En su lugar podían usarse pieles de animales. Estas eran mucho más duraderas que el papiro, pero también mucho más caras. Alguien ideó en Pérgamo un método por el cual podían prepararse las pieles de modo que pudiese escribirse en ellas de ambos lados, lo que permitió doblar la cantidad de escritos por piel y redujo a la mitad su precio. Este tipo de piel es llamado ahora «pergamino», que deriva de Pérgamo.
Por la época de Atalo III, en 138 a. C., Roma tenía el firme dominio de Macedonia y Grecia, y no había duda de que llegarían a dominar todo el mundo antiguo. Atalo pensó que lo mejor que podía hacer por su pueblo era admitir pacíficamente lo inevitable. Cuando murió, en 133 a. C., dejó el reino de Pérgamo a Roma, que lo aceptó y convirtió a la mayor parte de él en la «Provincia de Asia».
Los reyes de Bitinia habían hecho ensayos de antirromanismo y habían sufrido por ello, pero sus dos últimos reyes, Nicomedes II y Nicomedes III, aprendieron la lección. También ellos se hicieron firmemente prorromanos. Cuando Nicomedes III murió, en 74 a. C., siguió el ejemplo de Atalo III y dejó su reino a los romanos.
Pero al menos un monarca de Asia Menor no cedió a las tendencias que parecían marcar el futuro.
Al este de Bitinia y bordeando las costas meridionales del mar Negro, estaba el reino del Ponto, cuyo nombre derivaba del nombre griego del mar Negro. Su ciudad más importante era Trapezonte; era la ciudad costera a la que habían llegado los Diez Mil de Jenofonte.
El primero en titularse rey del Ponto fue Mitrídates I, quien asumió el título en 301 a. C. Durante los dos siglos y medio siguientes, sus sucesores gobernaron el reino. El último miembro de este linaje fue Mitrídates VI, quien gobernó durante más de medio siglo, de 120 a 63 a. C. Fue un hombre capaz, que extendió el territorio del Ponto a expensas de los reinos helenísticos vecinos.
Al expandir su influencia, Mítrídates entró en conflicto con Roma, por supuesto, y la guerra se hizo inevitable. Mitrídates dio el primer golpe, en 88 a. C. Sorprendentemente, tuvo grandes éxitos iniciales, barrió la mayor parte de Asia Menor, derrotó a los ejércitos romanos e hizo matanzas de ciudadanos romanos.
Luego atravesó el mar Egeo y entró en Grecia. Atenas no tomó parte en la guerra —ya hacía tiempo que no estaba para esas cosas—, pero tomó una decisión política. Decidió apoyar a Mitrídates y le permitió entrar en la ciudad.
Pero los romanos habían perdido terreno sólo porque después de la conquista de Cartago y Macedonia se había permitido el lujo de una sangrienta guerra civil. Esta guerra llegó a su fin, por el momento, con el triunfo de Lucio Cornelio Sila. Al frente de nuevos ejércitos romanos, Sila entró en Grecia en 87 a. C., tomó Atenas y la sometió a pillaje en su totalidad. Después de esto, Atenas nunca volvería a tomar decisiones políticas.
En 86 a. C., Sila se enfrentó a Mitrídates en el fatídico campo de Queronea y lo derrotó. Mitrídates tuvo que huir a Asia y los romanos lo siguieron. En 84 a. C., Mítrídates se vio obligado a hacer la paz según los términos dictados por los romanos.
Dos veces más libró furiosas batallas con los romanos y dos veces más fue derrotado. En 65 a. C., sufrió su tercera y última derrota a manos de Gnaeus Pompelus Magnus, más conocido en castellano por Pompeyo, y en 63 a. C. Mitrídates se suicidó.
Al fin, toda Asia Menor se halló bajo la firme dominación romana, aunque algunas partes de ella conservaron una independencia nominal durante algunos años.
El Imperio Seléucida
La parte del imperio de Alejandro que está al este de Asia Menor correspondió a Seleuco. Su reino se basó, principalmente, en Siria y Babilonia, de modo que fue casi un resurgimiento del viejo Imperio Caldeo de dos siglos y medio antes. Las vastas regiones iranias que había al norte y al este estaban más o menos bajo su dominio, de manera que, en el mapa, parecía haber heredado la mayor parte del imperio de Alejandro. Por ello fue llamado Seleuco Nicator, o «Seleuco el Conquistador».
En 312 a. C., Seleuco se hizo construir una nueva capital a orillas del río Tigris, no lejos de Babilonia, que estaba sobre el Éufrates. La llamó, según su propio nombre, Seleucia. A medida que Seleucia crecía, Babilonia decaía.
Babilonia se había cubierto de fama y gloria desde que, por vez primera, gobernó un imperio en tiempos del patriarca hebreo Abrabham. Pero la muerte de Alejandro fue el último suceso de importancia con el que estuvo vinculada. A comienzos de la Era Cristiana, Babilonia estaba tan muerta como Nínive.
En 300 a. C., Seleuco también fundó una ciudad en el norte de Siria. En honor a su padre Antíoco la llamó Antioquía.
El tataranieto de Seleuco intentó apartar a los judíos del judaísmo y los obligó a aceptar la cultura griega. En 168 a. C., declaró ilegal el judaísmo, y los judíos, por consiguiente, se rebelaron. Bajo la dirección de una familia a la que conocemos como los Macabeos, lograron contra todas las previsiones, crear un reino judío independiente en 164 a. C.
El mismo reino Macabeo tenía un fuerte tinte helenístico. Dos de sus reyes llevaron el nombre griego de Aristóbulo, y en 103 gobernó Judea un rey llamado Alejandro. El último de los macabeos se llamó Antígono. El Imperio Seléucida siguió decayendo después de la revuelta judía. Por el 141 a. C. perdió Babilonia, ocupada por invasores orientales, y Antioquía se convirtió en la única capital del Imperio. En 64 a. C., el general romano Pompeyo, que acababa de destruir a Mitrídates, reunió los miserables restos que quedaban del vasto imperio de Seleuco Nicator y los convirtió en una provincia romana. Al año siguiente, en 63 a. C., también Judea fue convertida en provincia romana.
Alejandría
El que tuvo más éxito de todos los reinos helenísticos fue el creado en Egipto por el general de Alejandro, Tolomeo, cuyos descendientes iban a gobernar Egipto durante casi tres siglos. El primer Tolomeo ayudó a los rodios a derrotar a Demetrio Poliorcetes, y los rodios, como signo de gratitud, lo apodaron «Tolomeo Soter» («Tolomeo, el Salvador»). Y con este nombre se lo conoce en la historia.
Tolomeo Soter puso los fundamentos de una universidad en su capital, Alejandría, a la que invitó a los sabios del mundo griego con la promesa de sostén financiero y de oportunidades para efectuar ininterrumpidos estudios. La universidad fue dedicada a las Musas, las diosas griegas del saber, por lo que se la conoce como el «Museo».
Fue la más famosa institución del saber de todo el mundo antiguo y a ella perteneció la más grande y bella biblioteca que se haya reunido nunca en los días anteriores a la imprenta. Alejandría se convirtió en una de las más famosas ciudades de habla griega y fue el centro del saber antiguo durante unos siete siglos.
La ciencia griega había permanecido viva durante todas las turbulencias que siguieron a la muerte de Alejandro. La escuela de Aristóteles, el Liceo, mantuvo su vigor durante un siglo. Como Aristóteles daba sus clases mientras caminaba por el jardín, los seguidores de esta escuela fueron llamados los «peripatéticos» (los «caminantes»).
Uno de los peripatéticos fue Teofrasto, nacido en Lesbos alrededor de 372 a. C. Estudió con Platón y luego se asoció con Aristóteles, A su muerte, Aristóteles dejó su biblioteca a Teofrasto, quien asumió la dirección del Liceo y extendió la labor biológica de Aristóteles.
Teofrasto se concentró principalmente en el mundo vegetal y describió laboriosamente más de 500 especies, con lo cual fundó la ciencia de la botánica, Permaneció al frente del Liceo hasta su muerte, en 287 a. C.
El sucesor de Teofrasto fue Estratón, de Lampsaco. Realizó importantes experimentos de física y tuvo ideas correctas sobre cuestiones tales como el vacío, el movimiento de caída de los cuerpos y las palancas.
Pero después de la muerte de Estratón el Liceo decayó. El mismo Estratón se había educado en Alejandría, y la ciencia griega se desplazó de Atenas a la nueva capital de los Tolomeos, donde dadivosos monarcas estuvieron siempre dispuestos a financiar el saber.
Uno de los primeros miembros del Museo de Alejandría fue Euclides, cuyo nombre estará por siempre ligado a la geometría, pues escribió un libro de texto (los Elementos) sobre esa disciplina que ha sido desde entonces el modelo, con algunas modificaciones, desde luego.
Pero como matemático, la fama de Euclides no proviene de sus propias investigaciones, pues pocos de los teoremas de su libro son suyos. Muchos de ellos los tomó de la obra de Eudoxo. Lo que hizo Euclides, y lo que constituye su grandeza, fue tomar todo el conocimiento acumulado en matemáticas por los griegos y codificar dos siglos y medio de labor en una sola estructura sistemática.
En particular, elaboró, como punto de partida, una serie de axiomas y postulados que eran admirables por su brevedad y elegancia. Luego ordenó demostración tras demostración de una manera tan lógica que fue casi imposible de mejorar.
Sin embargo, no se sabe prácticamente nada de la vida de Euclides, excepto que trabajó en Alejandría por el 300 a. C. Una anécdota que se cuenta de él (y se cuenta también de otros matemáticos de la antigüedad) es que mientras trataba de explicar la geometría a Tolomeo, el rey le pidió que hiciera sus demostraciones más fáciles.
Euclides respondió, sin concesiones: «No hay ningún camino regio hacia el conocímiento».
Un matemático posterior a Euclides en unos cincuenta años, aproximadamente, fue Apolonio, de Perga, ciudad costera del Asia Menor meridional. Estudió las curvas que se forman en la intersección de un plano y un cono (las «secciones cónicas»). Estas son el círculo, la elipse, la parábola y la hipérbola.
El mundo se amplió en la Era Helenística, y algunos griegos fueron grandes viajeros. El más grande, quizá, fue Piteas, de Mesalia, quien fue contemporáneo de Alejandro Magno y buscó nuevos mundos en el lejano Oeste, mientras Alejandro penetraba en el Este.
Piteas viajó por el Atlántico y de sus informes se desprende que muy probablemente haya llegado a las Islas Británicas y a Islandia y haya explorado las aguas septentrionales de Europa hasta el mar Báltico. En el océano Atlántico pudo observar las mareas (que no se notan en el Mediterráneo por estar cercado de tierras) y conjeturó que son causadas por la Luna, observación por la que se adelantó 2.000 años a su tiempo.
Otro geógrafo fue Dicearco, de Mesana, quien estudió con Aristóteles, y fue íntimo amigo de Teofrasto. Usó los informes traídos por los ejércitos de Alejandro y sus sucesores que habían llegado a lejanas regiones para confeccionar mejores mapas del mundo antiguo que los que existían antes. Fue el primero en usar las líneas de latitud en sus mapas.
Pero Eratóstenes, de Cirene, sin moverse de su casa, realizó una hazaña geográfica mayor que las de Piteas o Dicearco. Eratóstenes, que estaba al frente de la Biblioteca de Alejandría por el 250 a. C. y que era íntimo amigo de Arquímedes, no hizo nada menos que medir el tamaño de nuestro planeta.
Tomó nota del hecho de que el día del solsticio de verano (el 21 de junio) el Sol era observado directamente por encima de Siene, ciudad del sur de Egipto, al mismo tiempo, que estaba a siete grados del cenit en Alejandría. Esta diferencia sólo podía deberse a la curvatura de la superficie de la Tierra entre Siena y Alejandría. Conociendo la distancia entre las dos ciudades, era fácil calcular la circunferencia de la Tierra mediante la geometría de Euclides. Se cree que la cifra obtenida por Eratóstenes era 40.000 kilómetros, que es la cifra correcta.
Eratóstenes también trató de establecer una cronologia científica, en la que todos los sucesos estuviesen fechados desde la Guerra de Troya. Fue el primer hombre en la historia que se preocupó por obtener una datación exacta.
La ciencia griega no era fuerte en sus aspectos aplicados, pues en los tiempos antiguos el trabajo físico estaba a cargo de esclavos y se sentía escasa necesidad de aliviar ese trabajo. (Además, interesarse por lo que concernía a los esclavos era considerado indigno de un hombre libre.)
Pero aun así, algunos griegos no pudieron evitar convertirse en ingenieros. Arquímedes, con sus palancas y poleas, fue uno de ellos. Otro fue un inventor griego, Tesibio, nacido en Alejandría alrededor de 285 a. C. Usó cargas de agua y chorros de aire comprimido para mover máquinas. Su más famoso invento fue un reloj de agua mejorado, en el que el agua, deslizándose a un recipiente a un ritmo constante, elevaba un flotador con un puntero que señalaba una posición sobre un tambor. La hora podía leerse en esa posición. Esos relojes fueron los mejores indicadores del tiempo del mundo antiguo.
Además del Museo y la Biblioteca, que tanto éxito tuvieron, Tolomeo Soter también concibió la idea de construir una estructura para que albergara una almenara, la cual sirviese de guía a los navegantes que entrasen en el puerto de Alejandría durante la noche. Contrató a un arquitecto griego, Sostrato, de Cnido, para que construyese el edificio en una isla situada justamente enfrente de Alejandría. La isla se llamaba Faro, y así se llamó también la estructura.
Tenía una base de 30 metros cuadrados y en su cima se mantenía perpetuamente encendida una almenara. Los admirados griegos la consideraban una de las Siete Maravillas del Mundo. Permaneció en pie durante 1.500 años, hasta que fue parcialmente destruida por un terremoto y se la dejó en ruinas. (En verdad, de las Siete Maravillas, sólo las pirámides de Egipto sobreviven.)