Sin embargo, algunos astrónomos griegos estaban por el buen camino ya por entonces. Es el caso de Heráclides, nacido en Heraclea Póntica, sobre la costa de Asia Menor del mar Negro, en 390 a. C. (y al que a menudo se llama «Heráclides Póntico»). Fue discípulo de Platón y señaló que no es necesario suponer que la Tierra permanece inmóvil, mientras toda la bóveda de los cielos gira alrededor de ella en veinticuatro horas. El mismo efecto se produciría si los cielos fuesen inmóviles y la Tierra rotase alrededor de un eje. Fue el primer hombre de quien sepamos que afirmó la rotación de la Tierra.
Heráclides también sostuvo que los movimientos de Mercurio y Venus podían ser explicados mucho más fácilmente si se abandonaba el supuesto de que tienen esferas propias, como había afirmado Eudoxo. En cambío, podía considerarse que giraban alrededor del Sol.
Las ideas de Heráclides fueron desarrolladas por Aristarco, nacido en Samos alrededor del 320 a. C. Midió la distancia relativa del Sol y la Luna desde la Tierra. Su teoría era correcta, pero como sus observaciones eran defectuosas (los griegos no tenían instrumentos adecuados con los cuales estudiar el cielo), concluyó que el Sol es veinte veces más distante que la Luna, cuando en realidad es 400 veces más distante. Aun así, llegó a la conclusión de que el Sol debe tener un diámetro siete veces mayor que el de la Tierra. (En realidad, es cien veces mayor, pero Aristarco había realizado un gran avance con respecto a Anaxágoras).
Puesto que el Sol es mayor que la Tierra, Aristarco consideraba poco razonable creer que el primero gira alrededor de la segunda. Sostuvo, por lo tanto, que la Tierra y todos los planetas giran alrededor del Sol. Por un momento, parecía como si estuviesen a punto de nacer los conceptos de la astronomía moderna, Desgraciadamente, ese momento pasó. La idea de que nuestra vasta v sólida Tierra pudiese estar flotando a través de los cielos era difícil de digerir para los filósofos de la época, y la astronomía tuvo que esperar 2.000 años más para hallar el camino correcto.
El auge de Siracusa
Pero si bien la cultura griega estaba decayendo, también se estaba expandiendo por el exterior. Cada ciudad, en la medida de sus posibilidades, comenzó a imitar a Atenas. Más aún, regiones limítrofes con el mundo griego, que estaban fuera de la corriente principal de la evolución de Grecia o hasta eran bárbaras, empezaron a adoptar la cultura griega y los métodos militares griegos.
Esto provocó un importante cambio en el mundo. Las ciudades-Estado estaban seguras mientras estuviesen rodeadas de tribus primitivas y reinos orientales, como los de Egipto y Persia, que carecían de la gran eficiencia y energía de los griegos.
Pero una vez que las regiones exteriores se hicieron griegas y eficientes, también se volvieron peligrosas, pues tenían territorios y recursos mucho mayores que las diminutas ciudades-Estado de Grecia. En el siglo que siguió a la guerra del Peloponeso, la ciudad-Estado se hizo gradualmente anticuada como unidad política. El futuro pertenecía a los grandes reinos. Los griegos nunca se percataron realmente de esto, como nunca lograron equilibrar la fuerza de las regiones circundantes uniéndose en ordenamientos mayores que la ciudad-Estado,
En vez de esto, las ciudades-Estado siguieron luchando entre sí, sin advertir para nada el hecho de que el mundo estaba cambiando y de que empezaban a aparecer en el horizonte nuevas potencias que las empequeñecían.
La primera de esas «potencias de las afueras» surgió en una región que era realmente griega, pero estaba fuera de la Grecia misma. Surgió en Sicilia, donde el peligro bárbaro se había hecho crítico nuevamente.
Después del fracaso de la expedición ateniense contra Siracusa, Cartago juzgó que había llegado el momento de atacar otra vez. Durante tres años, los cartagineses ganaron batallas contra los griegos desunidos, que no recibieron ayuda de Grecia, envuelta por entonces en las etapas finales de la guerra del Peloponeso.
Luego, en 405 a. C., un ciudadano de Siracusa, Dionisio denunció a los generales siracusanos como traidores. Se nombraron nuevos generales, uno de los cuales fue el mismo Dionisio. Gradual y astutamente, Dionisio cortejó al pueblo común y aumentó sus poderes (corno Pisístrato había hecho en Atenas un siglo antes) hasta convertirse en tirano de Siracusa con el nombre de Dionisio I.
Dionisio comenzó baciedo la paz con los cartagineses y utilizando el tiempo ganado de este modo para reorganizar Siracusa, Luego estableció su dominio sobre las ciudades griegas vecinas y en 398 a. C. estuvo listo para ocuparse nuevamente de Cartago. En los quince años siguientes, libró tres guerras contra ésta y llegó a apoderarse de las cinco sextas partes de la isla. En 383 a. C., los cartagineses sólo conservaban el extremo occidental de la isla. Este fue el punto máximo de poder al que llegaron los griegos sicilianos.
Mientras tanto, en 390 a. C., Díonisío dirigió su atención a la misma Italia y logró establecer su dominio sobre el extremo de la bota italiana. Su influencia se extendió más difusamente sobre muchas de las ciudades griegas de las costas orientales de la península. Hasta extendió su poder del otro lado del Adriático, al Espiro, una región de tribus al noroeste de Grecia que estaba siendo penetrada lentamente por la cultura griega.
En parte, los éxitos de Dionisio en la guerra provinieron de la manera en que adaptó nuevas invenciones. Sus ingenieros fueron los primeros que crearon mecanismos para arrojar grandes piedras y lanzar enormes cuadrillos. Estas «catapultas» adquirieron creciente importancia en las guerras posteriores, hasta la invención de la pólvora dieciséis siglos más tarde.
Dionisio mantuvo el poder gracias a una eterna vigilancia. Por ejemplo, se dice que tenía una cámara acampanada que se abría a la prisión estatal, mientras que el extremo estrecho se conectaba con su habitación. De este modo podía escuchar secretamente las conversaciones de la prisión y enterarse si había conspiraciones en gestación. Se la llamó la «oreja de Dionisio».
Debía mantener una vigilancia tan atenta (como sucedía con todos los tiranos griegos) que en todos los años que estuvo en el poder nunca pudo descansar. Esto adquiere una dramática claridad en relación con una famosa anécdota que se cuenta de un cortesano de Siracusa llamado Damocles, quien envidiaba abiertamente el poder y la buena fortuna de Dionisio.
Dionisio le preguntó si deseaba ser tirano por una noche. Damocles aceptó gozosamente, y esa noche se sentó en el sitio de honor de un gran banquete. Casi de inmediato observó que la gente miraba fijamente hacia un punto situado por encima de su cabeza. Miró hacia arriba y vio una espada desnuda apuntando hacia abajo, justo por encima de él. Estaba unida al techo por una sola cerda.
Dionisio explicó, amargamente, que su vida estaba siempre pendiente de amenazas y que si Damocles quería ser tirano durante una noche, debía soportar la amenaza durante todo el banquete. Desde entonces, todo gran peligro que supone una amenaza constante y que puede caer en cualquier momento es llamado una «espada de Damocles».
Otra famosa historia del reinado de Dionisio se relaciona con un hombre llamado Pitias, convicto de conspiración contra el tirano y condenado a morir en la horca. Pitias necesitaba tiempo para poner en orden sus asuntos y un buen amigo suyo, Damón, se ofreció como rehén en lugar de Pitias, mientras éste se marchaba a su casa. Si Pitias no volvía para el momento fijado de la ejecución, Damón admitía ser colgado en su lugar.
Llegó el día de la ejecución y Pitias no aparecía. Pero cuando estaban colocando el nudo corredizo en el cuello de Damón, se oyó a la distancia la voz de Pitias. Había sufrido un inevitable retraso y galopaba ahora desesperadamente para que no colgaran a su amigo, sino a él. El viejo tirano endurecido quedó tan conmovido por esto que (dice la historia) perdonó a Pitias y dijo que sólo deseaba ser él mismo digno de la amistad de hombres como ésos.
Desde entonces, se ha usado la frase «Damón y Pitias» como expresión de afecto e inseparable amistad.
Finalmente, Dionisio murió en paz el 367 a. C., después de haber gobernado con éxito durante treinta y ocho años. Mientras vivió fue el hombre más poderoso del mundo grecohablante, aunque este poder no se hizo sentir en gran medida porque no se ejerció en la misma Grecia.
Es extraño el hecho de que, mientras los historiadores habitualmente se centran en las luchas por la supremacía de Esparta, Atenas, Tebas, Corinto y otras ciudades en las décadas siguientes a la guerra del Peloponeso, Siracusa fuese en realidad la más poderosa. Es similar al hecho de que las naciones europeas luchasen por la supremacía a comienzos del siglo xx, cuando la más fuerte era realmente Estados Unidos, en el lejano Oeste. De hecho, Siracusa a veces es llamada «la Nueva York de la Antigua Grecia».
Si Dionisio hubiera tenido sucesores tan capaces como él, Sicilia podía haber llegado a encabezar una Grecia unida que hubiese estado a la par de las naciones no griegas que estaban adquiriendo poder lentamente.
Pero esto no ocurrió; el sucesor de Dionisio fue su hijo, Dionisio II o «Dionisio el Joven». Este era un muchacho dominado por Dion, cuñado del viejo Dionisio.
Dion era admirador de Platón, a quien conoció cuando éste visitó Siracusa en 387 a. C. Platón había ofendido a Dionisio con sus críticas a la tiranía. Dionisio (con quien no se jugaba) hizo vender a Platón como esclavo. Pero el filósofo fue pronto rescatado y llevado a Atenas. Dion le siguió y estudió en la Academia.
Muerto Dionisio, Dion invitó a Platón a volver a Siracusa y ser el tutor del nuevo tirano. Platón aceptó de buen grado, pues afirmaba que no habría Estado ideal mientras «los filósofos no fueran reyes, o los reyes, filósofos». Vio la oportunidad de convertir un rey en filósofo.
Desgraciadamente, las cosas no sucedieron de acuerdo con lo planeado, ni para Platón ni para Dion. Dionisio II estaba descontento de la enseñanza de Platón, pues empezó a pensar que Dion le sometía a ella sólo para quitarlo de en medio mientras él gobernaba Sicilia. Dionisio se volvió contra Dion, le expulsó del país y luego despidió a Platón.
Dion retornó, se apoderó del poder en 355 a. C. y echó al joven Dionisio. Pese a su filosofía, Dion gobernó tan tiránicamente como Dionisio, pero dos años más tarde, en 353 a. C., fue asesinado.
Con el tiempo, Dionisio pudo aprovechar la confusión reinante y volver al poder. Sicilia, entonces, fue gobernada más tiránicamente y con menos capacidad que nunca. Hubo levantamientos y guerras civiles, y la vida se hizo insoportable. Finalmente, en 343 a. C., los ciudadanos de Siracusa apelaron a Corinto (la ciudad madre) para que les ayudase a liberarse de sus tiranos.
Eso podía parecer una esperanza insensata, pero resultó que Corinto tenía justamente el hombre adecuado para la tarea: Timoleón, un demócrata sincero e idealista. Rechazaba tan vigorosamente la tirania que, cuando su propio hermano se hizo tirano, Timoleón aprobó su ejecución. Su familia, indignada, le envió al exilio durante veinte años. Tenía casi setenta cuando recibió el llamado de Siracusa, pero aceptó inmediatamente.
Timoleón desembarcó en Sicilia con 1.200 hombres y halló una violenta guerra civil; las fuerzas de Dionisio el joven estaban sitiadas por sus enemigos. Timoleón aceptó la rendición de Dionisio, quien se retiró a Corinto y pasó pacíficamente el resto de sus días, al frente de una especie de escuela. Timoleón luego estableció la paz entre las facciones rivales y se hizo amo de Siracusa.
Llamó de vuelta a los exiliados, atrajo a nuevos colonos de Grecia, restableció la democracia y luego derrocó las tiranías que habían surgido en otras ciudades sicilianas. Cuando Cartago trató de intervenir, Timoleón la derrotó en 338 a. C. Tuvo éxito en todo y cuando terminó su labor, renunció, pues no quería poder para él. Al año siguiente, en 337 a. C., murió.
Pero la breve promesa de poder que había nacido con Dionisio I desapareció en los años de desorden que siguieron a su muerte. El momento histórico había pasado; a fin de cuentas, Siracusa no estaba destinada a salvar a Grecia, o siquiera a sí misma.
La hora de Tesalia
Mientras Dionisio gobernaba en Sicilia y Esparta marchaba hacia su caída, Tesalia, en la Grecia septentrional, tuvo un breve momento de poder.
En. tiempos micénicos, la tierra que luego fue Tesalia dio origen a Jasón, el conductor de los argonautas, y a Aquiles, el héroe de La Ilíada. Era la mayor llanura de Grecia, fértil y atractiva. (El hermoso «valle de Tempe», que fue inmortalizado por los autores griegos, está en Tesalía.)
Tesalia es el único lugar de la Grecia continental donde los caballos eran prácticos para la guerra. Se suponía que los legendarios «centauros», mitad hombres, mitad caballos, habían vivido en Tesalia, y esto quizá represente lo que los griegos primitivos creyeron ver cuando encontraron por primera vez jinetes tesalios.
Si Tesalia hubiera tenido un gobierno unido, podía haber dominado Grecia. Pero después de la invasión doria, quedó fuera de la corriente principal de la historia griega. Los jinetes tesalios fueron famosos y útiles como mercenarios (un destacamento de ellos sirvió como guardia de corps de Pisístrato, el tirano de Atenas, por ejemplo), pero Tesalia estaba habitada por tribus rivales que no podían unirse para hacer sentir su fuerza.
Luego, en tiempos de Epaminondas, un nuevo Jasón apareció en Tesalia. Era Jasón, de Feres, ciudad de Tesalia central. Mediante astutas maniobras políticas y un hábil uso de tropas mercenarias, Jasón unió Tesalia tras de sí. En 371 a. C. fue elegido general en jefe de los clanes tesalios. Puesto que Esparta (por entonces en los últimos días de su hegemonía) se oponía a la creación de uniones en Grecia mayores que la ciudad-Estado, Jasón se alió con Tebas.
Casi inmediatamente se produjo la batalla de Leuctra, y Jasón, a la cabeza de su caballería, se lanzó velozmente hacia el Sur para contemplar el campo de batalla, algunos días más tarde (como antaño los espartanos habían marchado al Norte para contemplar Maratón). Por un breve tiempo, arruinada Esparta, y Tebas limitándose a asegurarse de que siguiese arruinada, Jasón se sintió el hombre más poderoso de Grecia continental. Soñó con establecer un liderato sobre Grecia y conducir a las ciudades-Estado unidas contra Persia. Y quizá lo hubiese hecho, de no haber sido asesinado en 370 a. C.