—No tengo ningún problema con el azúcar. Echo de menos esto —dice.
Tiene la mirada fija en algún punto lejano. Nuestros muslos se rozan ligeramente. Estamos sentados, rígidos, uno al lado del otro, como desconocidos. Me recuerda la vez que le llevé sopa a su apartamento de Beacon Hill, la primera vez que me besó.
—¿Qué es lo que echas de menos?
—A nosotros.
¿En serio? ¿Ha escogido este día, el día siguiente a mi cita furtiva con otro hombre, para decirme que echa de menos nuestra relación? Emocionalmente, William siempre llega a la mesa cuando están recogiendo los platos. Es indignante.
—Tengo que encontrar un aseo —digo.
—Espera. ¿Has oído lo que acabo de decir?
—Lo he oído.
—¿Y lo único que se te ocurre decir es que tienes que ir al cuarto de baño?
—Lo siento. Es una emergencia.
Vuelvo a entrar corriendo en la terminal del ferry, encuentro un asiento en la cafetería Peet's y saco el teléfono.
¿Qué demonios es esto, Investigador 101?
Ya lo sé. Está enfadada.
¿Por qué tuvo que proponer que nos encontráramos?
No debí hacerlo.
¿Alguna vez tuvo intención de presentarse?
Claro que sí.
¿No cambió de idea en el último momento? ¿No pensó que la fantasía era mejor que la realidad?
No. Lo que me atrae de usted es su realidad. No me interesan las fantasías.
Ese maldito estudio ha cambiado mi vida por completo.
¿Por qué?
Porque me hizo notar que era infeliz.
Otros participantes han dicho…
No me hable de los otros participantes.
No me insulte.
Para usted, soy algo más que una participante en el estudio.
Es cierto.
Estoy pensando en dejar a mi marido.
¿Sí?
El pasmo de Investigador 101 vibra a través del teléfono; lo percibo como una descarga de electricidad. No es lo que él quería oír, ni tampoco es cierto. No he pensado en dejar a William. Lo he dicho únicamente para provocar una reacción. Levanto la vista y veo a Bunny, que viene andando hacia mí con paso enérgico. Me hundo en el asiento. Me quita el teléfono de la mano y lee rápidamente las últimas líneas de nuestro chat. Niega con la cabeza, se arrodilla junto a mi silla y empieza a teclear.
¿Puedo hacerle una pregunta, Investigador 101?
Sí, claro.
Dígame una cosa que le guste mucho de su mujer.
No creo que sea buena idea.
Le he contado todo acerca de mi marido. Seguramente usted podrá contarme una sola cosa acerca de su mujer.
Muy bien. Es la persona más empecinada, orgullosa, fiel a sus opiniones, insobornable y leal que conozco. Lo curioso es que creo que a usted le gustaría. Creo que se harían amigas.
Oh. No sé muy bien qué hacer con esa información.
Lo siento, pero usted la ha pedido.
Ningún problema. De hecho, me hace sentir mejor.
¿Ah, sí? ¿Por qué?
Porque me demuestra que no es usted un rufián, que tiene cosas buenas que decir de su mujer.
—¿Un «rufián»? ¿Quién diablos habla así?
—¡Calla! —dice Bunny, apartándome con el codo.
Gracias, supongo.
¿Qué vamos a hacer ahora, Investigador 101?
No lo sé.
Creo que la tormenta acabará despejándose.
Nunca pensé que fuera a suceder nada de esto. Tiene que creerme.
¿Qué pensaba que iba a suceder?
Que usted respondería a las preguntas y después nos iríamos cada uno por nuestro lado y se acabaría todo.
¿Qué pensaba que no iba a suceder?
Que fuera a enamorarme de usted.
Le quito el teléfono de las manos a Bunny, tecleo «Tengo que irme» y me desconecto de Facebook.
—No quieres contestarle, ¿eh? —pregunta.
—No, Cyrano. No quiero.
Bunny inspira profundamente.
—Parece que sus sentimientos por ti son bastante auténticos.
—Te lo dije.
—¿Quieres beber algo?
—No.
Nos quedamos un rato sentadas, oyendo a la gente pedir café.
—¿Alice?
—¿Qué?
—Escúchame. Todo buen director teatral sabe que incluso los temas más oscuros necesitan momentos de alegría. Tiene que haber lugares por donde entre la luz a raudales. Y si esos lugares no existen, entonces debes crearlos. Tienes que escribirlos y buscarles acomodo en la obra. ¿Lo entiendes, Alice?
Niego con la cabeza.
Bunny tiende el brazo por encima de la mesa y me aprieta la mano.
—Es un error que cometen muchos autores. Confunden la oscuridad con la profundidad de significado. Creen que la luz es fácil. Creen que la luz ya se meterá sola por cualquier rendija de la puerta. Pero no se mete, Alice. Tienes que abrirle la puerta para dejarla entrar.
—Nedra.
—Alice.
—¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú?
—Has salido a pasear en bici, ¿no?
—Sí, Alice. ¿Lo has deducido por los shorts, las zapatillas y el casco?
—Y por la bici.
—Sí.
—Así es.
—¿Qué ha pasado?
—¿Con qué?
—Con Investigador 101.
—Nada.
—No me mientas.
—Se ha acabado.
—¿Se ha acabado? ¿Y ya está?
—Sí. ¿Estás contenta ahora?
—Alice, esto es ridículo. ¿Vas a dejarme pasar o no?
Abro la puerta y Nedra entra en casa con la bicicleta.
—No sabía que los británicos sudabais. ¿Quieres una toalla?
Nedra apoya la bicicleta contra la pared y se frota la cara sudorosa con la manga de la camiseta.
—No hace falta, cariño. ¿Está William?
—¿Qué quieres con William?
—Negocios —dice—. Tengo una propuesta que hacerle.
—Está en la cocina.
—¿Seguimos sin dirigirnos la palabra?
—Sí.
—Muy bien. Pero ¿me avisarás cuando volvamos a hablarnos?
—Sí.
—¿Por teléfono o por mensaje de texto?
—Señales de humo.
—¿Has hablado con Zoé de la Chica-Dulce?
No, todavía no he hablado con Zoé al respecto y me siento muy mal por no haberlo hecho. Pero lo cierto es que la Chica-Dulce y la traición de Jude por parte de Zoé están a la cola de mis preocupaciones mientras intento resolver lo que pasa entre Investigador 101 y yo.
—Estás haciendo un mundo de algo que no tiene importancia. ¡Es sólo una crítica de pastelitos, Nedra!
—No lo sigas aplazando, Alice. Hay algo ahí que realmente tienes que ver.
—¿Nedra? —se oye cómo pregunta William desde la cocina—. ¿Eres tú?
—Hola, corazón. Al menos una persona en esta casa se alegra de verme —dice Nedra, mientras se aleja y me deja sola en el vestíbulo.
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Disculpe si no está interesado.
Por alguna razón, el anuncio me parece emotivo y triste. ¿Habrá alguien en el mundo que no esté buscando a alguien que le entregue su corazón?
De pronto, llaman a la puerta. William entra en mi estudio.
—¡Qué interesante! Nedra me ha pedido que cocine para su boda.
—¿Qué quiere que cocines?
—La cena, los aperitivos, el postre… Todo.
—¿Estás de broma?
—Habrá pocos invitados: unos veinticinco, más o menos. Le he pedido a Caroline que me ayude.
—¿Tú quieres hacerlo?
—Creo que será divertido. Además, me pagará. Y bastante bien, debo añadir.
—¿Ya sabes que Nedra y yo no nos hablamos?
—Lo he deducido. ¿Por qué no os habláis?
—Por el vestido de dama de honor que pretende que me ponga. Es espantoso, con talle imperio y mangas abullonadas. Pareceré la reina Victoria.
—Es tu mejor amiga, Alice. ¿Vas a perderte su boda por un vestido?
Arrugo el entrecejo. Tiene toda la razón, claro.
—¿Alice? ¿Te sientes bien?
—Sí, claro. ¿Por qué?
No es fácil seguir con esto. Me cuesta ocultar continuamente mi estado de distracción.
—Estás un poco… rara —dice.
—Tú también estás raro.
—Sí, pero intento no estarlo.
Me mantiene la mirada un poco más de la cuenta y yo desvío la vista.
—¿Has pensado ya en el menú? —pregunto.
—Cualquier cosa, menos ostras. Es lo único que me ha pedido Nedra. Cree que están demasiado trilladas, como las rosas rojas o el champán el día de San Valentín.
—A mí me encantan las ostras.
—Ya lo sé.
—Hace mucho que no las como.
William niega con la cabeza.
—No entiendo por qué insistes tanto en evitar todo lo que amas.
Cuando William se marcha, subo a mi habitación y cierro la puerta. Pongo la alarma del teléfono para dentro de quince minutos y me permito sentir todas las expectativas y los desengaños de los últimos días. Veo pasar delante de mí el comentario de William de que nos echa de menos, en un bucle constante. Diez minutos después, estoy sentada en medio de la cama, con una pila de pañuelos usados delante de mí. Oigo que alguien viene por el pasillo. Por la suavidad de los pasos, sé que es Bunny. Intento serenarme, pero es inútil.
—¿Todo bien? —pregunta, mientras abre la puerta.
—Bien, muy bien. Estoy muy bien, de verdad —digo, con lágrimas rodándome aún por las mejillas.
—¿Puedo hacer algo?
—No, no te preocupes. Es sólo… —Me pongo a llorar—. Lo siento. Me da mucha vergüenza que me veas así.
Bunny entra en la habitación, saca un pañuelo almidonado del bolsillo de los pantalones y me lo da.
Me lo quedo mirando, sin saber qué hacer.
—Oh, no, no… Está limpio. Te lo dejaría todo sucio.
—Es un pañuelo, Alice. Para eso está.
—¿Lo dices de verdad? Es tan bonito —digo, y en seguida me pongo a llorar otra vez a todo trapo, con hipos y sollozos, y por mucho que intento parar, no lo consigo.
Bunny se sienta a mi lado en la cama.
—Llevas mucho tiempo aguantándote, ¿verdad?
—¡No sabes cuánto!
—Bueno, entonces desahógate. Me quedaré aquí contigo hasta que hayas terminado.
—El problema es que no sé si soy buena o mala. Ahora mismo pienso que soy mala. Y fría. Puedo ser muy fría, ¿sabes?
—Todos podemos ser fríos —responde.
—Sobre todo con mi marido.
—Ah… No hay nada más fácil que actuar con frialdad con las personas que queremos.
—Ya lo sé, pero ¿por qué? —sollozo.
Bunny se queda sentada a mi lado, hasta que llego a un lugar limpio y despejado, al otro lado de la pena, donde el aire huele a finales del verano: a cloro, con un toque de material para la vuelta al cole. Por primera vez en mucho tiempo, siento esperanza.
—¿Mejor? —pregunta Bunny.
Asiento.
—Soy ridícula.
—No —me contradice—. Estás un poco perdida, como todos.
—He estado escribiendo, ¿sabes?
—¿Ah, sí?
—Sí, pequeñas escenas de mi vida. Sobre William y yo. El día que nos conocimos, cenas, conversaciones. Nada interesante. Pero es un comienzo.
—¡Fantástico! Me encantaría leerlo.
—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto. Esperaba que me lo pidieras.
—¿De verdad?
—¡Alice! ¿Por qué te asombras tanto?
Miro su pañuelo, hecho una bola en mi mano.
—Te he arruinado el pañuelo.
—Bah. Dámelo.
—¡No! Está asqueroso.
—¡Dámelo! —ordena.
Lo dejo sobre su mano abierta.
—¿No lo entiendes, Alice? Nada de lo que hagas puede parecerme asqueroso.
—Es lo que les digo a mis hijos.
—Yo también se lo digo a los míos —dice ella en voz baja, mientras me acaricia el pelo.
Empiezo a llorar otra vez. Me devuelve el pañuelo.
—Me parece que lo he recuperado prematuramente.
Lucy Pevensie añadió su cita favorita: «¿Es él… es él un hombre?», preguntó Lucy.
¿Lo es, Investigador 101?
No entiendo muy bien qué me pregunta, Casada 22.
¿Un hombre de verdad abandona a su mujer?
Un hombre de verdad busca a su mujer.
¿Y después?
No estoy seguro. ¿Por qué lo pregunta?
No he sido la mejor de las esposas.
Yo tampoco he sido el mejor de los maridos.
Entonces quizá debería buscar a su mujer.
Quizá usted también debería buscar a su marido.
¿Por qué debería buscarlo?
Quizá se haya perdido.
No se ha perdido. Está en el garaje, fabricando una estantería.
¿Con los pantalones Carhartt?
Usted nunca olvida nada, ¿verdad?
Yo olvido muchas cosas, pero internet no olvida nada.
Esos pantalones le hacen un culo muy mono.
¿Cómo es un culo mono?
Un culo más grande que el mío.
Hoy voy al cine, con mi mujer.
¿Sabe, Investigador 101? Me está enviando mensajes muy contradictorios.
Ya lo sé. Lo siento. Por eso precisamente voy a ir al cine con mi mujer. He estado pensando mucho. He releído todas sus respuestas al estudio y estoy seguro de que aún queda una chispa en su matrimonio. Si no fuera así, no habría podido contar la época en que su marido la cortejaba del modo en que la ha contado. Lo suyo con su marido no está acabado. Tampoco está acabado lo mío con mi mujer. Estoy haciendo un esfuerzo. Creo que usted debería hacer lo mismo con su marido.
¿Y si las cosas no funcionan con su mujer y mi marido?
Entonces, nos encontraremos dentro de seis meses en Tea & Circunstances.
¿Puedo hacerle una pregunta?
La que quiera.
Si nos hubiésemos encontrado, si usted se hubiese presentado aquella noche, ¿qué cree que habría pasado?
Creo que la habría decepcionado.
¿Por qué? ¿Qué me oculta? ¿Tiene escamas? ¿Pesa trescientos kilos? ¿Se peina con cortinilla para taparse la calva?
Digamos simplemente que no habría sido lo que usted esperaba.
¿Está seguro?
El encuentro habría sido prematuro. Estoy convencido de que habría sido desastroso.
¿Por qué?
Los dos lo habríamos perdido todo.
¿Y ahora?
Ahora perdemos solamente una cosa.
¿Qué cosa?
La fantasía.
¿Qué película van a ver?
La última de Daniel Craig. A mi mujer le gusta Daniel Craig.
A mi marido también le gusta Daniel Craig. Quizá su mujer y mi marido deberían conocerse.