—Por aquí —dijo Eyrien empezando a caminar entre la maleza fuera del sendero.
Killian miró a River y alzó los hombros como diciendo que mejor sería seguir a la elfa que quedarse allí. Arrearon a los caballos y avanzaron tras ella, quien aunque no parecía dudar de su camino, de vez en cuando se detenía a examinar el suelo.
—Disculpa Erynie —dijo River cuando empezaba a oscurecer—. ¿Por qué haces eso?
—Pues porque resulta que esta vereda que estábamos siguiendo a elección vuestra no era obra de los kapres, sino de los wendigos —respondió Eyrien—. Tras la Alianza Negra aparecieron algunos en este bosque después de ser atacados por los chupasangres. Yo ya lo sabía, hicimos una batida poco después de expulsar a la Alianza. Aunque está claro que no acabamos con todos. Pero la senda lleva hacia Arsilon, así que ya nos va bien.
—Cuando la Alianza Negra yo tenía seis años —dijo Killian—. ¿Tú participaste en esa guerra?
—Sí, lo hice —dijo Eyrien girándose a mirarlo con sus brillantes ojos del color azul del cielo al atardecer—. ¿Por qué parece que eso te sorprende?
—Porque no pareces mayor que yo, y sin embargo...
—Y sin embargo multiplico con creces la edad que podéis sumar los dos juntos —finalizó Eyrien divertida—. Os sorprenderíais si supieseis la edad que tengo.
Siguieron avanzando durante un rato y, a medida que oscurecía, tanto River como Killian empezaron a sentirse tensos. La elfa, sin embargo, avanzaba sin dudar por entre la espesura en un silencio absoluto. Aunque sus pies pisaban el suelo como los de los caballos, no hacía crujir ni la más frágil de las hojas secas. A River aquello empezó a parecerle siniestro. Estaban siguiendo a una elfa desconocida que parecía un espectro al interior del corazón de Dreisar, donde ahora sabían que habitaban los wendigos, como dos marineros insensatos atraídos por el canto de una sirena. River no pudo evitar estremecerse al pensar en ellos. Los wendigos eran humanos bestiales que antaño habían sido hombres normales. Sin embargo, tras ser atacados por los chupasangres, habían recibido un virus a través de su mordedura que los hacía tan ávidos de carne humana como sus atacantes, convirtiéndolos en seres antropófagos. Los wendigos formaban entonces comunidades en los bosques, donde atacaban a los viajeros imprudentes para alimentarse de ellos.
—Creo que sería buena idea que pusieras un poco de luz aquí —le dijo Killian.
River asintió. Estaba claro que también Killian se sentía algo intimidado por el ambiente. Se concentró y alzó una mano con la palma hacia arriba. Poco después una pequeña llamita azulada y temblorosa apareció en el hueco de su mano. River se esforzó y masculló unos cuantos improperios, antes de que la llama ardiera con más fuerza.
—¡Por todos los dioses! —gritó Killian asustado mirando hacia delante.
River alzó la cabeza bruscamente y se encontró con que, a la luz débil de su llama, se veían dos brillantes ojos felinos, azules y de pupilas verticales, fulgurando donde tendría que haber estado la elfa.
—¿Erynie? —preguntó recordando que los Elfos de la Noche podían ver en la oscuridad.
—Pues claro —respondió la elfa con desdén—. ¿Qué diablos es eso?
—Luz —dijo River molesto.
—Ya... —dijo Eyrien divertida antes de girarse y seguir andando.
Se estaba haciendo completamente de noche, y avanzar se hacía cada vez más difícil.
—¿No puedes hacer que tu bolita alumbre un poco más? No veo a Erynie —le dijo Killian.
—Hago lo que puedo —dijo River—. Yo no...
Se oyó un rugido que, aunque lejano, sonó espeluznante. River dio un respingo y perdió la concentración. La bola de luz desapareció y se quedaron completamente a oscuras.
—¡Enciende esa cosa otra vez! —gritó Killian alarmado.
—¡Ya lo intento!
—¿Pero se puede saber qué pasa aquí? Vais a despertar a todos los animales del bosque —se oyó la voz de la elfa a su lado, con lo que dieron un nuevo respingo—. ¿Y qué clase de mago eres tú que ni siquiera sabes crear una luz?
—Yo soy un guerrero —se defendió River—. Mi adiestramiento está destinado a proteger a los soldados en la batalla.
Se produjo un destello y la elfa se encendió, literalmente. Sus ojos habían adquirido un brillo amarillo como el de las estrellas, incluidas sus pupilas. También sus cabellos relucían brillantes y dorados y se agitaban debido a la energía luminosa que desprendían. River sabía que los Elfos de la Noche podían canalizar la luz de las estrellas, pero nunca se había esperado un espectáculo semejante.
—¿Suficiente luz? —preguntó Eyrien, y siguió andando con sus ojos y sus cabellos alumbrando el camino a unos metros de distancia.
—Suficiente —dijo Killian asombrado, y River asintió con la cabeza.
No avanzaron mucho más antes de que Eyrien, en conmiseración por el cansancio de los caballos, decidiera que podían detenerse en un claro del bosque. Rápidamente, encendieron un fuego y se prepararon para pasar la noche, River y Killian a un lado del fuego y la elfa al otro. No era un lugar muy acogedor, pues el aspecto del bosque era siniestro y se oían multitud de sonidos y crujidos a su alrededor, como si estuvieran rodeados. Otra vez Eyrien aceptó sólo un poco de agua, y arrancó de un árbol cercano un racimo de frutas violetas que consideró suficiente cena. Antes de volver a sentarse se acercó a tranquilizar a los caballos, que estaban tensos y coceaban al suelo mientras resoplaban y transpiraban de miedo.
—Hemos avanzado mucho —dijo Eyrien tras un largo silencio—. Hemos cortado recto en vez de dar el rodeo por el que sigue el camino humano, internándonos casi en el corazón del bosque. Así llegaremos mañana a Arsilon en vez de pasado mañana, y podremos descansar todos un poco antes del tumulto que se producirá por la celebración.
—Pero si el camino humano, como tú dices, bordea el centro de Dreisar debe ser por algo, ¿no? —dijo Killian, el terror de los caballos no le hacía presagiar nada bueno.
—Sí, claro que es por algo —dijo la elfa con obviedad insultante—. Los wendigos nos han rodeado.
River y Killian estaban tan atónitos como asustados. ¿Cómo podía la elfa decir con tanta tranquilidad que estaban rodeados por seres antropófagos que no dudarían en tratar de convertirlos en su cena? Era casi increíble encontrarse en una situación como aquella. Killian sintió como si un viento frío se le hubiese extendido por los huesos.
—¿Has dicho que los wendigos nos han rodeado?
—Sí, los oigo —dijo Eyrien mientras escuchaba y olía el aire como un depredador—. No son criaturas muy discretas.
River y Killian miraron a su alrededor con gesto sombrío, pero no eran capaces de detectar las sutilezas del ambiente tan bien como la elfa; lo único que podían percibir era la fronda que, bajo la oscuridad de la noche, se había vuelto negra. River se volvió para mirarla de nuevo. A la luz del fuego, los ojos felinos de la elfa, de pupilas verticales, brillaban azulados.
—¿Qué miras, humano? —le preguntó ella.
—Yo... nada —dijo River sintiéndose un poco violento y poniéndose algo colorado.
—¿Por qué no lanzas un escudo protector que rodee el claro? —le dijo Eyrien en el mismo tono de superioridad—. Me gustaría ver de lo que eres capaz. Espero que tu magia bélica sea tan buena como dice.
River, molesto, ni siquiera le contestó. Alzó las manos, murmuró su conjuro y envió el escudo circular a los extremos del claro con tanto ímpetu que hizo caer las hojas de algunos árboles. No apartó la mirada de la elfa.
—Está muy bien —dijo ella mirando a su alrededor como si pudiera ver la protección invisible—. Seguro que serás un buen hechicero humano cuando acabes tu educación.
—Ya sé que mi modesta capacidad para la magia siempre será inferior a la tuya, Hija de la Noche, si es lo que querías decir —dijo River con resentimiento.
—No, no es lo que quería decir —dijo ella alzando las cejas azules—. Pero ya que lo comentas tú, sí es verdad que los humanos queréis compararos con nosotros, que somos seres mágicos, y eso es una estupidez.
River se la quedó mirando con cara de pocos amigos, aunque optó por no iniciar una discusión que podía acabar mal. Eyrien, por su parte, se fijó con total tranquilidad en la mirada verde y penetrante que el Alto humano le dirigía, y que le resultaba familiar, sobre todo ahora que estaba enfadado. Enfadado, pensó Eyrien sorprendida; pocos humanos se atrevían a enfadarse con un elfo. Al notar que los caballos empezaban a relinchar con pánico, dejó aquellos pensamientos de lado y se acercó a calmarlos.
—¿Quieres no airar a la elfa? —le dijo Killian en voz baja a River cuando la inmortal se hubo alejado—. Prefiero que si vienen los wendigos ella no nos abandone aquí por tu temperamento insolente.
River no respondió, porque sabía que su amigo tenía razón, aunque aún estaba enfadado; se giró a mirar cómo la inmortal acariciaba a los aterrados caballos y les cantaba una dulce melodía hasta que se deslizaron lentamente al suelo y se durmieron.
—¿Cómo es un wendigo? —le preguntó Killian a Eyrien cuando ésta regresó frente a ellos y tomó asiento.
—Pues es... —dijo Eyrien. Miró detrás de ellos, alzó el brazo y señaló—: Así.
Killian y River se giraron bruscamente para mirar en la dirección en que la elfa había señalado. Allí, en el límite del bosque, se alzaba una figura oscurecida y siniestra. Tenía aspecto de ser un humano tribal, con cabellos largos y alborotados. Vestía una especie de taparrabos andrajoso, un collar de huesos, cuyo origen ellos prefirieron no adivinar, y algunos brazaletes en ambas muñecas. En una mano sujetaba una lanza cuya punta, de bordes serrados, estaba cubierta de sangre seca y suciedad. Su expresión era tan feroz que lo hacía parecer más bestial que racional. Todos y cada uno de sus dientes estaban afilados en forma de colmillos, triangulares, amarillentos y claramente sucios de sus comidas anteriores. Y los miraba con voracidad, como si fueran algo así como un suculento venado. Era una visión que helaba la sangre, y Killian y River se alzaron instintivamente para recoger sus armas y acabar con aquel engendro de humano.
—¿Se puede saber qué hacéis? —les preguntó la elfa.
—¿Tú qué crees? —le dijo River sin dejar de observar al wendigo.
—Dejadlo y volveos a sentar. No puede alcanzarnos.
—Aun así es mejor matarlo —dijo Killian—. Esa cosa es horrible.
—Sentaos —dijo la elfa en un tono que no admitía discusión.
Al ver que los humanos le daban la espalda, el wendigo se lanzó contra ellos para atacar y chocó contra el campo de protección. Se quedó perplejo durante un momento, y volvió a intentarlo varias veces cada vez con más furia, chocando una y otra vez con la pantalla mágica.
—Ya veis que no son muy listos. Y debería daros pena —dijo Eyrien—. Una vez fueron como vosotros. Humanos, con una vida y una familia y un espíritu medianamente inteligente. Ellos no escogieron ser lo que son ahora. Os podría haber pasado a cualquiera de vosotros si hubierais tenido la mala suerte de caer bajo el ataque de la Alianza Negra.
—No lo había visto de esa forma —dijo Killian pensativo.
—Pero quieren comernos —dijo River. Sabía que sus padre, ambos, habían muerto defendiendo Arsilon durante aquella nefasta Alianza de seres antropófagos—. Es siniestro, casi le haríamos un favor matándolo.
—Casi todos los seres son más estúpidos y más lastimeros que los elfos —dijo Eyrien con seriedad—. Según tu teoría, ¿deberíamos matarlos nosotros a todos para hacerles un favor?
—No es lo mismo —dijo River girándose por fin a mirar a la elfa y olvidando al wendigo que seguía golpeándose contra su barrera mágica.
—Para nosotros sí —dijo ella, con crueldad pero sin mala intención—. Deberías ser más comprensivo con los que son inferiores a ti, Alto humano. Ellos no merecen, además, tu castigo por ser más desaventajados. Bueno, es suficiente; me está poniendo nerviosa.
Se levantó y se encaminó hacia él. Por el camino cogió del suelo su espada y se acercó al wendigo, deteniéndose a escasos centímetros de él. El ser humanoide la miró con avidez y le gruñó babeando. Eyrien ni siquiera alzó la espada, pero el wendigo la miró fijamente y salió huyendo como un perro apaleado. Eyrien volvió y se sentó de nuevo frente a ellos, como si la capacidad de asustar con su sola presencia a aquella bestia despiadada no fuera nada especial.
—No creo que vuelvan. Ese era el jefe de la tribu, por lo del collar de huesos, y se ha asustado lo suficiente como para decidir que no valemos la pena —dijo la elfa—. Ahora dormid, yo permaneceré despierta.
—No necesitamos que nos veles —dijo Killian—. ¿No necesitas dormir?
—Los elfos dormimos poco —dijo Eyrien con sus ojos profundos brillando a la luz del fuego—. Y lo que yo necesito es pensar.
Ni Killian ni River dijeron nada más, y se envolvieron en sus mantas para descansar. Se sentían más tranquilos protegidos por la elfa, un ser letal que podía mostrar benevolencia incluso con sus enemigos. Pero River tuvo aquella noche un sueño muy ligero y cada vez que despertaba, miraba a la elfa sentada, erguía e inmóvil, con la mirada clavada en el fuego.
Una de las veces que River se despertó y miró a la elfa, decidió que ya era hora de alzarse. La claridad no había aumentando bajo la densa cúpula del bosque, pero se sentó y se desperezó.
—Buenos días Erynie —dijo mientras se apartaba los mechones de cabellos de los ojos.
—¿Cómo sabes que es de día? —le dijo ella sonriendo.
—Porque tus cabellos tienen el mismo color azul desvaído de un amanecer claro y brumoso —dijo River señalando su melena—. Azul cielo. Cuántos matices tienen esas dos palabras, nunca lo había pensado; realmente los humanos somos demasiado simples para eso ¿verdad? Decimos: azul, y nos quedamos satisfechos. Pero desde que te conozco, me he dado cuenta de que el color azul no existe como tal, porque hay infinitos azules distintos en tus cabellos.
Eyrien se lo quedó mirando fijamente con una ambigua sonrisa en los labios. River se sintió algo azorado, la mirada de la elfa era turbadora. Para romper aquel silencio que a él le resultaba embarazoso, optó por comentarle algo que le intrigaba.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—No voy a impedírtelo, si es a eso a lo que te refieres —dijo la elfa.
—Eh... —dijo River confuso ante semejante respuesta—. ¿Vuestros cabellos se mimetizan con el color del cielo instintivamente o lo hacéis de forma consciente?