La Profecía (52 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Profecía
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—Tiene razón —asintió Mosiah, tragando saliva y apartándose de Joram. Pareció incluso que la risa bailaba en sus ojos azules, brillando a través de las lágrimas—. Estoy bien. De verdad que sí.

—¡Buen chico! —aprobó Simkin—. Ahora, mi Sombrío y Melancólico Amigo, debemos hacer lo mismo contigo... Uno, dos... No puedo. —El pañuelo revoloteó en el aire momentáneamente desconcertado—. Es esa condenada espada, ¿sabes? Apártala.

A regañadientes, frunciendo el ceño, Joram introdujo la espada en la funda que llevaba a la espalda y la cubrió luego con sus ropas.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó, ceñudo—. No puedes
convertirme
en Mosiah, mientras lleve la espada conmigo. Y no pienso quitármela —añadió al ver que a Simkin se le iluminaban los ojos.

—Oh, bueno —Simkin se quedó cabizbajo por un momento; luego se encogió de hombros—. Haremos lo que se pueda entonces, amigo mío. Tendrá que bastar con un cambio de vestuario. No, no empieces a protestar.

El pañuelo de color naranja se agitó en el aire y Joram apareció vestido al instante con un traje de portador de féretros idéntico al de Simkin: blanco y con capucha blanca incluida.

—Mantén la capucha sobre el rostro —recomendó Simkin con voz decidida y haciendo él otro tanto—. Y tranquilizaos los dos. Estáis asistiendo a una fiesta en el Palacio Real de Merilon. Se supone que debéis parecer muertos de aburrimiento, no muertos de miedo. Sí, eso está mejor —comentó, estudiándolos críticamente mientras Mosiah se pasaba el pañuelo de seda naranja por el rostro, haciendo desaparecer todo rastro de lágrimas, y Joram relajaba las manos.

—Si todo va bien —continuó con tranquilidad—, sólo habrá un momento realmente difícil..., cuando atravesemos la puerta principal...

—¡La puerta principal! —Joram frunció el ceño—. Pero seguro que hay salidas posteriores...

—Mi pobre e ingenuo amigo —suspiró Simkin—. ¿Qué es lo que harías sin tu bufón? Todos esperarán que intentes escabullirte por la parte trasera, ¿no te das cuenta? Alrededor de todas las salidas posteriores brotarán
Duuk-tsarith
como hongos después de la lluvia. Por otra parte, es probable que no haya más que un par de docenas en la puerta principal. ¡Y no vamos a escabullirnos sigilosamente! ¡Saldremos tambaleándonos con orgullo! Tres borrachos, que van a correrse una juerga nocturna en la ciudad.

Al ver el pálido rostro de Mosiah, Simkin añadió alegremente:

—No te preocupes. ¡Lo conseguiremos! No sospecharán nada. Después de todo, están buscando a una jovencita encantadora y a un muchacho de aspecto melancólico, no a dos porteadores de féretros y a un campesino.

Mosiah consiguió esbozar una débil sonrisa; Joram sacudió la cabeza. No le gustaba aquello, pero no podía hacer nada para evitarlo. No se le ocurría otra solución. Pensar le costaba un gran esfuerzo y también tenía que esforzarse para caminar. A pesar de todo el empeño que ponía para evitarlo, la situación se le estaba escapando de las manos. Pero de pronto dejó de importarle.

—Oye —siguió Simkin tras una pausa, echándole una mirada a Joram—, supongo que todo esto significa que lo de la baronía no ha salido bien, ¿no?

—Sí —respondió sucintamente Joram. El agudo dolor que le había producido su descubrimiento había dado paso a otro más sordo y punzante que lo acompañaría el resto de su vida—. El hijo de Anja murió al nacer —dijo con voz inexpresiva—. Se llevó a un niño de la sala donde estaban todos aquellos infelices a quien nadie quería.

—¡Ah! —dijo Simkin alegremente—. ¿Así que no tienes nombre? Bien, ¿estamos todos preparados? —Pasó revista a sus tropas—. ¿Listos? ¡Ah, casi lo olvido! ¡Champán! —ordenó.

Le respondió un melodioso tintineo de cristal y todo un batallón de copas llenas de burbujeante líquido llegaron flotando por el aire alineándose detrás de su cabecilla.

—Una para cada uno —dijo Simkin, introduciendo una copa rebosante en la fláccida mano de Mosiah y otra en la de Joram—. Recordad, ¡jarana, alegría, nos lo estamos pasando en grande!

Se llevó la copa a los labios y la vació de un trago.

—¡Bebed, bebed! —ordenó—. ¡Ahora! ¡Adelante! ¡Marchad!

Lanzó el pañuelo de seda naranja al aire, haciéndolo ondear ante ellos como si fuera un estandarte. Luego, tomando a Mosiah por un brazo, le indicó a Joram que hiciera lo mismo con el otro.

—¡Un brindis por la locura! —anunció Simkin, y juntos avanzaron tambaleantes por entre las llameantes imágenes, mientras las copas de champán tintineaban alegremente detrás de ellos.

7. Lo último en cuestión de modas

Mosiah —el auténtico Mosiah— se agazapaba entre las sombras de los árboles de la Arboleda de Merlyn, escudriñando nerviosamente la oscuridad que lo rodeaba. Estaba solo en la Arboleda, lo sabía: se lo había estado repitiendo para darse ánimos cada cinco minutos como mínimo desde que había oscurecido. Desgraciadamente, no le había servido de mucho. No se sentía tranquilo ni mucho menos. Simkin había tenido razón al decir que nadie se acercaba allí después de anochecer. Mosiah comprendía ahora el porqué: la Arboleda tomaba un aspecto totalmente diferente durante la noche. Regresaba a sí misma.

Con la salida del sol, la Arboleda se ponía todas las flores, guirnaldas y joyas que poseía, y abriendo los brazos de par en par, daba la bienvenida a sus admiradores, agasajándolos generosamente. Los dejaba que arrancaran sus delicadas flores y las arrojaran descuidadamente al suelo, donde se marchitaban y morían bajo sus pies. Observaba con una sonrisa cómo lanzaban basura a sus estanques cristalinos y pisoteaban la hierba, escuchando sus vacías palabras de alabanza y el torrente de expresiones de éxtasis que brotaba de sus labios como ráfagas de polvo. Pero por la noche —cobrados sus honorarios—, la Arboleda tendía un manto de oscuridad sobre su cabeza, se enrollaba alrededor de su tumba y permanecía despierta, curándose sus heridas.

Mosiah era un Mago Campesino, tan sensible a los pensamientos y sentimientos de las plantas como un Druida, quizás incluso más sensible aún que algunos Druidas, cuyas vidas jamás habían dependido de las cosechas que recogían. Mosiah podía oír la cólera susurrando a su alrededor, la cólera y el dolor.

La cólera emanaba de los seres vivos que habitaban en la Arboleda. El dolor, eso le parecía al menos a Mosiah, provenía de los seres muertos. Por esta razón, el muchacho encontró la tumba de Merlyn extrañamente reconfortante y permaneció cerca de ella, posando su mano sobre el mármol, que resultaba tibio incluso bajo el frescor de la noche. Desde aquel punto estratégico, observaba y escuchaba receloso y se repetía una y otra vez que estaba solo.

Pero el desasosiego de Mosiah iba en aumento. Los ruidos normales de un bosque —incluso los de un bosque domesticado como aquél— le producían un hormigueo en el cuerpo y le helaban el sudor en el aire nocturno. Árboles que crujían, hojas que susurraban, ramas que rozaban unas con otras; todo tenía un sonido siniestro, una intención maligna. Era un intruso que había perturbado el irregular reposo de la Arboleda, y no se lo quería allí. Así que empezó a pasear arriba y abajo, observando el bosque con recelo y preguntándose malhumorado cuánto tiempo tardaba uno en convertirse en barón.

Para mantener la mente ocupada e intentar olvidar sus temores, Mosiah empezó a imaginar a Joram viviendo en la abundancia, dueño de una finca con su hermosa esposa a su lado y un pelotón de criados dispuestos a atender su más mínimo deseo. La idea hizo sonreír a Mosiah; pero fue una sonrisa que se desvaneció en un suspiro.

Era vivir una mentira. Toda su vida, Joram había vivido una mentira, y ahora seguiría haciéndolo para siempre;
debía
seguir haciéndolo, en realidad. Aunque Joram hablase con elocuencia de que la riqueza lo liberaría por fin, Mosiah tenía el suficiente sentido común para saber que aquélla añadiría sus propias cadenas a las que ya rodeaban a Joram. Que las cadenas fueran de oro en lugar de hierro importaría muy poco. Mosiah sabía que Joram jamás admitiría que estaba Muerto y tampoco reconocería jamás haber asesinado al capataz. (Al contrario que Saryon, Mosiah no consideraba la muerte de Blachloch como un asesinato y nunca lo haría.)

Y además, ¿qué pasaría con los niños? Mosiah meneó la cabeza, deslizando la mano por el modelado mármol de la tumba, resiguiendo distraídamente con los dedos el contorno de la espada. ¿Nacerían Muertos como su padre? ¿Los ocultaría, como sucedía con tantos de ellos? ¿Se perpetuaría aquella mentira de generación en generación?

Mosiah podía ver cómo las tinieblas se extendían sobre la familia, proyectando su sombra primero sobre Gwendolyn, que daría a luz niños Muertos y nunca sabría el motivo. Luego los niños vivirían una mentira, la mentira de Joram. A lo mejor les enseñaría las Artes Arcanas; quizá, para entonces, se estaría en guerra con Sharakan. La Tecnología regresaría al mundo trayendo con ella muerte y destrucción. Mosiah se estremeció. No le gustaba Merilon, no le gustaba su gente ni la forma en la que vivían. La belleza y los prodigios que en un principio lo habían fascinado relucían ahora con demasiada fuerza a sus ojos, aunque suponía que era culpa suya, no de los habitantes de Merilon. No se merecían...

Una mano se posó sobre su hombro por la espalda.

Se volvió al instante, pero era ya demasiado tarde.

Se oyó una voz, el hechizo había sido lanzado.

La Vida se le escapó a Mosiah y fue ávidamente absorbida por la Arboleda mientras el joven caía impotente al suelo, anulada su magia por la mano de las enlutadas figuras que lo rodeaban. Pero Mosiah había vivido entre los Hechiceros de las Artes Arcanas; se había visto obligado a vivir sin magia durante el tiempo que había permanecido entre ellos y, lo que es más, ya había sido víctima de aquel hechizo con anterioridad. El elemento sorpresa quedaba anulado y por lo tanto el conjuro de la Magia Aniquiladora, aunque su primer efecto era devastador, no lo paralizó por completo.

No obstante, Mosiah era lo bastante astuto como para ocultar este hecho a sus enemigos. Tendido en el suelo, la mejilla pegada a la húmeda y fría hierba, intentó calmar el terror que sentía y recuperar las fuerzas buscándolas en su interior más que en la magia de todo lo que lo rodeaba. Mientras los músculos empezaban a responder a sus órdenes y recuperaba el control de su cuerpo, se vio obligado a reprimir un loco deseo de ponerse en pie de un salto y echar a correr. No serviría de nada. No podría escapar. Lanzarían sobre él un conjuro más poderoso, contra el que no podría luchar.

Por ello se mantuvo inmóvil, observando a sus atacantes, dándose tiempo para recuperarse, manteniendo a raya sus temores e intentando desesperadamente pensar en lo que debía hacer.

Eran los
Duuk-tsarith
, desde luego. Casi invisibles en la oscuridad de la Arboleda, las enlutadas figuras se destacaban claramente contra el blanco mármol de la tumba muy cerca del lugar donde yacía Mosiah. Eran dos y estaban hablando entre ellos, tan cerca de Mosiah que éste hubiera podido estirar un brazo y tirar del dobladillo de sus negras túnicas. Ambos hacían caso omiso del muchacho, porque no tenían ningún motivo para dudar de la efectividad de su conjuro.

—Así que han abandonado el Palacio...

Era la voz de una mujer, fría y gutural, que le provocó un escalofrío de miedo a Mosiah.

—Sí, señora —replicó el Señor de la Guerra—. Se les permitió salir, tal y como ordenasteis.

—¿Y no hubo ningún alboroto? —preguntó la bruja, ansiosa.

—No, señora.

—¿Es lord Samuels el padre de la chica?

—Ya nos hemos encargado de él, señora. Se empeñó en hacer preguntas, pero finalmente se le hizo comprender que no eran convenientes para el bienestar de su hija.

—Las preguntas que se silencian en la lengua vuelan hasta el corazón y allí echan raíces y crecen —murmuró la Señora de la Guerra, recitando un antiguo proverbio—. Bien, nos ocuparemos de eso cuando llegue el momento. No obstante, me parece que debemos arrancar esas preguntas de raíz y replantarlas junto con la verdad, la cual, con el tiempo, se irá marchitando y acabará por morir. Eso deberá decidirlo el Patriarca Vanya, desde luego; pero hasta que tenga la oportunidad de hablar con Su Divinidad, poned también a la chica bajo custodia.

No hubo ninguna respuesta, simplemente un movimiento de la túnica más cercana a Mosiah que demostraba que el brujo había respondido con una inclinación de cabeza.

Mosiah los escuchaba atentamente, olvidado el miedo ante la imperiosa necesidad de saber qué había sucedido. ¿Cómo habían descubierto a Joram? La Espada Arcana lo protegía. ¿Y cómo era posible que lo hubieran descubierto a él? Pero no sólo eso, sino que, aparentemente, los habían relacionado a los dos. «Nadie sabía dónde íbamos a encontrarnos, excepto...», se dijo Mosiah.

—¿Vienen hacia la Arboleda? —preguntó la bruja con cierta impaciencia.

—Eso fue lo que dijo el delator —respondió el otro—, y no tenemos ningún motivo para dudarlo.

¡Un delator! Mosiah sintió que lo invadían las náuseas, retorciéndole las entrañas, inundando su garganta con una ardiente y amarga bilis. Así que ésa era la respuesta. Habían sido delatados, y ahora Joram iba a caer en una trampa cuidadosamente preparada. Pero ¿quién los había entregado? La imagen de un joven barbudo vestido de blanco, haciendo flotar en el aire un pañuelo de seda de color naranja, apareció ante Mosiah con toda claridad.

¡Simkin! Mosiah notó que se asfixiaba y que se le llenaban los ojos de lágrimas de rabia.

«¡Aunque sea lo último que haga, te mataré!», se juró a sí mismo.

«Calma, calma —le ordenó su mente—. Todavía existe una posibilidad. Debes encontrar a Joram, avisarle...»

Mosiah se esforzó por olvidar y se concentró en una única idea: escapar. Con mucho cuidado movió una mano, conteniendo la respiración por temor a que los
Duuk-tsarith
se dieran cuenta. Pero éstos estaban totalmente absortos en su conversación, convencidos de que su hechizo mantenía cautivo al joven. Sigilosamente, Mosiah tanteó con una mano el suelo. El corazón le dio un brinco cuando tocó con los dedos la rugosa superficie de un palo. No importaba que se tratase de una herramienta, que fuera a darle Vida a algo que estaba Muerto.

Cerró la mano alrededor del arma y, levantando apenas la cabeza, miró hacia arriba. Sintió que el júbilo lo invadía. El Señor de la Guerra estaba de espaldas a él. Un golpe rápido en la cabeza, sujetar el fláccido cuerpo entre él y la bruja y utilizarlo para bloquear su hechizo. Mosiah cerró la mano con más fuerza sobre el palo. Tensó los músculos y se puso en pie de un salto...

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