Read La reliquia de Yahveh Online
Authors: Alfredo del Barrio
El siguiente en refugiarse fue Osama. John aún había sacado fuerzas para despejar un poco más la boca de la tumba, alientos extraídos no de su corpulencia sino prestados por la excitación del descubrimiento. Estaba frente a la misma losa de piedra que había visto en las fotografías de la reunión de Ashford, hacía apenas cuatro días. Todo estaba allí, las tres diosas, los jeroglíficos de la parte de arriba, el grupo de guerreros egipcios transportando una extraña caja con dos figuras aladas sobre la tapa. Casi no podía creerlo.
La lápida estaba inclinada, perfectamente amoldada al ángulo de desnivel de la pendiente de la montaña. Grandes piedras cuadradas rodeaban a la puerta constituyendo el macizo marco donde estaba encajada. John tocó la superficie del Arca con los dedos, se notaba que el artista que la había esculpido había tenido dificultades en plasmar la difícil postura de los ángeles, pero no cabía duda de la intención de su cincel, eran los dos querubines mencionados en el Antiguo Testamento.
John se encaminó al coche donde estaban arrellanados los otros tres miembros de la expedición y, mientras lo hacía, sus piernas le dieron cumplida información de la magnitud de su agotamiento.
—Has seguido limpiando la puerta John —Marie entonó la frase de manera tal que no se sabía si era una afirmación o una pregunta lo que salía de su garganta.
—Sí, quería asegurarme —dijo un exhausto policía que intentaba recuperar su casi olvidada condición de egiptólogo—. Es la entrada, no hay duda.
—Bien —Osama tomó la palabra—, ahora que sabemos la ubicación exacta sugiero que aparquemos los coches y levantemos el campamento formando un semicírculo alrededor de ese punto, así protegeremos el lugar de posibles miradas indiscretas. Aunque, la verdad, no creo que mucha gente se aventure por estos parajes.
—Yo estoy fuera de combate —la cara de John confirmaba su afirmación.
—Estamos todos igual —corroboró Osama—, el sol agota, succiona todas las fuerzas. Sugiero que descansemos una hora y aprovechemos para comer algo. En el camión tengo unos bocadillos, voy a por ellos.
Comieron unos emparedados de una especie de ensalada vegetal con trozos de pollo, también había tiras de ternera con lechuga y una especie de tortilla rellena de algo indefinido. No dejaron nada.
Osama salió del 4x4 y, en cuanto los demás le imitaron, empezó a dirigir las maniobras de montaje y alzamiento del recinto como si de un campamento militar se tratase. De hecho, todo el equipo que había cargado en la trasera del camión pertenecía al ejército egipcio, aunque no había ningún tipo de emblema o distintivo que pudiera identificar la marcial procedencia del material.
El teniente estaba en su salsa, se notaba que había acometido la misma tarea incontables veces. Los demás secundaban sus órdenes como si fueran impartidas a bisoños reclutas.
No dejaron ningún espacio abierto en el cercado perímetro del campamento. Habían situado los automóviles, las tiendas y los grandes palios que servirían para protegerlos del inclemente sol, cerrando completamente el contorno, formando un anfiteatro perfecto con la ladera de la montaña, convirtiéndola en un obstáculo natural que contribuía a aislar completamente la parte interior del asentamiento y la entrada del yacimiento.
Los tres vehículos apuntaban sus faros hacia el exterior del enclave, simétricamente dispuestos con el camión como bisectriz perfecta del ángulo de la semicircunferencia.
El único acceso al reducto era por una especie de puerta de cremallera, disimulada en uno de los anchos toldos que circundaban una instalación que aparentaba más una fortaleza que una simple excavación arqueológica. Todo indicaba que Osama se había tomado muy en serio su papel de encargado de la seguridad, no podrían penetrar ni los lagartos.
Las siete tiendas de campaña, fuertemente aseguradas con anclajes y cuerdas para que pudieran resistir fuertes rachas de viento, servirían como alojamientos particulares y como almacenes para guardar las herramientas, provisiones alimenticias, combustible y demás utensilios.
La amplia caja del camión, ahora desembarazada de todos los bártulos que había transportado, haría las veces de puesto de mando. De las paredes interiores del compartimento de carga, Osama había desempotrado dos largas mesas metálicas, archivadores verticales y estantes, como si de una caravana turística se tratase. Había completado el amueblado de la pieza con sillas de madera e informado a todo el resto de la expedición que el camión disponía de teléfono vía satélite y conexión para cuatro ordenadores portátiles. Dos ya estaban instalados, así como dos impresoras. Se podía hablar, enviar faxes, conectarse a Internet y recibir correo electrónico; aunque, les había advertido, las circunstancias de la misión requerían de una total discreción.
Completaba el impresionante despliegue un pequeño generador eléctrico autónomo y una gigantesca tienda cocina. Había espacio e infraestructuras para una compañía de 30 soldados, pero ellos solamente eran cuatro.
Terminaron de montar, clavar, asentar, cubrir, colocar y electrificar el fortín casi a las 10 de la noche. El motor del generador les había proporcionado la luz necesaria para terminar todo el trabajo. Estaban todos extenuados y empezaba a hacer un frío siberiano en el desolado paraje desértico.
Se resguardaron en la tienda que hacía las veces de cocina, comedor para ocho personas y cuarto de la calefacción si usaban el generoso fuego del fogón como método y modo de calentarse. No tenían ni ganas ni fuerzas para consumir algo más elaborado, con lo que se tuvieron que conformar con elegir alguna lata del amplio surtido de comida de campaña que había recolectado el teniente de alguna estoica despensa castrense. Solamente Marie se aventuró a estrenar la cocina calentando un puchero de agua para hacer té.
El descanso, la comida y la oportunidad de beber algo caliente les reconfortó.
—Ahora les daré un saco de dormir —dijo Osama rasgando el silencio de la rendida tropa—. Elijan la tienda que más les guste, no creo que pasen frío esta noche con los sacos, pero si alguien quiere alguna manta que me despierte. No me importa.
John aprovechó la ruptura de hostilidades lingüísticas por parte del teniente para intervenir.
—¿No cree que hemos montado un campamento exageradamente grande para 4 personas? Parece que hemos venido a fundar la ciudad de "Tumbópolis del Nilo" y que mañana nos dispondremos a invadir toda la provincia.
Las 24 horas de cuarentena dialéctica que aguardaba John para soltar sus sarcasmos a desconocidos parecía que habían expirado ya. Antes tardaba mucho más tiempo en coger confianza, pero a medida que nos vamos haciendo más viejos perdemos la mayoría de nuestros miedos.
—Sí, yo también lo he pensado —confesó el teniente no sin dibujar una sonrisa—. Siempre me paso de vueltas en estos asuntos logísticos. Quería llenar el camión y parece que he metido demasiadas cosas.
—No había participado nunca en una expedición tan bien pertrechada —reconoció Alí a su vez mientras calentaba sus manos apretando fuertemente la taza de té.
—Por lo menos hemos conseguido aislar el lugar —siguió justificándose el teniente Osman—, quería evitar que alguien se colase por algún resquicio y se pusiese a fotografiar impunemente la lápida de la entrada. Ya saben la clase de intrepidez y determinación que puede llegar a exhibir cualquier indeseable blandiendo la banal coartada de ser o parecer un turista despistado.
—A mí me parecen exageradas tantas precauciones —intervino Marie—, pero suya es la responsabilidad de la seguridad, así que no tengo nada que objetar.
En el descargo de Marie no había nada de gratuito. A un nivel más profundo había querido decir que si al teniente se le daba plena libertad para organizar sus asuntos, a ella, en calidad de directora científica, no se le podría exigir que sometiese sus directrices a un consenso previo de actuación. Un argumento sólido que se guardaría para utilizarlo más adelante si surgía la necesitad.
—Otra eventualidad que tenemos que contemplar, aunque no sé que opinarán ustedes, es que tendremos que contratar a algunos trabajadores indígenas para ayudarnos a efectuar la prospección —afirmó Osama, que solía defenderse con uñas y dientes de cualquier posible crítica.
—Por ahora con un par de ellos bastará —dijo Marie—. No sabemos si, cuando traspasemos la puerta, nos vamos a encontrar con un simple aposento de diez metros cuadrados.
—Bueno, entonces serán cuatro —manifestó Osama—. Yo necesito a dos vigilantes para que monten guardia por la noche.
—¿No será peligroso? —preguntó Alí dirigiéndose casi exclusivamente a Osama.
Los dos miembros egipcios de la expedición eran plenamente conscientes de los peligros y alcances político-religiosos que entrañaba el recuperar un objeto tan imponente como el Arca. Las advertencias y admoniciones del coronel Yusuf habían penetrado en sus lógicas y en sus esquemas de reflexión. Los europeos, aun conociendo perfectamente la delicada situación de Oriente Próximo, no eran capaces de pensar más que en las implicaciones científicas del descubrimiento. Eran mentalidades diferentes.
—Peligroso es, pero hay que actuar normalmente —contestó Osama después de pensarlo un rato—, despertaríamos más sospechas entre los aldeanos si no contratásemos a nadie. Mañana miércoles cogeré un coche e iré al pueblo más cercano a negociar con sus habitantes.
—¿Dormirán aquí? —preguntó John.
—No, es mejor que lo hagan en sus casas —opinó el teniente, que parecía tenerlo todo pensado—. Los dos trabajadores vendrán por la mañana y se irán por la tarde, los guardias estarán solamente por la noche, yo vigilaré por el día. En caso que más adelante necesiten más trabajadores ya veríamos cómo los organizamos.
—Vaya, la ciudad puede crecer —proclamó John, aunque todos estaban tan cansados que ninguno se dio por enterado de la broma.
—Por supuesto, lo mejor es que no comenten nada del "objeto" ni de las particularidades de la tumba con los trabajadores —aconsejó Osama abriendo los brazos con las palmas hacía arriba en ademán de indiferencia—. Sólo es una excavación más.
—Bueno, tampoco lo iban a entender —insistía John con sus ironías.
—Lo mejor es que nos vayamos a dormir, mañana será un día duro —dijo Marie levantándose.
Todos apuraron su té y la siguieron. Osama abrió el portón de un coche y cogió un paquete de los muchos que todavía estaban sin desembalar en la parte trasera de los todoterreno. Repartió un saco de dormir a cada uno y dudó, no sabía si quedarse de guardia esa noche o irse a dormir con los demás. La decisión fue salomónica, se quedaría despierto un par de horas más, hasta asegurarse de que todo permanecía tranquilo, después se metería en la tienda. Como había dicho la profesora Mariette, mañana podía ser también una jornada bastante complicada.
Despertaron en cuanto el sol hacía insoportable la estancia en las tiendas por más tiempo. Eran las 6 de la mañana. Osama, al final, había dormido únicamente 4 horas, pero estaba acostumbrado.
Se reunieron de nuevo en la tienda comedor, ahora era John el que había preparado unas tazas de café. Entre la comida preparada de Osama había briks de zumo, de leche y algunas pastas, lo suficiente para improvisar un desayuno.
No hablaron mucho. El teniente les notificó que salía a contratar a los trabajadores, estaría de vuelta antes de la comida, se dirigió a un jeep y vació de paquetes y cachivaches el portaequipajes. Guardó todo en una de las tiendas vacías y arrancó el coche. Cuando partió se podía advertir un hueco considerable en la muralla de toldos del campamento. Los arqueólogos, al mirar el ostensible orificio, sintieron una especie de desasosiego, ahora el desierto podía observarlos.
Fueron los tres juntos a estudiar la inclinada entrada de la tumba. Durante la noche se había vuelto a llenar de arena, aunque tardaron poco tiempo en limpiarla de nuevo.
John recitó de nuevo la traducción de los jeroglíficos a Alí, el egipcio solamente había tenido ocasión de observar las fotografías de Marie durante unos minutos, en la reunión que había mantenido con su tío y con Yusuf al-Misri, y no tenía, ni mucho menos, el don de Winters para la traducción instantánea.
Sheshonk, hijo de Shiskag el libio. Exterminador de los usurpadores, Vencedor del dios oriental, Faraón Rey de todas las arenas, Dios vivo y hermano de los dioses. El sello de esta tumba está cerrado Y cerrado estará para la eternidad. Por el poder de los cuatro principios, El que entre en la muerte, muerto será. El atajo está debajo, aunque La muerte respirarán todos por igual. |
Todos los estudiosos coincidían en la dificultad de trascripción del lenguaje sagrado de los egipcios, fue uno de los idiomas más difíciles de interpretar y sólo se consiguió desentrañar por pura casualidad. Sucedió a principios del siglo XIX, a raíz de encontrar los soldados de Napoleón una estela votiva, la piedra Rosetta, que tenía inscrito un edicto celebrando la coronación de Ptolomeo V Epífanes, un faraón del periodo helenístico, concretamente del año 197 antes de Cristo.
El mismo texto en tres idiomas: griego, escritura jeroglífica y demótico, éste último una simplificación de los jeroglíficos que era usada por las clases más populares, le dio la clave a Champollion, el genio francés, para descifrarlos. Particularmente, fueron los cartuchos que rodeaban los nombres propios del faraón y de su esposa Cleopatra los que proporcionaron la solución del enigma. Transcribiendo los signos de los dos nombres, y comparándolos con la inscripción griega, se llegó a la conclusión de que tan difícil escritura era una mezcla de ideogramas y fonogramas.
Los ideogramas representaban el objeto concreto que había sido dibujado, si la figura grabada era un sol el carácter escrito significaba "sol" o "día", hasta aquí no había confusión posible, eso si conseguíamos distinguir a qué objeto particular hacía referencia cada uno de los 700 jeroglíficos más usados por los escribas. El problema venía en que unas veces el mismo signo también representaba su fonema, su pronunciación, más concretamente la consonante o consonantes de su pronunciación.
Es como si nosotros dibujásemos una casa y utilizásemos el mismo dibujo de la vivienda para significar "casa" y, además, todas aquellas palabras que se pronunciasen con el sonido "cs", por ejemplo "casi" o "caso". De esta manera conseguían los egipcios expresar ideas abstractas, ideas que no se correspondían con nada que se pudiera encontrar en la naturaleza, con nada susceptible de ser dibujado.