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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

La Maldición de Chalion (62 page)

BOOK: La Maldición de Chalion
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Levantaron la cabeza cuando entró él, las mujeres con ansiedad, la expresión de de Baocia atemperada por la cautela. El tío de Iselle guardaba escaso parecido con su hermana pequeña Ista, sólido en vez de frágil, aunque tampoco era demasiado alto, y compartía el color de pelo pardo de Ista, encanecido. De Baocia estaba acompañado a su vez de un hombre robusto al que Cazaril tomó por su secretario, y por otro más anciano cuya túnica de cinco colores lo delataba como archidivino de Taryoon. Cazaril lo observó esperanzado en busca de algún destello de luz divina, pero no era más que un sencillo devoto.

La nube negra seguía flotando pesadamente en torno a Iselle, según la segunda visión de Cazaril, aunque ahora se arremolinaba abotargada y lánguida.
No por mucho más tiempo, por la gracia de la Dama
.

—Bienvenido a casa, castelar —dijo Iselle. La calidez de su voz fue como una caricia en su frente; el empleo de su título, una discreta advertencia.

Cazaril se persignó.

—Cinco dioses, Rósea, todo está en orden.

—¿Tenéis los tratados? —quiso saber de Baocia, con los ojos clavados en los paquetes bajo el brazo de Cazaril. Tendió una mano ansiosa—. La preocupación por ellos ha sido una constante en nuestros consejos.

Cazaril sonrió ligeramente y pasó junto a él para arrodillarse a los pies de Iselle, esforzándose con cuidado para no soltar un gruñido de dolor ni incurrir en una torpeza indebida. Rozó con los labios el dorso de las manos que le tendieron y depositó en ellas, y sólo en ellas, el fajo de documentos cuando las giró la rósea.

—Todo según vuestras órdenes.

Iselle tenía los ojos brillantes de aprecio.

—Gracias, Cazaril. —Miró de soslayo al secretario de su tío—. Traed una silla a mi embajador, por favor. Ha cabalgado mucho y muy duro, sin descanso. —Comenzó a desdoblar la seda.

El secretario acercó una silla con un cojín relleno de lana. Cazaril esbozó una rígida sonrisa de agradecimiento y pensó en el problema que supondría volver a levantarse graciosamente. Para su azoramiento, Betriz se arrodilló junto a él y, un segundo después, el archidivino hizo lo propio, y ambos lo ayudaron a incorporarse. Los ojos negros de Betriz lo escrutaron, demorándose fugaz y temerosamente en su vientre distendido por el tumor, pero no pudo sino sonreír alentadoramente en esa situación.

Iselle estaba leyendo el contrato matrimonial, aunque esperó un momento a que Cazaril se sentara para lanzarle una pequeña sonrisa. Cazaril observaba y esperaba. A medida que ella terminaba cada página entregaba el rectángulo de pergamino manuscrito y estampado con tinta a su expectante tío, que a su vez iba cediéndoselos al archidivino. El secretario era el último de la cadena, pero no por eso su lectura era menos detenida. Fue ordenando reverencialmente las páginas conforme se las entregaban.

De Baocia enlazó las manos y esperó a que el archidivino terminara de leer la última hoja. Ofreció el pergamino al corpulento secretario, en silencio.

—¿Bien? —dijo el provincar.

—No ha vendido Chalion. —El archidivino se persignó y alzó ambas manos abiertas dando gracias a los dioses—. ¡Ha comprado Ibra! Enhorabuena, rósea, a vuestro embajador… y a vos.

—A todos nosotros —dijo de Baocia. Los tres hombres se mostraban notablemente más animados.

Cazaril se aclaró la voz.

—Gracias, pero espero que no digan eso delante del róseo Bergon. Los tratados entrañan potenciales ventajas para ambas partes, al fin y al cabo. —Miró de soslayo al secretario de de Baocia—. Aunque tal vez contribuiría a paliar los temores de la gente que se copiasen los artículos con letra clara y grande y se clavaran en la pared junto a las puertas de vuestro palacio, para que todo el mundo pueda leerlos.

De Baocia arrugó el entrecejo, inseguro, pero el archidivino asintió y dijo:

—Sabia sugerencia, castelar.

—Eso me complacería mucho —aprobó quedamente Iselle—. Tío, os ruego que os ocupéis de ello.

Un paje sin aliento irrumpió en la cámara y frenó en seco ante de Baocia para farfullar:

—Vuestra señora dice que la comitiva del róseo Bergon se acerca a las puertas y que debéis reuniros con ella sin demora para darle la bienvenida.

—Voy de camino. —El provincar cogió aire y sonrió a su sobrina—. Luego te traeremos a tu enamorado. Acuérdate de exigir todos los besos de vasallaje, en frente, manos y pies. Debe verse que Chalion gobierna Ibra. Vela por el orgullo y el honor de tu Casa. No podemos permitir que se sitúe por encima de ti, so pena de alentar su presuntuosidad. Tienes que empezar tal y como pienses continuar.

Iselle entornó los ojos. A su alrededor, la sombra se oscureció, como si apretara su presa.

Cazaril se irguió en su silla y le dirigió una mirada de alarma y un discreto cabeceo.

—También el róseo Bergon tiene su orgullo, rósea, no menos honorable que el vuestro. Además, sus propios lores serán testigos de su actuación.

Iselle vaciló, antes de apretar los labios con resolución.

—Empezaré tal y como pienso continuar. —Su voz había perdido de repente toda suavidad y mostraba un filo acerado. Hizo un gesto hacia el contrato—. Ahí está la sustancia de nuestra igualdad, tío. Mi orgullo no me exige mayores demostraciones. Intercambiaremos besos de bienvenida, de igual a igual, sólo en las manos. —Las tinieblas remitieron un poco; Cazaril sintió un extraño escalofrío, como si la sombra de algún ave rapaz hubiera pasado sobre él antes de seguir su vuelo, frustrada.

—Admirable discreción —recalcó Cazaril, aliviado.

El paje, que daba saltitos inquieto, sostuvo la puerta abierta para que saliera el provincar, que se marchó apresuradamente.

—Lord Cazaril, ¿cómo ha sido vuestro viaje? —preguntó Betriz, aprovechando el interludio—. Parecéis… cansado.

—Demasiadas horas a caballo, pero sin demasiados incidentes. —Se acomodó en su asiento y la sonrió.

Betriz alzó las cejas negras.

—Creo que deberíamos llamar a Ferda y a Foix, para que nos cuenten algo más. Seguro que no ha sido así de monótono y aburrido.

—Bueno, tuvimos que vérnoslas con unos bandidos en las montañas. Obra de de Jironal, estoy seguro. Bergon se avino muy bien. El Zorro… accedió más fácilmente de lo que me esperaba, por un motivo que sí que fue inesperado. —Se inclinó hacia delante y bajó la voz—. ¿Os acordáis del compañero galeote del que os hablé, Danni, el joven de buena familia?

Betriz asintió, e Iselle dijo:

—Tengo buena memoria.

—Pues no sospechaba lo buena que era esa familia. Danni es el alias que utilizó Bergon para ocultar su verdadera identidad a sus captores. Al parecer su secuestro fue urdido por el difunto Heredero de Ibra. Bergon me reconoció cuando me presenté en la corte ibrana…
él
sí que había cambiado y crecido hasta volverse casi irreconocible.

Iselle entreabrió los labios, asombrada. Transcurrido un momento, exhaló:


Ahora
estoy segura de que la diosa te ha enviado a mí.

—Sí —admitió él, a regañadientes—. Yo también he llegado a esa conclusión.

La rósea se fijó en la doble puerta del otro lado de la estancia. Retorció las manos en el regazo, víctima de un repentino ataque de nervios.

—¿Cómo sabré que es él? ¿Es… es bien parecido?

—No sé cómo juzgan las damas ese tipo de cosas…

Las puertas se abrieron de par en par. Un gran número de personas traspuso el umbral: pajes, curiosos, de Baocia y su esposa, Bergon, de Sould y de Tagille, y Palli cerrando la comitiva. También los ibranos habían gozado de un baño y vestían las mejores ropas que habían conseguido guardar en sus magras bolsas, complementadas, Cazaril estaba seguro, con alguna que otra prenda conseguida de prestado y con urgencia, con buen criterio. La mirada de Bergon pasó de Betriz a Iselle en sonriente pánico, para posarse en esta última. Iselle observó cada uno de los tres rostros ibranos desconocidos en momentáneo terror.

El alto Palli, de pie detrás de Bergon, hizo una seña a la rósea y silabeó,
¡Éste!
Los ojos grises de la joven se iluminaron y sus pálidas mejillas se llenaron de color.

Iselle tendió ambas manos.

—Mi lord Bergon de Ibra —dijo, consiguiendo que la voz sólo le temblara un poco—. Bienvenido a Chalion.

—Mi lady Iselle de Chalion. —Bergon, tras acercarse a ella a largas zancadas, respondió sin aliento—. Gracias en nombre de Ibra. —Hincó una rodilla en el suelo y le besó las manos. Ella agachó la cabeza y besó las de él.

Bergon se incorporó y presentó a sus compañeros, que ensayaron sendas reverencias de cortesía. El provincar y el archidivino, con sus propias manos, arrastrándola un poco, acercaron una silla a Bergon y se colocaron junto a Iselle en el lado que no ocupaba Cazaril. Bergon sacó su regio regalo de presentación de una bolsa de cuero que le entregó de Tagille: un collar de espléndidas esmeraldas… una de las pocas joyas que habían pertenecido a su madre y que no había empeñado el Zorro para financiar su guerra. Los caballos blancos, por desgracia, se habían demorado y seguían en algún punto de la carretera. Bergon había pretendido obsequiarla con una ristra de nuevas perlas ibranas, pero había cambiado de idea ante el insistente consejo de Cazaril.

De Baocia pronunció un breve discurso de bienvenida, que hubiera sido mucho más prolijo si la tía de Iselle, tras intercambiar una mirada con su sobrina, no hubiera aprovechado una de las pausas de su consorte para invitar a los reunidos a tomar un refrigerio en la sala contigua. La joven pareja disfrutó de un instante de intimidad para conversar, cabeza con cabeza, inaudibles incluso para los ávidos curiosos que se rezagaron junto a las puertas abiertas y los que se asomaban frecuentemente para ver cómo iba todo.

Cazaril se contaba entre estos últimos, estirando el cuello con ansiedad desde la silla que había cambiado de sitio y alternando entre mordisquear alguna pasta y morderse los nudillos. Sus voces a veces aumentaban de volumen, a veces se atenuaban; Bergon hacía gestos e Iselle llegó a reírse dos veces en voz alta, y en tres contuvo el aliento, llevándose las manos a los labios, con los ojos muy abiertos. Iselle bajó la voz y dijo algo con vehemencia; Bergon ladeó la cabeza y escuchó atentamente, sin apartar los ojos de su rostro, salvo en un par de ocasiones, para mirar de reojo a Cazaril, tras lo que ambos bajaron aún más la voz.

Lady Betriz le trajo un vaso de vino aguado e inclinó la cabeza ante sus palabras de agradecimiento. Cazaril tenía la impresión de que podía adivinar de quién había sido la idea de disponer para él el baño caliente, los criados, la comida y la ropa limpia. La tersa piel de Betriz refulgía dorada a la luz de las velas, suave y lozana, pero su sobrio atuendo y el cabello recogido en la nuca le conferían una inesperada y madura elegancia. Una ardiente energía, a punto de transformarse en poder y sabiduría…

—¿Cómo crees tú que se habrán quedado las cosas en Valenda? —le preguntó Cazaril.

La sonrisa de la joven se mitigó.

—Tensas. Pero esperamos que se suavicen ahora que Iselle no está allí. No creo que de Jironal se atreva a actuar violentamente contra la viuda y la suegra del roya Ias.

—Mm, no de buenas a primeras. Si se desespera, todo será posible.

—Eso es verdad. O al menos, la gente dejará de discutir contigo sobre lo que es posible y lo que no.

Cazaril pensó en la enloquecida galopada de las dos jóvenes, que tan inesperada ventaja había supuesto para su situación táctica.

—¿Cómo lograsteis escapar?

—Bueno, al parecer de Jironal esperaba que nos quedáramos acobardadas en el castillo, intimidadas por su despliegue de armamento. Ya te puedes imaginar cómo le sentaba eso a la vieja provincara. Las espías de de Jironal no perdían de vista a Iselle en ningún momento, pero a mí sí. Cogí a Nan y bajamos a la ciudad, de recados para la casa, y observamos. Todas las defensas de sus hombres miraban hacia fuera, preparadas para repeler cualquier posible intento de rescate. Pero nadie podría impedir que visitáramos el templo, donde se alojaba lord de Palliar, para rezar por la salud de Orico. —Su sonrisa hizo aparecer dos hoyuelos—. Luego la provincara se enteró, no sé de qué manera, de que el canciller había enviado al menor de sus hijos junto a una tropa de caballería de su Casa a recoger a Iselle y conducirla apresuradamente a Cardegoss, puesto que Orico se moría. Lo que quizá fuese verdad, no lo sabemos, pero suponía un motivo añadido para que no deseara ponerse al alcance de de Jironal. De modo que huir se convirtió en algo acuciante, y lo hicimos.

Palli se había acercado para escuchar; de Baocia se unió a ellos.

Cazaril indicó con la cabeza a este último.

—Vuestra señora madre me escribió prometiendo que tendríamos el apoyo de vuestros camaradas provincares. ¿Habéis conseguido más partidarios?

De Baocia enumeró una lista de nombres de hombres a los que había escrito o de los que había recibido noticias. No era todo lo larga que hubiera deseado Cazaril.

—Palabras, por tanto. ¿Y tropas?

De Baocia se encogió de hombros.

—Dos de mis vecinos han prometido a Iselle más apoyo material, cuanto necesite. La idea de ver cómo las tropas personales del canciller ocupan una de mis ciudades los agrada tanto como a mí. En cuanto al tercero… en fin, está casado con una de las hijas de de Jironal. De momento se muestra prudente y habla lo menos posible.

—Es comprensible. ¿Dónde está ahora de Jironal, alguien lo sabe?

—En Cardegoss, creemos —dijo Palli—. La orden militar de la Hija sigue a falta de un santo general. De Jironal temía ausentarse demasiado tiempo del lado de Orico por miedo a que de Yarrin interviniera y persuadiera a Orico para que se uniera a su bando. La vida del roya pende de un hilo, según me ha informado de Yarrin en secreto. Está enfermo, pero parece que no ha perdido el juicio; Orico pretende aprovechar su aflicción para retrasar cualquier posible decisión, en un intento por no ofender a nadie.

—Parece algo propio de él. —Cazaril se atusó la barba y miró a de Baocia—. Hablando de los soldados del Templo, ¿cómo de numeroso es el contingente de la Orden del Hermano estacionado en Taryoon?

—Una compañía solamente, unos doscientos hombres —respondió el provincar—. No estamos tan guarnecidos como Guarida u otras provincias limítrofes con los principados roknari.

Eso eran doscientos hombres dentro de las murallas de Taryoon, reflexionó Cazaril.

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