La cazadora de profecías (21 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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Siguieron avanzando aproximadamente una hora entre las irritantes flechas y la cada vez más clara idea de que los trasgos eran verdaderamente necios. ¿Acaso no se daban cuenta de que los tres tenían que haber estado ciegos y sordos para no darse cuenta de que los estaban atacando a traición? Finalmente, las flechas dejaron de irrumpir en el camino. Eyrien se detuvo y desmontó, le susurró algo a Elarha y luego se giró hacia ellos, todo eso a una velocidad imposible.

—Desmontad y desenvainad, porque voy a proteger a los caballos para impedir que los trasgos intenten convertirlos en su cena —dijo dejando su carcaj en el suelo—. Estad preparados, porque contra veinte trasgos un muro mágico no sirve para nada y voy a levantarlo.

Killian y River hicieron lo que Eyrien les había dicho. Aunque pensaba valerse de la magia cuanto le fuera posible, River no olvidaba que todo mago debe acordarse de su espada tanto como de sus hechizos; muchos magos indecisos optaban por abandonar la espada en bien de la magia, y acababan muertos cuando algún enemigo conseguía salvar sus barreras mágicas. Estuvieron mirando a su alrededor unos minutos, hasta que Eyrien alzó la cabeza y murmuró:

—Ya vienen.

Aún pasaron unos minutos antes de que River y Killian oyeran los movimientos de cuerpos entre la fronda que se extendía a su alrededor como una red verde y marrón. Cuando River vio al primer trasgo emerger en el claro, su imagen se quedó grabada en su memoria como el recuerdo de un cuadro impactante. El trasgo era un ser alto y esbelto, de largas extremidades y un color grisáceo pardusco. Parecía la caricatura de un elfo. Su rostro habría matado de un infarto a cualquier pueblerino de haberlo encontrado una noche oscura y su expresión irradiaba una intensa malevolencia revestida de estupidez. El trasgo se irguió en sus más de dos metros de altura, mostrando los colmillos. River se sintió paralizado ante el descubrimiento de que existiese tanta maldad concentrada en un solo ser, hasta que al verlo caer con un destello energético clavándose en su pecho recordó que debía defenderse y no dejarle todo el trabajo a la elfa.

De repente, como en respuesta a una orden muda, diecinueve trasgos los rodearon. Eyrien, que parecía estar más que familiarizada con aquel tipo de encuentros desagradables, no perdió el tiempo; lanzando un conjuro demoledor, derribó a tres trasgos de una vez con un sonoro crujir de huesos. Aquello enfureció visiblemente a los otros. Se abalanzaron sobre ellos y Eyrien sacó la espada, la activó. Los dos chicos la perdieron de vista cuando fue rodeada por siete trasgos altos y delgados como árboles.

River y Killian tuvieron que preocuparse pronto por su propia seguridad, pues había trasgos más que suficientes para atacarlos a todos a la vez. Ninguno de los dos se había enfrentado todavía en la batalla a un adversario de verdad, así que les costó un poco superar la inercia natural a no hacer verdadero daño al oponente. Sólo cuando estuvieron a punto de perder algún miembro e incluso la vida acabaron por despojarse de cualquier rastro de conmiseración con sus oponentes. Killian se quedó mirando un momento, parpadeando, al primer trasgo que derribó, descubriendo por vez primera que él también podía ser letal, que no solo los temidos súbditos de los Reinos Cáusticos o los elfos tenían el poder de arrebatar la vida a sus oponentes. Enseguida su rostro se convirtió en una máscara templada y calculadora, y enarboló de nuevo su larga espada y gritando «¡Libertad!», dispuesto a interceptar al segundo trasgo que se le venía encima.

River tuvo pronto sus propios descubrimientos. Cuando usó un conjuro abrasador para defenderse del trasgo que le atacaba, cuatro trasgos más se giraron hacia él con sus ojos alargados y mortíferos cargados de odio. Enseguida le quedó claro al mago que, después de los elfos, eran los Altos humanos los que encabezaban la lista de enemigos de los Servidores Cáusticos. Al verse de repente rodeado por tres trasgos que le sacaban casi una cabeza de estatura, River empezó a actuar por instinto, decidido a salvar su vida en aquel momento en que ésta pendía de un hilo muy fino. Allí no había nadie para ayudarle, pues Eyrien tenía sus propios problemas debido a que la mitad de los trasgos se habían echado encima de ella. Como hechicero, River había aprendido a usar la espada con la mano izquierda, reservando su mano más hábil para el uso de la magia. Fríamente fue usando las armas de ambas como el instinto le dictaba, sin piedad. Cuando pudo respirar un momento, al darse cuenta de que era capaz de ver de nuevo el verde del bosque y no sólo la piel manchada y las ropas mugrientas de los trasgos que lo habían rodeado como un muro inexpugnable, River echó un vistazo a sus dos compañeros. Killian se batía con un trasgo que sangraba profusamente por una herida en el costado, intentando ambos no tropezar con los cuerpos que ya estaban caídos en el suelo. Eyrien luchaba a la vez con un trasgo que la atacaba de cara y otro que trataba de sorprenderla por la espalda. El rostro de la feérica mostraba una impasibilidad y una ferocidad que estremecían, y a River no le cupo duda de que no debía preocuparse; estaba empezando a quedarle claro lo formidable que podía ser aquella inmortal de aspecto tan delicado.

—¡River! —le gritó Eyrien de pronto, aunque en ningún momento parecía haber apartado la vista del trasgo que tenía delante—. Si no tienes nada que hacer no dejes escapar a aquel de allí. ¡Persíguelo!, los trasgos no dan la vuelta cuando deciden huir del enemigo para dar la alarma.

Mientras Eyrien se interponía delante de un trasgo que había decidido atacar la mago en respuesta a sus palabras, River se giró para mirar al que iniciaba una carrera desbocada a través del sinuoso sendero. Echó a correr tras él pero el trasgo, impulsado por aquellas largas y musculosas piernas que recordaban a las patas de un saltamontes, era inalcanzable. Aun así lo siguió. Mientras corría perdiéndose por el bosque, se dio cuenta de que estaba demasiado cansado para lanzar un solo hechizo más. Aun así no dejó de correr, no estaba dispuesto a fallarle a Eyrien; alcanzaría al trasgo aunque fuera en las mismísimas puertas de Gevinen. Oyó el sonido de unos cascos retumbando a sus espaldas y se giró sólo unos segundos para descubrir que Adrastea se le echaba encima como un alud negro. Sólo cuando estuvo junto a él y la yegua aminoró un poco el paso sin detenerse, River descubrió con fastidio que el animal pretendía que montase como lo hubiese hecho un elfo.

Farfullando y sin dejar de correr hasta que sintió que sus pulmones se quejaban a gritos, River envainó la espada y agarrándose a las crines de Adrastea, saltó todo lo alto que pudo para encaramarse a su lomo. Estuvo a punto de resbalarse por el otro lado, pero consiguió mantener el equilibrio. Adrastea resopló y corrió más rápido, haciendo que a River se le empañaran los ojos bajo el aire cortante. Sin embargo pronto apareció de nuevo el trasgo a la vista, corriendo como una exhalación al sentirse perseguido, y River se dispuso a lanzarse sobre él en cuanto lo tuviera al alcance. Por la libertad, se dijo, sabiéndose dispuesto a morir antes que farfullarle a Eyrien.

En el claro de la pequeña batalla, ya sólo estaban en pie Eyrien y Killian rodeados de cadáveres sangrantes de trasgos. Fue entonces cuando empezaron a preocuparse por River, pero éste no tardó en aparecer. Tenía diversos arañazos en la ropa y una herida profunda en el brazo, pero parecía satisfecho. Eyrien suspiró aliviada; había empezado a pensar que no había sido buena idea enviar al joven mago tras el trasgo desertor.

—¿Has acabado con él? —le preguntó mientras River desmontaba y se acercaba a ellos.

—Sí, aunque no lo habría conseguido de no ser por Adrastea —dijo River sentándose en el suelo al otro lado del claro—. Y el trasgo casi se me lleva el brazo con él, pero sobreviviré.

—Tu primera herida de guerra —dijo Eyrien sonriendo—. Pero ambos lo habéis hecho muy bien; habéis aprovechado bien las lecciones de Eriesh. Venga, déjame ver ese corte.

La elfa lanzó un hechizo de limpieza sobre todos ellos, eliminando las manchas ajenas de sus ropas y su piel. River dejó que Eyrien le alzara con cuidado la manga del brazo herido, dejando al descubierto el largo corte. Les explicó que el trasgo, al verse cercado por el inmenso caballo y el hechicero que lo montaba, había sacado una burda daga de la nada.

—No es grave —dijo Eyrien tras limpiarle la herida—. Pero hay que desinfectarla.

Se alzó y se acercó a las alforjas de Elarha. Mientras tanto, Killian tomó asiento al lado de River y le dio una palmada en la espalda a su amigo. El príncipe sólo tenía unos cuantos arañazos y estaba exultante de emoción.

—¿A cuántos has matado tú? —le preguntó al hechicero en un susurro.

—A cinco, con el que ha huido —dijo River.

—Yo he matado a tres —dijo Killian—. Eso implica que ella ha matado a los doce restantes.

Eyrien se acercó a ellos de nuevo, llevando una botellita en las manos. Se fijó en que ambos la miraban ahora con una mezcla de respeto y temor, como si la vieran por primera vez.

—Me alegro de que al menos esto haya servido para que empecéis a verme tal como soy —dijo mientras se acuclillaba frente a River.

Eyrien aplicó un poco del contenido de la botella sobre la herida del brazo de River. Ni ella ni Killian hablaron más y permanecieron mirándolo. River se soplaba la herida con insistencia.

—¿Acabas de enfrentarte a muerte a una horda de trasgos y ahora resoplas como un niño por un poco de escozor? —le dijo Killian con guasa—. Pues menudo mago guerrero estás hecho tú.

—Que te eche esa cosa encima a ti, a ver qué te parece —le dijo River con los ojos enrojecidos—. ¿Se puede saber a qué clase de tortura me estás sometiendo, Eyrien?

—Es savia curativa —dijo Eyrien reprimiendo una sonrisa—. La preparan los Elfos de Quersia y si duele es porque te está cicatrizando y cauterizando la herida. Mañana ya no tendrás ni siquiera una cicatriz. Imagina cómo estaríamos los elfos tras tantas batallas si no pudiéramos curarnos las heridas. Te aseguro que dejaríamos de ser el Pueblo Hermoso rápidamente.

Sin embargo a River no le pareció que Eyrien pudiera dejar de ser hermosa en ninguna circunstancia, aunque se abstuvo de hacer ningún comentario al respecto. Cuando acabó de protegerle la herida con vendas de lino, la elfa miró hacia la creciente oscuridad del cielo.

—Será mejor que nos alejemos de aquí cuanto antes. Enseguida vendrán los chupasangres atraídos por los cadáveres, y debemos dejar que reciclen esos cuerpos en paz. Además —dijo alzándose y recuperando sus armas del suelo—, mañana llegaremos a Gevinen, y debemos evitar cuanto podamos los problemas.

Al día siguiente iniciaron la última jornada de aquella parte del viaje, con el agradable pensamiento de que al anochecer cenarían un buen plato caliente y dormirían en un lecho cómodo y abrigado. Tanto a Killian como a River les había gustado aquella vida montaraz, pero el encuentro con los trasgos les había dejado un regusto amargo y una sensación de peligro que animaba a buscar el cobijo de un techo y unas paredes que no fueran las hojas del bosque. Como Killian se había atrevido a reconocer frente a su amigo, el descubrimiento de que Eyrien era capaz de deshacerse ella sola de una columna de trasgos les causaba una molesta inquietud, pues se daban cuenta de que estaban viajando a merced de un ser muy peligroso. Confiaban en ella, pero era una elfa, la conocían demasiado poco, y además ella misma hacía a veces unos comentarios o los miraba de una forma que les hacía pensar que ocultaba algo. Así que siguieron marchando tras aquella fascinante arma de doble filo que era la misteriosa Hija de la Noche, acercándose cada vez más al camino principal que desembocaba en las puertas del norte de la ciudad amurallada de Gevinen.

—¿Por qué las Ciudades Neutrales permiten la presencia de sirvientes de los Ejércitos Cáusticos entre sus murallas? —preguntó Killian poco después del mediodía.

—Porque, si no, no las llamaríamos Ciudades Neutrales. Si sólo permitiesen la entrada a habitantes de los Reinos Libres las llamaríamos Ciudades Libres y si sólo la permitiesen a los Sirvientes Cáusticos las llamaríamos Reinos Cáusticos —dijo Eyrien con su lógica obviedad.

River sonrió al ver que Killian fruncía el entrecejo. Al mago le gustaban en parte aquellas respuestas cortantes que lo invitaban a uno a pensar la próxima vez antes de preguntar. Incluso sabía ya lo que iba a hacer la elfa luego: cuando hubiese dado suficiente tiempo a Killian para reconsiderar la forma de expresar sus dudas, se avendría a hablarles e introducirlos un poco más en el conocimiento de la historia política que los había llevado a aquel tiempo y aquellos lugares. Momentos después River observaba complacido como Elarha se detenía para que la alcanzaran.

—Las Ciudades Neutrales, de las cuales las principales son Hermas, Gevinen y Selbast —empezó a explicar la elfa como una maestra de historia—, se corresponden a territorios cuyos gobernantes han decidido dar albergue y medios tanto a los Sirvientes Cáusticos como a los Habitantes Libres. Y aunque no están enemistados con los Reinos Libres, dejan que los Sirvientes Cáusticos se inmiscuyan en su política y su administración, y que den caza a los siervos del Ejército Libre dentro de sus murallas, sin hacer nada por evitarlo. Sin embargo —dijo al oír refunfuñar a Killian—, no podemos reprochárselo ni odiarlos por ello, ni abandonar a sus habitantes a su destino funesto. Esos gobernantes, como Guilfrid de Gevinen, sólo han actuado así por miedo. ¿Acaso creéis que es fácil rechazar una mano tan poderosa y letal como la de Esigion de Maelvania, si éste os la ofrece con una velada amenaza de destrucción? No, Guilfrid sólo ha hecho lo que cree mejor para su pueblo y su persona, aunque no sabe que lo único que ha conseguido es condenarlos a todos. Porque Esigion no hace aliados, sólo se sirve de sus huestes hasta que dejan de serle útiles, abandonándolas después u ofreciéndoselas como premio a otros sirvientes más insaciables que los humanos.

—¿Es verdad que el Continente Sur fue alguna vez rico y fértil? —preguntó River.

—Sí —dijo Eyrien con tristeza—. ¿Por qué si no llamamos a la región de Niaranden Antigua Suria? Antes era tan grande como Nórdica o Centria, y casi todos los humanos del mundo vivían allí; sólo las Amazonas y algunos pueblos cazadores vivían en el Continente Norte. Ahora sólo Niaranden queda en el Continente Sur, y también ésta desaparecerá bajo la presión de los crecientes Reinos Cáusticos que se apiñan entre el mar y el desierto que avanza. Quién sabe, quizás incluso los Elfos del Aire tendrán que dejar sus hogares en Boreanas.

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