Pocos fueron los que salieron convencidos. El general comprendió una vez más que el coronel era un ingenuo y recordó lo que sus tres hijas solteras decían siempre de él: «¡Qué excelente marido haría!» Julio estaba desesperado viendo que nadie tomaba en serio, ¡ni siquiera los militares!, el peligro del levantamiento. Ni siquiera viendo lo que ocurría con el asunto del teniente Martín, con el traslado del comandante. En cuanto a Casal, al llegar a su casa dejó los guantes blancos sobre la mesa y fue a dar el consabido beso a sus tres hijos. Su protuberante nariz los despertaba a veces. Su esposa no le aconsejó, como antaño, «que obedeciera a los que eran más altos que él». Por el contrario, de un tiempo a esta parte, se había puesto a la defensiva y le contó lo que la mujer de Cosme Vila le había dicho: «Cosme cree que ha llegado la hora».
—¿Qué significa eso? —dijo—. Anda con cuidado. Ya sabes que el instinto no me engaña.
De pronto vio los guantes del tipógrafo sobre la mesa. Los tomó y exclamó: «¡Jesús, qué sucios están! He de lavarlos en seguida».
Cosme Vila había mandado una nota a Julio hablándole del peligro militar, y ofreciéndole todos sus afiliados de la ciudad y provincia para cuando lo considerase oportuno. Julio había pegado un puñetazo en la mesa. El primer puñetazo nervioso que Antonio Sánchez observaba en su jefe.
Cosme Vila había reunido luego el Comité Ejecutivo, en el cual el catedrático del Instituto, señor o camarada Morales, según el interlocutor, ocupaba el lugar de Murillo. Cosme Vila entendía que a los intelectuales debía hacérseles poco caso, pero que, en cambio, daban gran prestigio al Partido.
En la reunión faltaba Teo, y la valenciana estaba nerviosa por ello. A Víctor le había parecido excesivo lo ocurrido en los Hermanos y temía por la opinión pública y aun por la de los propios afiliados en cuanto reflexionaran en frío.
Cosme Vila cortó las lamentaciones del viejo.
—No vamos a hacer marcha atrás, ¿verdad?
En opinión de Cosme Vila, la confabulación de autoridades, falangistas y otras fuerzas de la ciudad contra el Partido Comunista era tan notoria que ella sola bastaba para unir en bloque a los militantes.
—No cesan de tener reuniones, de discutir para acabar con nosotros. Todo esto es del dominio público y no hay mejor argumento para justificar nuestra conducta. Obramos en defensa propia.
Gorki asintió a las palabras de Cosme Vila.
—Por lo demás —prosiguió éste—, ¿qué puede ocurrir? Nada. Dispondremos de la imprenta de
El Tradicionalista
para explicarnos. Y, sobre todo, de la huelga, para acaparar la atención.
Miró a Gorki.
—Gorki… —le dijo—, vas a tener mucho que hacer. Es preciso convertir
El Proletario
en diario. El camarada Morales nos ayudará, puesto que es profesor de literatura. —Dirigiéndose a Víctor añadió—: Mañana hay que sacar el primer número.
—¿Mañana…?
—Desde luego.
A todos les pareció imposible.
—Y tened eso en cuenta: lo importante para nosotros es la huelga, es decir, las bases. La gente las aplaudió, pero en realidad no sabe lo que significan. Hay que explicárselo con detalle, una por una, machacar hasta que las entiendan. —Luego añadió—: También hay que protestar contra el atentado al doctor Relken.
El catedrático del Instituto intervino:
—¿Hay que aludir al levantamiento militar?
Cosme Vila arrugó el entrecejo.
—Sobre eso… de momento mutis.
Cosme Vila entendía que el periódico debía mantener el espíritu revolucionario en un sentido positivo.
—Ésta es nuestra misión. Lo que nos proponemos con la huelga es muy grande; es definitivo. Nada, pues, de presentarla como una merienda en el campo. Al contrario… Hay que hacer comprender a los camaradas que no será cosa fácil; pero que, con tenacidad, a las autoridades no les quedará más remedio que ceder. Tampoco era fácil lo que se consiguió en Rusia en 1917.
Víctor dijo:
—Convendría presentar en seguida puntos positivos.
Cosme Vila asintió con la cabeza.
—Naturalmente, naturalmente… —Reflexionó—. Habría que presentar en seguida puntos positivos… —Continuó hablando, concentrado—. Habría que decirles… eso: que, aunque poco a poco, las autoridades cederán. Mejor dicho, que ya han empezado a ceder… ¿Por qué no, si es lo cierto? De momento, hemos clausurado cinco locales enemigos. Y además, tenemos imprenta. Alquilada, pero a nuestra disposición. Eso antes de empezar.
—¿Y ahora…?
—Ahora… vamos por la jornada de seis horas. Y por la entrega al pueblo de varios edificios. Eso caerá, eso caerá sin ninguna duda. Luego a la reelección de alcalde.
Miró a todos.
—Mientras se progrese, la gente aguantará. Lo peligroso para una huelga es la situación estacionaria. Gorki habló del hambre, de las tiendas cerradas. Esta vez Cosme Vila no vaciló un instante. Se sintió a sus anchas.
—No creerás que somos tan memos como el Responsable, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir?
Morales pidió también una aclaración.
—Desde el primer momento —explicó Cosme Vila— pensé en el problema del hambre, de la falta de reservas. Hablé de ello largamente con los camaradas de Barcelona; y, como siempre, encontramos la solución.
—¿Solución…? —repitió Gorki como un eco.
—Sí. ¿Por qué no? No sé si conocéis esta frase: «En las huelgas, quien tenga el campo resistirá mucho tiempo». —Ante la actitud expectante de sus camaradas, prosiguió—: Pues bien, nosotros, en la provincia, tenemos el campo.
Entonces Cosme Vila expuso su plan. Desde febrero no había hecho más que recibir visitas de campesinos que no confiaban sino en él para liberarse por fin del yugo del propietario. «En la manifestación había más de doscientos campesinos, entre ellos cinco colonos de don Jorge.»
—De modo que conseguir víveres será un simple problema de transporte —dijo—. Cada célula en el campo recogerá los donativos de los campesinos.
Después de una pausa prosiguió:
—Hay que recorrer la provincia con camiones y carteles que digan: «Víveres para los huelguistas de Gerona». O mucho me equivoco, o el resultado será sorprendente. Se trata de encontrar aquí un local, donde almacenarlo todo. Vamos a ver si podemos utilizar el de las Congregaciones Marianas, que está en planta baja. —Cosme Vila añadió—: Estos víveres serán entregados gratuitamente a los huelguistas, y barrerán de paso a los que hayan imaginado rendirnos por hambre.
La idea entusiasmó a todos. La valenciana gozaba de lo lindo imaginándose junto a una báscula entregando víveres a los camaradas.
El camarada Morales intervino:
—Tal vez fuera un medio para captar otros afiliados…
Cosme Vila asintió con la cabeza.
—¡Desde luego! Si la cantidad de víveres recogidos es la que yo pienso, el reparto podrá beneficiar a todo ciudadano que esté en huelga, sin distinción de partido. No excluiremos ni siquiera a los anarquistas.
Gorki se tocó la barriga.
—¡Menudo rato pasará el Responsable!
El camarada Morales miraba fijamente a Cosme Vila.
—Será una anticipación dada al pueblo de lo que serían las Cooperativas… —sugirió.
Cosme Vila le miró. Todo aquello le gustaba.
—Exacto.
Faltaba organizar y poner en práctica la recogida de víveres. El partido pagaría una parte mínima de su importe, y este mínimo sería lo único que percibirían los campesinos. De momento, se aconsejaría a éstos que entregaran el lote anual de especies que correspondiera al propietario; si esto no parecía suficiente, entregarían algo de su parte.
¿Cómo estimularlos? Cosme Vila creía que la confianza que muchos campesinos tenían en el partido ya en aquel instante, bastaría; sin embargo, era preciso anunciar la presentación de las Bases Agrícolas para un plazo muy próximo, y hacer observar que todo aquello serviría de experiencia.
—Hay que emplear la palabra «Colectivización» —dijo—. Esto estimula la generosidad, pues el campesino sabe que será correspondido a su vez, y que lo que entrega no se pierde.
Gorki intervino. Preguntó si se levantarían barricadas y si se ocuparían el Gas, el Agua y la Electricidad.
—Nada de eso, nada de eso —opinó Cosme Vila—. Hay que procurar beneficiar al pueblo y no perjudicarle. Si le damos víveres y por el otro lado le quitamos el gas y el agua, la hemos fastidiado.
Morales dijo:
—Una huelga pacífica…
—De momento, lo más pacífica posible.
Morales había quedado pensativo. Le parecía imposible que las cosas no fueran más complicadas y estaba seguro de que debía de haber puntos débiles. Dijo:
—No obstante… son muchas las horas que se pasará la gente sin hacer nada. Sin barricadas que defender, sin trabajo… Habría que ocuparles el pensamiento. De otro modo, tal vez sea difícil controlarlos…
Cosme Vila le agradeció la comprensión.
—Ocuparles el pensamiento… De momento, a muchos los emplearemos en la recogida de víveres por la provincia. Otros trabajarán en la Cooperativa. Hay que darles la impresión de que lo dejamos en sus manos; sin dejar de recordarles que al primero que se propase se le caerá el pelo como a Murillo.
Gorki intervino:
—A mí me parece que Morales tiene razón. Esto no basta. Los días son largos.
Cosme Vila se mordió los labios. Le gustaba que le pusieran objeciones razonables.
Víctor dijo:
—Con
El Proletario
tendrán que leer.
Morales cortó:
—Eso ocupa una hora lo máximo.
Cosme Vila dudaba. Reconocía que aquello no lo había previsto. Era preciso hallar una solución, y la solución debía buscarse siempre en el centro. Abrió el cajón del escritorio. Sacó un ejemplar de las Bases y se puso a leerlas detenidamente. Dobló la hoja. Al final de la segunda página, se pasó la mano por la cabeza.
—¿Por qué no ponemos en práctica —propuso, bruscamente— la base número nueve?
—¿Cuál es?
—La de la Milicia Popular. La valenciana hizo un gesto displicente.
—¡Bah! Con las armas que te dieron.
—¡Sin armas, sin armas! —interrumpió Cosme Vila—. Hacer la instrucción sin armas, en la Dehesa.
Morales sugirió:
—O hacerla con algo simbólico. Una azada o un simple bastón.
La idea fue bien acogida.
—Un bastón, un bastón —opinó Gorki.
—Eso ya lo veremos —cortó Cosme Vila—. Lo importante es que la instrucción se haga. Ya llevaba días pensando en ello. Hay que formar las secciones, las escuadras; hay que darles mando. Estamos aquí sin organizar, como si no tuviésemos nada que hacer.
Guardó silencio y construyó algo más su teoría.
—Escuadras de seis hombres. Cinco bastones excepto un miliciano, que tendrá su fusil. Y este fusil servirá para enseñar su manejo a todos.
Víctor supuso que no se obtendría permiso para el fusil.
—Hay un procedimiento sencillo —opinó Cosme Vila—. No pedirlo.
Nadie se atrevió a replicar.
Morales asintió. Al catedrático le sugestionaba aquello.
—Que vayan a la Dehesa a quitárnoslo, eso es —repitió Cosme Vila.
La valenciana preguntó:
—¿Y de dónde sacamos los
pum pum
?
Gorki la miró con desdén.
—Algo hay almacenado. ¿O es que crees que estamos dormidos?
La valenciana alzó los hombros.
—Perdona, guapo.
Cosme Vila estaba entusiasmado. «Ocupar el pensamiento…» Se movilizaría el campo, las carreteras plagadas de camiones con carteles, víveres al pueblo, los demás cayéndose de envidia. Julio vería que podían resistir un año. En la Dehesa, instrucción. Esto Julio no lo permitiría jamás. Esto no lo permitiría ni él ni el Comisario. Y mucho menos el general. La caballería… La caballería irrumpiría en la Dehesa exigiendo la entrega de los fusiles. «Sobrará para mantener el espíritu revolucionario…»
Ante el Comité, de momento quería quitar importancia a lo de la Milicia.
—Eso de los
pum pum
se arreglará —dijo—. Ahora lo que interesa es el local. El local —repitió—. Para almacenar los víveres.
Gorki miró a Morales. Y le preguntó si no podría utilizarse parte del edificio del Instituto.
El catedrático sonrió.
—En primer lugar, yo no soy el director —dijo—. Y luego no me parecería prudente expulsar a los alumnos y substituirlos por coles.
La valenciana le miró con desconfianza.
—¿Por qué? Serían víveres para el pueblo.
Cosme Vila zanjó la cuestión.
—Dejar eso. Hay que hacer una gestión para el local de las Congregaciones Marianas.
A la valenciana le preocupaba otro asunto.
—¿Y el transporte…? —preguntó.
Consideraba que nadie como Teo sería capaz de organizar el transporte de aquello…
Cosme Vila le miró con intención.
—Unos días en la cárcel no sientan mal a nadie —dijo.
Morales preguntó:
—¿Estás seguro de que los campesinos se desprenderán de algo…?
Cosme Vila se encogió de hombros.
—Supongo que sí…
Gorki también tenía confianza. Había recorrido la provincia con su muestrario de perfumes y estaba hecha un jardín.
—Es el momento, ¿comprendéis? Si esto hubiera caído en enero…
—¿Buena cosecha…? —preguntó Víctor.
—¡Uf…! Hay de todo. Frutas, verduras, legumbres…
Morales asintió con la cabeza.
—Claro. Estamos en junio.
Cosme Vila dio por terminada la sesión.
Se levantaron. Cada uno recibió instrucciones. Gorki, Víctor y Morales fueron a la imprenta de
El Tradicionalista
. Cosme Vila se dirigió a la radio. Consideraba que hablar por radio era eficaz. El día de su alocución habían conectado el aparato en muchos cafés.
Quería informar a los afiliados de cuanto habían acordado. Era preciso dar a entender que el Partido Comunista actuaba con un poco más de sentido común que la CNT. «De momento, no hablaré de la Milicia. Víveres para todos, y salida del primer número de
El Proletario
para mañana.» También pensaba hablar de Murillo, el cual se había constituido jefe de la célula trotskista, amenazando con no sé qué.
El doctor Relken quedó muy satisfecho al oír a Cosme Vila hablar de él por radio. Y más aún al día siguiente, al desplegar
El Proletario
y ver su nombre cruzar la página, y noticias sobre el curso de su curación.