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Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

La última astronave de la Tierra (7 page)

BOOK: La última astronave de la Tierra
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Deseaba a Helix, pero con un deseo que estaba por encima de ella, pues ella era lo que había despertado la inquietud en su mente, y allí la oscuridad luchaba por encontrar la luz.

Cuando ya las vaharadas de niebla se enroscaban sobre el puente, cada vez más espesas, e incluso apagando el brillo de las luces, Haldane dio la vuelta y volvió a tierra. Sus pasos despertaban ecos en el puente desierto, y se sintió intensamente solo.

Por un momento tuvo la impresión de que no volvía a San Francisco, sino que entraba en una tierra oscura poblada por hombres hostiles. Inconscientemente, sin pretender recordarlo, acudió a su mente uno de entre los miles de versos que había leído en los últimos meses, un fragmento que representaba su exilio de una tierra repentinamente extraña, y dijo en voz alta esa línea, como si hablara a la niebla:

—Childe Roland llegó a la torre oscura…

4

Helix le llamó el viernes.

Estaba solo en su habitación, después de tomar una ducha, cuando sonó el fono. Suponiendo que le llamaba algún compañero de clase, lo sacó del bolsillo de la bata y dijo:

—Haldane.

Se sobresaltó al oír la voz de Helix que decía:

—Ciudadano, lamento informarte que el volumen que solicitaste está en la lista de libros prohibidos.

La voz de Haldane no pudo simular un tono frío y oficial cuando estalló:

—¡Señora, él construyó al papa!

—Sin embargo, su biografía está proscrita. Ciudadano, debes comprender que esto interferirá con el proyecto.

El proyecto no le importaba en lo más mínimo, pero, sin nada que justificara sus encuentros, Helix podría cancelarlos.

De pronto su voz sonó con toda autoridad:

—Tengo otras fuentes de información, señora. ¿Estará abierta biblioteca el sábado?

—Si los arreglos se hacen de antemano, sí abrimos el sábado. Creo que usted tiene una cita, ¿no?

—Si.

—Entonces tengo una sugerencia para un tópico secundario que espero ofrecerle mañana.

—Gracias, señora, y buenos días.

Se sentó en el borde de la cama, furioso y enojado y con la impresión del hombre que se ha visto defraudado por un truco insignificante.

Podía comprender por qué nadie había mencionado que Fairweather escribiera poesía. Era una información nada acorde con su temática, y él jamás hubiera osado discutirlo. Pero esto era distinto.

Se había pasado dos años en la facultad estudiando las ideas de un hombre que contribuyera más a las matemáticas que Euclides o Einstein; un hombre que contribuyera más a la teología que San Agustín; un hombre enterrado en una tumba de héroe en Arlington; sin embargo, jamás había leído siquiera una insinuación en una nota al pie de una página con referencia a que Fairweather hubiera resultado sospechoso para la Iglesia.

¿Acaso era la historia un secreto de Estado?

Él disponía de un as; y lo jugaría.

Como miembro del Departamento, Haldane III tendría acceso a tal información. Sólo dos semanas antes le habría preguntado sin rebozo a su padre por qué la Iglesia había tenido el descaro de proscribir la biografía del hombre que creara al último representante de San Pedro en la tierra; pero ahora tendría que moverse con circunspección. Haldane III podría sospechar, si le hacía esa pregunta, que su hijo había continuado una relación ilícita con su invitada a la cena.

Tal sospecha resultaría fatal para sus planes. Si las premoniciones que sintiera en el puente el domingo pasado resultaban ciertas, su padre estaría en el campo del enemigo.

De camino a casa se detuvo en una tienda de artículos de deporte para hacer una compra, con lo que llegó después que su padre. Desafió a éste a jugar al ajedrez.

—Para no perder el tiempo, doblaremos la apuesta.

Casi cometió un error táctico. Su padre aceptó inmediatamente la oferta, y Haldane ganó la primera partida. La ginebra doble resultó tan fuerte que casi le hizo incapaz de perder la segunda.

Pero su padre ganó la tercera partida con tanta facilidad que observó:

—El ajedrez separa a los verdaderos matemáticos de los empleados con galones.

Después de dos victorias más, Haldane III criticaba ya todo el sistema de juego de su hijo con grandilocuencia:

—¡Ataca! La agresividad es el espíritu del juego, y lo esencial es la reina. El ajedrez es un matriarcado basado en el poder de la hembra, y el que no puede controlar el poder de la hembra pierde su virilidad, y está castrado como jugador de ajedrez.

Haldane apreció los comentarios de su padre porque necesitaba toda la ayuda posible para llevar a cabo los movimientos que le impidieran ganar.

Mientras tanto, hacía acopio de todo su valor para dirigir la conversación hacia un tema que le ayudara a resolver el enigma de la proscripción de Fairweather.

Para mantener el engaño ganó esta vez, y obtuvo el valor necesario del mismo licor que agudiza la omnisciencia del ajedrez en su padre. De pronto comprendió que estaba malgastando demasiado tacto y diplomacia en una conversación que Haldane III ni siquiera recordaría a la mañana siguiente.

—Papá, ¿por qué está prohibida la biografía oficial de Fairweather?

—¿Será porque experimentó con la antimateria?

—Pero él vivió antes de que se prohibieran tales experimentos.

—Tienes razón. Te toca mover.

Haldane movió el rey, poniéndolo en peligro.

Su padre estudió el tablero.

—Entonces, ¿por qué se ha prohibido su biografía?

—Sé que tuvo una gran pelea con el Papa León XXXV. León trató de excomulgarle. Pero los sociólogos apoyaron a Fairweather. Y no es que ellos apreciaran a Fairweather, ¿sabes? Pero se figuraron que León pretendía conseguir más poder. Era un Papa muy popular. Y, con el apoyo de los fieles… ¿quién sabe?

Haldane aguardó con nerviosismo mientras su padre movía al fin sin hacer jaque al rey.

—Pero un Papa no dictaría un proceso de excomunión contra un héroe del Estado sin un motivo poderoso.

—Tienes toda la razón, hijo. Te toca mover.

Haldane movió el rey dejándolo a punto de hacer jaque mate a la reina de su padre, pero éste movió un peón en diagonal y bloqueó el peligro.

Haldane retiró la pieza y movió la torre.

—¿Por qué le permitieron inventar al papa?

—En aquellos tiempos había grandes luchas internas en el triunvirato. Los sociólogos y psicólogos se unieron contra la Iglesia. Y acogieron con gusto el invento de Fairweather. Henry XVIII, el sociólogo principal, comprendió, con la seguridad de que el mundo existe, que ya no tendría que preocuparse por las maniobras políticas de una computadora… ¡Jaque!

Haldane movió la torre por tercera vez.

—¿Por qué deseaba León castigar a Fairweather?

—Secreto de Estado, hijo. Te toca mover.

—Acabo de mover, papá. Una torre. Si todo es tan confidencial, ¿por qué su biografía sólo está prohibida?

—Primero fue censurada. La proscripción fue sólo un soborno, para apaciguar a la Iglesia.

Había necesitado mucha habilidad y un sinnúmero de movimientos ilegales para conseguirlo, pero ahora tenía ya a su padre en una situación en que cualquier movimiento que hiciera lo llevaría a dar jaque mate a su hijo. Había una sonrisa burlona en el rostro de Haldane III, una expresión vibrante de triunfo inminente mientras estudiaba el tablero. Haldane interrumpió el satisfactorio proceso que se abría paso en la mente de su padre y le preguntó:

—¿Crees que podrías conseguirme esa biografía? Podría ser interesante.

—Cógela tú mismo —agitó una mano impaciente hacia su estudio—. Está ahí, en el estante superior… ¡Jaque mate!

Llegó temprano al apartamento de Malcolm para comprobar que no había micrófonos ocultos y arreglar una docena de rosas que trajera en una vasija de bronce en el vestíbulo. Cuando terminó su tarea se sentó en el sofá y empezó a releer la biografía que había estado leyendo toda la noche hasta la madrugada.

La oyó detenerse al entrar junto a las rosas, pero simuló estar enfrascado en el libro. Alzó la vista y vio que Helix arreglaba de nuevo las flores.

—Deberían extenderse más. A este hermoso patriarca hay que darle una posición dominante.

Con unos cuantos movimientos había transformado su torpe ramo en un diseño lleno de armonía.

Él se le acercó y la besó en la mejilla.

—La personificación es una figura literaria muy mala.

—Ahora eres tú el que enseña a la profesora. Eres muy listo.

—Listo, rápido y tortuoso —la llevó al sofá e indicó el libro que estaba allí. Ella se inclinó y lo levantó casi con temor.

—Su biografía…

—Papá me la prestó.

—¿Supongo que no le hablaste de Fairweather?

—Ni se acordará siquiera. El médico le recomendó una o dos copas antes de acostarse, por su hipertensión. Anoche estaba muy tranquilo.

Helix frunció el ceño enojada.

—Si sus facultades no fueran perfectas, jamás habría sido nombrado para el departamento.

—Tuvo el suficiente sentido común para no hablar de secretos de Estado. Casi lo hizo, pero en el último momento no reveló nada.

—¿Te dijo por qué fue proscrita la biografía?

—Como un soborno a la Iglesia. El Papa León intentó excomulgarle, pero los sociólogos y psicólogos se lo impidieron.

—¿Y la biografía habla de ese incidente?

Haldane apartó la vista.

El domingo anterior, Helix se había sentido horrorizada ante la idea de que el Estado fuera capaz de practicar la censura en éste, el mejor de todos los mundos posibles, y él había mentido para proteger las creencias de la muchacha. La vida de Helix estaba condicionada a la creencia de que el Estado era siempre benévolo, y él se preguntaba si tenía derecho a poner a prueba esa fe, a poner en peligro su mente.

Pero era una profesional, no el perro de Pavlov, y ahora estaba consagrada a la búsqueda de la verdad. ¿Tenía derecho Haldane a censurar ciertas verdades desagradables en sus conversaciones con ella? Si guardaba silencio, se convertiría en un aliado de aquellos contra los que luchaba, y deshonraría la mística que le unía a ella.

Con toda deliberación contestó:

—Menciona el incidente sólo en términos generales. Verás, Helix, antes de que la biografía de Fairweather fuera prohibida, se la censuró.

—Entonces, ¿sabes que hay censura?

—Lo he sabido desde el domingo pasado —admitió él. Por un segundo creyó ver el alivio en sus ojos, pero esa emoción se mezclaba con otra de preocupación… por él.

—Así pues, ¿sabes quiénes son Las Parcas? —su voz era monótona, sin inflexiones.

—Sí —contestó él.

—Estaba preocupada por ti —confesó ella, relajándose ahora—, ya que tanto te condicionan.

De modo que había estado protegiéndole.

De pronto sus modales cambiaron, y Helix se mostró animada y dispuesta a trabajar.

—¿Así que la biografía no insinúa siquiera las razones que tuvo el Papa León para tratar de excomulgar a Fairweather?

—Ni siquiera le llama excomunión. Dice que fue amenazado con una posible censura. Semánticamente la declaración es cierta. La excomunión es una forma de censura, una forma definitiva.

»Sin embargo, aclara: «por razones de supuesta depravación moral»

—Otra de esas frases —dijo ella con impaciencia—, pero, dime, ¿cuánto tiempo tardó él en crear al papa, después de esa censura?

—La censura tuvo lugar en 1850, y el papa fue colocado en la nueva Santa Sede en 1881.

—Entonces trabajó treinta años en las viñas de Nuestro Señor, aunque el Papa había tratado de echarle de ellas.

—Esto te interesará. Se casó con una proletaria.

—¿Cuándo? —preguntó Helix.

—En 1882. Tuvieron un hijo. La biografía casi no le menciona, aparte de decir que ingresó como profesional en el departamento de matemáticas. Indudablemente la dinastía terminó con el hijo.

—Eso no me interesa tanto como los treinta años que pasó al servicio de la Iglesia, aunque ese matrimonio proletario sugiere un individualismo que podría haber llevado al desviacionismo.

—No hay caso —dijo Haldane—. Los sociólogos y psicólogos jamás se habrían puesto de parte de un desviacionista contra la Iglesia.

—Pero ¿por qué ofrecer toda su lealtad al mismo departamento que intentara destruirle?

—Tal vez el Papa se propusiera acabar con él, y Fairweather acabó con el Papa; con el vivo, quiero decir.

—El odio no es bastante fuerte para impulsar a un hombre a lo largo de treinta años hasta hacer lo que hizo. Sólo el amor podría hacerlo; o el remordimiento.

»Haldane, déjame que lea el libro. Tal vez, razonando juntos, podamos hallar la respuesta.

—Si encontramos la respuesta errónea —dijo él—, quedaría bloqueado el proyecto… Porque tú mencionaste un proyecto secundario por el fondo. ¿Cuál era tu idea?

—No hay por qué tomar en consideración mi idea ahora que dispones de un ejemplar de su biografía. Yo pensaba que podría preparar un ensayo sobre las técnicas y reacciones emocionales de un amante del siglo XVIII. Como estás enamorado de mí, habrías sido el sujeto más idóneo.

—¿Pretendes decir que yo tenía que representar el papel?

—Ésa era la idea general. Deseaba probar algunas técnicas que utilizaban las coquetas, creo que se le llamaba «flirtear» a fin de aumentar la excitación de sus amantes.

De haber sabido que ése era su plan, se juró Haldane interiormente, ¡jamás habría traído el libro! Con toda calma, dijo:

—Ese plan sigue siendo válido. Para escribir un poema yo te habría podido ayudar muy poco, a no ser en la investigación. Y el tema puede vencemos. No podemos revelar secretos de Estado, que se supone ignoramos, ni siquiera como símbolo, sin despertar las sospechas del triunvirato, pero sí podría haberte dado mucha información de primera mano sobre las técnicas y reacciones de los amantes del siglo XVIII. En realidad soy una mina de oro de material original sobre ese tema.

—Demuéstramelo.

—Para empezar, tenemos un beso romántico; así.

La abrazó y la echó atrás en el diván, sin besarla en la boca, sino subiendo sus labios desde el hombro hacia la barbilla y abriéndole los labios súbitamente, al estilo de un saxofonista que prueba el instrumento. Helix le cogió el pelo con a mano, le torció la cabeza y le mordió en la oreja.

Haldane lamentó que ella le hubiera robado el movimiento que se proponía realizar a continuación. Se puso en pie relajado, indiferente, se dirigió a la chaqueta y cogió un cigarrillo.

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