La Profecía (48 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Profecía
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Joram se dio cuenta de que el Emperador y Simkin estaban hablando. Pero no tenía ni idea de lo que hablaban. Le era imposible oír nada. Sentía un extraño fragor en sus oídos como el bramido de un viento de tormenta. Quería huir desesperadamente, y sin embargo no podía moverse. Se hubiera quedado allí eternamente si no hubiera sido porque el heraldo —consciente de que era necesario que la cola avanzara y acostumbrado a que muchos experimentaran aquel sublime temor cuando estaban en presencia de Su Majestad— le dio a Joram un suave empujoncito. Dando un traspié, el muchacho se tambaleó hacia adelante y se detuvo frente al Emperador.

Joram tuvo la suficiente presencia de ánimo como para hacer una profunda reverencia, copiando a Simkin, y empezó a farfullar algo sin tener la más mínima idea de lo que estaba diciendo. El Emperador lo interrumpió con suavidad. Recordó haberlo conocido en casa de lord Samuels y le deseó que su estancia en Merilon le resultase agradable. Luego la real mano lo despidió con un gesto y Joram dio unos pasos por el acristalado suelo para ir a detenerse ante la Emperatriz. Vagamente, se daba cuenta de que Simkin lo observaba. Si no hubiera sido porque resultaba demasiado increíble, Joram hubiera dicho que los labios del joven, medio ocultos por la barba, estaban entreabiertos en una mueca burlona.

Cohibido, Joram se inclinó ante la Emperatriz, mientras se devanaba los sesos para encontrar algo que decirle. Deseaba levantar los ojos para mirar a aquella mujer y al mismo tiempo sentía un vivo deseo de alejarse rápidamente, con la mirada gacha tal y como había visto hacer a tantos antes de él.

Inmóvil frente a ella, pudo percibir un ligero y empalagoso olor que parecía emanar de su cuerpo.

Se decía que era la mujer más hermosa del mundo. Pero Joram deseaba comprobarlo por sí mismo.

Alzó la cabeza...

... y se encontró con los ojos sin vida de un cadáver.

4. La fuente de champán

—¡Almin bendito! —murmuró Joram, estremeciéndose, mientras un sudor frío le cubría el cuerpo—. ¡Muerta!

—Mi querido muchacho, si valoras tu vida y la mía, ¡no levantes la voz! —susurró Simkin, luciendo una deslumbrante sonrisa y saludando con la cabeza a varios conocidos situados al otro lado de la habitación.

Ambos estaban junto a la fuente de champán, ya que aquél era el lugar en el que, según Simkin, Gwendolyn o Saryon los buscarían con toda seguridad. Aquella zona —situada frente al nicho donde el Emperador seguía recibiendo a sus súbditos— empezaba a llenarse de gente a medida que los asistentes a la fiesta se encaminaban hacia allí en busca de amigos y de diversión. La fuente de champán era, tal y como había dicho Simkin, el punto de encuentro perfecto; gritos de saludo y estrepitosas carcajadas resonaban constantemente a su alrededor.

La fuente de champán, que funcionaba gracias a la magia de un grupo de
Pron-Alban
disfrazados de lacayos, tenía más de seis metros de altura, estaba hecha totalmente de hielo —para mantener fría la bebida— y decorada con temas marinos. El champán fluía de las bocas de helados caballitos de mar posados sobre olas de hielo. El vino brotaba de los labios apretados de varios peces globo de ojos vidriosos; ninfas marinas recubiertas de escarcha ofrecían a los invitados sorbos de vino que guardaban en sus manos de dedos gélidos. Flotando en el aire, alrededor de la fuente, había varias hileras de copas de cristal que se llenaban a voluntad de los asistentes y saciaban la sed de todos los que habían estado pendientes del Emperador y su difunta esposa durante dos horas.

—Se considera traición el mero hecho de pensar algo parecido, y no digamos manifestarlo en público —continuó Simkin.

—¿Cuánto..., cuánto hace? —preguntó Joram con una especie de morbosa fascinación, la misma fascinación que lo obligaba a seguir mirando el trono de cristal.

—Oh, hará un año, quizá. Nadie lo sabe con seguridad. Estuvo enferma durante mucho tiempo, y tengo que admitir que tiene mucho mejor aspecto ahora que él que tenía entonces.

—Pero... ¿por qué mantener...? Quiero decir, ya sé que él la amaba, pero... —Joram se llevó una copa de champán a los labios, pero volvió a dejarla casi inmediatamente con mano temblorosa—. ¡El Emperador debe de estar loco! —concluyó con voz sepulcral.

—Ni mucho menos —replicó Simkin con tranquilidad—. ¿Ves al hombre vestido de rojo que se acerca ahora al Emperador?

—¿Un
Dkarn-duuk
? Sí —contestó Joram.

Con esfuerzo apartó la mirada de la mujer sentada en el trono para mirar al hombre que se inclinaba para decirle algo al Emperador. Aunque estaba a bastante distancia, Joram tuvo la impresión de que se trataba de un hombre alto, corpulento, ataviado con las ropas rojas propias de los brujos que eran los Supremos Señores de la Guerra de Thimhallan.

—No es un
Dkarn-duuk
. Es
el
Dkarn-duuk: el príncipe Lauryen. Es el hermano de
ella
, lo cual
lo
convierte en el próximo Emperador de Merilon si la muerte de la Emperatriz se reconociera oficialmente. —Simkin alzó una copa de champán, y se la llevó a los labios fingiendo un brindis—. Adiós a Su Real Aburrimiento. De vuelta a su finca en las ondulantes praderas de Drengassi o de dónde sea que viniera. Si es que no le sucedía nada peor; la gente que contraría a El
Dkarn-duuk
tiene una extraña costumbre de entrar en los Corredores y no volver a salir jamás.

Simkin se bebió el champán de un trago.

—Si ese hombre es tan poderoso, ¿por qué no toma el poder, sencillamente? —preguntó Joram, mirando a Simkin especulativo y diciéndose que aquel nuevo mundo en el que estaba penetrando podría resultar muy interesante.

—El Emperador cuenta con un poderoso aliado, o debería decir más bien pesado: el Patriarca Vanya. A propósito, me parece bastante extraño que Su Rechoncha Señoría no esté aquí, habiendo comida gratis. Oh, lo olvidé. Jamás asiste a esta fiesta de aniversario. Dice que va en contra de la política de la Iglesia o algo parecido. ¿Por dónde iba?

—Hablabas del Emperador y del Patriarca.

—Ah, sí, eso era. Sea como fuere, se dice que el sol de Vanya sale y se pone con el del Emperador. El
Dkarn-duuk
tiene a su propio hombre para ocupar el lugar de Vanya... Aunque probablemente se precisarían tres para llenarlo, ahora que lo pienso. Los catalistas y los ilusionistas se aseguran de que la Emperatriz sea el alma de la fiesta, si me perdonas la expresión, y
se
considera como alta traición referirse de cualquier forma que sea a su salud o a su falta de ella. Da recepciones como de costumbre, y la flor y nata de Merilon y de otras ciudades-estado viene a rendirle homenaje como de costumbre, y nadie la mira directamente a la cara ni alude a ella si no es de la forma más inocente. A veces ni siquiera eso sirve.

Simkin le hizo una señal a otra copa de champán para que fuera a llenarse a la fuente de cristal y volviera luego, balanceándose, a su mano. Una orquesta, formada por instrumentos encantados, empezó a tocar valses en un rincón, obligando a Simkin a inclinarse aún más sobre Joram para continuar su historia.

—Jamás olvidaré la noche en la que el anciano marqués de Dunsworthy estaba hablando con el Emperador mientras jugaban al tarot y el Emperador preguntó: «¿No os parece que Su Majestad tiene un aspecto inmejorable esta noche, Dunsworthy?». El anciano Dunsworthy le echó un vistazo al cadáver sentado en una silla y tartamudeó: «No... no sé qué deciros. Encuentro a Su Majestad algo distante». Ni que decir tiene, que los
Duuk-tsarith
cayeron sobre el infeliz al instante y ésa fue la última vez que lo vimos. —Simkin tomó un sorbo de champán; luego se secó los labios con el pañuelo de seda—. Tuve que terminar la partida por él y le gané una moneda de plata al Emperador.

Joram se disponía a replicarle cuando oyó pronunciar su nombre. Volviéndose, se encontró con unos ojos azules que ardían de amor y al instante se olvidó de la existencia de cosas como la muerte y la política.

—Joram... —lo llamó Gwendolyn con timidez.

Le tendió una blanca mano, dándose cuenta de las miradas de admiración que le dirigían varios de los jóvenes allí presentes; pero sólo tenía ojos para el hombre que amaba.

Gwendolyn se había pasado casi todo el día trabajando con Marie y lady Rosamund en su vestido. Le había cambiado el color tantas veces que su habitación hubiera podido pasar por la residencia de los
Sif-Hanar
que se encargan de hacer aparecer el arco iris. Primero había hecho que brotaran flores de las mangas, luego había reemplazado las flores por plumas de diminutos pájaros, más tarde los pájaros mismos habían hecho su aparición, siendo proscritos inmediatamente por lady Rosamund. Por fin, tras muchas lágrimas y kilómetros de cinta, y un último momento de pánico ya en el carruaje a «¡no estar vestida apropiadamente!», Gwendolyn salió en dirección al baile, con la sensación de que todos los sueños que anidaban en su joven corazón empezaban a hacerse realidad en aquel mismo momento.

¿Y cuál había sido el resultado de tantos afanes, esfuerzos y lágrimas invertidos en aquel vestido, lágrimas derramadas pensando sólo en Joram? Por desgracia, había resultado, en gran parte, un esfuerzo vano. Joram recibió únicamente una confusa impresión de pelo dorado coronado de diminutas florecillas blancas conocidas por el nombre de suspiro infantil, de un cuello y unos hombros totalmente blancos y de unos seductores y apenas insinuados pechos que se sumergían en algo tan azul y vaporoso como la espuma del mar. Estaba tan bella aquella noche que se sintió hechizado, pero era
su
belleza la que lo hacía sentir así, no la del vestido. Gwendolyn podría haber llevado un vestido de arpillera y su embelesado admirador ni se hubiera dado cuenta.

—Mi señora.

Joram tomó entre las suyas la diminuta y blanca mano, reteniéndola más tiempo del correcto antes de besarla durante un largo instante; luego, de mala gana, la soltó.

—Yo..., es decir, nosotros... —se corrigió Gwendolyn, ruborizándose— temíamos que no pudieras venir. ¿Cómo está el Padre Dunstable? Hemos estado todos muy preocupados.

—¿El Padre Dunstable? —Joram se quedó mirando a Gwen, desconcertado—. ¿Qué quieres decir? ¿No está...?

—Perdónalo, encantadora criatura —interrumpió Simkin con suavidad, interponiéndose entre Joram y Gwen. Dándole la espalda a Joram, capturó entre las suyas una de las manos de la muchacha, hizo intención de besarla, decidió luego aparentemente que el esfuerzo requerido era excesivo y la retuvo letárgicamente entre las suyas—. Tu belleza lo ha trastornado por completo. He oído a catalistas expresarse de forma más inteligente. No a menudo, pero en ocasiones. Hablando de catalistas, me parece entender por tu pregunta que nuestro Calvo Amigo no está demasiado bien. ¡Cielos!, es algo que me sorprende muchísimo.

—Pero ¿no te lo ha contado Joram?

Gwendolyn intentó mirar a Joram, a quien Simkin tapaba por un lado y la fuente por el otro.

—Vaya, querida —repuso Simkin en voz alta, interponiéndose entre la pareja de nuevo—. ¿Champán? ¿No? Bueno, me beberé tu copa entonces, si no te importa. —Dos copas flotaron hasta ellos—. ¿De qué estábamos hablando? No lo recuerdo... Ah, del Padre Dunstable. Claro, verás, me he pasado todo el día encerrado aquí en este sofocante palacio, escuchando el parloteo incansable del
Dkarn-duuk
sobre declarar la guerra a No Sé Quién y el del Emperador sobre los impuestos y la verdad es que me he aburrido mortalmente. Entonces me he encontrado con Joram, mi dulce criatura, y no puedes culparme si lo último que yo deseaba en aquellos momentos era comentar la salud de un sacerdote.

—No, supongo que no... —empezó Gwen, sonrojándose, turbada y confusa.

La conversación de Simkin estaba atrayendo la atención; la gente formaba corro a su alrededor para oír qué nuevo chismorreo escandaloso surgía de sus labios, y la muchacha era perfectamente consciente de que muchos ojos estaban fijos en ella y en su compañero.

Joram intentó acercarse a Gwen, pero la gente se lo impidió. Recordando a tiempo que no debía llamar la atención, retrocedió unos pasos. Entretanto, Simkin se había convertido en el centro de atención.

—Bien, ¿qué le ha sucedido a nuestro Calvo Amigo? —preguntó, indolente—. ¡Santo cielo! —Adoptando una expresión de horror, el joven enarcó las cejas desmesuradamente—. No lo habrá confundido el Patriarca con el cojín de uno de los bancos de la Catedral, ¿verdad? —Se oyeron unas risas ahogadas entre la concurrencia y la gente empezó a darse codazos muy significativos—. Eso le sucedió una vez a una catalista llamada, antes del accidente, hermana Suzzane. Quedó totalmente aplanada, la pobrecilla. Ahora la llaman Hermano Fred...

Las risas aumentaron de volumen.

—¡No, de verdad! —Gwendolyn intentó retirar la mano que Simkin sujetaba.

Pero el joven, impertérrito, la sujetó con fuerza, aunque sin dar esa sensación, contemplándola con una aburrida expresión expectante que provocó gran número de risitas ahogadas entre los que los escuchaban.

Gwendolyn se dio cuenta de que debía decir algo.

—Yo... nos despertó a medianoche la... la
Theldara
, la que había estado cuidando del Padre Dunstable. Nos dijo que había empeorado y que lo iba a trasladar a las Casas de Curación de la Arboleda de los Druidas.

—Empeorado, ¿eh? Me siento desolado. Realmente postrado por el dolor. ¡Traed más champán! —ordenó Simkin, y la concurrencia prorrumpió en sonoras carcajadas.

—Simkin, déjame... —empezó a decir Joram, abriéndose paso una vez más.

Pero Simkin le cortó el paso como sin darse cuenta, alzó una mano y asió a otro joven que formaba parte del grupo que los rodeaba.

—Marqués d'Ettue. Encantado.

El joven marqués se sintió encantado a su vez.

—Aquí tenéis a esta jovencita, que se muere de ganas por bailar con vos. Es esa chaqueta que lleváis de color camarón. Vuelve locas a las mujeres. Querida, el marqués.

Y antes de que pudiera protestar, Gwendolyn se encontró con que su mano había pasado de las manos de Simkin a las de un igualmente sorprendido marqués.

—Pero... —protestó Gwen débilmente, mirando a Joram por encima de su hombro.

—Simkin, maldito seas...

Joram intentó de nuevo meter baza, con el rostro oscurecido por la impaciencia y la frustración y con claros indicios de estar a punto de montar en cólera.

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