Read La reliquia de Yahveh Online
Authors: Alfredo del Barrio
—¿Es usted religioso John? —preguntó Alí con cautela.
—No, no soy religioso, simplemente curioso.
A Marie, mientras escuchaba en segundo plano la conversación entre John y Alí, le había dado tiempo a pensar un plan de actuación y pasó a exponerlo sin ningún miramiento.
—Siento romper la magia de su charla, pero llevamos mucho tiempo aquí metidos —Marie miró su reloj a la luz de su linterna—. Casi dos horas. Los demás estarán preguntándose si nos habrá alcanzado la maldición de Sheshonk. Tenemos que salir ya.
Los Zarif y Osama, respetuosos, habían esperado durante cuarenta minutos alguna indicación por parte de los arqueólogos para entrar, pero como ésta no se había producido se habían ido a la tienda cocina a comer y descansar tranquilamente.
Marie los encontró a todos allí e intentó exponerles el descubrimiento de la forma más natural del mundo y utilizando las palabras más neutras de su vocabulario, y esto cuando aún sentía una excitación que parecía que su alma iba a traspasar los límites de su cuerpo, menos mal que no creía demasiado en las entidades intangibles.
—Enhorabuena a todos —empezó nada más abrir la gruesa tela de la tienda—. La tumba está intacta, hemos inspeccionado un gran salón con columnas decorado con frescos esculpidos y pintados.
Los que sabían más inglés traducían al árabe lo que decía Marie, a todos los trabajadores se les instaló una sonrisa en la cara.
Ahora pasaremos todos a verla —continuó Marie—. Aunque, por desgracia no podremos rescatar, ni siquiera tocar, ninguno de los objetos que se encuentran en la tumba. Tendremos que taparlos para que posteriormente los estudiemos nosotros mismos u otra expedición. Explíqueles lo que les estoy contando Osama.
Marie no se fiaba de la traducción que de sus palabras pudiesen hacer los Zarif, por eso le pedía indirectamente a Osama que se lo dejase meridianamente claro. Habría dado media vida por ser ella la que se encargase del análisis completo de los restos y estaba decidida a formular esta exigencia a cualquier burócrata francés, egipcio o inglés que se le cruzase en el camino, esto en cuanto hubiese recuperado el Arca, claro está.
Los árabes no se turbaron demasiado cuando escrutaron el contenido de la tumba, no había objetos ni de oro ni de plata. Osama era el único que comprendía un poco el valor histórico y científico de lo que veía, aunque tampoco mostró excesivo entusiasmo, estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos. Descubrir las propias pasiones es revelar información sobre tus deseos y esperanzas y esto puede volverse en contra de tus fines, eso era lo que se decía para justificar su falta de emociones.
Cuando todos habían vuelto a asomar a la superficie Marie insistió en sus instrucciones.
—Bien, ahora trataremos de tapiar el ala izquierda y derecha del salón con las lonas y mástiles sobrantes que ha traído Osama. Lo justo para dejar un pasillo en el centro que nos permita llegar hasta la pequeña puerta de enfrente y continuar con la exploración. Antes de tapar todo, John sacará unas fotografías digitales de los jeroglíficos de las cuatro paredes para que podamos traducirlos con la ayuda de un ordenador. Mañana trataremos de abrir la siguiente puerta.
—Mañana, es viernes doctora —interrumpió Osama—. Es el día festivo musulmán, los trabajadores no vendrán.
Las palabras del teniente no parecían admitir ninguna réplica. Marie pensó unos segundos y volvió a la carga.
—Bien, no pasa nada, el sábado nos volveremos a ver. Manos a la obra.
Cuando por fin concluyeron de cubrir las paredes y objetos, los tres egiptólogos estaban derrengados. Con el ajetreo del día se les había olvidado hasta comer y ya estaba anocheciendo. Por suerte Gamal les había preparado algo de cena antes de irse.
El manjar consistía en unas bolas hechas a base de garbanzos fritos y especias,
falafel
les había dicho el joven cocinero que se llamaba el plato antes de irse, aunque innecesariamente, todos conocían de sobra el intenso sabor de una de las más famosas especialidades culinarias egipcias. De segundo podían aprovechar las sobras de la comida, un arroz con cordero al que sólo tenían que calentar un poco en el fuego. El menú no era precisamente deslumbrante, pero era indudablemente más apetitoso que la comida de campaña de Osama.
No tardaron en irse a la cama, eso a pesar que los acontecimientos del fructífero día daban para muchas horas de comentarios, observaciones, elucidaciones y demás glosas del extraordinario hallazgo.
Antes de acostarse, Osama instaló una alarma de movimiento en el pasillo de entrada a la tumba y tapó el acceso con un tablón de madera, el militar no quería ninguna sorpresa. El sensor del dispositivo estaba disimulado entre los paños de lona que acababan de colocar para proteger los numerosos objetos que llenaban la sala hipóstila. La alarma se activaba y desactivaba con un mando a distancia y, como el teniente poseía dos, le entregó subrepticiamente uno de ellos a Marie, sin decir nada a nadie más. La profesora estaba encantada con la deferencia del teniente y con la eficacia que mostraba en el desempeño de su trabajo.
John se metió en el saco de dormir pensando en los jeroglíficos que acababa de fotografiar con su cámara digital. Había ajustado la resolución al máximo y ya había trasferido las imágenes al disco duro de uno de los ordenadores portátiles del camión. Le hubiese gustado empezar a traducir los textos del
Libro de los Muertos,
pero la jornada había sido excesivamente dura dada su falta de costumbre; mejor esperar al día siguiente, estaría más lúcido. Por lo menos eso esperaba, no obstante algo le decía que precisamente él no iba a tener ni la fiesta de los mahometanos de mañana, ni la de los hebreos del sábado, ni la de los cristianos del domingo.
A Alí también le costaba conciliar el sueño, en la bóveda de su cerebro resonaba el eco de las palabras de Yusuf al-Misri. El poderoso gerifalte le había prometido ser el director plenipotenciario de la excavación una vez exhumada el Arca. Era más de lo que hubiese podido desear, incluso era capaz de olvidarse por un rato de su invencible miedo a los espacios cerrados y su supersticiosa aprensión frente las maldiciones faraónicas. Este yacimiento era igual o más imponente que el de
Tutankamón y lo mejor, sin duda, estaba todavía por descubrir. Se haría famoso, incluso podría escribir un libro con los pormenores de la empresa. No, jamás hubiese esperado encontrarse con una situación tan favorable.
Los guardias ya habían empezado su ronda. Osama les había ordenado explícitamente que vigilasen especialmente la tumba de cualquier intromisión, aunque no les había contado nada de la alarma, un as que se guardaba en la manga. Si no quieres que te traicionen no otorgues tu confianza a nadie, ni siquiera a tus teóricos aliados, otra máxima de las numerosas que atesoraba el oficial.
En las dunas ya era noche oscura, no había ni luna, y el viento empezaba a entonar una melodía llena de desolación y melancolía.
Todos durmieron apaciblemente y volvieron a coincidir en la tienda cocina para desayunar. Los cuatro integrantes de la expedición fueron entrando a intervalos de 5 minutos casi exactos. Hoy no venía Gamal así que prepararon café para todos y se atrevieron con alguna lata de Osama, el membrillo, la leche condensada y la mermelada resultaban más apetecibles que la otra opción, almorzar la pasta de garbanzos que había sobrado del día anterior.
Los ánimos estaban mucho más apaciguados, aunque los tres investigadores, sobre todo los dos europeos, no veían el momento de adentrarse de nuevo en la postrer morada de Sheshonk. Marie expresó este deseo casi con sus primeras palabras de ese día.
—Aunque hoy carezcamos de trabajadores, yo creo que entre todos podemos abrir sin problemas la siguiente puerta, es mucho más pequeña que las anteriores. —Sí, desde luego —aprobó John—, debemos continuar.
—Quizá el Arca esté aguardándonos justo detrás de esa puerta ¿No creen? — preguntó Alí sin esperar contestación, ya que su deseo más se lo declaraba a sí mismo que a los demás.
Osama no decía nada porque nada tenía que decir, dejaba elaborar a los científicos su plan de trabajo con total libertad. El era musulmán pero estaba visto que hoy no habría fiesta para él, estaba acostumbrado y no protestaría. Lo que le molestaba es que los occidentales diesen por sentado ese punto. Como para ellos no tenía ninguna importancia si obviaban una fiesta religiosa o no, daban por universal el que los demás debían pensar de la misma manera. Y lo que más escocía a Osama es que realmente, al final y aunque no quisieras, acababas razonando y actuando igual que lo hacían ellos. El colonialismo cultural tenía apéndices tan sutiles como los de una frágil medusa, pero en el fondo eran más férreos que los tentáculos de un pulpo. Lo único honesto de los europeos es que tampoco protestarían si Osama les propusiese realizar cualquier actividad en domingo.
John rompió las cavilaciones del teniente al lanzarle una pregunta directa.
—Dígame Osama, ¿cree que podría llamar por el teléfono del camión a mis jefes en Londres? Les prometí contactar con ellos a diario y no lo he hecho desde que salí del Reino Unido, hace tres días.
—¿No será peligroso? ¿Podrían localizarnos? —intervino Marie celosa de proteger la intimidad del que todavía consideraba su hallazgo.
—Yo no he recibido ninguna instrucción al respecto —afirmó Osama—. Desde luego pueden localizarnos, pero sólo en el caso de que nos estén buscando. Yo les puedo asegurar que el gobierno Egipcio no lo está haciendo, pero no puedo responder por sus dos países. En teoría no deberían tener ningún interés, ya están suficientemente representados por ustedes dos, pero siempre existe un riesgo de intromisiones no controladas por parte de terceras potencias. En todo caso no den ninguna pista sobre su paradero por si la información cae en malas manos y traten de contactar siempre vía correo electrónico.
—Yo no tengo ninguna dirección de correo, solamente un número de teléfono — dijo John—. Tendré que hacer por lo menos una llamada.
—Bien, bien, no tiene por qué haber problema si no es muy explícito —corroboró Osama—. Es más fácil "escuchar" una conversación que localizarla. Si quiere un consejo, trate de pedir una dirección de contacto para la próxima vez, aunque el correo electrónico también puede ser interceptado y leído si no está encriptado.
—¡Pues qué bien! —prorrumpió Marie—. ¡Tendremos que enviar una postal!
—Eso no es ninguna tontería —reconoció divertido Osama—. El correo ordinario es, hoy por hoy, mucho más seguro que el electrónico.
John terminó de desayunar y se introdujo en la caja del camión, buscó el teléfono con la mirada y se dirigió al panel empotrado donde asomaba un auricular con diseño, más que clásico, anticuado. Detrás del mismo estaban pegados con papel adhesivo los dígitos telefónicos que correspondían al número del aparato. A John le llamó la atención lo breve de la cifra, no debía haber muchos teléfonos en el país, o sería que los teléfonos por satélite usaban una numeración distinta a la de los convencionales.
Marcó el número que Jeremy Cohen le había facilitado antes de que se separaran en Londres. Habían pasado únicamente unos días, pero para John habían transcurrido tan intensos que se le asemejaban meses.
—Aquí Jeremy.
—Hola Jeremy, soy John.
—¿John? ¿Qué John?
Momento de perplejidad, aunque un golpe de risa lo desbarató en un instante.
—Perdona John, es una broma —dijo Jeremy todavía intentando contener la carcajada—. Llevo tres días pegado al teléfono esperando tus noticias y los jefes me llaman cada dos por tres para preguntarme por ti. ¿Todo bien?
—Sí, todo bien, disculpa la tardanza pero no he podido llamar antes.
—¿Dónde estás?
—Llamando desde un pueblo perdido en medio del desierto.
—Comprendo. ¿Qué tienes que contarme?
—Transmite que todo va bien, estamos dentro, aunque todavía no hemos encontrado nada. ¿OK?
—OK John, ¿algo más?
—No, nada más. Lo único es que necesitaría un mail de contacto, desde aquí es endiabladamente difícil hablar por teléfono.
—Bien, apunta éste.
John no tenía un bolígrafo a mano así que lo memorizó, no era difícil. —Bueno, pues hasta otra entonces John, de todas formas yo seguiré al teléfono por si me necesitas.
—Bien, gracias Jeremy. Ya nos veremos y no trabajes mucho.
—Yo estoy en el paraíso, tómate tu tiempo en volver.
—Cuídate.
Ahora que no lo sufría como superior, incluso se podía decir que John echaba de menos la socarronería de Jeremy, aunque siempre había defendido la opinión de que los vocablos "amigo" y "jefe" eran claramente incompatibles.
Cuando John salió del camión, entró Marie. La francesa sí tenía la dirección de correo electrónico de Legentil, así que optó por esta modalidad de comunicación, además no tenía ni el más mínimo aliciente en escuchar la voz de semejante petimetre.
Se metió en Internet desde uno de los ordenadores portátiles y fue directa a la página de su correo externo, introdujo su mail y contraseña y entró en el servicio de mensajería. Comprobó el correo nuevo que le habían remitido, nada importante. Pulsó el botón "redactar correo". El mail que le envió a Legentil decía lo siguiente:
Estoy en el punto. Abierto el agujero y explorada una parte. Ni rastro del regalo por ahora, seguimos trabajando en ello. Corto y cierro.
El mensaje no podía ser más telegráfico y Marie había evitado el uso de palabras sensibles. Osama tenía razón, ella también había escuchado o leído en alguna parte cómo algunos servicios de inteligencia escudriñaban sistemáticamente todas las comunicaciones electrónicas mundiales. Determinados gobiernos usaban robots de búsqueda que rastreaban el uso de palabras predeterminadas, como "terrorismo", "bomba", "presidente" y similares. No intentó encriptar el mensaje porque no tenía ni la más remota idea de cómo realizarlo, si no lo hubiese hecho también.
Cuando salió del camión encontró a John y Alí sentados a la sombra en dos de las sillas plegables que, por supuesto, había incluido el teniente en su completa colección de bagajes imprescindibles para el campamento.
—Bueno, vamos a ver si progresamos algo hoy —les dijo a ambos—. ¿Dónde está Osama? Puede que lo necesitemos para mover esa piedra.
—Estoy aquí —el egipcio salió de detrás de una tienda—. Cuando quieran.