El orador Demóstenes nació en 384 a. C., cuando Atenas empezaba a recuperarse de la guerra del Peloponeso. Tuvo una infancia dura, pues su padre murió cuando era un niño y un pariente huyó con la fortuna de la familia.
Demóstenes se vio obligado a progresar por sus propios medios y se cuentan muchas anécdotas sobre el inhumano esfuerzo que se impuso a sí mismo para alcanzar la grandeza. Se dice que se afeitaba sólo una parte del rostro, para obligarse a permanecer en el aislamiento, estudiando. Copió ocho veces toda la obra de Tucídides para estudiar el buen estilo. Tenía algún género de impedimento en el habla, por lo que se colocaba guijarros en la boca para hablar, a fin de obligarse a pronunciar claramente. También hablaba ante el embate de las olas en la playa para verse forzado a hablar en voz alta. Finalmente, se convirtió en un gran orador, uno de los más grandes de todos los tiempos.
El sueño de Demóstenes era hacer de Atenas el escudo de toda Grecia, dispuesta siempre a acudir en ayuda de cualquier ciudad griega amenazada por los bárbaros. Para Demóstenes, Filipo era un bárbaro, y observaba con preocupación cómo el macedonio se apoderaba de la costa norte del Egeo, trozo por trozo.
En 355 a. C., la misma situación ímperante en Grecia comenzó a favorecer a Filipo. Ese año, Fócida se apoderó de Delfos nuevamente, en otro de sus repetidos intentos de dominar la ciudad sagrada que había sido antaño parte de su territorio. Esto dio comienzo a la «Tercera Guerra Sagrada».
Los tebanos marcharon contra Fócida y derrotaron a los focenses en 354 a. C., aunque no en forma concluyente. Una vez que se fueron los tebanos, Fócida, diestramente conducida, expandió su influencia nuevamente y empezó a dominar partes de Tesalia, al Norte. Por un momento, Fócida pareció a punto de obtener el dominio de la Grecia septentrional.
Pero los tesalios apelaron a Filipo, que acababa de ocupar la última de las posesiones atenienses en el Norte. Con el pretexto de proteger la ciudad sagrada de Delfos, marchó hacia el Sur. Los focenses le hicieron frente durante un tiempo, pero en 353 a. C. Filipo los derrotó y se apoderó de toda Tesalia. Era el amo de todo el Norte (con excepción de Olinto), hasta el paso de las Termópilas. Ningún bárbaro había llevado a los griegos hasta ese paso desde los días de Jerjes.
Fócida se salvó cuando Atenas, Esparta y otras ciudades griegas se unieron para ayudarla, pero, como de costumbre, ninguna unión podía durar mucho tiempo. Esparta estaba tratando de recuperar lo que había perdido veinte años antes y se disponía atacar Megalópolis, en Arcadia. Atenas volvió para detenerla y el frente unido contra Filipo se rompió.
En 352 a. C. Filipo se dirigió a Tracia y, extendió su influencia sobre los estrechos mismos que eran el cordón umbilical de Atenas.
Eso fue el colmo. Mausolo estaba muerto y no había nada que distrajera a Atenas. Un ciego podía darse cuenta de que Filipo era infinitamente más peligroso de lo que nunca había sido Mausolo.
Por ello, en 351 a. C., Demóstenes pronunció un importante discurso sobre el peligro macedónico. Fue la «Primera Filípica», por el hombre contra el cual iba dirigido, y desde entonces la palabra «filípica» ha sido usada para aludir a todo discurso pronunciado, directa y violentamente, contra un individuo determinado.
Por desgracia, ya hacía mucho que había pasado el momento en que Atenas podía permitirse emprender una cruzada. Las acuciantes palabras de Demóstenes no hallaron respuesta. Hasta había algunos atenienses que no compartían las opiniones antimacedónicas de Demóstenes. Veían en Filipo no a un bárbaro peligroso, sino a un griego fronterizo que podía tener poder suficiente para unir a las ciudades-Estado y conducirlas en una guerra pan-helénica contra Persia. Isócrates era uno de ellos, y también Esquines, un orador apenas inferior a Demóstenes, que también era partidario de la paz.
Filipo, con escasa preocupación por las palabras de Demóstenes, se dirigió ahora a lo que quedaba de la Calcídica, la misma Olinto. Esta, presa de pánico pidió ayuda a los atenienses y Demóstenes pronunció tres discursos instando a que se enviara tal ayuda. Pero todo lo que pudieron hacer los atenienses fue enviar a su general, Cares, al frente de unos pocos mercenarios. Esto fue completamente inadecuado, Filipo barrió a Cares y tomó Olinto en 348 a. C.
Atenas no podía hacer más que pedir la paz. Envió diez embajadores a Filipo, para negociar los términos de ella; entre ellos, iban Demóstenes y Esquines. Filipo dilató intencionalmente las negociaciones, con una excusa u otra, y aprovechó el tiempo para extender su dominio sobre Tracia. Finalmente firmó una paz que aseguraba a Atenas el Quersoneso Tracio y en la que Atenas, finalmente, se inclinaba ante lo inevitable (después de ochenta años) y renunciaba a toda pretensión sobre Anfípolis.
Después de firmar la paz, Filipo atravesó calmamente el paso de las Termópilas para castigar a los focenses, quienes ya hacía diez años que se habían apoderado de Delfos. En combinación con Tebas, arrancó Delfos a los focenses. En 346 a. C. fue Filipo (que ni siquiera era un griego para Demóstenes) quien presidió los juegos Píticos que Clístenes, de Sición, había establecido dos siglos antes, con ocasión de la Primera Guerra Sagrada.
La caída de Tebas
Demóstenes no cejó en su enemistad hacia Filipo y dedicaba todos sus esfuerzos a organizar una nueva guerra, que tuviese más éxito, contra Macedonia. Lentamente ganó poder en la ciudad sobre la fracción promacedónica y en 344 a. C. pronunció su «Segunda Filípica».
Pero Filipo seguía su camino y ocupó lo que quedaba de Tracia. En 341 a. C. fundó Fílipópolis, o «ciudad de Filipo», a unos 160 kilómetros al norte del Egeo, Había avanzado más lejos hacia el Norte que cualquier ejército civilizado desde el tiempo de la invasión de Tracia por Darío, siglo y medio antes.
Ese año, Demóstenes pronunció su «Tercera Filípica» y persuadió a las ciudades griegas de la Propóntide, incluida Bizancio, a que se rebelasen contra Filipo. Indujo a Atenas a apoyar a Bizancio, lo cual significó una nueva guerra entre Atenas y Macedonia. Filipo tuvo aquí su mayor fracaso, ya que después de un largo asedio, se vio obligado a renunciar a su intento de tomar Bizancio. Su prestigio cayó y el de Demóstenes creció.
Pero la ciudad de Anfisa, en la Fócida, estaba cultivando unos campos que habían formado parte de Crisa dos siglos antes y habían sido objeto de una maldición después de la Primera Guerra Sagrada. Los sacerdotes que regían Delfos se escandalizaron por esto y así comenzó la «Cuarta Guerra Sagrada». Filipo fue llamado una vez más y pronto su ejército acampó en las costas del golfo de Corinto.
Demóstenes ganó entonces su mayor victoria diplomática. Convenció a Tebas de que se aliase con Atenas contra Filipo. Los tebanos, aunque muy poco habían hecho desde la muerte de Epaminondas, un cuarto de siglo antes, aún tenían vivo el recuerdo de las batallas de Leuctra y Mantinea, y se consideraban una importante potencia militar. Demóstenes también creía esto y se sentía seguro a la sombra del ejército tebano.
Juntas, Tebas y Atenas hicieron frente al poder de Macedonia en Queronea, en la Beocia occidental. La Hueste Sagrada tebana, que nunca había sido derrotada en batalla desde que fuera formada por Epaminondas, una generacion antes, enfrenó a la falange macedónica. Realmente fue la primera gran prueba de la falange.
El resultado fue desastroso para los griegos. Los atenienses se dispersaron y huyeron. Entre ellos estaba Demóstenes, que no se hallaba muy dispuesto a morir por sus creencias. (Después de la batalla se le reprochó que hubiese huido, a lo que respondió con una frase que se hizo famosa. Un poco modificada es la siguiente: «Quien combate y huye vive para combatir otra vez».).
Los tebanos lucharon en Queronea más honorablemente. La Hueste Sagrada se estrenó y se desangró contra la falange macedónica, pero no huyó. Todos sus soldados murieron, como los espartanos en las Termópilas, con el rostro frente al enemigo. Para Tebas fue una derrota, pero no un deshonor.
Este fue el fin de la hegemonía tebana y el comienzo de la macedónica, que iba a durar por más de un siglo.
Se dice que el viejo Isócrates murió de un ataque al corazón al oír las noticias de Queronea, pero es improbable. Siempre había sido partidario de Fílipo, en quien veía al hombre del momento y al que instaba a unir Grecia contra Persia (que era justamente lo que Filípo planeaba hacer). Es mucho más probable que Isócrates muriera sencillamente de viejo. A fin de cuentas, tenía noventa y ocho años en el momento de la batalla de Queronea.
Filipo ocupó Tebas y la trató con dureza, pero dejó Atenas intacta y ganó su sumisión por amabilidad. Esta actitud puede haber sido resultado de su admiración por el pasado de Atenas, pero también quizá obedeciese a su respeto por la flota ateniense, que estaba intacta y podía causarle muchos problemas aunque ocupase el Ática.
Sólo quedaba el Peloponeso y hacia él se dirigió Filipo. No halló ninguna resistencia excepto de Esparta. Sólo ésta, como orgulloso recuerdo de su pasado, se negó a someterse, Se cuenta que Filipo envió a Esparta un mensaje que decía: «Si entro en Laconia, arrasaré Esparta». Según la misma historia, los desafiantes éforos espartanos respondieron con una sola palabra: «Sí.» Es el más famoso laconismo de la historia.
Quizá Filipo haya sentido una asombrada admiración por el orgullo de la desamparada ciudad. Quizá también haya recordado las Termópilas y pensado que, a fin de cuentas, Esparta no podía ocasionarle ningún perjuicio. Sea como fuere, abandonó el Peloponeso sin tratar de forzar a Esparta.
Filipo dominaba ahora toda Grecia (excepto Esparta, aislada) y convocó una asamblea de ciudades griegas. Esta se reunió en Corínto, en 337 a. C., como habían hecho un siglo y medio antes para hacer frente al peligro persa. Pero esta vez la situación se había invertido. Votaron la guerra contra Persia y eligieron a Filipo comandante en jefe. Hasta se enviaron fuerzas macedónicas de avanzada al Asia Menor, a fin de preparar el camino para el ataque general.
Pero en ese momento surgieron dificultades domésticas para Filipo. Podía derrotar a Demóstenes y dominar toda Grecia, pero en su familia había alguien más fuerte que él: su esposa epirota, Olimpia.
Filipo se había cansado hacía tiempo de su esposa, que era una mujer violenta y difícil. En 337 a. C. decidió divorciarse de ella y casarse con la joven sobrina de uno de sus generales. Olimpia abandonó Macedonia y se dirigió al reino de su hermano, el Epiro. Estaba furiosa y decidida a vengarse por cualquier medio.
Pero Filipo consumó su boda y tuvo un hijo de su nueva mujer. Se hizo cada vez mayor la posibilidad de que desheredase a su hijo Alejandro en favor de su nuevo hijo, y de que surgiera una lucha interna que podía dar al traste con todos sus planes.
Fílípo decidió evitar problemas ganándose al rey del Epiro (el hermano de Olimpia). Propuso un matrimonio entre su hija y el tío de ésta, el rey epirota. La oferta fue aceptada y las bodas fueron alegres y suntuosas.
Pero en 336 a. C., en esa fiesta matrimonial, Filipo, el conquistador de Grecia, en la cúspide de su fama y a punto de partir para Asia, fue asesinado. Nadie duda de que Olimpia contribuyó a preparar el asesinato y muchos sospechan que también Alejandro intervino en él.
El advenimiento de Alejandro
Con la muerte de Filipo, las ciudades griegas se levantaron alegremente con la esperanza de recuperar su libertad. Tenían plena confianza de que así sería.
A fin de cuentas, el poder siracusano había muerto con Dionisio, el poder tesalio con Jasón y el poder cario con Mausolo. Sin duda, el poder macedóníco desaparecería con Filipo. Por supuesto, el hijo de Filipo sucedió a éste en el trono con el nombre de Alejandro III, pero sólo tenía veinte años («sólo un muchacho», decía Demóstenes con desprecio) y no se le prestó mucha atención.
Desgraciadamente para Demóstenes, Alejandro no era sólo un muchacho. Filipo fue uno de los pocos hombres muy notables de la historia que tuvo un hijo aún más notable. (En cierto modo, esto fue infortunado para Filipo, pues sus grandes realizaciones quedaron oscurecidas por las realizaciones aún más grandes de su hijo.)
Se cuentan algunas famosas anécdotas sobre la juventud de Alejandro. Según una de las más famosas, cuando era todavía un adolescente, domó un caballo salvaje que nadie había podido domar. Alejandro observó que el caballo se aterrorizaba de su propia sombra, por ello, manejó el caballo de manera que tuviera frente a sí el sol. Una vez que tuvo su sombra detrás, el caballo se calmó y pudo ser dominado fácilmente. Tenía una marca semejante a la cabeza de un buey sobre su frente, por lo que fue llamado Bucéfalo, o «cabeza de buey». Alejandro cabalgó después en él casi toda su vida, y probablemente sea el caballo más famoso de la historia.
En 342 a. C., cuando Alejandro tenía catorce años, Filipo le puso un tutor griego. Era Aristóteles, quien en tiempos posteriores iba a ser considerado como el más grande de todos los pensadores griegos.
Aristóteles nació en 384 a. C. en la ciudad de Estagira, en la Calcídica. Su padre había sido médico de Amintas II, padre de Filipo de Macedonia. A los diecisiete años, Aristóteles marchó a Atenas para estudiar con Platón y permaneció en la Academia de 367 a 347 a. C., y sólo la abandonó después de la muerte de Platón.
Cuando Alejandro subió al trono, Aristóteles partió para Atenas y fundó una escuela llamada el «Lykeoin», o, en la forma castellana derivada del latín, Liceo, en honor de un templo cercano dedicado a Apolo Lykeois («Apolo el Matador de Lobos»).
Las clases de Aristóteles fueron reunidas en muchos volúmenes que representan casi una enciclopedia, hecha por un solo hombre, del conocimiento de la época, buena parte de la cual consiste en el pensamiento, la observación y la capacidad organizativa originales del mismo Aristóteles. Tampoco se limitó totalmente a la ciencia, pues Aristóteles abordó la ética, la crítica literaria y la política. En total, los volúmenes que se le atribuyen ascienden a unos 400, de los cuales han sobrevivido unos 50. (Aristóteles vivió en la época de la muerte, de hecho, de la ciudad-Estado, pero sus análisis sobre política trataban solamente de la ciudad-Estado. Aunque fue el más grande pensador de la antigüedad, no vio más allá de ella.)
Aristóteles no abordó las matemáticas, pero fundó una rama casi matemática del pensamiento: la lógica. Desarrolló, con grande y satisfactorio detalle, el arte de razonar a partir de premisas para llegar a conclusiones necesarias.