La Séptima Puerta (32 page)

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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: La Séptima Puerta
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EL LABERINTO

Las dos naves de los sartán llegaron al Nexo, viajando a través de la Puerta de la Muerte, y se posaron cerca de lo que había sido la casa de Xar, convertida ahora en un amasijo de madera chamuscada. Mientras descendían, los sartán se asomaban por las portillas, mudos de pasmo ante la destrucción que contemplaban.

—Ya veis la magnitud del odio que nos profesan esos patryn —se pudo oír que proclamaba Ramu—. Son capaces de provocar la ruina de la ciudad y de la tierra que creamos para ellos, aunque sean ellos quienes padezcan las consecuencias. No hay posibilidad de razonar con gente tan salvaje. Nunca estarán en condiciones de vivir entre personas civilizadas.

Marit podría haberle contado la verdad —es decir, que habían sido las serpientes quienes habían destruido el Nexo—, pero sabía que Ramu no creería sus palabras y prefirió no darle ocasión de provocarla a enzarzarse en una discusión sin sentido. Mantuvo un silencio digno y altivo y apartó el rostro para que Ramu no viera sus lágrimas.

Tras ordenar que el grueso de las fuerzas sartán permaneciera en la seguridad de la nave, donde las runas ofrecían protección, envió varias partidas de exploradores.

Mientras las patrullas batían el terreno, los sartán de Chelestra procedieron a ocuparse de las necesidades de sus hermanos de Abarrach. Pacientes, amables y dedicados, les ofrecieron sus servicios con gran generosidad. Algunos, al pasar junto a Marit, incluso se detuvieron a preguntar si podían hacer algo por ella. La patryn rechazó su ayuda, por supuesto, pero, perpleja y emocionada por su ofrecimiento, consiguió expresar su negativa con afabilidad.

El único sartán que le merecía cierta confianza (y no mucha, tampoco) era Balthazar, aunque Marit no conseguía explicarse por qué. Quizá porque él y los suyos también sabían lo que era ver morir a sus hijos. O tal vez porque Balthazar se había tomado la molestia de hablar con ella durante el trayecto a través de la Puerta de la Muerte, de preguntarle qué estaba sucediendo en el Laberinto.

Marit aguardó con impaciencia el regreso de los exploradores, que acudieron de inmediato a informar a Ramu. La patryn habría dado varias puertas por escuchar el informe, pero no pudo hacer otra cosa sino esperar.

Por fin, Ramu salió de su camarote e indicó a Balthazar (a regañadientes, le pareció a Marit) que se acercara. El consejero hizo evidentes demostraciones de que no le gustaba compartir su posición de autoridad, pero no tenía más remedio. Los sartán de Abarrach habían dejado muy claro, durante el trayecto, que no seguirían las órdenes de otro líder que no fuera el suyo.

—No me gusta lo que oigo —murmuró Ramu en voz baja—. Los informes de los exploradores son contradictorios. Me cuentan que...

Marit no alcanzó a oír qué noticias traían, pero no le costó mucho imaginarlas.

Balthazar prestó atención a lo que decía Ramu; a poco, con un gesto cortés, le pidió que hiciera una pausa. El nigromante se volvió hacia Marit y, con otro gesto, la invitó a acercarse.

Ramu frunció el entrecejo

—¿Crees prudente hacer eso? La patryn es una prisionera y no me gusta revelar nuestros planes al enemigo.

—Como dices, es nuestra prisionera y le resultará muy difícil, si no imposible, escapar. Me gustaría escuchar lo que tenga que decir.

—De acuerdo, hermano, si estás interesado en escuchar mentiras, adelante —concedió Ramu con tono mordaz—. Veamos qué nos cuenta...

Marit se acercó y se detuvo en silencio entre los dos.

—Continúa, consejero, por favor —dijo Balthazar.

Ramu guardó silencio unos instantes, disgustado y enfadado por tener que pensar de nuevo qué y cuánta información era conveniente revelar.

—Me disponía a decir que me propongo dirigirme a la Última Puerta. Quiero ver con mis propios ojos lo que sucede allí.

—Excelente idea —asintió Balthazar—. Te acompañaré.

Ramu no se mostró muy complacido con la perspectiva.

—Yo creía que preferirías quedarte a bordo, hermano. Todavía estás muy débil.

Balthazar hizo caso omiso del comentario.

—Soy el representante de mi pueblo. Su gobernante, si lo prefieres. Según la ley sartán, no puedes negarte a mi petición, consejero.

—Sólo pensaba en tu salud —murmuró Ramu.

—Por supuesto —asintió Balthazar con una sonrisa congraciadora—. Y llevaré a Marit como consejera.

La patryn, cogida absolutamente por sorpresa, se quedó mirándolo con perplejidad.

—¡Eso, de ninguna manera! —Ramu se negó a tratar el tema, siquiera—. Esa mujer es demasiado peligrosa. Se quedará aquí, bajo escolta.

—Sé razonable, consejero —replicó Balthazar con frialdad—. Esta patryn ha vivido en el Nexo y en el propio Laberinto. Está familiarizada con el lugar y con sus habitantes. Ella capta lo que se respira en el ambiente... algo que, a mi entender, tus exploradores son incapaces de conseguir.

Ramu se ruborizó de indignación. No estaba acostumbrado a ver desafiada su autoridad. Los demás miembros del Consejo, al escuchar la discusión, reaccionaron con incomodidad y cruzaron unas miradas de inquietud.

Balthazar se mantuvo cortés y diplomático. Ramu no tenía más remedio que aceptar. Necesitaba de la ayuda de los sartán de Abarrach y aquél no era lugar ni ocasión para poner en cuestión la autoridad de Balthazar.

—Está bien —dijo por fin, a regañadientes—. Marit puede acompañarte, pero deberá permanecer bajo estricta vigilancia. Si sucede algo...

—Acepto toda la responsabilidad —asintió Balthazar con aire humilde. Ramu, tras una sombría mirada a Marit, dio media vuelta sobre sus talones y se alejó.

Se había evitado un enfrentamiento abierto, pero todos los sartán que habían presenciado el choque de aquellas dos fuertes voluntades eran conscientes de que se había declarado una guerra. Como reza el dicho, dos soles no pueden recorrer la misma órbita.

—Debo darte las gracias, Balthazar... —empezó a decir Marit con cierto apuro, pero el sartán la interrumpió a media frase.

—No lo hagas —fue su fría réplica. La enflaquecida mano de Balthazar la tomó por el brazo y la acercó a una de las portillas—. Mira ahí fuera un momento. Quiero que me expliques una cosa.

Los dedos huesudos se hundieron en el brazo de Marit con tal fuerza que las runas tatuadas que había bajo ellos empezaron a encenderse en un reflejo defensivo de la magia patryn. A la mujer no le gustó el contacto e hizo ademán de apartarse.

El apretón se hizo más firme. Antes de que Marit pudiera añadir nada, Balthazar le susurró en tono urgente:

—Estáte atenta a tu oportunidad. Cuando se presente, aprovéchala. Yo haré lo que pueda por ti.

¡Escapar! Marit captó al instante que el sartán se refería a eso. Pero ¿por qué? Recelosa, titubeó.

Balthazar miró a un lado y a otro. Había algunos sartán que los observaban, pero todos eran de los suyos y podía confiar en ellos. Los otros sartán se habían retirado con Ramu o estaban ocupados en ayudar a sus hermanos. Se volvió de nuevo hacia Marit y le comentó en voz baja:

—Ramu no lo sabe, pero yo también he enviado mis propios exploradores. Según éstos, enormes ejércitos de terribles criaturas (dragones rojos, lobos que caminan como hombres, insectos gigantescos) se agolpan en torno a la Última Puerta. Tal vez te interese saber que las patrullas de Ramu han capturado a uno de los tuyos, lo han interrogado y lo han obligado a hablar.

—¿Un patryn? —Marit se quedó perpleja—. Pero ¡si no queda ningún patryn en el Nexo! Ya te lo dije: las serpientes obligaron a toda mi gente a cruzar de nuevo la Última Puerta.

—Ese patryn capturado... Había algo extraño en él —continuó Balthazar, mientras estudiaba atentamente a la mujer—. Tenía unos ojos muy raros.

—Déjame adivinar —intervino Marit—. Tenía los ojos rojos, ¿me equivoco? ¡Ése no era uno de los míos! Era una serpiente. Esas criaturas pueden adoptar cualquier forma...

—Sí. De lo poco que me contaste, deduje que debía de tratarse de algo así. El patryn ha reconocido que su gente se ha aliado con las serpientes y que lucha por abrir la Última Puerta.

—¡Esto último es verdad! —Exclamó Marit con desesperación—. ¡Estamos obligados a ello! Si la Última Puerta se cierra, mi gente quedará atrapada en el Laberinto para siempre... —El miedo y la desazón la sofocaron y, durante unos momentos, le impidieron continuar. Con un esfuerzo desesperado, intentó mantener el dominio de sí misma y seguir hablando con calma—. ¡Pero no estamos aliados con las serpientes! Sabemos muy bien cómo son esas horribles criaturas. ¡Antes seguiríamos encerrados para siempre en el Laberinto que ponernos de parte de tales monstruos! ¿Cómo puede ese estúpido Ramu dar crédito a una cosa así?

—Da crédito a lo que quiere oír, Marit. A lo que conviene a sus propósitos. O quizás está ciego a la maldad de esas serpientes. Pero nosotros no. —El nigromante le dirigió una sonrisa desconsolada, con los labios apretados—. Nosotros nos hemos asomado a ese espejo oscuro. Y reconocemos la imagen que refleja.

Balthazar suspiró. Una palidez extrema le cubría las facciones. Como había señalado Ramu, todavía estaba bastante débil. Con todo, rechazó la sugerencia de Marit de que regresara a su camarote y se acostara un rato.

—Tienes que ponerte en contacto con tu gente, Marit. Infórmala de nuestra llegada. Debemos aliarnos para combatir a esas criaturas o todos acabaremos destruidos. ¡Ah!, si fuera posible que alguno de los tuyos pudiera hablar con Ramu, convencerlo...

—¡Se me ocurre de alguien! —Exclamó Marit, asida al nigromante—. ¡El dirigente Vasu! ¡Incluso tiene una parte de sangre sartán! Intentaré ponerme en contacto con él. Puedo utilizar mi magia para comunicarme con él, pero Ramu verá lo que me propongo e intentará detenerme.

—¿Cuánto tiempo necesitarás?

—El suficiente para trazar las runas. Lo que tarda el corazón en latir treinta veces, no más.

Balthazar sonrió.

—Espera y observa.

Marit estaba agazapada junto al muro que rodeaba la extensión quemada de lo que habían sido los bellos edificios del Nexo. La ciudad que había brillado como el lucero vespertino, reluciente en el cielo crepuscular, era un amasijo de piedra ennegrecida. Las ventanas eran huecos oscuros y vacíos como los ojos de sus muertos. El humo de las vigas de madera quemadas aún nublaba el cielo y envolvía la tierra en una noche sucia y desagradable, salpicada de charcos de luz anaranjada.

Dos sartán tenían encargada la escolta y vigilancia de Marit, pero sólo dirigían alguna mirada esporádica a la patryn, más interesados en lo que sucedía al otro lado de la Puerta que en una prisionera patryn alicaída y aparentemente inofensiva.

Y lo que vio más allá de la Puerta debilitó a Marit mucho más que cualquier magia sartán.

—Los informes eran correctos —oyó que decía Ramu con tono ominoso—. Los ejércitos de la oscuridad se agrupan para un asalto contra la Última Puerta. Parece que hemos llegado justo a tiempo.

—¡Estúpido! —Exclamó Marit con acritud—. Esas fuerzas se están agrupando para asaltarnos a nosotros.

—¡No creas sus palabras, sartán! —Siseó una voz sibilante desde el otro lado del muro—. Es un truco, una mentira. Los ejércitos de los patryn irrumpirán a través de la Última Puerta y, desde ahí, penetrarán en los cuatro mundos.

Una enorme cabeza de serpiente asomó en lo alto de la muralla y se cernió sobre el grupo, meciéndose despacio hacia adelante y hacia atrás. Los ojos de la criatura despedían un intenso fulgor rojo y su lengua entraba y salía de las mandíbulas desdentadas. Su vieja y arrugada, piel, que colgaba, fláccida, de su sinuoso cuerpo, hedía a muerte, a descomposición y a ruinas quemadas.

Balthazar se encogió de espanto.

—¿Qué horrible monstruo es ése?

—¿No lo sabes? —Los ojos de la serpiente emitieron un destello que quería ser burlón—. Vosotros nos creasteis...

Los dos guardias sartán estaban pálidos y temblorosos. Era la ocasión que Marit estaba esperando para escapar, pero la terrible mirada de la serpiente estaba fija en ella, o lo parecía, y la patryn se sentía incapaz de moverse, de pensar o de hacer otra cosa salvo contemplarla con aterrorizada fascinación.

Sólo Ramu era inmune a su siniestro hechizo.

—Y aquí estáis ahora, aliados con vuestros amigos, los patryn. Uno de ellos me lo ha revelado.

La serpiente bajó la cabeza y ocultó los ojos, cuyo rojo resplandor se difuminó.

—Te confundes con nosotras, consejero. Estamos aquí para ayudarte. No te equivocas, en cambio, respecto a que los patryn intentan fugarse de su prisión. Han reunido hordas de dragones para que luchen por ellos. En este preciso momento, sus ejércitos se acercan a la Última Puerta.

La cabeza se deslizó por encima del muro, seguida de una parte de su cuerpo, enorme y pestilente. Ramu no pudo evitarlo y retrocedió, aunque sólo un par de pasos. Luego, volvió a plantarse ante el monstruo.

—Tus hermanas están de su parte.

La serpiente hizo oscilar la cabeza.

—Estamos al servicio de nuestros creadores. Da la orden y destruiremos a los patryn. ¡Y sellaremos la Última Puerta para siempre!

La criatura apoyó la cabeza en el suelo delante de Ramu y sus rojos ojos se cerraron en un ademán de sumisión servil.

—¡Y cuando hayan destruido a los míos, se volverán contra vosotros, Ramu! —Lo previno Marit—. ¡Os encontraréis encerrados en el Laberinto! ¡O algo peor!

La serpiente no le prestó atención. Ramu tampoco.

—¿Por qué habría de confiar en vosotras? —Dijo el sartán—. En Chelestra, nos atacasteis...

La gigantesca serpiente levantó la cabeza. Sus encarnados ojos emitieron un fogonazo de dolida indignación.

—Fueron esos maliciosos mensch quienes os atacaron, consejero, y no nosotras. ¿Quieres pruebas? Cuando vuestra ciudad quedó inundada por el agua marina que anulaba la magia, cuando os encontrabais privados de vuestro poder, débiles y desvalidos, ¿os atacamos, acaso? Y habríamos podido hacerlo...

Los ojos rojos brillaron durante un instante más; después, los párpados se entornaron y el fulgor se desvaneció de nuevo.

—Pero no intervinimos. Tu estimado padre, honrada sea su memoria, nos abrió la Puerta de la Muerte y estuvimos muy contentas de poder huir de nuestros perseguidores mensch. Menos mal que lo hicimos; de lo contrario, hoy estaríais solos para hacer frente a esta amenaza de vuestros acérrimos enemigos.

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