Read Las hijas del frío Online
Authors: Camilla Läckberg
Se llevó de un tirón el plato del bizcocho, abrió el cubo de la basura y arrojó los últimos trozos entre la zurrapa del café y los restos de comida. Dejó a Kaj atónito, sentado a la mesa: no soportaba seguir viéndolo un segundo más.
Aparcó el cochecito en la parte trasera de la tienda Järnboden y se aseguró de que Liam seguía dormido. Iba a comprar poca cosa y no tenía ganas de arrastrar el cochecito por toda la tienda. Hacía muchísimo viento fuera, pero soplaba más fuerte en la entrada, que era la que daba al mar. La parte posterior, en cambio, estaba al abrigo del monte Veddeberget y allí el cochecito no correría ningún peligro durante los cinco minutos que pensaba tardar en hacer la compra.
El móvil que colgaba sobre el dintel tintineó cuando ella abrió la puerta. La tienda tenía todo lo imaginable; en especial, artículos para gente mañosa y para los aficionados a los barcos. Ella tendría que mirar dos veces la lista que le había dado Markus para estar segura de lo que tenía que comprar. Él le había prometido que terminaría de instalar las estanterías del cuarto del niño aquel fin de semana si ella le compraba lo que necesitaba.
Mia se alegraba ante la idea de ver el dormitorio terminado por fin. Los meses habían pasado volando y, pese a que Liam tenía ya seis, su habitación aún parecía una vivienda provisional en lugar del agradable y bien decorado cuarto que ella había soñado. El problema era que dependía de su chico para que quedase en condiciones. Mia no había sostenido jamás un martillo en sus manos y él, en cambio, era muy habilidoso cuando se ponía manos a la obra, cosa que, por desgracia, rara vez sucedía.
En ocasiones se preguntaba si sería igual el resto de su vida. Cuando se conocieron, a ella le pareció maravillosa su filosofía, que consistía en procurar pasarlo bien siempre y evitar el aburrimiento a toda costa. Mia se enganchó a su estilo de vida y, casi durante un año, vivieron una existencia ideal y sin preocupaciones, plagada de fiestas y de decisiones espontáneas. Pero mientras que ella empezó a cansarse y a sentir el apremio de la vida adulta y de las responsabilidades, y más aún desde que había nacido Liam, él continuó viviendo en su burbuja, de modo que ahora Mia se sentía como si tuviese que criar a dos niños. Además, Markus tampoco contribuía a los gastos de alquiler y de comida. De no ser porque ella cobraba la baja maternal, se habrían muerto de hambre. Él siempre conseguía trabajo con su verborrea; ése no era el problema, qué va. El problema era que ningún trabajo parecía poder cumplir sus expectativas o sus exigencias de diversión, de modo que solía dejarlo después de tan sólo un par de semanas. Luego se pasaba una temporada viviendo a su costa hasta que conseguía un nuevo trabajo recurriendo a su encanto natural. Por otro lado, dedicaba la mayor parte del día a dormir, con lo que apenas le ayudaba ni en casa ni con Liam. Sin embargo, sí que se quedaba despierto las noches enteras entretenido con los videojuegos.
A decir verdad, ella ya empezaba a cansarse. Tenía veinte años y se sentía como si tuviese cuarenta. Andaba siempre refunfuñando y protestando, y, en ocasiones, oía con horror que sonaba exactamente igual que su madre.
Lanzó un suspiro mientras buscaba por uno de los pasillos. Leyó la lista. No le costó ningún trabajo encontrar los clavos y algunas otras cosas que Markus necesitaba, pero para los tornillos, tuvo que pedir ayuda. Cuando por fin terminó y se acercó a la caja para pagarle a Berit, miró el reloj. Sin saber cómo, había pasado un cuarto de hora mientras iba comprando los artículos de la lista, y se puso tan nerviosa que empezó a sudar. Con tal de que Liam no se hubiese despertado… Se apresuró a salir con las bolsas y, tan pronto como abrió la puerta, oyó lo que temía, el penetrante llanto de su hijo. Sin embargo, sonaba distinto de la protesta típica que indicaba que tenía hambre o estaba cansado o triste. Aquél era un grito de pánico que resonaba chillón contra la ladera de la montaña. Su instinto maternal le advirtió que algo pasaba, soltó las bolsas y echó a correr hacia el cochecito. Cuando miró en su interior, se le paró el corazón por un instante y quedó perpleja, sin comprender con exactitud qué era lo que veía. Liam tenía la carita negra de algo que parecía ceniza u hollín. En su boca abierta en pleno grito también había ceniza y el pequeño sacaba la lengua de vez en cuando en un intento de escupirla. También el interior del cochecito estaba cubierto de aquella sustancia negra y, cuando Mia cogió a su aterrado bebé y se lo apretó contra el pecho, le cayó un montón de ceniza en el abrigo. Su cerebro seguía sin atinar a hallar una explicación sensata a lo sucedido, pero con Liam en sus brazos, echó a correr al interior del establecimiento. Sólo sabía que alguien le había hecho algo a su hijo. Mientras le ayudaban a llamar, intentó en vano limpiar la ceniza de la boca del pequeño con una servilleta.
La persona que había hecho algo así debía de estar completamente desquiciada.
Hacia las dos de la tarde, todos tenían la información que necesitaban. Annika había preparado los documentos y Patrik le dio las gracias en voz baja mientras recopilaba las páginas que, una tras otra, les habían ido llegando por fax. Llamó a la puerta de Martin, pero entró sin esperar respuesta.
—Buenas —le dijo éste consiguiendo que aquel saludo informal sonase como una pregunta.
Sabía cuál era la información que Annika y Patrik habían estado recabando y, con sólo ver su expresión, comprendió que su trabajo había dado resultado.
Patrik no respondió al saludo, sino que se sentó en la silla que había frente a Martin y dejó los faxes sobre la mesa sin el menor comentario.
—Doy por sentado que habéis encontrado algo —dijo Martin extendiendo la mano para coger el montón de papeles.
—Sí, una vez obtenida la licencia para examinarlo, ha sido como abrir la caja de Pandora. Hay todo lo que busques. Léelo tú mismo.
Patrik se retrepó en la silla a la espera de que Martin ojease las copias.
—Esto no tiene buena pinta —sentenció tras unos minutos.
—No, no la tiene —convino Patrik moviendo la cabeza—. En trece ocasiones en total Albin aparece registrado en los archivos de algún centro de salud, atendido de algún tipo de lesión. Fracturas, cortes, quemaduras y Dios sabe qué más. Es como leer un manual de maltrato infantil.
—¿Y tú crees que es Niclas y no Charlotte el autor de todo esto? —preguntó Martin señalando los documentos.
—En primer lugar, no existen pruebas concretas de que estemos ante un caso de maltrato infantil. Nadie ha visto motivo para empezar a hacer preguntas hasta el momento y, en teoría, podría tratarse del niño más infortunado del mundo. Dicho esto, tú y yo sabemos que esa probabilidad es mínima. Lo más verosímil es que alguien haya estado maltratando a Albin. Si ha sido Niclas o Charlotte, bueno, es imposible decirlo con seguridad. Pero Niclas, por ahora, es la persona sobre la que tenemos el signo de interrogación más grande, así que yo partiría del supuesto de que lo más probable es que haya sido él.
—¿Podrían ser los dos? Se han dado casos, ya sabes.
—Sí, desde luego —admitió Patrik—. Todo es posible y no podemos excluir ninguna variable. Pero, teniendo en cuenta que Niclas nos mintió sobre su coartada, involucrando además a otra persona en su mentira, me gustaría convocarlo a una charla muy seria. ¿Estamos de acuerdo?
Martin asintió.
—Sí, desde luego. Lo llamamos y le enseñamos estos informes a ver qué dice.
—Bien, pues eso vamos a hacer. ¿Nos marchamos ahora mismo?
Martin volvió a asentir.
—Si tú estás listo, yo también.
Una hora más tarde estaban sentados con Niclas en la sala de interrogatorios. Parecía sereno y no protestó cuando fueron a buscarlo al centro médico. Era como si no tuviese fuerzas para oponer resistencia. En ningún momento del trayecto hacia la comisaría preguntó por qué querían hablar con él. Antes bien, se pasó el camino contemplando el paisaje, dejando que el silencio hablase por sí mismo. Por un instante, Patrik sintió un punto de compasión. Daba la impresión de que el cerebro de Niclas acabara de registrar que su hija estaba muerta y que, por el momento, toda su energía se concentraba en soportar la vida sabiendo que así era. Pero al recordar el contenido de los partes médicos, la compasión se esfumó de forma rápida y eficaz.
—¿Sabe por qué lo hemos hecho venir para interrogarlo? —comenzó Patrik sereno.
—No —respondió Niclas escrutando la superficie de la mesa.
—Hemos recibido cierta información un tanto… —Patrik hizo una pausa dramática— inquietante.
Niclas no se inmutó. Estaba totalmente apagado y le temblaban las manos, que tenía cruzadas sobre la mesa.
—¿No quiere saber de qué tipo de información se trata? —intervino Martin con amabilidad.
Niclas tampoco respondió en esta ocasión.
—Bien, en ese caso se lo diremos nosotros —prosiguió Martin cediéndole la palabra a Patrik.
Éste se aclaró la garganta.
—En primer lugar, resulta que la información que nos dio sobre su coartada para el lunes por la mañana no es cierta.
Al oír esto, Niclas alzó la vista por primera vez. Patrik creyó ver un atisbo de asombro que desapareció enseguida. A falta de una reacción verbal por su parte, continuó.
—La persona que le proporcionó la coartada ha desmentido su declaración. Hablando en plata: Jeanette nos ha contado que no estuvo con ella, como usted decía, y, además, que le pidió que mintiera al respecto.
Niclas seguía sin reaccionar. Se diría que se había desprendido de todo sentimiento y sólo había quedado un gran vacío en su lugar. No mostraba ni ira, ni asombro, ni consternación, ni ninguna de las reacciones que Patrik esperaba. Calló a la espera de una respuesta, pero Niclas persistía en su silencio.
—¿No quiere hacer ningún comentario sobre ese particular? —sugirió Martin.
Niclas negó con la cabeza.
—Si ella lo dice.
—Tal vez quiera contarnos dónde pasó esas horas.
Niclas respondió encogiéndose de hombros. Después, dijo en voz baja:
—No tengo intención de pronunciarme en absoluto. Ni siquiera comprendo por qué estoy aquí ni por qué me hacen esas preguntas. Es mi hija la que ha muerto, ¿por qué iba yo a hacerle daño? —alzó la vista y miró a Patrik.
Este vio en sus palabras una introducción idónea para su siguiente pregunta.
—Quizá porque tiene por costumbre hacer daño a sus hijos. Por ejemplo, a Albin.
Niclas dio un respingo y, boquiabierto, clavó sus ojos en Patrik. La primera expresión de algún sentimiento se manifestó en forma de un leve temblor del labio inferior.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Niclas inseguro, mirando ya a Patrik, ya a Martin.
—Lo sabemos —dijo Martin con tranquilidad, mientras hojeaba con un gesto elocuente los documentos que tenía ante sí.
Había sacado copias de los partes, de modo que tanto él como Patrik tenían un juego.
—¿Qué es lo que creen saber? —preguntó Niclas con un leve tono de desacuerdo, aunque sin poder evitar echar una que otra ojeada a los documentos que Martin tenía delante, sobre la mesa.
—Albin ha sido tratado de diversos tipos de lesiones en trece ocasiones —apuntó Patrik—. Como médico, ¿qué opina usted de eso? ¿Qué conclusión sacaría si alguien acudiese al hospital con un niño trece veces, por quemaduras, fracturas y cortes?
Niclas apretó los labios. Patrik continuó:
—Además, ustedes no han acudido siempre al mismo centro. Habría sido tentar la mala suerte, ¿verdad? Pero si reunimos todos los partes que existen en el hospital de Uddevalla y los centros de salud de los alrededores, tenemos un total de trece visitas. ¿Acaso Albin es un niño propenso a sufrir accidentes?
Niclas seguía sin pronunciarse. Patrik observó sus manos. ¿Serían capaces de hacerle daño a un niño?
—Tal vez exista una explicación para ello —intervino Martin insidioso—. Quiero decir, comprendo perfectamente que a veces uno no puede más. Ustedes los médicos trabajan demasiadas horas y están agotados y estresados. Además, Sara exigía mucho tiempo y atención, y con ella y un bebé, cualquiera se viene abajo. Todas esas frustraciones contenidas en busca de una vía de escape… Después de todo, sólo somos personas, ¿verdad? Y eso podría explicar por qué no ha habido más partes de «accidentes» desde que llegaron a Fjällbacka: ayuda con la intendencia, un trabajo menos estresante… De pronto, todo resultaba más llevadero. Ya no hay necesidad de dar rienda suelta al sentimiento de fracaso.
—No sabe nada de mi vida, no se haga el listo —dijo Niclas con inesperada virulencia, la mirada siempre fija en la mesa—. Y no pienso hablar con ustedes sobre ese asunto, de modo que ya pueden ir dejando el rollo psicológico.
—O sea que no tiene nada que decir sobre esto, ¿no? —insistió Patrik blandiendo su juego de partes médicos.
—No, ya se lo he dicho —respondió Niclas, que seguía escrutando la mesa con insistencia.
—Comprenderá que tenemos que entregar esta documentación a Asuntos Sociales, ¿verdad? —le anunció Patrik inclinándose sobre la mesa.
Una vez más, advirtió aquel leve temblor en los labios de Niclas.
—Hagan lo que crean conveniente —repuso con la voz sombría—. ¿Piensan retenerme aquí o puedo irme ya?
Patrik se levantó.
—Puede irse. Pero volveremos a interrogarle.
Acompañó a Niclas a la salida; ninguno de los dos hizo amago de despedirse con un apretón de manos.
Patrik volvió a la sala de interrogatorios, donde lo aguardaba Martin.
—¿Qué opinas? —preguntó éste.
—La verdad, no lo sé. Para empezar, esperaba que reaccionase de alguna manera.
—Sí, era como si estuviese totalmente apartado del mundo. Pero supongo que puede deberse al dolor por la muerte de su hija, que se manifiesta de ese modo. Según dijiste, se entregó al trabajo como si nada hubiese ocurrido y, además, tuvo que hacerse el fuerte en casa cuando Charlotte se vino abajo. Si ahora ella ha recobrado la presencia de ánimo, puede que él haya dado rienda suelta a su dolor. Lo que quiero decir, en realidad, es que no creo que podamos partir de la base de que él sea culpable de nada pese a su extraño comportamiento. Sus circunstancias son bien especiales.
—Tienes razón —admitió Patrik con un suspiro—. Pero hay hechos que no podemos ignorar. Le pidió a Jeanette que mintiese sobre su coartada y aún no sabemos dónde estuvo. Y si estos partes médicos no son una prueba de que Albin ha sido víctima de malos tratos, es que nací ayer. Y… si yo tuviera que adivinar quién es el probable autor, apostaría por Niclas sin vacilar.