—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Killian.
—La mayoría han ido a Sentrist o han buscado refugio junto a los parientes del norte —dijo Eyrien—. Aunque también hay algunos insensatos que no han querido o no han creído necesario abandonar sus casas, y se han encerrado en ellas.
—¿Acaso crees que van a correr peligro estando tan lejos de Sentrist? —le preguntó Killian.
—¿Crees que todos esos guls que esperan frente a la muralla no necesitan comer? —le dijo Eyrien alzando una ceja—. Los guls se alejarán de Sentrist tanto como... ¿Qué sucede, Elarha?
La yegua había empezado a sacudir la cabeza y a resoplar, y Eyrien disminuyó el paso.
—¿Huele a gul? —le preguntó Eyrien, inclinándose hacia el cuello perlino de la yegua.
Alzó una mano para indicar que se detuvieran. El aspecto desolado de las casas que se alzaban a su alrededor hacía que la sensación de peligro aumentase. Eyrien examinaba el terreno hasta que se detuvo cerca del camino que llevaba a una granja y se inclinó por un lado del lomo de Elarha para inspeccionar de cerca el suelo.
—Huellas de gul —dijo, y River y Killian se acercaron a mirar una marca de cuatro garras—. Han salido a cazar. Merodean por los alrededores, pero no deberíamos detenernos a cazar a un par de guls hambrientos cuando todo un ejército rodea Sentrist como si fuera un corral.
De pronto se oyó un chillido de terror detrás de la casa que se levantaba más allá del jardín, y Eyrien pareció decidirse de inmediato, aunque resopló contrariada cuando azuzó a Elarha a adentrarse en la hacienda. Killian y River azuzaron también a sus monturas y siguieron a la elfa, cuya capa revoloteaba tras de sí como si tuviera vida propia. Al llegar junto a la pared lateral de la casa rectangular típica de aquella zona sureña, disminuyó la velocidad y el paso del Pegaso se hizo casi inaudible. Allí los ruidos eran mucho más claros, y se oían los gemidos asustados de mujeres y niños. Al llegar a la zona trasera de la casa, vieron que a unos metros de distancia se alzaba un gran almacén de madera. Los gritos asustados salían de su interior, y no tardaron en ver el motivo que los ocasionaba. Un joven de cabellos castaño claro y de ojos azules con aspecto de marinero examinaba las paredes y las ventanas cegadas, empujando aquí y allá intentando forzar las tablas. De pronto se detuvo y se puso rígido, y alzó la cabeza a un lado y a otro como si estuviera oliendo el aire. Se giró bruscamente hacia ellos y fijó sus ojos azules en la figura encapuchada de Eyrien.
—¿Sabe que eres una elfa? —le preguntó Killian a Eyrien.
—Claro, yo no huelo como un humano. Ya que estamos aquí, aprovechemos el momento para que veáis cómo es un gul en realidad, y así no os horrorizaréis tanto luego.
—¿Y cómo vas a conseguir que se transforme, mi dama? —le preguntó Killian mientras observaba al joven que miraba a Eyrien con desconfianza pero sin intención de acercarse a ella.
—Yo ya me enfrenté a esa colonia de guls, ¿recuerdas? —le dijo Eyrien—. Y su memoria retiene mi imagen con odio y ansia de venganza. Verás qué fácilmente lo enfurezco.
Eyrien desmontó y se bajó la capucha de la capa, descubriendo su rostro. El gul dio unos pasos hacia delante, olvidándose de los gemidos que salían del cobertizo. La elfa, sin inmutarse, se acercó a las alforjas de Elarha y sacó de una de ellas su espada, mostrándosela al gul claramente mientras avanzaba para alejarse un poco de ellos. El gul entrecerró los ojos y la miró con odio, mientras sus ojos se iban alargando y volviéndose negros.
—¿Lo veis? —dijo Eyrien—. Ya me ha reconocido, y también a la espada.
El ser echó a correr hacia ellos con una velocidad imposible, y Killian soltó un grito cuando vio cómo el gul empezaba a transformarse. Su rostro y sus brazos empezaron a alargarse, y momentos después corría ya a una velocidad vertiginosa. Su boca se había convertido en un hocico del que sobresalían los cuatro dientes delanteros, que abría en gesto agresivo. Las garras de pies y manos brillaron con un tono metálico que resultaba aterrador. Era un ser espeluznante.
Killian miró con aprensión a Eyrien, que permanecía a algunos metros de distancia observando serenamente cómo el gul se le echaba encima abriendo las fauces. Levantó la espada cuando el gul estuvo a su alcance, y se escuchó un choque metálico cuando el filo de Eyrien chocó contra las garras del gul. La elfa se dedicó a defenderse durante cinco minutos, bloqueando sus fauces con la espada y sus garras con patadas, hasta que le clavó la espada en el corazón y el gul cayó el suelo inerte. Incluso con una bestia sanguinaria como aquélla, Eyrien era lo suficientemente misericordiosa como para otorgarle una muerte rápida y falta de agonía.
—Bueno, pues esto es un gul —dijo haciéndoles señas para que se acercaran—. Y ya habéis visto cómo pelean, así que resguardaos tanto de sus fauces como de sus cuatro garras.
Killian y River se acercaron a observar al gul, que había pasado de ser un hermoso joven de cabellos dorados a ser un depredador cuadrúpedo de casi dos metros y una agilidad espeluznante.
—¡River! —exclamó Eyrien censurante al ver que el mago se proponía a tocar las garras del gul—. ¿Ves el borde azulado de las garras? Es sustancia anticoagulante. Mejor no lo toques. Si te preguntabas si sus uñas son metálicas, la respuesta es no. Pero están hechas de un material córneo tan duro que resuena como si lo fuese. Sólo mi espada feérica activada podría romper las uñas de un gul, así que tenedlo en cuenta cuando os acerquéis a ellos.
Luego los dejó observando al gul y se acercó al granero, donde ahora reinaba el silencio. Abrió las puertas bruscamente con magia y entró, tras lo cual se oyeron nuevos gritos aterrados. Killian y River se miraron y se levantaron para acercarse al granero, pero aún no habían dado unos cuantos pasos cuando una familia al completo salió apresurándose. El que parecía el jefe de la familia, un hombre de rostro arrugado y más blanco que la nieve, hablaba con Eyrien manteniéndose inclinado ante ella, como si cargara un fardo pesado a la espalda.
—Espero que te des cuenta, humano, de que has estado a punto de dejar morir a toda tu familia a manos de eso —dijo Eyrien señalando al gul mientras el hombre se ponía aún más lívido—. Tomad el camino del norte, que aún está despejado. Y procura no ser tan estúpido la próxima vez —dijo con sequedad—, porque yo no estaré de nuevo para solucionar tus problemas.
El hombre echó a correr mientras Eyrien volvía junto a ellos con cara de enfado.
—Estúpidos humanos —dijo sin pararse a pensar que sus acompañantes también lo eran—. Hay que protegerlos incluso de sí mismos. Venga, vamos.
Con un último vistazo al gul que quedaba allí abandonado, volvieron a montar y cabalgaron a través del pueblo. Killian y River permanecían en silencio, intentando hacerse a la idea de que cuando llegaran a Sentrist habría cientos de criaturas como aquélla esperándolos.
Con el atardecer llegaron al inicio de un ancho camino de tierra apisonada que descendía hacia las altas murallas de la ciudad costera de Sentrist.
—Por todos los dioses... —murmuró Killian con un hilo de voz.
Desde aquella altura podía verse que a ambos lados del camino, fuera del alcance de los arqueros de la ciudad, se levantaba un campamento por el que pululaban jóvenes de cabellos castaños y ojos azules, no idénticos pero sí muy parecidos entre ellos y al gul que había matado Eyrien. La mayoría debían estar dentro de las tiendas, pues por la hierba y la arena sólo circulaban unos cuantos seres que patrullaban con aspecto tranquilo y aburrido. Los muros mismos de la ciudad blanca parecían rezumar el miedo de sus habitantes.
—Seguramente el grueso de la colonia está atacando la puerta sur y éstos sólo están aquí para impedir que los ciudadanos puedan escapar de la fortaleza por el norte —dijo Eyrien observando con sus penetrantes ojos el campamento—. Y con un poco de suerte para nosotros, éstos están liberados por ahora de la mente central que los mueve a todos.
—¿Cómo vamos a hacer para entrar? —preguntó Killian.
—¿Eyrien, estás bien? —le preguntó River, que no observaba a los guls sino la creciente palidez del rostro de la elfa.
—Sí, sólo estaba intentando comunicarme con algún elfo. Pero Eriesh está fuera del alcance de mi mente y por tanto no está en la ciudad —dijo Eyrien—. Aun así ya he comunicado a los hechiceros sentristianos que vamos a intentar entrar. Tendrán a los arqueros preparados en breve.
—Deberías dejarlo. Deberías esperar a los demás elfos antes de intentar entrar —dijo River.
—No, River —dijo Eyrien—. Mi deber es hacer lo posible por ayudar a esa gente. La Alianza somos uno sólo, y gracias a los esfuerzos por ayudarnos nos mantenemos todavía a salvo. No vamos a esperar.
—¿Y cómo vamos a entrar? —dijo Killian, que seguía observando a los guls.
—Con magia —dijo Eyrien—. Esperaremos a que los arqueros estén listos para protegernos.
—No. Dile a Elarha que te lleve volando al interior de las murallas, nosotros ya nos las arreglaremos —dijo River.
—Yo estoy de acuerdo —dijo Killian.
—¿Cómo...? —dijo Eyrien, dirigiendo a Elarha fugaces miradas—. Bueno, da igual. No voy a hacer eso. Iremos juntos. ¿Cómo diríais los humanos eso de que o todos o ninguno?
—Ah —dijo Killian, y parodió una expresión de valerosa resolución—. Entraremos todos, o no entraremos ninguno.
—Eso es lo que yo deseo —dijo Eyrien, asintiendo con la cabeza.
—¿No puedes decirlo? —le preguntó Killian frunciendo el entrecejo.
—No —dijo Eyrien alzándose de hombros—. Es una aseveración absoluta y desgraciadamente no puedo afirmar que sea verdadera.
—Vaya —dijo Killian incómodo.
No era una aclaración muy tranquilizadora la de que Eyrien no pudiera afirmar que llegarían todos al interior de la ciudad. A River, sin embargo, lo que le causaba malestar era que la elfa, cuya palidez volvía a ser muy evidente, fuese a arriesgarse innecesariamente por ellos. Iba a replicar, pero no llegó a decir nada porque Killian se le adelantó.
—Nos han descubierto —dijo lúgubremente.
Tal como Killian decía, algunos guls habían vislumbrado a los arqueros parapetarse sobre la muralla sentristiana y miraban a su alrededor buscando la causa de aquel despliegue de defensas. No tardaron en empezar a señalarlos con aquellos dedos que empezaban a transformarse en garras.
—No podemos demorarnos más —dijo Eyrien.
Desmontó de Elarha y se echó la capa hacia atrás para tener movilidad en los brazos.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Killian.
—Voy a provocar un terremoto —dijo Eyrien, mientras hincaba una rodilla en el suelo y ponía ambas manos extendidas entre la hierba—. Como el que lancé en Arsilon, pero mucho mayor.
—¡No puedes hacerlo! —gritó River.
—Sí que puedo, lo que pasa es que tú no me has visto hacerlo antes —dijo Eyrien mientras se concentraba y sus ojos se iluminaban amarillos concentrando energía—. Tened las espadas preparadas, y tú, River, piensa en los conjuros de defensa, porque después de esto estaré agotada.
—Pero... —empezó a decir River, aunque la elfa lo atajó.
—Déjame concentrarme, porque me gustaría que el sobreesfuerzo sirviera al menos para algo.
—Perdóname, Eyrien —dijo River impotente, sintiéndose en la necesidad de confesarse por si no volvían a hablar nunca más—. Perdona todas mis ofensas, no volveré a...
—Los humanos sois rápidos en decir nunca, no hagas promesas vanas —lo atajó ella, aunque su expresión ya no era tan severa—. Tú preocúpate de entrar vivo en Sentrist.
River ya no dijo nada más y se limitó a observarla mientras Killian vigilaba a los guls que se apostaban a ambos lados del camino en número creciente, a la expectativa, mientras otros se acercaban a ellos con discreción. Seguro que ni siquiera eran capaces de imaginar que ellos pretendían atravesar sus filas, pensó Killian, y eso les daba una ventaja. Eyrien permaneció unos minutos inmóvil, y eso les daba una ventaja. Eyrien permaneció unos minutos inmóvil, aumentando su concentración a medida que sus ojos dorados brillaban con una intensidad dolorosa. Pronto River sintió la magia que emanaba de la elfa, como si estuviese en medio de una tormenta eléctrica. Cuando sus cabellos empezaron a ondear suavemente poniéndose dorados, Eyrien clavó sus finos dedos en el suelo y murmuró su hechizo. River y Killian se tambalearon sobre sus monturas mientras de ambas manos de la elfa surgían ondas sísmicas que se desviaban hacia ambos lados del camino.
—¡Vamos! —gritó Eyrien tambaleándose.
Saltó al lomo de Elarha y los guió en una carrera desenfrenada por el tembloroso camino mientras la tierra se iba resquebrajando a ambos lados con un ruido atronador. Los guls que habían intentado acercarse a ellos perdieron pie enseguida y algunos se perdieron en las simas que se habían abierto donde la roca se había resquebrajado. Eyrien sacó su espada y la activó, preparada para defenderse de los guls que lograran mantener el equilibrio, mientras, las tiendas y las pequeñas construcciones del campamento más cercanas al camino se venían abajo. El conjuro de Eyrien había sido decisivo, pero aun así muchos guls empezaban a transformarse y a correr para lanzarse sobre ellos. Eyrien mató a dos de un solo movimiento de su espada, mientras Elarha se mantenía impertérrita y seguía cabalgando todo lo deprisa que podía hacerlo sin dejar a Jano y Adrastea atrás. De las murallas de la ciudad se empezaban a levantar los gritos de ánimo y de alegría, al ver que al fin un guerrero elfo acudía en su ayuda.
—¡River! —gritó Eyrien, que estaba tan pálida que parecía que fuera a perder el conocimiento de un momento a otro—. ¡Haz algo!
River dudó, sintiéndose incapaz de hacer frente a aquella horda de depredadores que se les echaba encima por momentos. Deseó no estar equivocándose, mientras inspiraba profundamente y separaba las manos de las riendas de Adrastea, intentando no perder el equilibrio.
—¡Ralentízalos! —gritó a pleno pulmón, mientras visualizaba con su mente a cuantos guls podía para incluirlos en el hechizo.
—¡A todos no, vas a matarte! —le gritó Eyrien.
Killian gritó con júbilo y fiereza, porque el hechizo había funcionado. De repente parecía que ellos iban a una velocidad imposible, porque los guls que tenían más cerca se movían con mucha más lentitud. Saltaban con lentitud, se transformaban con lentitud, y abrían las fauces con lentitud. Killian levantó la espada y la descargó sin titubear sobre los guls que osaban poner pie en el camino. En aquel momento en que tanto Eyrien como River se habían abandonado a la magia, él era el único que mantenía su resistencia intacta. Los que le veían desde la ciudad aclamaban con devoción al príncipe de Arsilon. Los guls eran cada vez más numerosos, pero estaban cada vez más cerca de la ciudad y del alcance de los arqueros sentristianos. También los hechiceros empezaban a lanzar conjuros desde las murallas, en un caos de saetas, proyectiles de energía y rugidos de gul. Eyrien todavía les quitaba del camino a la mayoría de los guls, moviendo su espada en movimientos circulares tan rápidos que era imposible discernir un filo del otro, pero la espada feérica brillaba cada vez menos a medida que el agotamiento hacía presa de ella. River estaba al límite de sus fuerzas y Killian no tardaría en perder toda la fuerza de un brazo que ya empezaba a entumecerse por el exceso de actividad.