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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (16 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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—Ya hemos visto qué puedes hacer contra otro vulgar hechicero —dijo, y mientras decía esto su sonrisa lobuna se ensanchó y sus ojos empezaron a oscurecerse hasta parecer dos pozos negros—. Veamos ahora qué puedes hacer contra un Elfo de la Noche.

Muchos de los presentes lanzaron gemidos de temor al ver transformarse los ojos de la elfa en dos pozos completamente negros. Eyrien alzó las manos para conjurar su ataque y River enseguida se dispuso a defenderse, pero la elfa no dirigió su energía contra él sino hacia algunas de las luces de la sala. Murmuró «viento» en el antiguo idioma feérico.

Algunas antorchas se apagaron y la sala se sumió en una débil penumbra, pero River no necesitaba oír la exclamación de sorpresa del público para saber que la elfa se había ensombrecido hasta ser invisible. Tuvo que darle la razón a Eriesh en cuanto a lo fastidioso que era que aquellos feéricos pudieran desaparecer así, porque ahora estaba indefenso contra una Elfa de la Noche que lo acechaba desde cualquier lugar de la estancia. Miró a su alrededor como si le fuera la vida en ello, intentando percibir de alguna forma a Eyrien como había hecho el Elfo de las Rocas, pero se veía incapaz de distinguirla de ninguna manera. Lo único que veía a su alrededor eran las caras de inquietud y admiración que le dirigían los alumnos del centro.

—Venga mago, no hagas que me aburra —dijo de pronto la voz reverberante de Eyrien, alarmantemente cerca—. Seguro que se te ocurre algo, algo muy simple.

River pensó en qué era aquello tan sencillo que podía hacer en aquel momento, y enseguida se hizo la luz en su mente.

—Qué estúpido —murmuró para sí.

Precisamente era luz lo que necesitaba. Conjuró una bola de fuego en su mano y lanzó a la antorcha apagada más cercana, que chisporroteó y volvió a encenderse con una cálida luz anaranjada; meno mal que al fin había aprendido a defenderse con el fuego. Se oyeron algunos aplausos, pero se tornaron en exclamaciones de temor cuando River encendió otras dos antorchas y la elfa se hizo visible. Él más que verla la sintió, porque Eyrien estaba pegada a su espalda y le apoyaba la daga que había llevado al cinto en la garganta.

—Estás muerto, mago —dijo Eyrien cerca de su oído con una suavidad teñida de amenaza. Luego alzó la voz para que todos la oyeran y dijo—: Recuerda que a veces algo tan simple como la luz puede llegar a salvarte la vida. Sobre todo si te enfrentas a mí.

Instintivamente, tal como le había enseñado Eriesh, River hizo un rápido movimiento para apartar la daga de su cuello y sin darse tiempo a pensar se giró y agarró ala elfa de ambas muñecas, inmovilizándoselas a la espalda. Ella simplemente sonrió, y River no supo si la había sorprendido o si había dejado que la atrapara.

—Me alegro de ver que también has aprendido las lecciones de Eriesh —dijo Eyrien mientras el público murmuraba—. Sin embargo, eso no ha sido una buena idea.

—Por qué —dijo River en un susurro, demasiado animado como para vigilar sus palabras—. ¿Va a ofenderte por mi osadía?

Eyrien dibujó aquella sonrisa estremecedora tan propia de ella.

—No; tu osadía me resulta solamente graciosa —susurró, antes de decir en voz alta—: ¿Te da una pista si te digo que no es buena idea porque tú no eres un ser frío, como un Elfo de las Rocas o del Agua o un gólem de Maelvania? Bien, entonces por las malas.

Sus ojos empezaron a dorarse y a brillar, y sus cabellos se movieron como una cascada encendiéndose de luz dorada. Mientras la intensidad de la luz de la elfa aumentaba, River sintió que se calentaba hasta el punto de que tuvo que soltarla y sacudir las manos.

—Ay... ¡Me has quemado! —dijo sorprendido; no sabía que la elfa también podía hacer eso.

Mientras algunos alumnos cuchicheaban asustados, el maestro Obiun alzó la voz y dijo:

—River, desde ahora tendré en cuenta que no me escuchas cuando doy lecciones y te echaré un conjuro de atención permanente. ¿No he intentado aleccionarte yo sobre que los feéricos de magia caliente pueden desprender calor con su cuerpo mientras que los feéricos de magia fría pueden producir frío sin necesidad de conjuro alguno?

Los alumnos volvieron a cuchichear mientras Eyrien se alejaba de River y volvía a situarse frente a él. La lucha aún duró unos diez minutos más, pero acabó bruscamente con la segunda muerte imaginaria de River por aquel día. Mientras se defendía como podía de sus incansables ataques mágicos, no vio que con un movimiento rápido de su mano élfica Eyrien volvía a sacar la daga del cinto. Se la lanzó con un hechizo de combustión. El mago pudo deshacerse del conjuro, pero se encontró con la punta de la daga suspendida a escasos centímetros de la nariz.

—Un hechicero no tiene por qué atacarte sólo con la magia, mago —dijo Eyrien, y dejó que la daga cayera al suelo—. Cógela y atácame tú.

River se inclinó para coger la daga e hizo lo que la elfa le decía. Le lanzó un potente anillo de energía y la daga pocos segundos después, de forma que ésta resultara invisible tras la fuerza energética que brillaba delante. Eyrien disipó el anillo de energía sin mucho esfuerzo y en voz alta conjuró la daga que se le echaba encima. «¡Ralentízate!», exclamó en lengua élfica, de forma que la daga avanzó más lentamente. Luego la ordenó volver atrás con tanta potencia que la daga salió despedida de nuevo hacia River. Él se apartó de su trayectoria y quedó clavada en la pared mientras los alumnos del centro aplaudían con entusiasmo.

—Buenos reflejos. Pero recuerda, mago, que siempre hay que ralentizar las armas antes de hacerlas volver, porque si no lo haces así no tendrá éxito y estarás muerto —dijo Eyrien—. Bien, por hoy ya ha sido suficiente. Has aprendido mucho; estoy satisfecha con tus  avances. —Se giró hacia el grupo de maestros que estaba cerca de la puerta antes de añadir—: Le pongo un notable.

Mientras sus compañeros le aplaudían y River sonreía sin poder evitar que lo desbordara una inmensa satisfacción y un orgullo profundo hacia sí mismo, Obiun alzó la voz y dijo:

—¡Muy bien, River! Ya casi igualas a tu padre.

A River se le congeló la sonrisa. Se puso bien la camisa con desgana, evitando mirar a Eyrien porque notaba sus ojos eléctricos e inquisitivos fijos en él. Los maestros arengaron a sus discípulos a volver a sus respectivas aulas mientras éstos cuchicheaban emocionados ante la posibilidad de luchar por el bien y la gloria. River se encaminó hacia donde estaban sus compañeros, que lo felicitaron y lo acribillaron a preguntas sobre la elfa misteriosa. Pero River ya no estaba de humor, se sentía desinflado de nuevo.

—¡River! —oyó que lo llamaba Eyrien, y se giró hacia ella—. Tú quédate un momento.

River fue hasta donde estaba Eyrien y se sentó junto a ella pero no muy cerca, manteniendo la vista al frente. Era muy consciente de que la elfa lo observaba con atención, pero no le apetecía ver compasión en sus ojos.

—Lo ha hecho muy bien —dijo Eyrien, que había virado el color de sus ojos y sus cabellos a su habitual azul oscuro.

—Ya, claro —dijo River cansado—. Casi tan bien como lo habría hecho mi padre.

Era incapaz de averiguar si la elfa se habría preocupado así por él de no haber sido hijo de su padre. Ella, de nuevo, pareció leer sus pensamientos como un libro abierto.

—Tú eres el hijo de Lander, River, pero no eres Lander mismo. Si tú me gustas, es sólo por lo que eres como individuo, y ya me caíste bien antes siquiera de saber quién eras, cuando nos conocimos en el bosque. River, yo apreciaba mucho a tu padre. Si le menciono a menudo es porque le conocía, y sé que si te hubiese visto ahora estaría muy orgulloso de ti. Y eso tienes derecho a saberlo, porque Lander fue un gran guerrero que murió por la libertad que aún buscamos todos y que sobre todo quería conseguir para ti. Así que deja de preocuparte y alégrate, porque pocos se ganan mi estima entre los humanos como lo has hecho tú en tan poco tiempo —dijo la elfa, dando por finalizada la conversación—. Y River —dijo antes de irse—, reúnete conmigo esta tarde en la sala de juntas.

Luego se fue, dejándolo solo con sus pensamientos. River, mientras volvía con el maestro Obiun y se preparaba para enfrentarse a las preguntas y comentarios de sus conmocionados compañeros, fue incapaz de dejar de pensar que Eyrien de Siarta no sentía por él la total indiferencia que aparentaba sentir por todos los humanos. Aquel pensamiento lo acompañó todo ese día y hasta que por la tarde fue a la sala de juntas, aunque allí descubrió que Eriesh, Frerik y Killian también habían sido invitados. Verel custodiaba la puerta. El príncipe de Arsilon se había enterado de la apoteósica visita de Eyrien al Centro Umbanda, y le preguntó a su amigo cómo le había ido, pero ambos enmudecieron cuando Eriesh tomó la palabra.

—Como recordaréis —dijo el Elfo sacando un mapa celeste—, Sentrist está aquí —dijo señalando la ciudad costera que demarcaba el fin del Continente Norte en algún punto entre el millar de cuerpos celestes que estaban dibujados en el mapa astrológico—, casi en línea recta por debajo de Albiero. Y aunque en los mapas humanos no están marcadas, como ya sois parte de la Alianza, os informaré de que Riskaben se sitúa aquí, en Altaïr de El Águila, y Greisan, mi tierra, algo por encima en La Flecha. Por eso...

—Un momento, un momento —dijo Killian sacudiendo la cabeza. Miró a River, que tenía la misma cara de confusión que él, por lo que se convenció de que no se lo había imaginado—. ¿En qué idioma nos estás hablando, Eriesh? ¿Y por qué estamos mirando el mapa de un astrónomo?

Eriesh se los quedó mirando con extrañeza mientras Eyrien sonreía con diversión.

—¿Aún no sabéis cómo están dispuestas las ciudades principales de los Reinos Libres? —preguntó Eriesh, y Killian y River se miraron sin comprender—. Bueno, da igual. Seguro que Eyrien os lo explicará encantada cuando iniciéis el viaje con ella —dijo el elfo enrollando de nuevo el mapa celeste—. Lo difícil será hacerla callar, porque cuando empiezan a hablar de sus queridas constelaciones, no hay alma que pueda hacer callar a un Elfo de la Noche.

—Espera, espera —dijo River, antes de que la elfa pudiera replicarle—. ¿Has dicho que cuando nosotros iniciemos el viaje con Eyrien?

—Sí —dijo ella—. Hemos decidido...

—Eyrien ha decidido —la corrigió Eriesh.

—No empecemos de nuevo, Elfo de las Rocas —dijo Eyrien con un deje amenazante.

—Venga, dejadlo ya los dos —los interrumpió Freyn—. Eriesh, sabes que no vas a conseguir que Eyrien cambie de opinión, así que vamos a dejar las discusiones a un lado. En fin, chicos. No vamos a llevar más humanos a Sentrist, porque ya no hay muchos allí y acabarían con los recursos de la ciudad si ésta fuera sitiada. Vamos a llevar elfos. Elfos de las Rocas, para ser más concretos; unos cinco o seis, que ya es todo un ejército frente a los guls. Tanto Riskaben como Greisan se encuentran entre Arsilon y Sentrist, aunque un poco más hacia el Oeste, por lo que hay que hacer un pequeño desvío para llegar a nuestros hogares. Como mucho tardaremos una semana más. Pero no podemos demorarnos tanto porque en línea recta se tarda tanto tiempo desde Arsilon a Sentrist por tierra como desde Coralia a Sentrist por mar. Por eso hemos decidido, o ha decidido la obstinada de Eyrien, da igual —dijo con evidente hastío—, que ella no se desviará hacia Greisan sino que bajará directamente a Sentrist, para sumar su poder a la defensa de la ciudad. Vosotros acompañaréis a Eyrien, para que no vaya sola y para sumar las manos del mago y el apoyo del príncipe de Arsilon a las huestes sentristianas, que necesitarán ante todo mantener la moral alta.

Ni Killian ni River pudieron ocultar su emoción ante la inminencia del viaje, ni ante la posibilidad de acompañar a la Hija de Siarta y verla en la acción de la batalla. Ella, sin embargo, se mantenía imperturbable, como siempre, incluso cuando se giró hacia ellos y les dijo:

—Evitaremos en lo posible las grandes concentraciones humanas, pues aunque puedo camuflarme entre los humanos con una cierta eficiencia, no puedo ocultarme a los Rastreadores de feéricos. Lo que me recuerda... Verel, ¿podrías ir a buscar a Ennia?

—Por supuesto —dijo el Guardia Gris, y salió raudamente por la puerta.

—Bien —siguió Eyrien—. Mago, atiéndeme cuando yo te hable —añadió, pues River se había quedado pensando en que él conocía a una Ennia y que no se le ocurría qué podría querer Eyrien de ella—. Se os proporcionarán otras monturas, pues vuestros caballos no podrán soportar la tensión y los peligros que se avecinan. Así que montaréis caballos de crianza élfica, a quienes los guls no asustan con facilidad. Tenemos a una manada viviendo aquí, en Arsilon, y seguro que se avienen a acompañarnos. La única ciudad que sí cruzaremos será la ciudad neutral de Gevinen, que se interpone en nuestro camino.

—¿Por qué? —preguntó River—. Podríamos rodearla también.

—Porque sí —se limitó a decir Eyrien de forma tajante, y River se obligó a desistir.

La puerta de la sala volvió a abrirse y entró Verel de nuevo.

—Ennia, dama Erynie —dijo el Guardia.

River no se había equivocado. Aquella Ennia era la misma que él conocía, una muchacha udriana que estudiaba con él en el Centro Umbanda. Aunque parecía bastante cohibida, entró en la sala con resolución y se inclinó reverente dirigiendo miradas disimuladas a River.

—Puedes saludar a tu compañero, Ennia —dijo Eyrien gentilmente—. No nos enfadaremos.

La muchacha sonrió y saludó a River con una sonrisa y un gesto de la mano.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó River sorprendido, devolviéndole el saludo.

La muchacha se encogió de hombros y miró a Eyrien.

—Ennia, mañana partiremos en una misión importante y necesitamos algunos voluntarios que estén dispuestos a entrar en batalla con los guls —dijo Eyrien.

La maga se estremeció, pero asintió, asegurando a Eyrien que cumpliría con su mandato. Volvió a salir silenciosamente de la penumbrosa habitación.

—¿Qué hacía Ennia aquí? —le preguntó River a Eyrien mientras levantaban la reunión.

—La familia de Ennia se ha ocupado de los caballos élficos de Arsilon desde hace generaciones. Es una buena chica —dijo Eyrien mirando a River fijamente—. Inteligente y cariñosa, además de bella, en términos humanos, claro. Y además tú no le disgustas.

—No me interesa —dijo River molesto.

—Pues debería —dijo Eyrien con una mirada de compasión.

—Eso es cosa mía —dijo River molesto y sonrojado, y se alejó mientras notaba la mirada de la elfa aún fija en él.

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