La ciudad y la ciudad (31 page)

Read La ciudad y la ciudad Online

Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

BOOK: La ciudad y la ciudad
7.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me miró de hito en hito y me creyó un simpatizante de los conspiradores y, sin saber lo que estaba pasando, me comporté como uno. No podía decirle que su vida no estaba en peligro. Tampoco que la de Bowden no lo estaba (puede que ya estuviera muerto) o la mía, ni que podría mantenerla a salvo. No podía decirle casi nada.

Yolanda había permanecido oculta en el lugar que su fiel Aikam había encontrado y había intentado dejar preparado para cuando viniera, en esta parte de la ciudad que Yolanda nunca había tenido la intención de visitar y de la que no sabía ni cómo se llamaba antes de que llegara allí, después de una ardua, tortuosa y furtiva carrera. Tanto él como ella habían hecho cuanto estaba en sus manos para hacer de aquel sitio algo soportable, pero era un tugurio en una barriada que no podía abandonar por miedo a ser localizada por unas fuerzas ocultas que ella sabía que la querían muerta.

Diría que Yolanda nunca había visto un lugar como ese, pero a lo mejor no era cierto. Quizá había visto una o dos veces un documental titulado algo así como
El lado oscuro del sueño ulqomano
o
La enfermedad del Nuevo Lobo
o algo por el estilo. Las películas sobre nuestro país vecino no solían ser muy populares en Besźel, rara vez se distribuían, así que no podía confirmarlo, pero no me sorprendería que hubieran sacado algún éxito comercial con el telón de fondo de las bandas en las barriadas de Ul Qoma: la redención de algún camello no demasiado peligroso, el impresionante asesinato de algunos otros. A lo mejor Yolanda había visto imágenes de los barrios marginales de Ul Qoma, pero desde luego no había tenido la intención de conocerlos.

—¿Conoces a tus vecinos?

No sonrió.

—Por las voces.

—Yolanda, sé que tienes miedo.

—Cogieron a Mahalia, al profesor Bowden, ahora vienen a por mí.

—Sé que tienes miedo, pero tienes que ayudarme. Voy a sacarte de aquí, pero necesito saber lo que ha pasado. Si no lo sé, no puedo ayudarte.

—¿Ayudarme? —Recorrió la habitación con la mirada—. ¿Quiere que le diga qué pasa? Claro, ¿está dispuesto a ocupar uno de estos camastros? Porque tendrá que hacerlo, no lo dude. Si sabe lo que está pasando, vendrán a por usted.

—Bueno.

Suspiró y bajó la mirada. Aikam le dijo: «¿Te parece bien?» en ilitano y ella se encogió de hombros:
Puede
.

—¿Cómo encontró Mahalia Orciny?

—No lo sé.

—¿Dónde está?

—No lo sé y no quiero saberlo. Hay puntos de acceso, decía. No me dijo nada más y no me quejo de que no lo hiciera.

—¿Por qué no se lo contó a nadie más que a ti?

No parecía que supiera nada de Jaris.

—No estaba loca. ¿Ha visto lo que le ha ocurrido al profesor Bowden? Uno no admite que quiere saber cosas de Orciny. Esa siempre fue la razón por la que ella había venido aquí, pero no quería decírselo a nadie. Así es como quieren que sea. Los orcinianos. Les viene muy bien que nadie sepa que existen. Es justo lo que quieren. Es así como gobiernan.

—Su tesis…

—No le importaba nada. Hacía solo lo suficiente para quitarse a la profesora Nancy de encima. Ella había venido aquí por Orciny. ¿Se da cuenta de que se habían puesto en contacto con ella? —Me miró fijamente, llena de intención—. En serio. Estaba un poco… la primera vez estaba en una conferencia, en Besźel, dijo muchas cosas. Había un montón de políticos, además de académicos y causó un cierto…

—Hizo enemigos. Lo he oído.

—Bueno, todos sabemos que los nacionalistas la seguían de cerca, los nacionalistas de ambos lados, pero ese no era el tema. Era Orciny quien la vio allí entonces. Están por todas partes.

Claro que había llamado la atención. Shura Katrinya la había visto: recuerdo su cara en el Comité de Supervisión cuando le mencioné el incidente. También Mikhel Buric, recordé, y un par más. A lo mejor Syedr también. Quizá había habido otros desconocidos interesados.

—Después de comenzar a escribir sobre ellos, después de empezar a leer
La ciudad
y a recopilar información, a investigar, a escribir todas esas frenéticas anotaciones —movió las manos deprisa como si escribiera apretadamente— recibió una carta.

—¿Te la enseñó?

Asintió.

—No la entendí la primera vez que la vi. Estaba en la raíz original. Algo de la era Precursora, alfabeto antiguo, anterior al besź y al ilitano.

—¿Qué decía?

—Me lo dijo. Algo como: «Te estamos vigilando. Tú comprendes. ¿Quieres saber más?». Y hubo otras, también.

—¿Te las enseñó?

—No enseguida.

—¿Qué le decían? ¿Por qué?

—Porque ella los entendía. Ellos sabían que quería formar parte de eso. Así que la reclutaron. La tuvieron haciendo cosas para ellos, como… como una iniciación. Les daba información, entregaba cosas. —Eso era una historia imposible. Con una mirada, me retó a burlarme de ella y seguí callado—. Le daban direcciones donde tenía que dejar cartas y cosas así. En
dissensi
. Recogía y entregaba mensajes. Ella contestaba por carta. Le contaban cosas. Sobre Orciny. Me confió algo de eso, y la historia y tal, y parecía… Lugares que nadie puede ver porque creen que están en otra ciudad. Los besźelíes creen que están aquí; los ulqomanos creen que están en Besźel. La gente de Orciny no es como nosotros. Pueden hacer cosas que no son…

—¿Los vio alguna vez?

Yolanda se quedó de pie junto a la ventana, fijando la vista arriba y abajo, en un ángulo que la mantenía lejos de la luz encalada y difusa. Se giró para mirarme, pero no dijo nada. El desánimo la había apaciguado. Aikam se acercó a ella. Nos miraba a uno y a otro como en un partido de tenis. Al fin, la chica se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Cuéntamelo.

—Quería hacerlo. No lo sé. Sé que al principio ellos dijeron que no. «Aún no», habían dicho. Le contaron cosas, la historia, cosas de lo que estaban haciendo. Esas cosas de la era Precursora… esas cosas les pertenecen. Cuando Ul Qoma lo desentierra, o incluso Besźel, empiezan que si esto de quién es, dónde lo han encontrado, ya sabe, todo eso. No es ni de Ul Qoma ni de Besźel, es de Orciny, siempre lo ha sido. Le contaron cosas sobre lo que hemos encontrado que nadie que no lo hubiera puesto ahí podría saber. Esa es su historia. Estaban aquí antes de que Ul Qoma y Besźel se dividieran, o se unieran, en torno a ellas. Nunca se han marchado.

—Pero esas cosas estaban allí enterradas hasta que un grupo de arqueólogos canadienses…

—Ahí es donde lo guardaban. Esas cosas no se habían perdido. La tierra que hay debajo de Ul Qoma y de Besźel es su almacén. Todo es de Orciny. Siempre ha sido suyo, y nosotros solo… Creo que ella les estaba diciendo dónde estaban excavando, lo que encontraban.

—Ella robaba para ellos.

—Somos nosotros los que les estamos robando… Ella nunca cometió una brecha, ¿sabe?

—¿Cómo? Pensaba que todos vosotros…

—¿A qué se refiere? ¿A juegos? Mahalia no. No podía. Demasiado arriesgado. Era muy probable que alguien la estuviera observando, decía. Nunca, nunca cometió una brecha, ni siquiera en una de esas formas en las que no te das cuenta, quedándote ahí de pie, ¿sabe? No pensaba darle a la Brecha una oportunidad de que la cogieran. —Tembló de nuevo. Yo me acuclillé y miré a mi alrededor—. Aikam —dijo en ilitano—, ¿puedes traernos algo de beber?

Él no quería dejar la habitación, pero sabía que ella ya no me tenía miedo.

—Lo que sí hizo —continuó Yolanda— fue ir a esos sitios donde dejaba las cartas. Los
dissensi
son las puertas de entrada a Orciny. Estaba tan cerca de pertenecer a eso. Ella lo pensaba. Al principio. —Esperé y después ella prosiguió—. No paraba de preguntarle qué pasaba. Algo iba mal, muy mal, durante las dos últimas semanas. Dejó de ir a la excavación, a los encuentros, a todo.

—Eso había oído.

—«¿Qué te pasa?», le preguntaba todo el rato y al principio era como: «Nada», pero al final me dijo que tenía miedo. «Algo va mal», confesó. Se había sentido frustrada porque no la dejaban entrar en Orciny y ella estaba como loca con el trabajo. Estudiaba mucho más de lo que la había visto estudiar. Le pregunté qué pasaba. No dejaba de repetir que estaba asustada. Decía que había repasado sus apuntes una y otra vez y que empezaba a imaginar cosas. Malas. Decía que podíamos ser ladrones sin tener la menor idea.

Aikam volvió. Nos traía a Yolanda y a mí latas templadas de Qora-Oranja.

—Creo que había hecho algo que cabreó a Orciny. Sabía que estaba en un lío, y Bowden también. Dijo eso justo antes de…

—¿Por qué iban a matarlo a él? —le pregunté—. Ya ni siquiera cree en Orciny.

—Venga, hombre, claro que sabe que existen. Claro que sí. Lo ha negado durante años porque necesita trabajo, pero ¿ha leído el libro? Van detrás de cualquiera que sepa algo sobre ellos. Mahalia me dijo que el profesor estaba en un lío. Justo antes de que ella desapareciera. Sabía demasiado, y yo también. Y ahora usted.

—¿Qué piensas hacer?

—Seguir aquí. Esconderme. Escapar.

—¿Y cómo? —le pregunté. Me miró llena de aflicción—. Tu chico lo ha hecho lo mejor que ha podido. Me preguntaba cómo podía escapar un criminal de la ciudad. —Yolanda incluso sonrió—. Deja que te ayude.

—No puede. Están por todas partes.

—Eso no lo sabes.

—¿Y cómo va a mantenerme a salvo? Ahora también van a ir a por usted.

Cada pocos segundos llegaba el sonido de unos pasos que subían fuera del apartamento, gritos y el ruido de un mp3 que sonaba tan alto que resultaba insolente. Ese tipo de ruidos cotidianos podían servir como algún tipo de camuflaje. Corwi estaba a una ciudad de distancia. Ahora que escuchaba con atención me parecía que cada poco tiempo los ruidos se detenían junto a la puerta del apartamento.

—No sabemos cuál es la verdad —le dije. Tenía la intención de decir más cosas, pero me di cuenta de que no sabía con seguridad a quién estaba tratando de convencer ni de qué, así que vacilé y ella me interrumpió.

—Mahalia sí. ¿Qué está haciendo?

Había sacado mi móvil. Levanté las dos manos sosteniéndolo, como si me rindiera.

—No te asustes —dije—. Estaba pensando que… necesitamos saber qué vamos a hacer. Hay gente que podría ayudarnos…

—Déjelo —dijo ella.

Aikam parecía ahora como si fuera a venir a por mí otra vez. Me preparé por si tenía que esquivarlo, pero giré el móvil de tal modo que ella pudiera ver que estaba apagado.

—Hay una opción que no te has planteado —seguí—. Podrías salir, cruzar la calle, un poquito más abajo de ahí, y caminar hasta YahudStrász. Está en Besźel. —Me miró como si estuviera loco—. Quedarte allí, mover los brazos. Podrías hacer una brecha.

Abrió los ojos de par en par.

Oímos a otro hombre ruidoso subir las escaleras y esperamos.

—¿No has pensado que quizá merezca la pena intentarlo? ¿Quién se atreve a tocar a la Brecha? Si Orciny va a por ti… —Yolanda no apartaba la mirada de las cajas donde guardaba los libros, su yo empaquetado—. A lo mejor incluso estarías más segura.

—Mahalia dijo que había enemigos —dijo Yolanda de nuevo. Su voz parecía llegar de muy lejos—. Una vez dijo que toda la historia de Besźel y Ul Qoma era la historia de la guerra entre Orciny y la Brecha. Besźel y Ul Qoma estaban dispuestas como piezas de ajedrez, en esa guerra. Podrían hacerme cualquier cosa.

—Vamos —la interrumpí—. Sabes que a la mayor parte de los extranjeros que hacen una brecha los expulsan sin más… —Pero esta vez ella me interrumpió a mí.

—Incluso si supiera que lo hacen, y eso es algo que ninguno de los dos sabe con certeza; piense en ello. Un secreto durante más de mil años, entre Ul Qoma y Besźel, que nos vigila todo el tiempo, lo sepamos o no. Con sus propios planes. ¿Cree que estaría más a salvo si la Brecha me cogiera? ¿En la Brecha? Yo no soy Mahalia. No estoy del todo segura de que la Brecha y Orciny sean enemigos. —Me miró y yo no la desdeñé—. A lo mejor trabajan juntos. O a lo mejor al invocarla le has estado cediendo un poder a Orciny durante siglos, mientras se quedan todos ahí sentados diciéndose que es un cuento. Yo creo que Orciny es el nombre con el que la Brecha se llama a sí misma.

20

Al principio no había querido que entrara; después, Yolanda no quería que me marchara.

—¡Lo verán! Lo encontrarán. Se lo llevarán y después vendrán a por mí.

—No puedo quedarme aquí.

—Lo cogerán.

—No puedo quedarme aquí.

Me miró mientras atravesaba la habitación a lo ancho hasta la ventana y volvía hasta la puerta.

—No lo haga… No puede llamar desde aquí…

—Tienes que dejar de estar así de asustada. —Pero no dije más porque no estaba convencido de que no tuviera razones para estarlo—. Aikam, ¿hay alguna otra forma de salir del edificio?

—¿Que no sea por donde hemos entrado? —Se quedó pensativo y absorto durante un momento—. Alguno de los apartamentos de abajo están vacíos, y quizá pudiera atravesarlos…

—De acuerdo. —Había empezado a llover y las gotas repiqueteaban sobre los sucios cristales. A juzgar por el apático oscurecerse de las ventanas blancas, el cielo solo estaba nublado. O quizá los colores se habían vuelto desvaídos. Aun así, parecía más seguro escapar con ese tiempo que si hubiera sido un día despejado o uno de esos días fríos pero soleados, como por la mañana. Empecé a pasear por la habitación.

—Está solo en Ul Qoma —susurró Yolanda—. ¿Qué puede hacer?

La miré al fin.

—¿Confías en mí?

—No.

—Peor para ti. No tienes elección. Voy a sacarte de aquí. No estoy en mi elemento, pero…

—¿Qué pretende hacer?

—Voy a sacarte de aquí y te llevaré a un terreno conocido, allí donde sí que tengo influencia. Voy a llevarte a Besźel.

Yolanda protestó. Nunca había estado en Besźel. Las dos ciudades estaban controladas por Orciny, las dos ciudades estaban vigiladas por la Brecha. La interrumpí.

—¿Y qué vas a hacer si no? Besźel es mi ciudad. Aquí tengo las manos atadas. No tengo contactos, no conozco a nadie. No sé por dónde moverme. Pero desde Besźel te puedo ayudar a escapar. Y tú puedes ayudarme.

—No puede…

—Yolanda, cállate. Aikam, no des un paso más. —No quedaba tiempo para seguir con esa inacción. Ella estaba en lo cierto, no podía prometerle nada más que una tentativa—. Puedo ayudarte a escapar, pero no desde aquí. Un día más. Espera aquí. Aikam, deja de trabajar. No vuelvas a tu puesto en Bol Ye’an. Tu trabajo a partir de ahora consiste en quedarte aquí y cuidar de Yolanda. —Poca era la protección que podía ofrecerle, pero sus continuas intervenciones en Bol Ye’an terminarían llamando la atención de alguien además de mí mismo—. Volveré. ¿Entiendes? Y te sacaré de aquí.

Other books

The River Midnight by Lilian Nattel
Game On by Lillian Duncan
Konnichiwa Cowboy by Tilly Greene
Daybreak by Ellen Connor
Austerity Britain, 1945–51 by Kynaston, David
One Last Love by Haines, Derek