La Profecía (39 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Profecía
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—La
Theldara
dijo que había sido un... hum... ataque suave —continuó Joram, víctima también él de repentinos deseos y anhelos—. Explicó algo acerca de que los vasos sanguíneos se estrechaban y no dejaban que la sangre llegara al cerebro. No lo entiendo, pero hubiera podido ser muy grave, dejándolo paralizado para siempre. En este caso, ella dijo que los propios poderes mágicos del Padre Dunstable eran capaces de curar por completo el daño producido. Yo quería dar las gracias a Marie por su ayuda —añadió Joram con voz ronca, porque no estaba demasiado acostumbrado a dar las gracias a nadie—, antes de que se fuera. Si pudieras hacerlo tú cuando entres en la casa...

Se inclinó, una vez más, y empezó a alejarse; pero de nuevo, aquella suave mano presionando en su brazo lo detuvo.

—Re... recé a Almin para pedirle que estuviera bien hoy —murmuró Gwen en un tono de voz tan bajo que Joram tuvo que acercarse más a ella para poder oír.

Accidentalmente, Gwen dejó la mano sobre el brazo de él y Joram la capturó con rapidez.

—¿Rezaste sólo por eso? —le preguntó con suavidad, rozando con los labios sus cabellos.

Gwendolyn sintió el contacto de sus labios, a pesar de que había sido apenas perceptible. De repente, todo su cuerpo se había vuelto muy sensible a su presencia; su mismo pelo parecía estremecerse ante la proximidad del muchacho. Al alzar la cabeza, Gwen se encontró mucho más cerca de Joram de lo que había esperado. Aquella extraña sensación de agradable dolor que se había despertado en su interior cuando él tomó su mano se volvió más poderosa y atemorizante. Era muy consciente de su presencia, de su presencia física. Los labios que habían rozado sus cabellos estaban entreabiertos, como si estuvieran sedientos. Sus brazos eran fuertes y se deslizaron alrededor de su cuerpo, atrayéndola hacia una oscuridad y un misterio que hacían que su corazón se detuviera paralizado de miedo y, al mismo tiempo, palpitara alocadamente a causa de la emoción.

Asustada, Gwen intentó apartarse, pero él la sujetó con fuerza.

—Por favor, déjame ir —le pidió con voz débil, apartando el rostro, temerosa de volver a mirarlo a los ojos, temerosa de que se diera cuenta de lo que estaba segura se reflejaba claramente en sus ojos.

En lugar de ello, Joram la apretó aún más contra él. La sangre empezó a correr, tumultuosa, por el cuerpo de la muchacha; sentía un gran ardor en su interior y en cambio se estremecía de frío. Sintió que el calor de él la envolvía; su energía la confortaba y al mismo tiempo la asustaba. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos y decirle que la dejara marchar...

Por un motivo u otro, las palabras no llegaron a salir de su boca; estaban en sus labios pero entonces los labios del muchacho tocaron los suyos y las palabras fueron absorbidas, desapareciendo en un estremecimiento producido por un dolor terriblemente dulce.

Quizás Almin no escucha, después de todo, las oraciones de los enamorados. Si lo hubiera hecho, hubiera dejado a los dos en aquel perfumado jardín para siempre, abrazados el uno al otro. Pero el llanto del señorito Samuel cesó, una puerta se cerró de golpe y Gwen, enrojeciendo profundamente, se soltó de los brazos de Joram.

—De... debo irme —exclamó, retrocediendo, tropezando llena de pánico.

—¡Espera, una palabra! —exclamó Joram rápidamente, dando un paso hacia ella—. Si... si... algo sucede, y no recibo mi herencia, ¿importará eso para ti, Gwendolyn?

Ella lo miró. La turbación propia de una doncella, las vanidades juveniles, todo ello se disolvió en la desesperada ansia y el anhelo que vio en el interior de él. Su propio amor fluyó para llenar aquel vacío como la magia fluye del mundo a través del catalista hasta aquel que la ha de utilizar.

—¡No! ¡Oh, no! —sollozó, y ahora fue ella la que extendió los brazos y le abrazó a él—. Hace una semana, a lo mejor hubiera contestado de otra forma. Ayer por la mañana quizá también lo hubiera hecho. Ayer yo era una jovencita que jugaba a enamorarse. Pero anoche, cuando supe que podía perderte, me di cuenta de que la herencia no importaba. Papá dice que soy joven y que te olvidaré como he olvidado a otros. Se equivoca. No importa lo que suceda, Joram —dijo con la mayor seriedad, acercándose aún más—, estás en mi corazón, y estarás ahí para siempre.

Joram inclinó la cabeza, incapaz de decir nada. Esto era precioso para él, tan precioso que temía perderlo. Si lo perdía, moriría. Sin embargo..., tenía que decírselo. Se lo había prometido a Saryon, se lo había prometido a sí mismo.

—Te necesito, Gwendolyn —dijo roncamente, deshaciéndose suavemente de su abrazo pero manteniéndole cogida la mano. ¡Tu amor lo significa todo para mí! Más que la vida... —Se detuvo, aclarándose la garganta—. Pero no sabes nada de mí, de mi pasado —continuó con voz firme.

—¡Eso no importa! —empezó Gwen.

—¡Espera! —replicó Joram, apretando los dientes—. Escúchame, por favor. Tengo que decírtelo. Debes comprender. Verás, yo estoy M...

—¡Gwendolyn! ¡Entra inmediatamente!

Se oyó un crujido entre las madreselvas y Marie apareció. El rostro de la catalista, generalmente alegre y bondadoso, estaba pálido y enojado cuando pasó la mirada de la ruborizada y despeinada muchacha al pálido y apasionado muchacho. Al verla, Joram soltó la mano de Gwen y las palabras murieron en sus labios. Tomando a Gwendolyn del brazo, Marie se la llevó de allí, regañándola enojada mientras lo hacía.

—Pero no se lo dirás a papá, ¿verdad, Marie? —la oyó Joram preguntar, su voz flotando hasta él con el perfume de las azucenas—. Fuiste

quien se fue y me dejó, después de todo. No me gustaría que papá se pusiera furioso contigo...

Joram se quedó de pie mirando cómo se alejaban, sin saber si maldecir a Almin o darle las gracias por Su oportuna intervención.

10. La Arboleda de Merlyn

La Arboleda de Merlyn era el centro cultural de Merilon. Construida en honor del mago que había conducido a su gente desde el Oscuro Mundo de los Muertos a este otro lleno de Vida, era ahora un gran teatro de las artes. La tumba del mago estaba en el corazón de la Arboleda. Un anillo de robles la rodeaba, montando guardia pacientemente a través de los siglos, y una alfombra de exuberante césped verde se extendía desde los árboles hasta la misma tumba. Resultaba muy agradable caminar sobre la mullida hierba, en la tranquila y silenciosa zona que rodeaba la tumba, lo cual era tal vez el motivo de que muy poca gente acudiera a aquel lugar.

La mayor parte de la Arboleda se encontraba fuera del anillo de robles. Setos de brillantes rosales, cuyas flores eran de todos los colores del arco iris y de algunos más, formaban un laberinto gigantesco alrededor de la tumba. Dentro de este laberinto había pequeños anfiteatros donde pintaban los artistas, actuaban los actores, hacían cabriolas los payasos y sonaba la música un día sí y otro también. El mismo laberinto era fácil de recorrer; los visitantes podían, en caso de perderse, flotar sencillamente por encima de las hileras de setos. Pero aquello era considerado como «hacer trampa». Los Druidas modelaban diariamente altos algarrobos, que sobresalían por encima de los setos, convirtiéndolos en fantásticos «guías» a través del laberinto, que también cambiaba de forma cada día. Parte de la gracia de entrar en la Arboleda residía en descifrar el laberinto; los árboles ofrecían a menudo «pistas». El hecho de que el laberinto condujese siempre hasta la tumba estaba considerado como su único punto débil. Muchos nobles habían ido a ver al Emperador para protestar por ello, manifestándole que la tumba estaba pasada de moda y que era fea y deprimente. El Emperador había discutido el asunto con los Druidas, pero éstos se mantuvieron firmes y se negaron a efectuar el cambio. Por lo tanto, los visitantes bien informados nunca penetraban hasta el corazón del laberinto. Eran únicamente los no iniciados, los turistas mal informados —como Mosiah— los que lo seguían hasta su mismo centro.

El Mago Campesino había visto el círculo de robles desde lejos y se sintió atraído hacia ellos; le recordaban su hogar, situado en el límite de un bosque. Al llegar hasta los árboles, descubrió la tumba y penetró en el sagrado anillo con reverente respeto. Llegado junto a la antigua tumba del mago, Mosiah posó una mano sobre la piedra, modelada con amor y pena. Era una tumba sencilla, hecha de mármol blanco embellecido mágicamente para que ningún otro color estropeara la pureza de la piedra. Tenía un metro de altura por dos de largo y, a primera vista, parecía lisa y sin adornos.

Susurrando una oración para propiciar a los espíritus de los muertos, el joven acarició solemnemente la superficie de la tumba. El mármol resultaba caliente al contacto en el ambiente húmedo de la Arboleda, y alrededor de la tumba flotaba una sensación de profunda tristeza que hizo que Mosiah comprendiera, de repente, por qué los juerguistas evitaban aquel lugar.

Comprendió que era la tristeza que produce la añoranza del hogar, reconociendo e identificando el sentimiento que se iba apoderando de él. Aunque el viejo mago había abandonado su mundo por propia voluntad para llevar a la gente a un mundo donde podían vivir y prosperar sin ser perseguidos, el anciano nunca se había sentido en su casa en aquel lugar.

—Sus restos mortales están enterrados en esta tierra. Me pregunto: ¿dónde estará su espíritu? —musitó Mosiah.

Cambiando de lugar para colocarse a la cabecera de la tumba, deslizando todavía la mano por el liso mármol, Mosiah percibió unos surcos debajo de su dedo.
Había
algo grabado en la superficie. Dio la vuelta lentamente alrededor de la tumba hasta donde pudiera ver las sombras que proyectaba la luz del sol. En el lado opuesto, pudo apenas discernir lo que había sido inscrito en la piedra: el nombre del mago con letras medio borrosas y algo que no alcanzó a descifrar debajo del nombre. Luego... había también algo más debajo de aquello...

Mosiah lanzó una exclamación.

Oyó una risita disimulada y miró a su espalda, asustado; se encontró a Simkin detrás de él, luciendo una divertida sonrisa en el rostro.

—Vaya, querido amigo, eres ideal para llevarte de visita. Te quedas boquiabierto y mirando las cosas como atontado a la perfección, y las cosas más extrañas, además. Pero no puedo imaginar por qué te divierte estar junto a esta mohosa ruina... —añadió Simkin lanzando una mirada despectiva a la tumba.

—No estaba como atontado —masculló Mosiah, enojado—. ¡Y no hables así de este sitio! No sé por qué pero resulta sacrílego. ¿Sabes algo sobre esto? —señaló la tumba con la mano.

Simkin se encogió de hombros.

—Sé muchas cosas; una cosa lleva a otra. Veamos.

—¿Por qué hay una espada sobre ella? —preguntó Mosiah señalando la figura grabada debajo del nombre del mago.

—¿Y por qué no? —bostezó Simkin.

—¿Un arma de las Artes Arcanas, en la tumba de un mago? —exclamó Mosiah, escandalizado—. No era un Hechicero, ¿verdad?

—Por la sangre de Almin, ¿es que no te enseñaron nada excepto cómo plantar patatas? —bufó Simkin—. Claro que no era un Hechicero. Era un
Dkarn-duuk
, un Señor de la Guerra de la más alta categoría. Según la leyenda, pidió que esa espada fuera grabada ahí. Era algo acerca de un rey y un reino encantado donde todas las mesas eran redondas y se vestían con trajes hechos de hierro para ir a la búsqueda de copas y platos.

—Oh, por el amor de... ¡Olvídalo! —exclamó Mosiah, exasperado.

—Estoy diciendo la verdad —repuso Simkin con arrogancia—. Las copas y los platos tenían para ellos un significado religioso. No hacían más que intentar conseguir el juego completo. Pero ¿vamos a quedarnos aquí todo el día toqueando una tumba y sintiéndonos deprimidos o vamos a divertirnos un poco? Los ilusionistas y los moldeadores están en el pabellón, practicando.

—Iré —anunció Mosiah, mirando en la dirección que señalaba Simkin.

Hermosas serpentinas de seda multicolor aparecían suspendidas en el aire, revoloteando mágicamente sobre la multitud. Hasta él llegaba el seductor sonido de las risas, de las exclamaciones de admiración y de asombro, y de los aplausos llegando de todas direcciones. El corazón le latió más deprisa cuando pensó en las maravillas que estaba a punto de presenciar. Sin embargo, al apartarse de la tumba, sintió una punzada de dolor y de pena. Aquel lugar era tan tranquilo, se respiraba tanta serenidad...

—Me pregunto qué le sucedió al reino encantado —murmuró Mosiah, deslizando la mano por última vez sobre la cálida superficie del mármol antes de alejarse con Simkin.

—Lo que sucede siempre con los reinos encantados, supongo —dijo Simkin con voz lánguida, sacando el pañuelo de seda naranja del aire y pasándoselo ligeramente por la nariz—. Alguien se despertaría y el sueño se terminó.

Una multitud flotaba, revoloteaba y se deslizaba por debajo de las sedas de vivos colores del anfiteatro de los ilusionistas. Mosiah nunca hubiera imaginado que pudiera haber tanta gente en un mismo lugar a un mismo tiempo. Se detuvo a la entrada, intimidado por la gente. Pero Simkin, precipitándose aquí y allá como un ave de brillante plumaje, posó una mano sobre el brazo de su amigo y lo guió al interior del pabellón con sorprendente facilidad. Revoloteando contra aquél, esquivando a aquel otro, rozando a un tercero, Simkin mantuvo sin inmutarse una alegre conversación mientras iba acercándose al escenario.

—Lo siento, amigo. ¿Era eso tu pie? Lo confundí con una coliflor. Realmente deberías hacer que los
Theldara
se ocuparan de esos dedos... Tan sólo pasábamos, no te preocupes por nosotros. ¿Te gusta este modelo? Lo llamo
Ciruela en Descomposición
. Sí, ya sé que no está a la altura de lo que normalmente llevo, pero mi amigo y yo se supone que viajamos de incógnito. Por favor, no te fijes en nosotros. ¡Duque Richlow! ¡Qué sorpresa! ¿En la ciudad para asistir a la fiesta? ¿Hice yo eso? Lo siento una barbaridad, amigo mío. Debo haberle dado un golpe a tu codo. La verdad es que esa mancha de vino le queda bastante bien a ese traje tan insulso, si no te importa que te lo diga... Está bien..., si no tienes imaginación, permíteme —Simkin hizo aparecer el pañuelo naranja—. Te dejaré tan inmaculado, amigo mío, como la reputación de tu esposa. ¡Ah!, ¿es culpa mía que bebas esa marca tan barata que no quiere desaparecer? Intenta hacer un aclarado con limón. Hace maravillas con el pelo de la duquesa, ¿no es así? ¡Ah, condesa! Encantado. ¿Y vuestro afortunado acompañante? No creo que nos conozcamos. Simkin, a vuestro servicio. ¿Familia de la condesa? ¿Primo? Sí, claro está. Debiera haberlo supuesto. Sois algo así como el octavo primo que he conocido. Primo besucón, además, apostaría a que sí. Le envidio a la condesa su gran familia... y vos sois terriblemente grande, ¿no es así, amigo mío? Estaba pensando, condesa, que es una gran coincidencia que todos vuestros primos sean del sexo masculino, metro ochenta de altura y tengan una dentadura tan perfecta...

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