Los Tolomeos
En 285 a. C., Tolomeo Soter abdicó en su hijo segundo. (Su hijo mayor, Tolomeo Cerauno, se había marchado a Macedonia, donde murió).
Tolomeo II adoptó la vieja costumbre egipcia por la cual los gobernantes se casaban con sus hermanas, porque ninguna otra familia era suficientemente noble para proporcionar una esposa. Continuó el mecenazgo de su padre de la ciencia y la literatura.
En 246 a.C., Tolomeo II fue sucedido por Tolomeo III, cuya esposa era Berenice, de Cirene. Según una leyenda, Berenice se cortó el cabello y lo colgó en el templo de Venus para dedicarlo a la diosa, con la esperanza de que ésta hiciera volver a su marido de las guerras victorioso.
El cabello desapareció (probablemente robado) y el astrónomo de la corte, Conon, de Samos, anunció inmediatamente que había sido llevado al cielo por la diosa; señaló algunas tenues estrellas que, según decía, eran el cabello dedicado. Esas estrellas forman la constelación llamada ahora «Coma Berenices», que en latín significa «la Cabellera de Berenice».
Con tres reyes capaces sucesivos, Egipto tuvo un siglo de buen gobierno; quizá mejor que el que tuvo nunca, en conjunto, en cualquier época de su larga historia, anterior o posterior. Por desgracia, esto no duró. Después de Tolomeo III, todos los gobernantes siguientes fueron débiles e incapaces, de modo que el Egipto Tolemaico gradualmente decayó.
Esa decadencia trajo también un creciente declinar de la ciencia griega. Sólo un científico de primer rango brilló durante este período, y no trabajó en Alejandría. Fue Hiparco, de Nicea, nacido por el 190 a. C. y quizá el mayor astrónomo de la antigüedad. Trabajó en un observatorio situado en la isla de Rodas.
Rodas había carecido de importancia en tiempo helénicos, pero después de la muerte de Alejandro obtuvo su independencia y se enriqueció y prosperó dedicándose al comercio, mientras el resto del mundo helenístico se arruinaba en incesantes guerras. Durante el siglo y medio que siguió a la triunfal resistencia al asedio de Demetrio fue la ciudad-Estado más próspera en un mundo donde las ciudades-Estado estaban muertas o agonizantes. Después de la caída de Siracusa en 211 a. C., Rodas fue la única ciudad-Estado próspera que quedó.
Pero en la época de Hiparco esa situación estaba llegando a su fin. En 167 a. C., después de la Tercera Guerra Macedónica, Roma desvió deliberadamente el curso del comercio para arruinar a Rodas. Esta, pues, fue obligada a convertirse en aliada y satélite de Roma en 164 a. C. Después de esto, otra vez se hundió lentamente en la insignificancia.
Hiparco prosiguió la labor de Aristarco para determinar la distancia de la Luna y el Sol, pero no adoptó la idea de Aristarco de que la Tierra gira alrededor del Sol. En efecto, elaboró con todo detalle un universo en el que todos los cuerpos celestes giran alrededor de la Tierra, para lo que hizo uso cuidadoso y detallado de las matemáticas. Fue Hiparco quien colocó la «teoría geocéntríca» sobre una base firme; tan firme que pasaron diecisiete siglos antes de que fuese abandonada, nuevamente y ya para siempre, a favor de la «teoría heliocéntrica» de Aristarco.
En 134 a. C., Hiparco observó en la constelación Scorpio una estrella de la que no pudo hallar registro en observaciones anteriores. Esto era algo serio, pues existía la firme creencia (respaldada por Aristóteles) de que los cielos eran permanentes e inmutables. Hiparco no pudo discernir fácilmente sí esa estrella era un ejemplo de lo contrario, a causa del carácter asistemático de las observaciones anteriores. Decidió entonces que los futuros astrónomos no padecerían similares dificultades. Procedió a registrar la posición exacta de algo más de mil estrellas, de las más brillantes. Este fue el primer mapa estelar exacto. Al hacerlo, Hiparco ubicó las estrellas según la latitud y la longitud, sistema que luego transfirió a mapas de la Tierra. Hiparco también clasificó las estrellas en grados de brillantez (primera magnitud, segunda magnitud, etc.), sistema que todavía se usa. Luego, al estudiar viejas observaciones, descubrió la «presesión de los equinoccios», como resultado de la cual el punto del cielo hacia el cual apunta el Polo Norte terrestre cambia lentamente de un año a otro.
Después de Hiparco hubo un astrónomo muy inferior, Posidonio, de Apamea, ciudad siria cercana a Antioquía. Por el 100 a. C. repitió el experimento de Eratóstenes para determinar el tamaño de la Tierra. Usó una estrella en vez del Sol, lo cual, en sí mismo fue una modificación valiosa. Pero, por alguna razón desconocida, obtuvo la cifra de 29.000 kilómetros para la circunferencia de la Tierra, cifra demasiado pequeña.
Por el 50 a. C., Roma se destacaba como un coloso por sobre el mundo helenístico. Se había apoderado de Macedonía y Egipto, estaba en vías de apoderarse de Asia Menor, trozo a trozo, y pronto se apoderó de lo que quedaba del Imperio Seléucida.
Pero Egipto aún seguía bajo los Tolomeos. Sólo él sobrevivía de las grandes conquistas macedónicas de casi tres siglos antes.
Entonces surgió en Egipto el último gran monarca helenístico, alguien a quien podríamos llamar «el último de los macedonios». Pero no era un hombre, sino una mujer. Era Cleopatra.
Recuérdese que Cleopatra no era una egipcia, sino una macedonia. Tampoco Cleopatra es un nombre egipcio. Es griego y significa «padre famoso», esto es, «de noble ascendencia». Era un nombre común entre las mujeres macedonias. Cuando Filipo II se divorció de Olimpia para casarse con una joven, el nombre de ésta era Cleopatra.
La Cleopatra que fue el último de los macedonios nació en 69 a. C. Su padre, Tolomeo XI Auletes, o «Tolomeo el Flautista», murió en 51 a. C. y había dos niños que, en teoría, debían ser reyes luego. Cleopatra, su hermana mayor, sin embargo, recibió a pedido de ella misma la ayuda de un romano; en efecto, recibió la ayuda del más grande de los romanos: Cayo Julio César.
Las guerras civiles romanas continuaron después de Sila, y ocasionalmente Grecia se convirtió en campo de batalla. Así, César guerreó contra Pompeyo (el vencedor de Mitrídates) y le persiguió hasta Grecia, en 48 a. C. Allí le derrotó en Farsalia, un distrito de Tesalia.
Pompeyo luego huyó a Egipto, pero pronto fue asesinado allí por egipcios que no querían problemas con César. Desde luego, César llegó poco después. En Egipto, conoció a Cleopatra y la halló hermosa. Hizo que sus hermanos compartiesen el trono con ella y más tarde se la llevó a Roma consigo.
En 44 a. C., César fue asesinado y la guerra civil comenzó nuevamente. Cleopatra volvió sigilosamente a Egipto, donde pensó que estaría más segura. Se deshizo de sus hermanos y se convirtió en única ocupante del trono.
Pero un anterior colaborador de César, Marco Antonio, viajó al Este en persecución de los asesinos de César. Los alcanzó en Macedonia y los derrotó en 42 a. C., en Filipos, ciudad que habla fundado el gran Filipo tres siglos antes. En 41 a. C. Marco Antonio se encontró con Cleopatra y también él se enamoró de ella.
En verdad, olvidó sus deberes, en su afán de estar con ella y vivir en el placer. No así el capaz sobrino e hijo adoptivo de César, Caius Octavianus (comúnmente llamado en castellano Octavio), quien estaba haciéndose poderoso en Roma, y ganaba fuerza en ésta mientras Marco Antonio la perdía en Egipto.
Era inevitable un enfrentamiento entre ellos. En 31 antes de Cristo, la flota de Cleopatra y Marco Antonio chocó con la de Octavio frente a Accio, ciudad de la costa occidental de Grecia, a unos 80 kilómetros al norte del golfo de Corinto. Por última vez, el poder helenístico se enfrentó al de Roma, y no carecía de significado que esto ocurriese frente a la costa griega.
En lo más crítico de la batalla, Cleopatra fue presa de pánico y huyó con sus barcos. Inmediatamente, Marco Antonio abandonó a sus hombres y salió tras ella. Así perdió la batalla y Octavio quedó vencedor. Al llegar a Egipto, Marco Antonio oyó una falsa noticia según la cual Cleopatra había muerto y se suicidó, en 30 a. C.
Octavio, en su persecución, llevó su ejército a Alejandría. Cleopatra le hizo frente y efectuó el último intento de ganar a un romano con su encanto. Pero Octavio no era el tipo de hombre que podía ser hechizado por alguien. Aclaró bien que ella iba a volver a Roma con él como enemigo vencido. Sólo tenía una carta para jugar y la jugó. Según la historia tradicional, se suicidó haciéndose morder por una serpiente venenosa.
Egipto pronto fue anexado a Roma y, así, en 30 a. C., desapareció el último de los reinos helenísticos. Dos siglos y medio después del primer enfrentamiento entre griegos y romanos, en tiempos de Pirro, Roma finalmente se tragó y absorbió todo el mundo griego. Hasta las ciudades griegas que sobrevivían en Crimea, sobre la costa septentrional del mar Negro, aceptaron la soberanía romana.
En cuanto a Octavio, cambió su nombre por el de «Augusto» y, aunque mantuvo las apariencias de la República Romana, se convirtió en algo similar a un rey. Se proclamó «Imperator», que sencillamente significa «lider». De esta palabra proviene la voz castellana «emperador». Con Augusto, en 31 a. C. (el año de la batalla de Accio), la historia del mundo antiguo se funde con la del «Imperio Romano».
La «Paz Romana»
Aunque las monarquías helenísticas desaparecieron, la cultura griega no desapareció. De hecho, fue más fuerte que nunca. La misma Roma había absorbido el pensamiento griego, y por la época en que Augusto establecíó el Imperio Romano, Roma se había convertido en un imperio helenístico y el mayor de todos.
Pero Grecia siguió decayendo. El Imperio Romano produjo dos siglos de paz absoluta en el mundo mediterráneo (la «Pax Romana», o «Paz Romana»), mas para Grecia fue la paz de la muerte. En su período de expansíón, Roma había tratado a Grecia con implacable crueldad. La destrucción de Corinto, la ruina deliberada de Rodas, el saqueo de Atenas y las batallas de las guerras civiles romanas en suelo griego habían devastado Grecia.
El geógrafo griego Estrabón ha dejado una descripción de Grecia en tiempos de Augusto. Es un melancólico cuadro de ciudades arruinadas y regiones despobladas.
Sin embargo, aun entonces, se hicieron sentir en Grecia los comienzos de una nueva y gran fuerza. En Judea había surgido un profeta —Jesús Cristo («Joshua, el Mesías»)—. Reunió algunos discípulos que empezaron a considerarlo como la manifestación de Dios en forma humana.
(El mundo occidental ahora numera los años desde el tiempo del nacimiento de Jesús. Así, la batalla de Maratón fue librada en 490 a. C., es decir, antes de Cristo. Los años transcurridos desde el nacimiento de Jesús se escriben junto a las iniciales d. C., «después de Cristo»).
Jesús fue muerto crucificado en 29 d. C., pero sus discípulos persistieron en su creencia. Los seguidores de Cristo (los «cristianos») sufrieron persecución en Judea por considerárseles heréticos, y uno de los más activos perseguidores fue un judío llamado Saúl, nacido en la ciudad grecohablante de Tarso, sobre las costas meridionales de Asia Menor.
Varios años después de la muerte de Jesús, Saúl experimentó una repentina conversión y se transformó en un cristiano tan firme como antes había sido un perseguidor de los cristianos. Cambió su nombre por el de «Pablo» y empezó a predicar el cristianismo a los no judíos, particularmente a los griegos.
Por el 44 d. C., Pablo viajó a Antioquía, y luego a Chipre y a Asia Menor. Posteriormente visitó Macedonia y la misma Grecia, donde predicó en Corinto. En 53 después de Cristo predicó en Atenas. Por último, en 62 d. C., navegó a Roma y allí encontró la muerte.
Durante sus años de misión, Pablo dirigió una serie de cartas (o «epístolas») a los hombres que había convertído entre los griegos. Aparecen en la Biblia con los nombres de los habitantes de las ciudades a los que iban dirigidas. Dos de ellas son a los corintios, a los hombres de Corinto.
Tres epístolas están dirigidas a las ciudades de Tesalónica y Filipos, en Macedonia: dos «a los tesalonicenses» y una «a los filipenses». Otras están dirigidas a ciudades de Asia Menor: una «a los efesios», una «a los gálatas» y una «a los colosenses». Esta última era para una iglesia de la ciudad de Colosas en el interior de Asia Menor, a unos 190 kilómetros al este de Mileto.
Según la tradición, Pablo murió en el martirio durante la primera persecución del cristianismo, bajo el emperador Nerón, quien gobernó de 54 d. C. a 68 d. C.
Nerón era uno de esos emperadores que, cuando Grecia estaba casi muerta, gustaban mucho de ensalzarla y viajar por ella con la pretensión de vivir nuevamente los viejos grandes días. Su mayor deseo era participar en la célebración de los Misterios Eleusinos, pero no se atrevía a hacerlo porque ¡había hecho ejecutar a su madre!
El emperador Adríano, que reinó de 117 a 138, llevó al extremo el amor romano por una Grecia muerta. Visitó Atenas en 125. Allí presidió las fiestas, fue iniciado en los Misterios Eleusinos e hizo terminar, ampliar y embellecer sus templos. También hizo construir un canal a través del istmo y permitió a las ciudades (aldeas, más bien) griegas que quedaban ciertas «libertades», a imitación de los viejos tiempos.
A medida que Grecia declinó lentamente, la ciencia griega se marchitó. Pocos son los nombres dignos de mención.
Sosígenes fue un astrónomo alejandrino que floreció en la época de Julio César. Ayudó a éste a elaborar un nuevo calendario para los dominios romanos, el llamado «calendario juliano». En este calendario, tres años de cada cuatro tienen 365 días, y al cuarto año se le agrega un día más: tiene 366. Este calendario subsiste (ligeramente mejorado quince siglos más tarde) y es el que se usa en el mundo actual.
En tiempos de Nerón, un médico griego, Dioscórides, viajo con los ejércitos romanos y estudió las nuevas plantas que encontraba, particularmente en lo concerniente a sus propiedades medicinales.
Herón fue un ingeniero griego que trabajó en Alejandría poco antes de iniciarse el período del Imperio Romano. Es famoso por su invención de una esfera hueca a la que estaban unidos dos tubos curvados. Cuando se hacía hervir agua en la esfera, el vapor escapaba por los tubos y hacía rotar rápidamente la esfera. Se trata de una sencilla «máquina de vapor».
Herón usó la energía del vapor para abrir puertas y hacer accionar estatuas en los templos. Pero sólo se trataba de mecanismos mediante los cuales los sacerdotes podían asombrar a ingenuos creyentes o maravillas con las cuales divertir a los ociosos. La idea de utilizar la energía del vapor para sustituir los agotados y doloridos músculos de los esclavos no parece haberle interesado a nadie.