Esto hizo desaparecer toda perspectiva de victoria, pero al menos existía la posibilidad de evitar una catástrofe mediante una rápida retirada. En cambio, Nicias mandó pedir refuerzos, y Atenas agravó su error despilfarrando sus recursos. En 413 a. C., llegó una nueva expedición bajo el mando de Demóstenes (el general que había fortificado Pilos una docena de años antes). Demóstenes efectuó un ataque, pero fue rechazado.
Demóstenes era mucho más inteligente que Nicias y comprendió inmediatamente que lo único que se podía hacer era marcharse, y pronto.
Pero el comandante en jefe era el insensato y estúpido Nicias. Había sido lento en atacar cuando el ataque podía haberle dado la victoria; ahora era lento en retirarse cuando la retirada era necesaria. Sabía que la culpa del fracaso sería suya y no osaba enfrentar la ira del pueblo ateniense. Por ello, difirió la toma de una decisión.
El 24 de agosto de 413 a. C., hubo un eclipse de luna. Nicias, hombre tremendamente supersticioso, prohibió todo movimiento hasta la realización de ciertos ritos religiosos. En el momento que éstos terminaron, la flota siracusana había bloqueado la huida por mar y, después de ser derrotados en dos batallas marinas, los atenienses fueron atrapados.
No quedaba más posibilidad que luchar en tierra, en desesperadas batallas que era imposible ganar. Nicias luchó bravamente, al menos, pero no podía haber más que un fin. El ejército ateniense fue muerto o capturado en su totalidad, y los capturados fueron tratados con abominable crueldad y no tardaron en morir también. Nicias y Demóstenes fueron muertos ambos.
La catástrofe de la campaña siciliana quebró para siempre el espíritu de Atenas. Siguió luchando bravamente en la guerra del Peloponeso, y en el siglo siguiente tuvo alguna actuación brillante, pero nunca recuperó su ilimitada confianza en sí misma. Nunca volvió a emprender grandes proyectos. Nunca volvió a tener un Maratón o una Salamina, ni a desafiar altivamente a un enemigo. En lo sucesivo, cuando lleguen momentos decisivos, Atenas se amedrentará.
La caída de Atenas
Alcibíades hizo más para arruinar a Atenas que dirigir a los espartanos a Sicilia. Su vivaz inteligencia señaló a los espartanos algo que nadie habría necesitado que se le señalase, excepto a un espartano. Durante la guerra, en varias ocasiones los espartanos habían invadido el Atica en verano y se habían marchado en el invierno, de modo que siempre había meses de invierno en los cuales Atenas podía descansar y, en cierta medida, recuperarse.
Alcibíades mostró a los espartanos que si tornaban y fortificaban un puesto en el borde del Ática, podían ocuparlo todo el año. De este modo, mantendrían el dominio del Ática y obligarían a los atenienses a permanecer dentro de los Largos Muros no sólo parte del año, sino todo el año.
En 413 a. C., los espartanos, conducidos por Agis II, siguieron este consejo y los atenienses quedaron acorralados. Ni siquiera podían explotar las minas de plata del extremo sudeste de Ática, minas que les habían proporcionado riqueza durante setenta años.
Los atenienses tenían una gran suma de dinero acumulada en tiempos más prósperos y que habían reservado para usarla solamente en la más extrema de las emergencias. Con el terrible desastre de Sicilia y con los espartanos permanentemente atrincherados en el Atica llegó el momento de recurrir a ese dinero. Lo usaron para construir una flota que reemplazara la perdida en Sicilia, y con ella trataron de sofocar las revueltas que los espartanos estaban azuzando en todo el mar Egeo.
Esparta comprendió que nunca podría dar fin a la guerra mientras Atenas no fuese derrotada en el mar. Quisiese o no, Esparta tenía que convertirse en una potencia marítima. Para obtener barcos y remeros, necesitaba dinero constante y sonante, y sabía dónde obtenerlos: en Persia.
Artajerjes, el rey persa, mantuvo la paz mientras vivió y nunca intervino en las riñas griegas. Pero en 424 a. C., murió. Dos de sus hijos pronto fueron asesinados, pero el tercero Darío II, subió al trono. Una vez que se sintió seguro en él, se mostró dispuesto a reasumir una política agresiva hacia Grecia. No tenía la intención de llevar una verdadera guerra (de ésta, Persia ya había tenido bastante), sin duda, sino de utilizar un método más nocivo: dar dinero a las ciudades griegas para que siguieran guerreando y arruinándose unas a otras.
Esparta era la mas ansiosa de dinero, y en 412 a. C. llegó a un entendimiento con Tisafernes y Farnabazo, sátrapas de las partes meridional y septentrional, respectivamente, de Asia Menor.
Atenas estuvo a punto de rendirse. Ya no le quedaba dinero, sufría derrota tras derrota, su imperio estaba en rebelión y Persia prestaba su enorme potencia a Esparta. ¿Cuánto más podía soportar una ciudad?
Los conservadores atenienses, en este momento de desesperación, aprovecharon la oportunidad para establecer una oligarquía, en 411 a. C. Se la llamó de los «Cuatrocientos», porque estaba formada aproximadamente por este número de hombres. Indudablemente, los Cuatrocientos, que eran proespartanos ante todo, habrían pedido la paz y se habrían sometido a los términos de rendición más duros. Pero no tuvieron la oportunidad de hacerlo. La flota ateniense, que por entonces se hallaba en Samos, estaba en cuerpo y alma con la democracia. Uno de los capitanes, Trasíbulo, se apoderó del poder y estableció un régimen democrático sobre la flota. Durante un tiempo, pues, hubo dos gobiernos atenienses: los oligarcas en el interior y los demócratas en el mar. Una rendición oligárquica ante Esparta era inútil, si los Cuatrocientos no podían lograr que la flota se rindiese, de modo que Esparta no trató con ellos. Además, la oligarquía no tenía el gobierno firmemente en sus manos y en pocos meses fue reemplazada por una oligarquía más moderada, formada por 5.000 hombres.
Mientras tanto, Alcibíades había vuelto a entrar en escena. El encantador Alcibíades había estado demasiado encantador con la esposa de Agis III rey de Esparta. Por ello, detestaba al ateniense y tomó medidas para destruirlo. Una vez más, Alcibíades no esperó a ser destruido, sino que, en 412 a. C., huyó de Esparta tan deprisa como tres años antes había huido de Atenas. Se refugió en la corte del sátrapa persa Tisafernes.
Cuando la flota de Samos se convirtió en un poder independiente, Alcibíades negoció con ella. Trasíbulo y la flota no podían permitirse el lujo de ser demasiado melindrosos. Alcibíades era un hombre capaz que podía ejercer influencia sobre los persas. Trasíbulo, pues, lo restauró en favor de los atenienses y le puso al mando de la flota.
Alcibíades pronto demostró que no había perdido su talento. Persiguió a los barcos espartanos por el Egeo, y los derrotó cuantas veces los alcanzó; en 410 a. C. infligió un duro golpe a la flota espartana en Cízico, sobre la costa sur de la Propóntide. Pese a todo lo que hicieran Esparta y Persia, Atenas seguía dominando los mares. Cuando llegaron a Atenas las noticias de Cízico, los demócratas, que habían socavado lentamente el poder de los oligarcas, se levantaron con alegría y restauraron plenamente la democracia.
En 408 a. C., Alcibíades ganó nuevas victorias y liberó de rebeldes y enemigos toda la región de los estrechos, incluida Bizancio, de modo que fue asegurado el cordón umbilical de Atenas. En 407 a. C. juzgó que podía volver a Atenas con seguridad. Se le recibió con desbordante entusiasmo, se le nombró general y se le puso al frente del esfuerzo bélico. Atenas hasta pensó que tenía probabilidades de ganar, y rechazó las ofertas de paz espartanas.
Pero la posibilidad de victoria era una ilusión. Atenas había sido demasiado dañada para ganar, a menos que, quizá, pudiese confiar completamente en Alcibíades, pero no podía hacerlo. Nunca se podía confiar plenamente en Alcibíades.
Al llegar a este punto, el desastre se cernió sobre Atenas en la figura (sorprendentemente) de un capaz almirante espartano llamado Lisandro. No se conoce su historia anterior, pero en 407 a. C., cuando los espartanos pudieron reconstruir su flota después de la derrota de Cízico, se le dio el mando a Lisandro.
También Darío II de Persia envió a Asia Menor a su hijo más joven, Ciro, para que representase a Persia en la guerra. Ciro, sólo un adolescente por entonces, era inteligente y enérgico; constituía la mayor esperanza de Persia desde la época de Darío I, un siglo antes. (Este Ciro habitualmente es llamado «Ciro el Joven», para distinguirlo del fundador del Imperio Persa.)
El joven persa se sentía poderosamente atraído por el almirante espartano, y Ciro y Lisandro, el primero con dinero y el segundo con su capacidad militar, formaron un equipo que resultó fatal para Atenas. Lisandro evitó cuidadosamente enfrentarse con Alcibíades, pero esperó la oportunidad. Alcibíades tuvo que abandonar la flota para realizar un viaje de negocios con el fin de reunir dinero, pues Atenas estaba prácticamente sin un céntimo.
Aconsejó seriamente a sus subordinados que no librasen ninguna batalla hasta su retorno, pero ellos no pudieron resistir la tentación de cubrirse de gloria destruyendo unos pocos barcos espartanos más. Atacaron a Lisandro frente a las costas de Jonia y fueron totalmente derrotados. Alcibíades volvió demasiado tarde, el daño estaba hecho.
No había sido culpa suya, pero esto no importó. Los exasperados atenienses no pudieron dejar de creer que había habido algún acuerdo entre Alcibíades y Lisandro, y Alcibíades fue destituido de su cargo. Por tercera vez, no esperó a que se le presentasen más problemas y se marchó, esta vez al Quersoneso Tracio, donde tenía algunas propiedades.
Haciendo un esfuerzo más, Atenas construyó nuevamente una flota, para lo cual hizo fundir los ornamentos de oro y plata de los templos de la Acrópolis a fin de obtener el dinero necesario. Como resultado de esto, ganaron otra victoria en el mar, gracias a los éforos, quienes, recelosos como siempre de quien lograba éxito, habían sustituido a Lisandro en el mando de la flota.
En 406 a. C., los espartanos fueron derrotados, pero el mar agitado impidió a la victoriosa flota ateniense rescatar a los sobrevivientes de los barcos suyos que habían sido hundidos. A consecuencia de esto, se perdieron muchas vidas atenienses.
En ese momento, Atenas ya no estaba en condiciones de soportar la pérdida de buenos combatientes. Casi enloquecidos por los continuos desastres, los atenienses enjuiciaron a los almirantes y, de modo totalmente ilegal, los hicieron decapitar. Había un almirante, Conon, que no había estado en la batalla. Escapó a la ejecución y fue hecho almirante de la flota.
Ciro el joven no iba a permitir que la locura espartana desbaratase sus planes. Exigió que Lisandro fuese repuesto en su cargo de almirante, y los espartanos lo hicieron. Ahora estaban frente a frente Lisandro y Conon, en el último episodio de la larga guerra.
Estuvieron maniobrando uno alrededor del otro hasta que, en 405 a. C., trabaron combate en Egospótamos, en el Quersoneso Tracio. La flota ateniense había anclado en una posición peligrosa, en la cual podía ser atacada fácilmente y no podría defenderse.
Alcibíades, aún en el exilio, vivía cerca de allí. Quizá por primera vez en su vida tuvo un gesto desinteresado. Cabalgó hasta la costa para advertir a los atenienses que su posición era peligrosa, y los instó a cambiar su ordenamiento. Se le respondió fríamente que la flota no necesitaba consejos de los traidores; Alcibíades se encogió de hombros, se volvió y abandonó a Atenas a su destino.
Pocos días más tarde, Lisandro atacó repentinamente. Veinte barcos, conducidos por el mismo Conon, lograron escapar hasta la lejana Chipre. Todo el resto de la flota ateniense fue tomada sin lucha y los marinos muertos. La batalla de Egospótamos puso fin a la guerra del Peloponeso. Los atenienses ya no tenían con qué combatir; había muerto toda su generación joven; su flota estaba destruida, habían gastado todo su dinero, hasta el que provino de los ornamentos de sus templos; su voluntad de resistencia estaba agotada.
Lisandro sometió a las ciudades del norte del Egeo y a lo largo de los estrechos, con lo que cortó el cordón umbilical de Atenas. Cuando la flota espartana apareció frente a El Pireo, en 404 a. C., Atenas debió enfrentarse finalmente con la amarga verdad, y totalmente inerme se rindió.
Algunos de los aliados de Esparta sugirieron que Atenas fuese completamente destruida y su pueblo vendido como esclavo, pero Esparta, en ese último minuto, recordó lo que Atenas había hecho por Grecia en Maratón y Salamina, y le permitió sobrevivir, bajo las protestas de los hoscos tebanos. En abril del 404 a. C., los Largos Muros fueron derribados y Atenas fue puesta bajo la dominación de una oligarquía.
Ese mismo año, Alcibíades buscó protección en territorio persa contra la venganza espartana, pero fue asesinado, probablemente por orden persa.
En ese año también retornó de su largo exilio el historiador Tucídides. Cuando murió, algunos años más tarde, solamente había llegado al 411 a. C. en su historia.
Atenas después de Egospótamos
Esparta ejerció entonces la supremacía de Grecia y la mantuvo durante una generación. Este período es llamado el de la hegemonía espartana, palabra griega que significa «liderazgo». Durante un tiempo, Lisandro, a su vez, ejerció la supremacía en Esparta y fue el hombre más poderoso de toda Grecia. Instaló oligarquías en todas partes.
La oligarquía más cruel, y al mismo tiempo la más débil, fue la de la misma Atenas. Esta fue dominada por treinta hombres (llamados «los Treinta Tiranos»), dirigidos por Critias.
Critias era casi como otro Alcibíades talentoso, inteligente y enérgico. Se había visto envuelto, junto con Alcibíades, en la sospecha de haber mutilado las estatuas religiosas, y a causa de ello estuvo en prisión durante un tiempo. Se había esforzado en Samos para que se llamase de vuelta a Alcibíades, pero fue desterrado en 407 a. C. Durante su destierro vivió en Tesalia y trató de establecer democracias allí. Pero cuando volvió a Atenas, después de Egospótamos, había desesperado de la democracia. Habiéndose convertido en un oligarca, pronto se percató de que no podía volver atrás y se vio obligado a llevar a cabo una acción cada vez más violenta.
Se adueñó del poder e inició un reinado del terror, expulsando de Atenas a algunos demócratas importantes y haciendo matar a otros. Hizo matar hasta a aquellos de su propio partido a quienes juzgaba demasiado blandos. En pocos meses demostró a los atenienses lo que significaba realmente la libertad, al despojarlos totalmente de ella.