La Maldición de Chalion (65 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: La Maldición de Chalion
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Cuando hubo remitido el ataque, se quedó tendido y jadeando sobre las frías tablas, con el camisón alborotado, las uñas rotas y ensangrentadas. Había vomitado y yacía en el charco. Se palpó la barba mojada para encontrar los labios ribeteados de babas y espuma. Su estómago —¿acaso había sido un sueño el horrible abultamiento?— había recuperado su distensión anterior, aunque toda la región abdominal le dolía y temblaba igual que músculos desgarrados tras un esfuerzo sobrehumano.

No puedo seguir así mucho más tiempo
. Algo se tenía que acabar… su cuerpo, su cordura, su aliento. Su fe. Algo.

Se levantó, limpió el suelo, se lavó en la palangana y encontró una camisa limpia y seca que ponerse a modo de camisón. Luego estiró las sábanas potreadas y empapadas de sudor, encendió todas las velas de la estancia y regresó a su cama. Se quedó con los ojos muy abiertos, devorando la luz.

Con el tiempo, el sonido de los murmullos de los sirvientes y las discretas pisadas en la galería le indicaron que el lugar comenzaba a desperezarse. Debía de haber dormitado, pues las velas se habían consumido y no recordaba haberse dado cuenta. Una luz gris se filtraba por debajo de la puerta y a través de los postigos.

Habría oraciones matutinas. Rezar esa mañana le parecía un buen plan, aunque lo amedrentara la idea de intentar moverse. Se levantó. Despacio. Bueno, la suya no iba a ser la única resaca en Taryoon esa mañana. Aunque
él
no había bebido. La casa había prescindido del luto cortesano para la boda; examinó las ropas que le habían cedido, consiguiendo lo que esperaba que fuera un resultado sobrio y jovial al mismo tiempo.

Bajó al patio para esperar a que salieran el sol y los jóvenes. Para el sol todavía tendría que esperar un poco; había dejado de llover, pero el cielo seguía estando nublado y frío. Cazaril secó el filo de piedra de la fuente con su pañuelo y se sentó. Intercambió una sonrisa y unos
buenos días
con una anciana sirvienta que pasó junto a él acarreando la colada. Un cuervo merodeaba al otro lado del recinto en busca de restos de comida. Cazaril ladeó la cabeza y cruzó la mirada brevemente con él, pero el ave no dio muestras de sentirse especialmente fascinado por él. Bien pensado, la indiferencia del pájaro le suponía más un alivio que otra cosa.

Por fin, en lo alto de la galería, las puertas que vigilaba Cazaril se abrieron. Los somnolientos guardias baocios que las flanqueaban se pusieron firmes. Se escucharon voces femeninas, y la de un hombre, baja y risueña. Aparecieron Bergon e Iselle, vestidos para las preces matinales, ella con la mano ligeramente apoyada en el brazo que le ofrecía él. Giraron para bajar las escaleras a la par y se apartaron de la sombra de la galería.

No… la sombra los seguía.

Cazaril se frotó los ojos y los abrió de nuevo. Se quedó sin aliento.

La densa nube que envolvía a Iselle arropaba ahora también a Bergon.

Iselle sonrió a su marido, y Bergon le devolvió la sonrisa; la noche anterior parecían ansiosos, cansados y algo asustados. Esta mañana tenían el aspecto de dos personas enamoradas. Con la negrura bullendo a su alrededor, los dos parecían el humo que escapa de un barco en llamas.

Al acercarse, Iselle le dedicó un alegre:

—¡Buenos días, lord Caz!

Bergon sonrió, y dijo:

—¿No os unís a nosotros, sir? Tenemos mucho que agradecer juntos esta mañana, ¿no creéis?

Cazaril retrajo los labios para esbozar la triste imitación de una sonrisa.

—Me… voy… iré un poco más tarde. Me he dejado una cosa en el cuarto.

Se levantó de golpe y pasó corriendo junto a ellos para subir las escaleras. Se giró y volvió a mirar desde la galería mientras la pareja salía del patio. Dejando un rastro de sombras.

Cerró la puerta de su cámara y se quedó apoyado en ella, sollozando, llorando casi.
Dioses. Dioses. ¿Qué he hecho?

No he liberado a Iselle. He condenado a Bergon.

26

Angustiado, Cazaril se pasó toda la mañana encerrado en su cuarto. Por la tarde llamó un paje a su puerta, con la temida noticia de que el róseo y la rósea deseaban entrevistarse con él en sus aposentos. Cazaril pensó en la posibilidad de alegar sentirse indispuesto, aunque lo cierto era que casi no tenía ni que fingirlo. No, porque Iselle le enviaría a sus médicos, probablemente en manada… se acordó de la última vez, con Rojeras, y se estremeció. Con infinita renuencia, se alisó la ropa, se puso presentable y salió a la galería en dirección a la habitación real.

Las altas ventanas a bisagra del salón estaban abiertas para permitir el paso de la fresca luz primaveral. Iselle y Bergon, todavía con las ropas de gala con las que habían asistido al banquete a mediodía en el palacio del marzo de Huesta, estaban esperándolo. Ambos estaban sentados codo con codo en la esquina de una mesa cargada de papeles, pergaminos y plumas sin usar, con una tercera silla ya apartada a modo de invitación al otro lado. Tenían las cabezas, ambarina la de ella y castaña la de él, pegadas y conversaban en voz baja. La sombra seguía bullendo lánguidamente a su alrededor, tan viscosa como la brea caliente. Cuando entró Cazaril, ambos lo miraron y sonrieron. Él se humedeció los labios e hizo una reverencia, con el semblante impasible.

Iselle señaló los papeles.

—La siguiente tarea que nos urge es escribir una carta a mi hermano Orico, para informarle de los pasos que hemos dado, y asegurarle que cuenta con nuestra más leal sumisión. Creo que deberíamos incluir algunos extractos de los artículos de nuestro matrimonio, los más favorables a Chalion, para que le resulte más sencillo asimilarlo, ¿no crees?

Cazaril se aclaró la voz y tragó saliva. Bergon frunció el ceño.

—Cazaril, estás pálido como un… er. ¿Te encuentras bien? ¡Por favor, siéntate!

Cazaril consiguió negar débilmente con la cabeza. De nuevo se sintió tentado de decir una mentira y fingirse enfermo… o una media verdad, más bien, pues se sentía lo suficientemente mal.

—Todo ha salido mal —susurró. Hincó una rodilla ante el róseo—. He cometido un error imperdonable. Lo siento. Lo siento.

El cauto y sobresaltado rostro de Iselle apareció ante sus ojos.

—¿Lord Caz…?

—Vuestra boda… —tragó saliva de nuevo y se obligó a mover los labios entumecidos—, no ha eliminado la maldición de Iselle como yo esperaba. En vez de eso, ahora se ha extendido a los dos.


¿Cómo?
—exhaló Bergon.

Las lágrimas entrecortaban las palabras de Cazaril.

—Y ahora no sé qué hacer…

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Iselle, con apremio.

—Puedo verlo. Puedo verla ahora encima de vosotros dos. Si algo ha cambiado es que ahora es más negra y espesa. Más firme.

Bergon entreabrió los labios, desolado.

—¿He… he hecho algo mal? ¿Cualquier cosa?

—¡No, no! Pero tanto Sara como Ista se casaron con la Casa de Chalion, y con la maldición. Supuse que era porque los hombres y las mujeres son diferentes, que de alguna manera seguía la línea sucesoria de herederos de Fonsa, unida al nombre.

—Pero yo también soy la heredera de Fonsa —dijo despacio Iselle—. Y la sangre es algo más que el nombre. Cuando dos personas se casan, no significa que una desaparezca y sólo quede la otra. Somos dos, no uno por encima del otro. Oh, ¿podemos hacer algo? ¡Tiene que haber algo que podamos hacer!

—Ista dijo —comenzó Cazaril, pero se interrumpió. No estaba nada seguro de querer compartir con esos dos jóvenes tan decididos lo que le había confesado Ista. Iselle podría volver a pensar…

La ignorancia no es lo mismo que la estupidez, pero bien pudiera serlo
, le había recriminado Iselle en una ocasión. Ahora era demasiado tarde para protegerla de la verdad. Por la ira de los dioses, ella sería la próxima royina de Chalion. Con el derecho de gobernar adquiriría el deber de proteger… el privilegio de recibir protección debía quedarse atrás junto a los demás juguetes de la infancia. Incluso la protección contra el conocimiento amargo.
Sobre todo contra el conocimiento
.

Cazaril tragó saliva para despejar la voz.

—Ista dijo que había otra manera.

Se aupó hasta la silla y se sentó pesadamente. Con voz entrecortada, con palabras tan llanas que sonaban brutales, Cazaril repitió la historia que le contara Ista acerca de lord de Lutez, el roya Ias y su visión de la diosa. Acerca de las dos noches infernales en las mazmorras del Zangre con el hombre maniatado y la cuba de agua helada. Cuando hubo concluido, sus dos oyentes lo miraban pálidos como la cera.

—Pensaba… temía… que tal vez yo fuera el elegido —dijo Cazaril—. Por la noche en que intenté canjear mi vida a cambio de la muerte de Dondo. Me
aterrorizaba
pensar que yo pudiera ser el elegido.
El de Lutez de Iselle
, como me llamó Ista. Pero juro delante de todos los dioses que, si pensara que pudiera surtir efecto, os pediría que me sacarais a rastras ahora mismo y me ahogarais en la fuente del patio. Dos veces. Pero ahora no puedo convertirme en el sacrificio. Mi segunda muerte será la definitiva, pues el demonio de la muerte huirá con mi alma y la de Dondo, y no sé cómo podría regresar entonces a mi cuerpo.

Se frotó los ojos con el dorso de la mano.

Bergon contempló a su nueva esposa como si pudiera devorarla con los ojos. Al cabo, sombrío, dijo:

—¿Y yo?

—¿Qué? —dijo Iselle.

—Acepté venir aquí para salvarte de esta cosa. Bueno, el método es un poco más complicado, eso es todo. No me da miedo el agua. ¿Por qué no me ahogáis?

Las inmediatas protestas de Cazaril e Iselle se apelotonaron; Cazaril desechó la idea con un pequeño ademán. Iselle repitió:

—Ya se intentó en una ocasión. Se intentó, y no salió bien. ¡No estoy dispuesta a ahogaros a ninguno de los dos, nada de eso! No, ni a ahorcaros, ni a haceros ninguna otra barbaridad que se os pueda ocurrir. ¡No!

—Además —añadió Cazaril—, las palabras de la diosa fueron que un hombre debía dar su vida tres veces
por
la Casa de Chalion, no que tuviera que morir tres veces un hombre de la Casa de Chalion. —Al menos, según Ista. ¿Habría repetido ella su visión al pie de la letra? ¿O encerraban sus palabras algún error fatídico? Daba igual, siempre y cuando disuadieran a Bergon de su espantosa sugerencia—. No creo que puedas romper la maldición desde dentro, o habría sido Ias, y no de Lutez, el que se hubiera sumergido en la cuba. Y, que los cinco dioses me perdonen, Bergon, ahora tú estás dentro de esa cosa.

—De todos modos, me da mala espina —dijo Iselle, entornando los ojos—. Como si fuera una trampa. ¿Qué fue eso que me contaste que te había dicho el santo Umegat, cuando le preguntaste qué deberías hacer? ¿Sobre las tareas diarias?

—Dijo que debería cumplir con mis quehaceres diarios según vinieran a mí.

—Bien, en ese caso, seguro que los dioses no han terminado con nosotros. —Tamborileó los dedos sobre el mantel—. Se me ocurre… mi madre dio a luz en dos ocasiones para la Casa de Chalion. Nunca tuvo ocasión de hacerlo una tercera vez. Sin duda
ése
es un deber que le dan los dioses a una.

Cazaril pensó en el caos que podría desatar la maldición, entrometiéndose en los riesgos del embarazo y el parto como se había entrometido en las batallas de Ias y Orico, y se estremeció. La esterilidad, como en el caso de Sara, era el menor de los posibles desastres.

—Santos dioses, Iselle, creo que sería mejor meterme en el barril.

—Además —dijo Bergon—, la diosa habló de un hombre. Habló de un hombre, ¿verdad, Caz?

—Ah… eso dijo lady Ista, sí.

—Los divinos dicen que cuando los dioses instruyen a los hombres en sus rectos deberes, también se refieren a las mujeres —gruñó Iselle—. No existe distinción alguna. Además, hace dieciséis años que vivo bajo la maldición sin saberlo. Y he sobrevivido de algún modo.

Pero ahora está empeorando. Es más fuerte
. La muerte de Teidez era para Cazaril ejemplo suficiente de su forma de actuar: las virtudes y cualidades del muchacho, por pocas que hubieran sido, se habían corrompido y deformado. Iselle y Bergon, entre los dos, sumaban numerosas virtudes y cualidades. El potencial de las distorsiones de la maldición era inmenso.

Iselle y Bergon se habían cogido de la mano encima de la mesa. Iselle se frotó los ojos con la mano libre, se pellizcó el puente de la nariz y sorbió ruidosamente.

—Con maldición o sin ella, tenemos que jurar obediencia a Orico, y enseguida. Para que de Jironal no pueda acusarme de sublevación. Ojalá yo estuviera junto a Orico, entonces sabría persuadirle de lo ventajoso que es este enlace para Chalion.

—Orico es muy persuasible —comentó secamente Cazaril—. Lo difícil es conseguir que
permanezca
persuadido.

—Sí, y no olvidemos ni por un momento que de Jironal está con él en Cardegoss. Mi mayor temor es que el canciller, al enterarse de la noticia, convenza de alguna manera a Orico para cambiar los términos de su testamento.

—Conseguid el apoyo de los provincares de Chalion, rósea, y ellos estarán dispuestos a ayudaros a resistir cualquier posible codicilo de ese tipo.

Iselle arrugó el entrecejo.

—Ojalá pudiéramos ir a Cardegoss. Debería estar al lado de Orico, que puede que yazca en su lecho de muerte. Deberíamos estar en la capital cuando se desarrollen los acontecimientos.

Cazaril hizo una pausa, antes de decir:

—Eso es difícil. No puedes ponerte en manos de de Jironal.

—No pensaba ir sola. —Su sonrisa centelleó siniestra, igual que el brillo de la luna en el filo de un cuchillo—. Pero deberíamos aprovechar todos los resquicios legales además de cualquier posible ventaja táctica. No estaría de más recordar a los lores de Chalion que todo el poder legal del canciller fluye a él por medio del roya. Exclusivamente.

—Conocéis a ese hombre mejor que yo —dijo Bergon, nervioso—. ¿Creéis que de Jironal va a quedarse de brazos cruzados cuando conozca la noticia?

—Cuanto más tiempo se vea obligado a permanecer de brazos cruzados, mejor. Ganamos partidarios a cada día que pasa.

—¿Se sabe algo de la respuesta de de Jironal? —preguntó Cazaril.

—Todavía no —dijo Bergon.

Esa demora valía para ambas partes, por desgracia.

—Comunicádmelo de inmediato si hay alguna noticia. —Cazaril inhaló profundamente, alisó una hoja de papel en blanco y cogió una pluma—. Bueno. ¿Cómo queréis que os anuncie…?

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