La cazadora de profecías (18 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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—¿Tres días después? —dijo River, que estaba disfrutando con la historia y se imaginaba a su padre, del que sólo recordaba los ojos verdes como los suyos, huyendo junto a Eyrien de una serpiente gigante a través del subsuelo.

—Sí —dijo Freyn riéndose—. Fue el tiempo que tardaron en despistar al basilisco y encontrar la salida del laberinto de túneles. Nosotros estábamos esperando impacientes en el campamento cuando, en la mañana del tercer día, por fin los vimos aparecer. Ambos estaban hoscos, heridos y cansados, pero Eyrien estaba limpia como una patena mientras que Lander estaba cubierto de barro hasta arriba. Eso nos indicó que seguían enfadados, porque Eyrien no se había dignado a incluir a Lander en el hechizo de limpieza o lo fuese con que se había conjurado a sí misma.

—¿Por qué, qué pasó? —preguntó Killian divertido.

—No lo sabemos —dijo Freyn alzándose de hombros—. Los dos estaban de tan mal humor que no conseguimos que soltaran palabra en todo el camino de regreso a Arsilon. A Eyrien no le gusta que le lleven la contraria cuando tiene razón, y según ella siempre la tiene. En realidad se llevaban muy bien, Eyrien y Lander. Pero los dos eran casi igual de tercos.

—Tendrías que haber visto la cara de tu madre, River —dijo Trenzor—, cuando vio aparecer a su prometido con tres días de retraso, sucio y herido, y dirigiéndole miradas hurañas a la Dama de Siarta. Tu padre casi hubiese preferido estar de regreso bajo tierra con Eyrien y el basilisco. Tu madre, Killian, y la misma Eyrien, tuvieron mucho que ver con el final feliz de aquella historia.

—Pobre Robin —dijo Eriesh—, no se merecía todas aquellas preocupaciones.

A River empezaba a darle la sensación de que la relación entre su madre y su padre no había sido del todo maravillosa, y Eyrien de alguna forma parecía formar parte de aquel problema familiar. Se giró a mirarla, pero ella ya había desaparecido dentro de su tienda o se había ensombrecido; imposible saber lo que estaba pensando o sintiendo la Dama de Siarta.

El día siguiente fue muy parecido al anterior, y aunque charlaban de cosas muy diversas, River se dio cuenta de lo herméticos que eran los elfos, quienes con una habilidad pasmosa conseguían descentrar la atención de sus asuntos personales. Además trenzaban, anudaban y estiraban el hilo de las conversaciones de tal forma que uno al final nunca sabía qué había averiguado realmente de lo que les habían dicho éstos. Eyrien permanecía muchas horas en silencio, ensimismada en sus propios pensamientos como si se olvidara a veces de que iba acompañada de otros seres racionales. el Elfo de las Rocas y los enanos parecían estar ya acostumbrados a aquella especie de retraimiento intermitente de la Elfa de la Noche, porque simplemente dejaban a Eyrien tranquila hasta que se mostraba de nuevo comunicativa. A Killian se le antojaba que Eyrien no sería una compañera de viaje muy entretenida, pero a River le fascinaba como si fuera un complejo acertijo por resolver.

Al tercer día, inmensos en la zona en que el bosque de Dreisar se transformaba en los bosques sureños, algo más leñosos y secos, llegó el momento de la despedida. Los elfos se mostraban muy poco emotivos en aquel tipo de situaciones, sin duda debido a las muchas separaciones temporales que ya habían vivido en su larga existencia. Intercambiaron algunas palabras telepáticamente, con un rostro serio que a River le resultaba un poco extraño; como si además de los guls fuesen a enfrentarse a algo más en aquel viaje. Antes de irse, Eriesh cogió una orquídea de entre las enredaderas, y la cubrió con su otra mano. Sus ojos y sus cabellos relampaguearon brevemente con aquel color azul intenso del zafiro y luego abrió las manos de nuevo, mostrando la orquídea y ofreciéndosela a Eyrien. La Hija de Siarta sonrió cuando cogió de manos del Elfo de las Rocas la joya, un pequeño zafiro con la forma perfecta de la orquídea que había sido.

—Cuídate mucho, Eyrien —le dijo el elfo con suavidad.

—No te preocupes —dijo Eyrien sonriendo—. Llevo muchos, muchos años cuidando de mí misma, y ni siquiera tú sabes a cuántos peligros me he enfrentado realmente.

—Estoy más que seguro de eso —dijo el elfo con amargura—. Y creo que prefiero no saberlo.

Eyrien sonrió y ella y Eriesh se besaron brevemente en los labios. Mientras Eyrien se despedía de los enanos y sus monturas, Eriesh se acercó a River.

—No te pediré que cuides de Eyrien, pues no podrías hacerlo —dijo mentalmente el elfo—. Pero me preocupa que ese íncubo vuelva a acecharla de nuevo. Y no sólo me preocupa que quiera matarla, pues el hecho de que ella siga viva todavía podría implicar que el vampiro esté interesado en ella en otros... sentidos. Así que por favor, ten siempre un ojo puesto en Eyrien. No te lo pediría si no supiese que eres suficientemente valiente como para hacerlo. Aunque será mejor que ella no se dé cuenta, porque podría no ser agradable para ti si lo descubre.

—Descuida —dijo River—. Defenderé a Eyrien con mi propia vida si es necesario.

En aquel momento Eyrien se giró hacia ellos después de despedirse de Umbra, que viajaría con el elfo y los enanos para que éstos pudiesen asegurarse de que ella estaba bien. Frunció el ceño, pero nada dijo. Eyrien, River y Killian permanecieron entre la espesura observando cómo los demás se alejaban entre la arboleda en dirección a Greisan, hasta que se perdieron de vista.

—¿Seguimos? —dijo Eyrien, montando de un ágil salto en el lomo de Elarha.

Dos día tardaron en abandonar el bosque de Dreisar para empezar a avanzar por las espaciosas arboledas que se extendían en Centria, donde el terreno ascendía del valle húmedo en el que se hallaba Arsilon y el clima se hacía más seco y leñoso. Como intentaban evitar las poblaciones humanas, ya hacía varios días que no se cruzaban con ninguna alma humana y poco a poco empezaron a relajarse y a disfrutar del viaje, y a aprender cosas de la extensa sabiduría de Eyrien las pocas veces en que ésta se mostraba comunicativa. Además era asombroso ver cómo la vida del bosque parecía arremolinarse en torno a ella, pues los pájaros parecían cantar más bellamente cuando la elfa pasaba junto a ellos y les sonreía, e incluso algunos árboles parecían apartar sus ramas al paso de la bella elfa de Siarta. Durante la tarde del tercer día empezaron a cubrir el cielo densos nubarrones que amenazaban tormenta, pero aun así no se detuvieron. Cuando al atardecer destelló el primer relámpago y un trueno rompió el silencio con su grave tamborileo, Eyrien miró al cielo. Fue un movimiento tan expresivo y feérico que a River le pareció que no sólo miraba al cielo, sino que también parecía olerlo y tocarlo con su cuerpo. Luego ella volvió a bajar la mirada y murmuró algo para sí antes de seguir camino en silencio.

De repente el cielo descargó todo el agua densificada en sus nubes con la furia de un diluvio, y pronto los truenos y los relámpagos se sucedieron sin descanso iluminando su camino con latigazos de luz. River palmeó con cariño el cuello de Adrastea, que pareció resignarse, bajando la cabeza para que el agua no se le metiera en los ojos. Luego echó una rápida ojeada a Eyrien antes de mirar a Killian, aunque se quedó parado y volvió a mirarla con atención. La elfa, increíblemente, no se estaba mojando. Las gotas de lluvia parecían rebotar contra una capa milimétrica que la rodeaba por entero y chorreaba a su alrededor como si se tratara de un cristal. River se quedó maravillado, aunque pronto lo único que sintió fue envidia; ella seguía perfectamente seca y caliente mientras que él y Killian estaban empapados como si hubieran cruzado a nado un lago. Ni siquiera cuando se detuvieron a cenar y acampar, hizo Eyrien comentario alguno sobre el hecho de que ella estaba seca mientras que Killian y River tenían que apartarse constantemente los cabellos mojados de los ojos para ver lo que hacían. No fue hasta que Killian se cortó con el cuchillo al intentar pelar una manzana resbaladiza, cuando se atrevieron a comentarle aquel ínfimo detalle en el que la elfa no parecía haber reparado.

—Oye, Eyrien, tú no te mojas —dijo Killian, por empezar la conversación de alguna manera.

—No —corroboró la Dama de Siarta, sentada al otro lado de la fogata inexistente.

—Bueno —dijo Killian, en vista de que no iba a ofrecer ninguna ayuda—. Yo me pregunto si por una vez no podrías... —dijo señalando a River y a sí mismo elocuentemente.

—¿Qué? —dijo Eyrien mientras sus ojos gatunos se iluminaban siniestramente con cada rayo.

—Estamos calados hasta los huesos, Eyrien —dijo River impaciente—. Podrías sentir un poco de compasión por nosotros, simples humanos que no pueden detener la lluvia.

Eyrien suspiró exasperada, aunque a sus labios azules afloró una sonrisa. Se levantó ágilmente, sin apoyar las manos en el suelo, y se acercó a ellos.

—Está bien —dijo—, pero sólo porque no he hecho nada por vosotros como recompensa por haberme ayudado cuando nos conocimos. Pero recordad que no soy el genio de una lámpara para servir a vuestros caprichos. A Killian le extenderé un hechizo. Pero a ti, River, te lo enseñaré.

—¿De veras? —dijo River sorprendido; los elfos nunca enseñaban nada a los humanos, así que Eyrien estaba pagando con creces la dudosa ayuda que le habían proporcionado.

—¡Pero aunque le enseñes ahora el conjuro, para cuando consiga controlarlo ya se habrá ahogado! —dijo Killian riéndose.

—Bueno, hay otra manera de enseñárselo —dijo Eyrien lentamente—. Yo puedo... despertar la parte de su memoria genética que sabe realizar ese conjuro. Despertar la parte de tu sangre que sabe protegerse de la lluvia, por así decirlo. Yo no lo he hecho nunca, pero sé que puede hacerse, si eres un buen elfo hechicero. Y yo lo soy. ¿Te atreves a dejarte conjurar?

—Por ti, sí —dijo River sin pensárselo.

Eyrien lanzó el hechizo sobre Killian, quien enseguida se sintió aliviado al notar que la lluvia dejaba de golpearlo incansable para rebotar imperceptiblemente sobre él.

—Me han dicho que duele —dijo la elfa de Siarta, mirando a River de una forma inquietante.

Apartó los cabellos mojados del rostro de River y puso una mano en su sien. Cerró los ojos y se concentró, hasta que sus cabellos empezaron a iluminarse con aquel tono dorado que indicaba que estaba canalizando mucha energía. Un momento después, River se removió incómodo, y exclamó «¡ay!» sin poder contenerse. Eyrien apartó entonces los largos dedos de su piel mojada y River sacudió la cabeza mientras la elfa lo miraba con curiosidad.

—¿Ha dolido? —le preguntó sin ocultar su burla.

—Ha sido como si me clavaran alfileres en el cerebro —dijo River aún aturdido.

—Pero ahora ya sabes realizar ese conjuro —dijo la Hija de la Noche con una sonrisa.

River pensó un momento.

—¡Sí! —dijo incrédulo, descubriendo que conocía una palabra en élfico que antes desconocía completamente, y cómo usarla—: ¡Impermeabilízanos!

Sin embargo, no sucedió nada.

—Pues vaya —dijo Killian mientras se ponía una camisa seca.

—Bueno, yo creo que el problema está en la gramática —dijo Eyrien tranquilamente mientras River aún seguía mojándose—. Yo soy magia y la magia está en mí, porque soy feérica. Por eso digo «impermeabilízanos», porque la magia y yo somos una misma cosa. Sin embargo tú, aunque parte de tu memoria genéticas sea élfica, sigues siendo humano y no posees la magia en tu naturaleza. Por eso vosotros pedís a la magia las cosas, absorbiéndolas desde fuera. Así que, en definitiva —dijo la elfa con una sonrisa—, deberías cambiar el sufijo del conjuro.

—O seguir mojándote eternamente —dijo Killian, como si también le estuviese aleccionando.

—Bien —dijo River, y murmuró—: «Impermeabilízame».

Aquella vez sí funcionó, aunque sólo en parte. Tras dos intentos más por fin consiguió dominar el conjuro y para practicar impermeabilizó a los caballos, a la hoguera que no había encendido y al árbol bajo el que se habían cobijado. River estaba exultante.

—Es increíble —dijo mientras sus ojos verdes chispeaban de la emoción—. Antes ni siquiera sabía que existía esa palabra feérica, y ahora creo que podría impermeabilizar una ciudad entera.

Eyrien soltó una carcajada.

—No podrías, River; ni siquiera sé si yo podría —dijo—. Y después de lo del árbol mañana te sentirás como si hubieses cruzado todo el continente corriendo. Nunca olvides, mago, que eres humano y no un elfo; así que procura siempre no excederte y encontrarte después con que estás demasiado débil como para poder defenderte. Te lo digo por experiencia. Tras el ataque del íncubo... ha sido la primera vez en mis más de doscientos años de vida en que me he sentido frágil. Cuando te acostumbras a vivir con la magia, luego te sientes vacío sin ella.

Eyrien se quedó pensativa mirando hacia la oscuridad

—No olvidaré tus palabras, Eyrien —dijo River—. Gracias por compartir conmigo tu sabiduría.

—De nada —dijo ella volviendo a la realidad—. Y ahora vamos a dormir, mañana reanudaremos el camino temprano, llueva o no.

Eyrien tomó su forma sombría, como cada noche antes de acostarse. Era la mejor forma en que la elfa podía tener intimidad, pues para Killian y River era como si hubiese dejado de estar con ellos; ni la veían, ni la oían, ni sentían siquiera su silenciosa y suave respiración feérica.

River se dio cuenta pronto, cuando al amanecer empacaron de nuevo sus cosas y siguieron camino bajo la lluvia, de que la elfa había tenido razón. Se sentía terriblemente cansado y Killian había tenido que sacudirlo varias veces para conseguir que se levantase de sus cálidas mantas. Eyrien no le dijo nada, pero le dirigió tal mirada de burla que ni falta que hizo; había quedado demostrado que, una vez más, la elfa tenía la razón.

—¿Y por qué los elfos no hacéis eso que le hiciste tú a River a todos los Altos humanos? —preguntó Killian durante la hora de comer.

Eyrien se lo quedó mirando de una forma que hizo que a Killian se le atragantara el pan.

—¿Y por qué vosotros no vais hasta Maelvania y dejáis vuestras mejores armas a los pies de Esigion? —replicó la elfa con mordacidad—. Suficiente tenemos con haber entregado la magia a los humanos, Killian. Ni locos los haríamos más poderosos además.

—No, bueno, ya lo entiendo —dijo Killian—. Pero a los de fiar, como River...

Eyrien se puso seria de pronto y permaneció callada. Después pareció despertar.

—Que te lo responda el mago —dijo, y se giró hacia River con malicia—. Si para despertar tu memoria genética para hacer un simple hechizo de impermeabilización ya te dolió, ¿cómo crees que sería despertar generaciones de conocimientos élficos enterrados en tus genes?

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