mago notaba que su brazo no rodeaba un cuerpo delicado y frágil sino un ente poderoso y repleto de energía. ¿Podría ser...? No, se dijo el mago; aquellas gentes no abandonaban sus pequeños reductos salvajes sin un buen motivo, y nada tendría que hacer un inmortal allí. Intentó mantener la calma, amparándose en la seguridad de que su magia le protegería si llegaba el caso de necesitarla. Sonriéndose, intentó quitarse de encima aquella molesta sensación de peligro.

—No me has dicho tu nombre —dijo a la joven actitud relajada.

—No, no te lo he dicho —dijo ella tranquilamente—. Pero si quieres saberlo, mi nombre es Eyrien. Y quítame las manos de encima, Alto humano.

El mago ya no siguió andando. Eyrien era sin duda un nombre élfico, y además cualquier Alto humano que se preciase sabía que ése era también el nombre de la hija del Señor de Siarta, y por tanto una Hija de la Noche y una poderosa hechicera. Se separó de ella bruscamente y por primera vez la vio tal como era, sintiendo que su rabia y su ira aumentaban hasta desbordarse. La muchacha había abandonado la ilusión que la hacía parecer algo más humana, joven, inocente e indefensa. Sus labios ya no eran de un apetitoso color rojo cereza, sino que mostraban su aspecto natural, de un color azul oscuro aterciopelado. Y sus ojos, afilados y grandes ojos de elfa, no lo miraban con candidez e inocencia, sino con la letal frialdad que delataba que lo había condenado a muerte.

—Además de ser una elfa lunática, como tú mismo has dicho —dijo la inmortal sin ocultar ya el timbre sobrenatural de su voz, que parecía producir suaves ecos—, soy una Cazadora.

—Una Cazadora... —dijo el mago sintiendo de repente un frío demoledor. Al fin iba a pagar por todos sus crímenes.

—Sí —contestó la elfa con aquella falta de ambigüedad propia de los de su especie—. Y he venido a quitarte la vida por la masacre que ibas a perpetrar en el Bosque de Seristan contra los feéricos menores. ¿Sabes de lo que te hablo, mago?

La palabra mago nunca había sonado tan insultante como en aquel momento.

—Por supuesto que sé de lo que hablas —contestó el Alto humano con desdén—. Los únicos feéricos buenos son los feéricos muertos, y eso os incluye a los elfos, maldita bruja. Mi fama será eterna cuando descubra al mundo que la inocente heredera del pueblo elfo es también una asesina de humanos. ¡Entonces ya nada os salvará del exterminio, Eyrien de Siarta!

El mago alzó las manos y se dispuso a lanzar su hechizo más letal, convencido de que aquella joven elfa no era un rival indestructible. Pero ella había empezado ya su propio conjuro. Al invocar la magia de la luna y las estrellas, sus ojos habían adquirido un color amarillo brillante, dándole un aspecto extraño y fantasmal que resultaba aterrador. Mientras sus cabellos se alzaban como movidos por una brisa inexistente, la elfa pronunció unas pocas palabras en su propio idioma élfico. De sus manos brotó una intensa onda expansiva que chocó con fuerza contra el mago. Éste aulló de dolor al notar cómo se rompían todos los huesos de su cuerpo bajo la potente fuerza invisible del hechizo de la elfa, pero su grito agónico no duró mucho; al chocar contra el suelo la vida ya lo había abandonado. La elfa retomó la normalidad y se acercó al cadáver con indiferencia, meditando en por qué todos los traidores se creían poderosos como para enfrentarse a un guerrero Elfo. Como siempre, todo había acabado rápida y limpiamente.

—Tu sentencia se ha cumplido, Alto humano —dijo.

Dejó caer un sobre lacado sobre el cuerpo inerte. Las voces de los ciudadanos de Hermas habían empezado a brotar en algún callejón cercano, concentrándose alertados por los gritos agónicos del mago.

Cuando llegaran a la escena de la breve batalla, sólo hallarían el cadáver de aquel Alto humano extranjero que había llegado hacía dos días a la ciudad. Todos reconocerían rápidamente el sobre que destacaba sobre el cuerpo sin vida. Todos sabrían que el hombre había sido condenado por los Sabios Élficos por un futuro y atroz asesinato del que quizás ellos mismos habrían sido las víctimas. La gente agradecería que los elfos hubiesen librado al mundo de otro enemigo de la frágil paz en que convivían los Pueblos Libres, pero no podrían evitar sentirse temerosos e intimidados por los Cazadores de la raza inmortal. Se preguntarían quién habría sido el Cazador y si lo habrían tenido delante, o si simplemente habría llegado a la ciudad para cumplir su misión, sin haberse dejado ver por nadie. Y todos mirarían a su alrededor con temor y curiosidad, intentando recordar a cualquier mago que hubiera podido ser un elfo ilusionado.

Sin embargo, Eyrien, transformada ya en una sombra como le permitía su condición de Elfa de la Noche, haría rato que se habría alejado de la concentración humana. La dama de todos los elfos, cuya condición de Cazadora era conocida por muy pocos entre los mortales, reemprendía ya el retorno a casa. Convertida de nuevo en la elfa joven, hermosa y delicada que era, habría sido el sueño que cualquier humano se sentiría afortunado de vislumbrar entre los árboles de una noche de primavera.

1
Los Sabios de Siarta

Una vez más en sus incontables años, Eyrien de Siarta enfiló el oscuro corredor que la llevaba a la cámara de los Sabios Videntes, un espacio algo siniestro que se encontraba bajo la esplendorosa ciudad imperial de los Elfos de la Noche. Hacía cinco años que no estaba en Siarta, pero Eyrien sabía que debía dejar el reencuentro con su familia para más tarde; no había tiempo para nada más que acudir a la llamada urgente que había recibido de los más poderosos entre los inmortales, los Videntes que eran capaces de leer en las estrellas el futuro. Había echado de menos a su familia pero eso tendría que esperar, como bien sabía Eyrien el día que dejó de ser la protegida de su padre, el Señor, para convertirse en un arma defensiva de su pueblo.

—¡Eyrien! —exclamó una voz tras ella, resonando en el tétrico corredor.

Al girarse, Eyrien vio que un elfo de largos y sedosos cabellos color azul claro e intenso se acercaba a ella a grandes zancadas, con una sonrisa radiante y los brazos extendidos para invitarla a refugiarse en ellos.

—Hola, primo Frirel —dijo respondiendo a la sonrisa del elfo con otra igual de cálida, y que contrastaba sorprendentemente con el aspecto severo e implacable de ambos—. ¡Cuánto me alegro de verte!

Los elfos se abrazaron con cariño, pues hacía casi una década que no se veían. Aunque Eyrien pertenecía a aquella casa y a aquella raza, había pasado mucho tiempo entre los otros pueblos del mundo como enviada de su padre. El Rey negro Esigion de Maelvania aumentaba su poder mientras los elfos menguaban, dejando a los humanos con el deber de enfrentarse a sus miedos o dejarse vencer por ellos. Por ello, los inmortales habían tenido que acudir de nuevo en su auxilio, olvidando los recelos y manteniendo los lazos de cooperación y amistad que tanto necesitaban los Pueblos Libres en aquellos tiempos de incertidumbre y traiciones constantes.

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