Por toda respuesta, River se estremeció. Pensó en el dolor punzante que había sentido la noche anterior, como si los dedos de Eyrien se hubiesen convertido en una aguja gélida que hubiese penetrado en su cerebro provocando una sacudida en todas las células de su cuerpo. No quería ni imaginar lo que podría provocarle un intento de despertar todos los conocimientos élficos que podía poseer hasta el momento el antiquísimo pueblo imperecedero.
—Creo que moriría —dijo sorprendiéndose a sí mismo por su aseveración—. Sí, no creo que sobreviviese a ello.
Eyrien se giró hacia Killian alzando sus finas cejas azules.
—Creo que eso responde a tu pregunta, ¿verdad? —dijo Eyrien—. En el hipotético y surrealista caso de que los elfos quisiéramos dar tanto poder a un humano, no podríamos porque seguramente lo mataríamos en el intento y de una forma tan dolorosa que hasta los torturadores de Maelvania nos admirarían por ello. No, ni queremos ni podemos —concluyó Eyrien—. Además, vosotros tenéis vuestros hábitos y nosotros los nuestros. Si la sabiduría no requiriese un esfuerzo y un sacrificio, que obligase a pensar en el coste que tiene, se haría un mal uso de ella. El mundo tiene su propio equilibrio, y no hay que desnivelar la balanza natural de las cosas; ni a favor del mal ni tampoco a favor del bien, porque eso depende mucho del ángulo en que se mire. Los humanos destruisteis el Continente Sur, ahora estáis en el Norte, en el que en un tiempo vivieron en paz los feéricos. No os dejaremos corroer nuestros hogares si manteniéndoos en la ignorancia podemos impedíroslo.
—Creo que te entiendo —suspiró Killian—. Los humanos debemos seguir el camino que los dioses nos han indicado.
—Falacias —dijo Eyrien con desdén—. Los dioses, tal como los entendéis los mortales, no existen. Si no, ¿cómo puede ser que cada pueblo tenga sus dioses y sus propias creencias, y su propia y diferente visión de todas las cosas? Para los enanos los dioses son enanos, y para los humanos son élficos como la más pura y bella de las visiones, como la perfección inalcanzable. Por eso nos llamáis Hijos de los Dioses. Menuda estupidez; sólo es evolución. Los altísimos creadores no existen y por tanto no obrarán milagros, Killian. No hay más creadores que los que personalizan a los elementos y nos dan la vida, y tampoco necesitamos otros.
—¿Estás insinuando que no necesitamos que nadie rija nuestro comportamiento y nos impulse a hacer el bien o el mal? —dijo Killian.
—En efecto, príncipe —dijo Eyrien—. No habrá un juez supremo frente al que expiar nuestras culpas ni un premio eterno para nuestros sacrificios. Sólo nuestra propia conciencia. Nadie puede prever lo que vamos a hacer, sólo nosotros mismos, y las estrellas.
—Y los Sabios Videntes de Siarta —dijo River, pensando en lo que sabía él de los Elfos de la Noche.
—Sí —le corroboró Eyrien, y el tono de su respuesta estremeció sin saber por qué a los muchachos.
Cabalgaron varias jornadas más en silencio, haciendo rodeos para evitar los caminos, ocupados cada uno en sus propios pensamientos. River pensaba en lo extraño que resultaba que los elfos pudieran sentirse atraídos por los vampiros, quienes eran su principal amenaza. Sin embargo, eso le dio por pensar en que no era tan insólito, pues a todos los seres les seducía el peligro, lo desconocido y lo salvaje. Si no ¿por qué los guerreros se mostraban impacientes por presentarse en las batallas en que sabían que podían perder la vida? ¿Y por qué a la gente la extasiaba el fuego aunque sabía que podían quemarse con él? Sí, en todos latía un sentimiento siniestro que los empujaba hacia el peligro. Sin embargo a River no le parecía que Eyrien fuera pasto potencial de aquel tipo de debilidades. No la veía capaz de dejarse llevar por emoción personal alguna, ni pasión, ni amor, ni siquiera odio. A River aquello le entristecía por una parte, pero por otra lo tranquilizaba; de esa forma la atracción que sentía por ella era tan inofensiva que no tenía que preocuparse por sus propios sentimientos. Ya se ocuparía la elfa de que las olas que emanaran de él rompieran en dique seco. Se la quedó mirando un rato, observando cómo giraba ensimismada la flor de zafiro que le había regalado Eriesh entre las manos.
—Eyrien —dijo—, ¿puedo hacerte una pregunta?
—No debí responder nunca a la primera, porque ahora ya te has excitado y vas a acribillarme con dudas por resolver. Menos mal que eres mortal y tu insistencia no durará siempre. Puedes hacerla —consintió—, pero yo puedo también no responderla. Así que decide tú mismo.
River frunció el entrecejo, incapaz de acostumbrarse a las salidas de la feérica.
—¿Cómo es un íncubo? —le preguntó River.
—Y esta vez no vuelvas a señalar y a decir que «así», por favor —añadió Killian.
Eyrien aminoró la marcha de Elarha para situarse junto a ellos y compuso una expresión pensativa. Sus labios azules dibujaron una sonrisa ambigua.
—No lo sé realmente, porque nunca he visto a ninguno. Curioso, ¿verdad? Es la primera vez que no puedo decir cómo es un ser que me ha atacado y me ha... —calló, pero enseguida se repuso—. Pero sé cómo me han dicho y he leído que son. Los íncubos son seres que, aunque no son feéricos, poseen una magia propia. Una magia no viva, por decirlo de alguna forma. Sin embargo, no son muy diferentes de los humanos y se camuflan bien entre vosotros, lo que no es de extrañar porque los cazadores tienen que adaptarse a sus presas para aumentar su eficacia en la caza. Y de la misma forme, en agilidad se parecen a los elfos, y son casi tan rápidos y hábiles como nosotros. Además, generalmente son guapos, o guapas en el caso de las súcubos. Son altos y esbeltos, con un aspecto eternamente joven de Altos humanos, y son muy pálidos y de ojos grises o negros. Sus labios son finos y sus manos delicadas, disimulando su gran fuerza interior. Supongo que este aspecto les facilita la obtención de comida humana, ya que las presas se atraen solas —dijo de una forma un tanto cruel, aunque pronto incluyó a los elfos entre los incautos—: Y para los elfos, desgraciadamente, también son atractivos. Por ejemplo, un gul en su forma humana es guapo. Es verdad, es guapo —dijo Eyrien, al escuchar las protestas de los dos chicos—, pero no es atractivo. Es hermoso como una flor, pero nada más. Sin embargo los vampiros son... diferentes. Tienen algo que los hace atrayentes, magia seguramente, pero no dejan indiferente a ninguno de los grandes feéricos. De hecho los vampiros de alta estirpe son hijos de elfos.
—Vale, lo hemos entendido —la atajó River—. ¿Y cómo son en su forma no humana?
—De eso sé menos todavía, porque no hay... muchos elfos o humanos que hayan sobrevivido a ello para explicarlo —dijo la elfa—. Lo único que sé, por lo que he leído en la biblioteca de mi palacio, es que sus ojos se vuelven de un color rojo sangre cuando usan su magia, y que sus colmillos son retráctiles y sólo se alargan cuando van a usarlos para atacar. Parece ser que también pueden producir sustancias coagulantes y aplicarlas con los labios, si no quieren matar a su presa inmediatamente. Por eso yo no me desangré cuando me dejó abandonada en el bosque.
—Así que anticoagulantes los guls y coagulantes los íncubos —dijo Killian para memorizarlo correctamente—. Es importante saberlo. ¿Y hay muchos vampiros? —prosiguió el príncipe de Arsilon—. Porque si se vuelven una plaga como los guls, estamos todos listos.
—No, no hay muchos. Los inmortales acostumbramos a mantener nuestras poblaciones a raya, y vampiros hay aún menos que elfos. Además están muy diseminados por el Continente Norte, así que en realidad es muy difícil encontrarse con uno de ellos.
—Pues que casualidad que hubiese uno justamente en el bosque de Dreisar, en el mismo momento en que tú apareciste indefensa en él —dijo River irónicamente.
Se arrepintió enseguida de haber hecho aquel comentario, porque había echado sal a la herida. El rostro de la elfa aparecía ahora sombrío y taciturno, y River se recordó a sí mismo que Eyrien era, sin duda, la más interesada en conocer las respuestas a aquellos enigmas.
—¿Y conoces a alguien que haya visto a un vampiro? —le preguntó para distraerla.
—Sí —respondió Eyrien—. Fereya, la novia de mi hermano Asier y antigua Cazadora. Fue en Selbast, hace algunas décadas. Ella se había conjurado a sí misma para parecer humana y transitaba por las calles abarrotadas buscando a su objetivo, un cazador de pequeños feéricos. Paseaba por entre los muchos humanos que compraban en los mercados cuando de repente su mirada se vio atraída por un joven alto de movimientos felinos, que también la miraba fijamente a ella como si allí no hubiese nadie más. Enseguida notó Fereya que había algo extraño en aquel joven, además de que era demasiado apuesto para ser un simple humano, ni siquiera un Alto humano de ascendientes recientes. Fereya acabó por darse cuenta de que lo extraño de aquel muchacho era que no emanaba ningún tipo de vida; ni siquiera respiraba.
—Vaya —dijo Killian con un escalofrío, imaginándose ser objeto de la atención de un ser que lo miraba sin estar vivo—. ¿Y qué hizo para escapar? Porque escapó, ¿verdad?
—Claro. Si no, no podría habérmelo explicado —dijo—. Lo cierto es que Fereya y el vampiro se habían atraído mutuamente en aquel mar humano, así somos los inmortales. Pero ni siquiera los vampiros son tan sanguinarios como para provocar la masacre que habrían acabado perpetrando en aquel lugar atestado si hubiese obligado a Fereya a lucha para defender su vida. Así que se observaron desde lejos largamente, sin moverse y sin ser conscientes de cuanto les rodeaba, hasta que finalmente el íncubo sonrió, saludó caballerosamente y se alejó entre los humanos.
»Pero Fereya había captado en la última mirada del vampiro que volverían a verse, que la Cazadora se había convertido de pronto en presa a su vez. Así que Fereya cumplió su misión sin miramientos y huyó de Selbast tan pronto como pudo. Me temo que ahora en esa ciudad los elfos no estamos muy bien vistos, porque mi cuñada no fue muy discreta a la hora de acometer su misión, pero ante todo era importante que se alejara del vampiro; si la hubiese atrapado hubiese sido mucho peor para todos los selbastianos. Lo que nunca explicó Fereya a nadie más que a mí, y mucho menos a mi hermano —dijo Eyrien con una sonrisa disimulada—, es que el vampiro había intentado seducirla mentalmente para que fuera con él voluntariamente, y que ella había llegado a tener suficiente curiosidad como para sentirse tentada a acompañarlo —dijo, aunque luego chasqueo la lengua y añadió—: Pero en cuando se alejó se dio cuenta de que había sido una necia y que casi había caído en el señuelo, así que se prometió que nunca volvería a sucederle. Fereya descubrió así que ni siquiera los elfos somos tan inquebrantables.
—Ya sé que no viene al caso —dijo Killian cuando la elfa acabó—. Pero acabo de darme cuenta de algo. No te ofendas, pero... Eyrien, ¿tu lengua también es azul?
Eyrien, extrañada por el comentario, le sacó la lengua. Era tan azul como sus labios.
—¡Qué chocante! —dijo Killian—. Y supongo que Eriesh también tiene la lengua gris.
—¡Pues claro! —dijo Eyrien riéndose—. Lo verdaderamente sorprendente es que aún sigas viéndome desde una perspectiva tan humana. Voy a empezar a sentirme ofendida, joven príncipe, si no asimilas de una vez que no puedes observar el mundo sólo como un humano.
Exasperado, haciendo caso omiso de las insólitas averiguaciones de Killian, River retomó la palabra, preocupado como estaba por las inquietantes palabras de Eyrien.
—¿Y tú no tienes miedo de que a ti te suceda lo mismo que a Fereya? —le preguntó River—. ¿Que el vampiro intente seducirte?
Ella lo miró fijamente, borrando la sonrisa jovial de su rostro, como si se hubiese dado cuenta de que bajo aquella inocente preocupación yacía algún otro sentimiento inoportuno y ofensivo. River le aguantó la mirada desafiante, ¿por qué iban sus sentimientos a turbarla, por mucho que ella pudiera descifrarlos?
—No, no me preocupa —dijo Eyrien finalmente—. Yo aprendí la lección de Fereya, y no necesito verme envuelta en la misma situación para saberlo. Tengo demasiadas cosas que hacer para perder el tiempo con esa clase de pasiones destructivas y sin fundamento.
—¿Y qué sucederá si volvemos... si vuelves a encontrártelo? —preguntó Killian.
—Que lucharemos hasta que uno de los dos muera. Porque si quiere algo de mí tendrá que atraparme primero —dijo Eyrien en tono frío como el hielo—. Y esta vez no le resultará fácil.
Luego ya no habló más, y como volvía a parecer más peligrosa de lo que a Killian y River les resultaba cómodo estando junto a ella, ya no volvieron a molestarla más aquel día.
Una noche más, incapaz de dormir debido a la multitud de pensamientos nuevos que ocupaban su mente, River se irguió y se quedó sentado mirando a Eyrien, que también permanecía despierta y miraba al cielo como un gato melancólico. Armándose de valor se alzó para ir a su lado, aunque se quedó parado viendo cómo la elfa se giraba hacia él rápidamente, con una mirada depredadora que le heló la sangre en las venas.
—Eyrien, ¿qué pasa? —le dijo en un susurro para no despertar a Killian.
—Nada —dijo Eyrien devolviendo a su mirada su serenidad habitual—. Puedes acercarte.
—¿Te preocupa que nos sigan? —le preguntó sentándose a una cierta distancia de la elfa—. ¿Crees que el íncubo ha recuperado tu rastro?
—Aunque nos siguiese yo no podría saberlo, River —dijo Eyrien con su sempiterna impaciencia—. Los vampiros no están vivos, no de una forma que los elfos podamos entender, así que yo no podría percibirlo. No emanan ni frío ni calor, ni ningún tipo de signo de vida o de magia, así que podría tener uno junto a mi espalda y yo no lo sabría hasta que me tocara. Así que si me alerto no será por el vampiro, eso seguro —dijo con una sonrisa que, a entender de River, no venía al caso—. Es sólo que a veces siento que nos observan, pero podría ser cualquier cosa; en estos territorios viven muchas cosas, buenas y malas. Así que no te preocupes, mago, pero intenta evitar hacer movimientos bruscos en mi presencia, sobre todo por la noche. ¿Y tú por qué estás despierto? —le preguntó cambiando radicalmente de tema.
—Pensaba en todo lo que nos has explicado hoy. Tú sabes muchas cosas —dijo River, dejando translucir su envidia—. Podrías explicarme, ya que es de noche y que ninguno de los dos estamos durmiendo, qué demonios es lo que trató de explicarnos Eriesh con aquel mapa celeste.
Eyrien lo miró extrañada. River pensó que, al menos por una vez, había conseguido sorprenderla él a ella y no al revés.