—
Ahí
estás —dijo Cazaril, feliz. Su voz era un graznido apagado—. Ahora puedes besarme.
Ella se atragantó, se arrodilló, se acercó a él de rodillas y estiró el cuello. Sus labios eran cálidos. El perfume de su boca no tenía nada que ver con el de la diosa, era el de una mujer humana, excelente así y todo. Él tenía los labios fríos, y los aplastó contra los de ella casi sólo para tomarle prestado su calor y su juventud. Sí. Había nadado en milagros cada día de su vida, y ni siquiera se había dado cuenta.
Apartó la cabeza.
—De acuerdo. —No añadió,
Ya es suficiente
, porque no lo era—. Ahora podéis sacarme la espada.
Los hombres se acercaron a él, en su mayoría desconocidos de aspecto preocupado. Betriz se frotó el rostro, se desabrochó la túnica, se puso de pie y esperó. Alguien agarró a Cazaril por los hombros. Un paje acercó una almohadilla doblada para taponar la herida, y alguien más ofreció rollos de vendas con los que envolverle el torso.
Cazaril entrecerró los ojos, inseguro. Betriz estaba aquí: por tanto, Iselle debía de estar, debía de estar…
—¿Dónde está Iselle? ¿Y Bergon?
—Estoy aquí, lord Caz. —La voz de Iselle se escuchó a su lado.
Se situó delante de él, la viva imagen del desconsuelo. Se había librado de las pesadas túnicas con brocados exteriores en su huida y parecía aún que le faltara el aliento. También se había librado del negro manto de la maldición… ¿no? Sí, decidió. Su visión interior se estaba oscureciendo, pero no podría pasar por alto algo así.
—Bergon está con mi tío —continuó ella—, ayudando a expulsar de la zona a los restantes hombres de de Jironal. —Su voz era firme a pesar de las lágrimas que le bañaban el rostro.
—La sombra negra se ha ido —dijo él—, de ti y de Bergon. De todos.
—
¿Cómo?
—Te lo contaré todo, si sobrevivo.
—
¡
Cazaril!
Sonrió brevemente al escuchar la exasperada y familiar cadencia que imprimía ella a su nombre.
—¡Entonces, vive! —A Iselle le falló la voz—. ¡Te… te lo ordeno!
De Tagille se arrodilló delante de Cazaril.
Éste asintió con la cabeza.
—Sacadla.
—Muy recta y con suavidad, lord de Tagille —instruyó tensamente Iselle—, para no ampliar el corte.
—Sí, mi lady. —De Tagille se humedeció los labios con aprensión y asió la empuñadura de la espada.
—Con cuidado —jadeó Cazaril—, pero no
demasiado
despacio,
por favor…
La hoja salió de él; un borbotón cálido inundó la boca de la herida tras ella. Cazaril esperaba desmayarse, pero sólo se tambaleó mientras le aplicaban las almohadillas y las apretaban contra su vientre y su espalda. Miró abajo esperando ver su regazo empapado de sangre, pero no se encontró con ninguna marea roja; era un líquido claro, apenas teñido de rosa.
La espada debe de haberme perforado el tumor
. Que
no
estaba, al parecer, y que el Bastardo friera a Rojeras por provocarle esa pesadilla, ocupado por ninguna especie de grotesco feto demoníaco a fin de cuentas. Intentó no pensar,
Al menos ya no más
. Un murmullo de asombro circuló entre el corro de espectadores cuando inundó el aire la fragancia a flores celestiales de esta exudación.
Se dejó caer, laso e inerte, en brazos de sus ansiosos ayudantes. Consiguió echar un último vistazo subrepticiamente a su guijarro antes de que unas manos voluntariosas lo subieran en volandas a su dormitorio. Estaban nerviosos y asustados, pero él comenzaba a sentirse plácidamente relajado. Parecía que siempre tenía que acabar armando algún revuelo. Cuando Betriz le cogió la mano, mientras lo depositaban en la cama, él asió la suya y no la soltó.
Unos golpecitos y unas voces quedas en la puerta de su cámara sacaron a Cazaril de su letargo. La estancia estaba en penumbra. Una vela solitaria enfrentada a la profunda oscuridad le indicó que caía la noche. Oyó murmurar al médico, que había estado sentado junto a él:
—Está dormido, ros… royina…
—No, no estoy dormido —llamó Cazaril—. Adelante. —Tensó los brazos para incorporarse, pero cambió de idea. Añadió—: Encended más luces. Muchas más. Quiero veros.
Un gran número de personas entró en su cámara, intentando guardar silencio y discreción, como si la timidez hubiera asaltado de repente al desfile. Iselle y Bergon, con Betriz y Palli a su lado; el archidivino de Taryoon, con el menudo juez del Padre observando curioso tras sus pasos. Casi atestaban el cuarto. Cazaril sonrió afablemente desde su paraíso horizontal de sábanas limpias y quietud mientras una vela se acercaba a otra y se multiplicaban las llamas.
Bergon lo miró con aprensión y susurró al médico, con voz ronca:
—¿Cómo se encuentra?
—Antes tenía la orina teñida de sangre, pero esta noche ha mejorado. Aún no presenta fiebre. No me he atrevido a permitir que bebiera más que un poco de té, a la espera de ver cómo evoluciona su herida. No sé cuánto le duele.
Cazaril decidió que prefería hablar por sí mismo.
—Me duele, eso está claro. —Hizo otro débil intento por girarse, y frunció el ceño—. Me gustaría sentarme un poco. No puedo hablar así, mirándoos las narices. —Palli y Bergon se apresuraron a ayudarlo a incorporarse con delicadeza, apiñando almohadas a su espalda.
—Gracias —dijo Iselle al médico, que hizo una reverencia y, comprendiendo la indirecta real, se quitó de en medio.
Cazaril se acomodó con un suspiro, y dijo:
—¿Qué se sabe? ¿Están atacando Taryoon? Y dejad de hablar en susurros como si estuvierais en un entierro.
Iselle sonrió al pie de su cama.
—Han pasado muchas cosas —le dijo. Su voz recuperó su acostumbrada firmeza—. De Jironal tenía hombres avanzando tan deprisa como les era posible, tanto de su yerno en Thistan como de Valenda, como apoyo para los espías y secuestradores que se habían infiltrado en el festival. Entrada la noche pasada, la columna que se acercaba por la carretera de Valenda se encontró con la delegación que llevaba nuestra carta a Orico en Cardegoss y los capturó.
—Vivos, ¿sí? —preguntó Cazaril, alarmado.
—Hubo algunos heridos, pero ningún muerto, gracias a los dioses. Se produjo un intenso debate en su campamento.
Bueno, había enviado a los hombres más sensatos y persuasivos de peso y renombre de Taryoon para acometer esa empresa diplomática.
—Por la tarde, mandamos algunos representantes para parlamentar. Incluimos a algunos de los hombres de de Jironal que habían sido testigos de la pelea en el patio, y… y de ese milagroso fuego azul que acabó con su vida, para dar explicaciones y testimonio. Lloraron y balbucieron un montón, pero fueron de lo más convincentes. Cazaril,
de verdad
, ¿qué…? Oh, y dicen que Orico ha fallecido.
Cazaril suspiró.
Lo sabía
.
—¿Cuándo?
—No está del todo claro —respondió el archidivino de Taryoon—. Llegó una mensajera del Templo esta tarde con la noticia. Me entregó una carta del archidivino Mendenal de Cardegoss, en la que decía que la muerte tuvo lugar la noche después de que la rósea… la royina contrajera matrimonio. Pero todos los hombres de de Jironal afirman que éste les dijo que Orico había muerto la noche antes, y que por eso él era el legítimo regente de Chalion. Supongo que mentía. No sé si eso cambia algo ahora.
Pero podría haberlo cambiado, si los acontecimientos hubieran tomado otro rumbo… Cazaril frunció el ceño, curioso y especulativo.
—En cualquier caso —intervino Bergon—, entre la noticia del sorprendente fallecimiento de de Jironal y el fracaso y captura de sus infiltrados, y tras enterarse de que no se habían alzado contra una Heredera rebelde sino contra su legítima royina, las columnas se han rendido. Los hombres regresan a sus hogares. Vengo de asegurarme de eso. —Cierto, estaba salpicado de barro, tenía los ojos iluminados con la exultación del éxito… y el alivio.
—¿Pensáis que resistirá la tregua? —preguntó Cazaril—. De Jironal movía los hilos de una considerable red de poder y relaciones, y hay muchas personas que saben que sus intereses siguen corriendo peligro.
Palli gruñó y meneó la cabeza.
—Les falta el respaldo de las fuerzas de la Orden del Hijo, a la que ahora le falta la cabeza… es más, tienen la casi absoluta certeza de que su facción perderá el control de esa orden. Creo que el clan Jironal aprenderá a actuar con cautela.
—El provincar de Thistan ya nos ha remitido una carta de vasallaje —dijo Iselle—, acaba de llegar. Tiene pinta de haber sido escrita apresuradamente. Pensamos esperar otro día a que se despejen los caminos y dar gracias a los dioses en el templo de Taryoon. Luego Bergon y yo acudiremos a Cardegoss con un contingente de la caballería de mi tío, para asistir al funeral de Orico y celebrar mi coronación. —Se mostró alicaída—. Me temo que tendremos que dejarte aquí solo algún tiempo, lord Caz.
Cazaril miró a Betriz, que lo observaba a él a su vez, con los ojos negros llenos de preocupación. Allá donde fuera Iselle, Betriz, su principal cortesana, tenía que seguirla.
Iselle continuó:
—No hables si te duele mucho, pero, Cazaril… ¿qué pasó en el patio? ¿De verdad abatió la Hija a de Jironal con un relámpago?
—Su cuerpo eso indicaba, lo confieso —dijo Bergon—. Estaba
carbonizado
. No había visto nunca nada igual.
—Ésa es una buena historia —dijo Cazaril, despacio—, y bastará para la mayoría de los hombres. Los que estáis aquí deberíais saber la verdad, pero… creo que esta verdad no debería ser demasiado pública, ¿eh?
Iselle indicó al médico que se excusara. Lanzó una mirada curiosa al juez de primera instancia.
—¿Y este caballero, Cazaril?
—El honorable Paginine… va camino de convertirse en colega mío. Debería quedarse, y el archidivino también.
Cazaril vio cómo su público se distribuía en torno a su cama, observándolo con aliento contenido. Ni Paginine ni el archidivino, ni Palli, estaban al corriente de los preámbulos relativos a Dondo y el demonio de la muerte, comprendió Cazaril, por lo que se sintió impulsado a remontarse al principio, si bien lo resumió tanto y tan sensatamente como le fue posible. Esperaba al menos que sonara coherente, no como los desvaríos de un orate.
—El archidivino Mendenal de Cardegoss está enterado de toda esta historia —aseguró a la atónita pareja de Taryoon. Palli había torcido la boca en un gesto a caballo entre el asombro y la indignación; Cazaril evitó mirarlo a los ojos, sintiéndose un poco culpable—. Pero cuando de Jironal ordenó a sus hombres que me inmovilizaran y me ensartó con su espada… cuando me asesinó, el demonio de la muerte nos capturó a todos en una desequilibrada confusión de asesinos y víctimas. Esto es, el demonio se llevó a los dos, pero de alguna manera mi alma estaba adherida, y los siguió… lo que vi entonces… la diosa… —Se le quebró la voz—. No sé si puedo abrir la boca y expresar el universo con palabras. No cabe. Si tuviera todas las palabras de todos los idiomas del mundo que alguna vez han sido y las que serán, y hablara sin descanso hasta el fin de los tiempos, ni siquiera así podría… —Estaba temblando, de repente, con los ojos anegados en lágrimas.
—Pero no estabas muerto de verdad, ¿no? —dijo Palli, preocupado.
—Ah, sí. Pero sólo un momento… un breve instante que, um, se prolongó enormemente. Si no hubiera muerto de verdad, no podría haber resquebrajado la muralla entre los mundos y la diosa no podría haber entrado para retirar la maldición. Que era una gota de sangre del Padre, hasta donde pude entender, aunque desconozco cómo obtuvo algo así el General Dorado. Eso es una metáfora, por cierto. Lo siento. No tengo… no tengo palabras para describir lo que vi. Hablar de ello es como intentar tejer un cesto de sombras para acarrear agua. —
Y nuestras almas están muertas de sed
—. La Dama de la Primavera me permitió ver con Sus ojos, y aunque he perdido mi segunda visión, creo, es como si mis ojos ya no funcionaran como solían…
El archidivino se persignó. Paginine carraspeó y, con deferencia, dijo:
—En verdad, mi lord, ya no os rodea ese cegador espectáculo de luces.
—¿No? Ah, bien. —Vehemente, Cazaril añadió—: Pero el manto negro que rodeaba a Bergon e Iselle también ha desaparecido, ¿no es así?
—Así es, mi lord. Róseo, royina, con vuestro permiso. Parece que la sombra se ha desvanecido por completo.
—De modo que todo está en orden. Dioses, demonios, fantasmas, la compañía al completo, todos se han ido. Ya no tengo nada de raro —se felicitó Cazaril.
Paginine torció el semblante en una expresión que no era del todo un rictus, ni tampoco una sonrisa.
—Yo no me atrevería a decir tanto, mi lord —murmuró.
El archidivino propinó un codazo a Paginine, y susurró:
—Pero dice la verdad, ¿sí? Por descabellada que parezca…
—Oh, sí, Vuestra Reverencia. De eso no me cabe la menor duda. —La ambigua mirada que dedicó a Cazaril denotaba una comprensión mayor que la del archidivino, que se mostraba atónito y apabullado por el asombro.
—Mañana —anunció Iselle—, Bergon y yo encabezaremos una procesión de acción de gracias hasta el templo, descalzos, para mostrar nuestra gratitud a los dioses.
—Oh —dijo Cazaril, preocupado—. Oh, pues andad con cuidado. No vayáis a pisar ahora un trozo de cristal o un clavo herrumbroso.
—Cada uno vigilará dónde pone el pie el otro durante todo el camino —le prometió Bergon.
Cazaril añadió dirigiéndose a Betriz, extendiendo la mano sobre las sábanas hasta tocar la de ella:
—Sabes, ya no estoy encantado. Se me ha quitado un peso de encima, en más de un sentido. Eso es liberador para cualquiera, sí… —Su voz perdía volumen, ronca de cansancio. La mano de Betriz se giró bajo la suya y se la apretó en secreto.
—Será mejor que nos retiremos y te dejemos descansar —dijo Iselle, con renovada preocupación—. ¿Quieres algo, Cazaril? Lo que sea.
A punto de responder,
No, nada
, cambió de opinión y dijo:
—Ah. Sí. Quiero música.
—¿Música?
—A lo mejor un poco de música tranquila —propuso Betriz—. Para ayudarle a conciliar el sueño.
Bergon esbozó una sonrisa.
—En ese caso, si no os importa, ocupaos de ello, lady Betriz.
La comitiva se retiró ostentosamente de puntillas. Regresó el médico, que consintió que Cazaril bebiera un poco de té a cambio de otra muestra de orina teñida de sangre, la cual examinó suspicaz a la luz de las velas antes de emitir un gruñido inquietante.