La cazadora de profecías (30 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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—Eyrien —murmuró.

La Hija de Siarta se hallaba en la estancia con ellos. Estaba sentada en el alfeizar de la ventana, y sólo resultaban visibles sus ropas oscuras y sus largos cabellos azules. Estaba inmóvil como una estatua y ni siquiera se movió cuando también Killian se incorporó bruscamente y se la quedó mirando con una expresión indescifrable y los ojos abiertos como platos.

—¡Eyrien! —murmuró finalmente el príncipe, sin saber si sentirse aliviado o aterrado.

La Elfa de la Noche miró al cielo y se giró lentamente hacia ellos. Su rostro estaba anormalmente pálido y delataba cansancio y desaliento. Aun así era peligrosa, porque ahora que había despertado y que estaba libre era muy posible que decidiera matarlos. Como si leyera sus pensamientos, Eyrien desvió la mirada hacia las espadas que descansaban sobre la mesa.

—¿Eso es para defenderos del vampiro o de mí? No os servirían de mucho contra ninguno de nosotros —dijo con su sonrisa depredadora.

Luego volvió a mirarlos, con una expresión indescifrable y un tanto siniestra que a River se le antojó el resultado de sus últimas vivencias. Permanecieron en un silencio tenso durante unos minutos eternos. Eyrien parecía mantener una lucha interna.

—No voy a mataros —dijo finalmente, con el aspecto de quien llega a una pesarosa decisión—. Me doy cuenta de que no había tenido intención de hacerlo. Hasta ahora nunca lo habéis merecido, y yo lo sabía.

—Sí lo merecemos —dijo Killian, a quien se le habían humedecido los ojos.

—¿Por qué? —le preguntó Eyrien frunciendo el entrecejo, como si pensara que Killian estaba a punto de revelarle un crimen espantoso.

—Porque casi hemos provocado tu muerte. Nos merecemos que la ira de todos los elfos caiga sobre nosotros —dijo el príncipe humano—. Si ésa era la profecía, estoy de acuerdo en que se cumpla nuestra condena, Eyrien. Y ojalá lo hubieses hecho antes.

—No era ésa la profecía —dijo Eyrien con una sonrisa compasiva—. La profecía sigue en pie, pero antes de hacer nada debo averiguar unas cuantas cosas para poder tomar mis decisiones con claridad. Ashzar dijo algo que me ha hecho pensar.

—¿Quién es Ashzar? —preguntó Killian.

Eyrien se puso pálida y le recorrió un escalofrío. Killian murmuró que iba a buscarle algo de abrigo porque no debía coger frío, y se fue de la habitación. River sabía que el estremecimiento de Eyrien no se debía al frío, e intuyó quién era Ashzar con una certeza clara.

—¿Tú no dices nada? —le preguntó Eyrien con aquella mirada permisiva y altanera que tantas veces le había dirigido.

River negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. Ahora que al fin veía sus esperanzas cumplidas y tenía a Eyrien de nuevo ante sí, se sentía tan embotado por sus sentimientos que no era capaz de reaccionar sin decir alguna estupidez. Estuvo a punto de levantarse y acercarse a ella para estrecharla entre sus brazos por toda respuesta. Por suerte Killian entraba en aquel momento con una de las capas de Eyrien en la mano.

—Tristan a dejado para ti esto —dijo Killian trayendo una taza humeante de la cocina y sentándose a la mesa—. Para cuando despertaras.

River se fijó entonces en que Eyrien ponía toda su concentración en cada paso que daba, como si le costara todas sus fuerzas mantenerse en pie. No deberían haberla dejado levantarse de la cama, pero ahora que ya estaba hecho era mejor no oponerse a la voluntad de la dama elfa. Todo lo que hizo River fue levantarse e ir tras ella hacia la mesa, hasta que se sentó. Eyrien puso ambas manos alrededor de la taza humeante. Frunció el entrecejo y olió el contenido de la taza.

—¿Tu amigo estudió en Quersia? —preguntó, llevándose la taza finalmente a los labios.

—Sí, y fue un alumno muy aventajado —le dijo River.

—¿Y dónde está ahora?

—Fue al sur a buscar noticias sobre el avance de los guls —contestó River.

—Estupendo —dijo Eyrien, cuya palidez extrema hacía que Killian la mirase con silenciosa conmiseración—. Aunque también se ha ido para estar lejos de mí cuando recuperara la conciencia por si tenía un mal despertar, puedes decirlo.

Killian suspiró con alivio. Ahora que estaban los tres sentados a aquella mesa y que Eyrien bromeaba de nuevo con su humor peculiar y un tanto siniestro, le costaba creer que sólo cinco días antes habían estado a punto de matarse entre ellos.

—Tengo la sensación de haberme despertado de una pesadilla —dijo en voz alta.

Eyrien lo miró con seriedad.

—Seguimos en la misma pesadilla, Killian, y es real —dijo—. Vosotros seguís siendo un peligro en potencia y al negarme a mataros, yo me he convertido en una traidora a mi pueblo. Y Ashzar —hizo una pausa intentando averiguar por qué llamaba al vampiro por su nombre— sigue en algún sitio perdonándome la vida de momento. Y los guls siguen acercándose a Sentrist. Y ésa es sólo la parte que hemos descubierto. No me atrevo a pensar en qué es lo que no sabemos.

—Yo no quiero que tengas problemas por nuestra causa con los tuyos, Eyrien —dijo Killian.

—Eso es cosa mía, príncipe —le dijo Eyrien—. Además, los Sabios sin duda deben haber leído ya la verdad en mi mente, así que si no me han marcado ya como traidora quizás lo hagan. Pero no puedo comunicarme con Siarta, así que no sé qué es lo que va a pasar.

—Los Sabios... ¿podrían matarte desde aquí, o algo así? —dijo Killian aterrado.

—No —dijo Eyrien—. Pero podrían marcarme con el símbolo de la traición. Así todos los elfos sabrían que soy una perjura y que deben llevarme ante la justicia. Aunque hace milenios que no sucede, entre los elfos hay que hacer algo muy grave para que te consideren un traidor.

—¿Pero por qué estás dispuesta a arriesgarte por nosotros? —le preguntó River.

—¿Acaso prefieres que os mate? —le preguntó Eyrien alzando sus cejas finas y azules.

—No —reconoció River mientras Killian se ponía tenso de nuevo—, pero...

Eyrien suspiró.

—Soy una Cazadora, no una asesina. El hombre de Gevinen lo merecía, incluso tú lo sabes. Pero no puedo asesinar a nadie que ignora cuál es su crimen. Y hay varias cosas... —dijo Eyrien apesumbrada—. A Ian, por ejemplo, le dije que volverías a casa sanos y salvos de este viaje.

—¿Mi tío lo sabía? —la interrumpía Killian.

—Tu tío siempre ha sabido que soy una Cazadora, y nuestra amistad es suficientemente estrecha como para que yo me sintiese en la obligación de explicarle lo que tenía que hacer. Pero tu tío siempre confió en vosotros y no creyó nunca en la profecía, y también me creyó a mí cuando le dije que no os mataría todavía. Pero eso no es lo único que me impedía hacerlo —dijo suspirando de nuevo—. También hice una promesa a cada una de vuestras madres, hace ya mucho tiempo y cuando ambas iban a morir, asegurándoles que cuidaría de vosotros. Como veis, estoy dividida entre el deber que le debo a mi pueblo y el que le debo a las personas a las que quiero, y a las que quise y ya no están.

No pudo seguir porque se sentía tambaleante en una cuerda floja, demasiado cerca de caer en un abismo. Se sentía en aquellos momentos demasiado cansada y abatida como para tener que revivir los momentos trágicos de su vida.

—Entiendo que queráis saber de lo que hablo, y estoy dispuesta a explicároslo —dijo con una sonrisa comprensiva—. Pero no ahora. Ya es casi de noche y necesito descansar.

—Por supuesto, mi dama —dijo Killian asintiendo rotundamente con la cabeza.

Eyrien se alzó para abandonar la mesa y se dirigió hacia las escaleras. River dudó sobre si seguirla o no, pero al cabo de un momento se puso en pie temiendo que Eyrien fuera a desvanecerse en las escaleras. La encontró en ellas, sujetándose a la baranda de madera como si en cada escalón que superaba perdiera el mundo de vista. Subió tras ella y le ofreció el brazo para que se sujetara y no parecer así demasiado consciente de su debilidad. Eyrien le sonrió agradecida. Cuando llegaron a su habitación, ella se apartó de él y se detuvo en la puerta para mirarlo, como indicándole que si tenía que decirle algo lo hiciese en aquel momento.

—Lo siento, Eyrien —le dijo River, mirando al suelo de nuevo.

—Estabas en tu derecho de querer defender tu vida y la de tu futuro rey —dijo con simpleza—. Mi muerte sólo hubiese sido una consecuencia de ello.

—No, yo... —dijo, pero se calló porque lo único que se le ocurría decir hubiese molestado e incomodado a la elfa—. Yo me alegro mucho de que estés bien.

—Gracias, River —dijo Eyrien—. Y no tienes que decírmelo, porque ya lo sé.

River la miró, preguntándose qué insinuaba con tanta comprensión que sabía. ¿Sabía sólo que se alegraba de que se hubiera recuperado o sabía que la quería cada vez más desde el primer momento en que la había visto?

—Buenas noches, Eyrien —dijo para no delatar su confusión.

River tomó el pasillo que llevaba a las escaleras, cuando oyó que la puerta volvía a abrirse.

—River, espera. ¿Podemos hablar un momento?

—Claro —dijo River desconcertado.

Eyrien le abrió la puerta de su habitación. River entró y permaneció en pie junto al umbral, pues nunca antes había entrado en el espacio personal de Eyrien y no quería hacer nada que estropease de nuevo su inestable amistad. La elfa cerró tras de sí y se fue directamente hacia la ventana, como si ésta le atrajera mágicamente. River se sobresaltó al ver que estaba abierta.

—Ciérrala antes de acostarte, por favor —le dijo acercándose a ella.

—¿Lo dices por Ashzar? —dijo Eyrien, girándose para mirarlo y apoyándose en el alféizar—. ¿De dónde habéis sacado los humanos que los vampiros sólo atacan por la noche? Podría entrar en mitad del mediodía, si quisiera.

—¿Por qué le llamas por su nombre? —le preguntó River, a quien se le hacía demasiado siniestro que Eyrien llamara a su atacante por su nombre.

—No lo sé —reconoció ella.

Se hizo a un lado para dejarle sitio junto a ella. River se acercó y se apoyó en el alféizar.

—¿Tú me habrías matado, River? —le preguntó Eyrien en voz baja.

Él se incorporó a mirarla. No le agradó aquella pregunta.

—No —reconoció—. Ni aún sabiendo que arriesgaba mi vida y la de Killian.

—Y lo harías, ¿si yo te lo pidiera?

—¿Qué dices? —le dijo River al ver por su expresión resoluta que no bromeaba.

—River —dijo Eyrien poniéndose una mano en la mejilla—, ha estado a punto de morir a manos de un vampiro. Y Ashzar es ahora muy poderoso, no podemos permitir que lo sea aún más. No me importa morir, pero no quiero hacerlo de esa forma. Volverá, River —le dijo Eyrien con absoluta calma—. Me lo dijo. Y no sé si ya seré lo bastante fuerte. Si tengo que morir igualmente, prefiero hacerlo en tus manos.

Eyrien dijo aquello con tanta calma y frialdad que a River se le humedecieron los ojos. ¿Qué pasaba en aquel mundo para que tuvieran que llegar a extremos así? No, River no podía ver morir a Eyrien, y mucho menos en sus propias manos; eso lo tenía ahora más claro que nunca.

—No me pidas eso —dijo River, girándose hacia la ventana para no ver el rostro de Eyrien, que le impulsaba a aceptar lo que ella le pidiese—. Lo siento Eyrien, pero no. Podría mentirte y decirte que sí lo haré para que te quedes tranquila, pero después no lo cumpliría. Y ya que tú eres sincera, yo quiero serlo también. No vuelvas a pedírmelo, porque no podrás convencerme.

Eyrien se alejó dos pasos y le dio la espalda.

—Lo siento Eyrien —dijo River dolido—. No quería hacer nada que te molestase ahora que había recuperado tu amistad, pero no puedo complacerte si me pides algo así.

Eyrien no le respondió, y River tuvo la sensación de que estaba llorando. Envió las fórmulas de cortesía al diablo y sea acercó a ella. Puso las manos en sus hombros. Eyrien se giró y lo miró con unos ojos en que brillaban las lágrimas.

—¡Tu no lo entiendes! —le acusó la elfa cerrando sus pequeños puños con fuerza—. A cada momento pienso que Ashzar volverá... ¡Yo no puedo permitir que obtenga mi poder, River! Tendré que impedirlo tanto tiempo como sea posible, de cualquier forma, ¿lo entiendes?

Eyrien se echó a llorar, impotente o aterrada, River no lo sabía. No acababa de entender qué estaba insinuando Eyrien, pero sí sabía que la elfa necesitaba su comprensión. La abrazó, estrechándola entre sus brazos para protegerla aunque fuera sólo en aquel momento en el que en realidad no corría ningún peligro. Eyrien apoyó el rostro en su pecho y lloró en silencio un rato mientras perdía las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando se ensombreció inconscientemente y las piernas no la sostuvieron, River la levantó y la llevó a la cama, donde la tapó con las mantas.

Luego cerró la ventana y se fue. Cuando estuvo en el pasillo descargó un puñetazo contra la pared para liberar la impotencia y la ira que se había estado guardando.

—River, ¿qué pasa? —dijo Killian, que se hallaba atónito al otro lado del pasillo—. No te habrás peleado con Eyrien otra vez, ¿verdad?

River optó por no tener más secretos para su amigo, porque eran sus secretos los que los habían llevado a aquella situación. Llevándoselo abajo decidió explicarle al príncipe, que por otra parte tenía más templanza y objetividad que él, todo lo que le había dicho Eyrien. El descubrimiento de que la elfa podía asustarse como cualquiera, sin embargo, se lo guardó para sí. No sabía por qué, pero le parecía que a Killian le costaría más entender que Eyrien, por muy poderosa que fuera, también podía sentir temor o duda. Pero él hubiera dado lo que fuera por poder decirle a la elfa que él la consolaría y la protegería de sus miedos siempre que hiciera falta, hasta que sus huesos ancianos no pudieran soportar su vida y tuviera que limitarse a observar y aceptar lo joven y hermosa que seguiría siendo ella todavía, dueña inmortal de un largo camino por vivir.

Eyrien pasó dos días más descansando después de aquella primera vuelta a la vida. River, que de vez en cuando iba a verla, no sabía si dormía de verdad o sólo descansaba de las dificultades del mundo, pero no le importaba y la dejaba tranquila. Killian parecía haber recuperado su natural optimismo y el placer por la vida tranquila, y se ocupaba de la granja en ausencia de su dueño. A River le hacía gracia ver al futuro rey de Arsilon ocuparse de dar de comer a las gallinas y de arrancar las malas hierbas del huerto, sacudiéndose las manos del polvo antes de entrar en la casa como un verdadero granjero. A la mañana del tercer día se oyó el galope de un caballo entrando por el camino de la granja. River cogió la espada, pues Killian estaba detrás de la casa y quizás no lo había oído. Se alegró de ver que era Tristan, que ya entraba por la puerta desembozándose el rostro.

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