—¿Insinúas que Arsilon supone un peligro para nosotros, los Hijos de la Tierra? —preguntó el Sabio Yeren con un tono afilado.
—Por supuesto que no —dijo Eyrien desdeñosa—. Sólo digo que todos esos humanos que se interponen entre nosotros y el Sur son uno de los motivos por los cuales Esigion no ha intentado atacar Siarta para matar a mi padre. Tampoco digo que fuera a conseguirlo, por supuesto, pero un asedio rompería la paz y la felicidad de todos mis súbditos, elfos tranquilos que nunca han oído de lo que sucede en tierras no feéricas, nada más rumores lejanos.
—No hace falta que nos hables de guerra, joven hija de Siarta —dijo Hizel con una sonrisa amarga—, porque hace más de mil años que la combatimos. Yo todavía puedo recordar el tiempo en que los Reinos Libres se extendían aún por el Continente Sur, cuando éste no era un desierto inmenso sino un lugar fértil y hermoso. Y he visto a los pueblos sureños arrasados por las tropas de Maelvania, a reinos perecidos y olvidados hace tiempo, a los supervivientes exiliándose bajo el amparo del Continente Norte. En todo el Continente Sur ya sólo queda la Ciudad Libre de Niaranden, sometida a graves peligros, cuando antes había muchos reinos poderosos y casi no había humanos en el Norte —dijo la Sabia con amargura, recordando milenios de penurias y de ver la Tierra progresivamente arrasada bajo el creciente imperio de los Pueblos Cáusticos—. No, Eyrien querida, no hace falta que nos hables de la guerra.
Eyrien miró al suelo. Era demasiado joven para haber visto todo lo que explicaba la Sabia, pero el solo hecho de pensar que el Continente Sur había sido alguna vez un ente vivo y fértil como el Continente Norte le dolía en alma. La memoria heredada de su casa, los sufrimientos vividos por sus antepasados y los pueblos indefensos podían acecharla hasta hacerle creer en los dudosos medios de los Sabios.
—Eyrien, hazlo como quieras pero hazlo —dijo Lubisten, quien empezaba a destellar de impaciencia—. ¿Qué es más importante, esos humanos que morirán temprano o tu pueblo imperecedero? Cumplirás tu misión o te convertirás en una traidora a tu raza y a los tuyos.
Eyrien bajó la mirada al suelo, sintiendo que la invadían la rabia y la impotencia.
—Enviadme allí —dijo con toda la calma de que era capaz—. Pero vosotros me habéis dicho muchas veces que las profecías necesitan para cumplirse que sus protagonistas recorran la senda marcada a sus pies. Así que observaré a los humanos el tiempo que haga falta para asegurarme de que van a cumplir ese destino, y entonces los mataré. No antes, precisamente por el bien de la libertad y de mi pueblo. Esa es mi decisión como hija de la Casa de Siarta y debéis acatarla.
Lubisten la miró fijamente con los ojos encendidos de un dorado intenso, amenazador, y Eyrien se desplomó inconsciente quedando tendida en el suelo.
—¡No hay que ser violentos, la muchacha sólo se rige por su moral! —exclamó enfadado Imran mientras observaba el cuerpo desvanecido de Eyrien.
—Ha sido cosa de un momento de ira incontrolable —dijo Lubisten con una sonrisa conciliadora—. Despertará pronto. Ahora enviémosla a Arsilon, despertará ya allí y seguro que recapacita pudiendo pensar a solas. Concentraos.
Los elfos unieron sus mentes y las fundieron en una sola, concentrando la magia suficiente como para convertir el cuerpo de Eyrien en pura energía y hacerla fluir hacia su destino, donde la depositaron con cuidado y la hicieron de nuevo corpórea. Después, aun agotados como estaban, los demás Sabios intercambiaron una mirada de entendimiento y miraron a Imran, que se había quedado horrorizado.
—¡Qué hemos hecho! —dijo Imran cuando recuperó el habla—. No la hemos enviado a Arsilon, la hemos abandonado en el bosque cerca de un... de un...
Imran miró a sus silenciosos compañeros, percibiendo la falta de sorpresa que mostraba la expresión de todos ellos.
—No ha sido un error —murmuró incrédulo—. La habéis enviado allí a propósito —dijo furioso—. No sé qué está pasando pero no permitiré que uséis a Eyrien para...
Imran no terminó su amenaza. Exhaló un gemido de dolor y sorpresa, y observó la punta ensangrentada de la espada que sobresalía de su pecho. No necesitó girarse para saber quién había sido su asesino, quién lo había traicionado a las órdenes del resto de sus compañeros. Con los ojos empañados y sabiendo que iba a morir, concentró su moribunda energía en buscar a las almas puras que se encontraran más cerca de Eyrien para interponerlas en su camino, rogando que llegaran antes que aquel ser que la rondaba.
—Eyrien... —susurró con su último suspiro—. Ahora lo veo. El camino de la Hija de Siarta ya está escrito. Cumplirá su misión antes de rendirse a ese bienestar de su pueblo que tanto anhela.
Mientras tanto, lejos de allí, en medio de un denso bosque, una figura elegante y silenciosa como un felino se inclinaba sobre el cuerpo inconsciente de una Elfa de la Noche. Los ojos grises y penetrantes del ser la observaron como quien observa una bella flor, pero también como quien observa el más delicioso de los manjares. La Elfa de la Noche era una presa que merecía todo su respeto. Con uno de sus largos y pálidos dedos, el joven apartó un mechón de cabello del rostro de la elfa, casi con ternura. Realmente era un ser hermoso, aquella joven elfa de labios azules y rasgos delicados como el cristal. Con la delicadeza propia de los de su especie, el joven alzó un poco a la elfa entre sus brazos y dejó al descubierto su pálido y apetitoso cuello. Clavó los largos colmillos en la inmaculada piel inmortal y rápidamente sintió que el inmenso poder mágico de la elfa invadía su propio organismo como un éxtasis de vida, y se abandonó al dulce sabor de la sangre élfica. Unos instantes después, el punzante dolor que empezaba a atravesar su mente como hielo le anunció que aquella parte del trato acababa allí, y que debía dejar a la elfa si quería seguir viviendo. El joven se pasó la lengua por los labios y dejó a la inmortal otra vez entre la hierba. Momentos después, el cuerpo de su víctima se volvió completamente negro y se fundió con las demás sombras de la noche, invisible, protegida por su magia instintiva de Elfa de la Noche. Sin embargo, y aunque ya no podía verla, el joven la sentía y la olía, y siempre sabría dónde estaba ella porque su dulce sangre poderosa lo llamaría y lo atraería como el canto de una sirena, haciéndose irresistible.
El vampiro alzó la cabeza al oír unas voces en la noche, anunciando que alguien se acercaba entre la opaca espesura del bosque. Sonrió, consciente de que alguien más había movido los hilos de aquel entramado del destino para oponerse a sus actos.
—Un poco tarde, ¿no crees? —murmuró dirigiéndose a la elfa invisible.
Se alzó en toda su esbelta estatura. No parecía otra cosa que un atractivo y joven Alto humano, pero la mirada fría y ávida que dirigía a la elfa ensombrecida habría helado la sangre a cualquiera.
—Volveremos a vernos, hija de Siarta. Te lo prometo —dijo el íncubo con su voz dulce e hipnótica—. Y gracias por tu magia.
Luego se alejó y selló el pacto al que había accedido cumplir por la sangre de la elfa y por el que se había condenado tras probar su dulzura. Sabía que había caído en la trampa, pero no le importó; el premio bien lo merecía.
Y mientras el ser que la había atacado se alejaba en completo silencio y los destinos de muchos empezaban a hilarse bajo el complejo patrón que se escribía en los astros, Eyrien permaneció inconsciente en su forma nocturna, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.
—Aún no sé por qué hemos tenido que desviarnos de esta forma —dijo Killian algo enfurruñado—. Estoy cansado y quiero llegar a casa.
—Yo tampoco lo sé. Pero algo me ha dicho que había que venir por aquí, y tengo curiosidad.
—Qué raro eres, River —dijo Killian—. Recuérdame que no viaje con más Altos humanos.
River se rió, pues sabía que su amigo sólo bromeaba. Killian era un Bajo humano y, como tal, pensaba que la mayoría de Altos humanos eran casi tan extravagantes como sus antepasados élficos, pero Killian y River se conocían desde muy pequeños y se querían como hermanos.
—Así nos paseamos un poco —dijo River, intentando no perder la concentración para que la pequeña bola de luz que había conseguido conjurar no se extinguiese y los dejara completamente a oscuras en mitad del bosque—. Porque cuando lleguemos a Arsilon, ¡oh, futuro rey!, se te acabará rápidamente la autonomía para pasearte a tus anchas. Cuando los deberes como heredero del trono de tu tío te ahoguen, desearás incluso que te hubiese perdido por el camino.
—Como si no estuviéramos perdidos ya —murmuró Killian.
Luego se quedó callado, incapaz de decidir si el mago tenía razón o no. Su tío, el rey de Arsilon, lo había enviado hacía años a las tierras paternas cuando su madre había sido asesinada, y había permanecido a salvo en aquel lugar cercano a las Grandes Selvas. Y ahora volvía, tras quince años de ausencia, para enfrentarse a su proclamación como heredero del trono. Pero River sí había permanecido en el imperio durante todo aquel tiempo, y debía tener una idea más acertada de cómo funcionaban las cosas en el centro de operaciones de la Triple Alianza. Sin duda, las tensiones y las preocupaciones serían constantes tras conocer de primera mano todas las desgracias a que estaban sometidos los Reinos Libres. Aunque aquella idea le provocaba un cierto respeto, Killian estaba impaciente por involucrarse en la lucha contra el mal que los Reinos Cáusticos de Maelvania habían tendido sobre ellos desde hacía más de un milenio.
Y sin embargo, pensó Killian con cinismo, ahora permanecía medio perdido en lo profundo de un bosque, dando rodeos por una extraña intuición del hechicero, y alumbrado por una llama tan débil que no le permitía ver dos centímetros más allá de su propio cuerpo. Esperó que el bosque no estuviera infestado de kapres o cosas peores, pues, aunque la mayoría habían sido exterminados tras la Alianza Negra que impulsó, Esigion de Maelvania, algunos rondaban aún por Arsilon. Justo en aquel momento en que su mente estaba sembrada de pensamientos funestos, notó que su pie se trababa con algo invisible y casi cayó de cara al suelo.
—Lo que faltaba —murmuró moviendo los brazos como un bufón para recuperar el equilibrio.
—¿Pasa algo? —preguntó River un poco más allá, levantando su bolita de luz azulada.
—¡He tropezado con una sombra! —dijo Killian molesto, aunque rápidamente añadió—: Qué estupidez.
—¿Con una sombra? —repitió River, y su voz no sonaba jocosa sino más bien seria.
—¡Sí! —dijo Killian incrédulo—, ¡y sigue aquí! La estoy tocando con el pie.
—¡No la golpees! —exclamó River, súbitamente tenso.
Killian no pudo entender qué era lo que perturbaba tanto al mago, pero se retiró con cuidado de aquella cosa. En cuestión de misterios, siempre era mejor atender a las razones de los Altos humanos. Killian notó que River pasaba por su lado para acercarse cautelosamente a la extraña sombra corpórea, y guardó silencio sintiendo los latidos de su corazón como si produjesen eco.
—Qué raro. Esto es imposible... —dijo el mago con la voz teñida por una tensión mal contenida—. Me parece que es un Elfo de la Luna inconsciente. Ups... —murmuró tras un momento de examen—, una Elfa de la Luna inconsciente más bien.
—Bromeas —dijo Killian.
—No, no bromeo. Ya sabes que los magos no bromeamos nunca con eso —dijo River con emoción—; la estoy tocando. Claramente es una Hija de la Noche inconsciente.
—No me lo puedo creer. Un Elfo de la Noche aquí, en Arsilon —dijo finalmente Killian—. ¿Qué pasará para que se aventure tan lejos de sus Tierras Altas?
—Supongo que alguno tenía que asistir a tu fiesta de presentación, Killian —dijo River aún serio—. A mí lo que más me preocupa es saber qué puede haber dejado en este estado a una Hija de la Noche. Incluso los más débiles son poderosos, y esquivos.
—Será mejor que nos la llevemos, ¿no crees? —dijo Killian—. Podría pasarle algo. Podría haberla pisado mi caballo si yo no hubiera tropezado primero con ella, sin ir más lejos.
—Tu caballo la habría percibido y la habría rodeado porque los animales aman a los elfos. Y no es muy prudente mover a una elfa si ella no lo sabe, Killian —dijo River con sorna—. Podría enfadarse y estaríamos muertos sólo fracciones de segundo después de que hubiera recuperado la conciencia. Será mejor que montemos el campamento aquí y permanezcamos a su lado pero sin tocarla. A la luz de la mañana veremos lo que le ha pasado, si no ha despertado aún.
—Bien —dijo Killian—. Lo cierto es que tengo curiosidad por ver si los elfos son tan maravillosos como cuentan las leyendas.
—Y más —sonó la voz de River con un suspiro.
Killian sonrió. Sabía lo que significaba para el mago haberse encontrado con un elfo. Aunque los Altos humanos descendían de una antigua unión mixta de sus familiares con algún elfo, hacía tiempo que eran pocos los que llegaban a ver a un inmortal alguna vez, y River tenía por los elfos aquel extraño sentimiento de amor-odio que obsesionaba a todos los de su raza. Las uniones mixtas entre elfos y humanos no habían sido muy comunes ni siquiera en la antigüedad, y en cada saga familiar de Altos humanos solía haber un único antecesor elfo o a lo sumo dos, excepto en el caso de la familia de River, en la que había tres de las razas más poderosas, algo inaudito. Por aquellos tiempos los inmortales aceptaban a los Altos humanos aunque no les permitieran vivir en sus territorios, e incluso los instruían en sus artes. Pero, como había sucedido alguna vez entre todos los pueblos de la Tierra, las relaciones entre ellos se habían vuelto hostiles y habían entrado en guerra hasta distanciarse irremediablemente, para pena de los hechiceros humanos. Ahora, incluso muchos pueblos humanos creían que los elfos ya no existían, que sólo sobrevivían en las leyendas. El mismo Killian nunca habría pensado que llegaría a ver a un inmortal alguna vez, si no supiese que su tío mantenía contacto con ellos y que éstos visitaban Arsilon por cuestiones diplomáticas de vez en cuando. Sin embargo no se dejaban ver por cualquiera, y el mismo River no había visto a ninguno de los legados élficos, aunque vivía en el mismísimo castillo de su protector, el rey.
—Mi tío siempre me ha dicho que no hay que estereotipar a los elfos —dijo Killian al cabo de un rato, cuando ya habían cenado, sabiendo que River sería tan incapaz de dormir en aquellos momentos como él—. Que una cosa es la raza élfica como pueblo y que otra cosa son los elfos como individuos. Creo que él se lleva bastante bien con algunos, siempre me dijo que cuando conociese a su amiga Eyrien al volver a Arsilon entendería lo que quiere decir.