Tal vez habría podido detener a los turcos, pero en 1355 murió Y su reino empezó a derrumbarse. En 1389, servios y turcos chocaron finalmente en Kosovo, en lo que es hoy el sur de Yugoslavia. Los turcos lograron una abrumadora victoria y toda la penísula balcánica quedó en su poder. Lo que quedaba del Imperio Bizantino habría caído en manos de los turcos, de no ser por la inesperada aparíción de un poderoso enemigo en Oriente.
Un jefe nómada llamado Timur había subido al poder en 1360 e iniciado una carrera de conquistas. Era llamado «Timur Lenk» («Tímur el Cojo»), que en castellano se convirtió en Tamerlán.
En ataques relámpago conquistó toda el Asia Central y estableció su capital en Samarcanda, la antigua Maracanda, donde Alejandro había matado a Clito diecisiete siglos antes. Tamerlán extendió sus dominios en todas las direcciones, penetrando en Rusia hasta Moscú e invadiendo la India y capturando Delhi.
Finalmente, en 1402, cuando ya tenía setenta años de edad, invadió el Asia Menor. El sultán turco Bayaceto enfrentó a Tamerlán cerca de Angora, en el Asia Menor central. (Bajo su nombre, anterior, Ancira, esta ciudad había sido la capital de Galacia.)
En la batalla, Bayaceto fue completamente derrotado y hecho prisionero. El victorioso Tamerlán saqueó el Asia Menor y provocó la destrucción definitiva de Sardes, la capital de Lidia dos mil años antes. Pero cuando murió Tamerlán, en 1405, su vasto reino se derrumbó inmediatamente. El ataque de Tamerlán había dislocado de tal modo al Imperio Otomano que Constantinopla pudo gozar de un medio siglo adicional de existencia. Pero durante ese medio siglo, los turcos otomanos recuperaron totalmente su fuerza.
En 1451, Mohamed II llegó a ser sultán del Imperio Otomano y estaba dispuesto a ajustar cuentas con Constantinopla de una vez por todas. El 29 de mayo de 1453, después de un asedio de cinco meses, Constantinopla fue tomada por los turcos y Constantino XI, el último de los emperadores romanos de una serie que había comenzado con Augusto quince siglos antes, murió en la batalla combatiendo valientemente.
Constantinopla se volvió turca para siempre y su nombre cambió nuevamente. Los griegos, cuando viajaban a Constantinopla decían que iban «eis ten polin», que significa «a la ciudad». Los turcos captaron esta frase, la convirtieron en Estambul e hicieron de la ciudad la capital del Imperio Otomano.
En 1456, Mohamed arrancó el Ducado de Atenas a sus gobernadores occidentales, y en 1460 el Peloponeso. En 1461 se apoderó también del Imperio de Trebisonda La ciudad en la que el ejército de Jenofonte había llegado al mar, cerca de diecinueve siglos antes, fue el último trozo de territorio griego independiente.
La noche turca
La resistencia de pueblos no griegos contra los turcos continuó durante algunos años en los Balcanes. Un foco de poder cristiano quedaba en Epiro, cuya parte septentrional comenzó a ser llamada «Albania», de una palabra latina que significa «blanco», a causa de las montañas cubiertas de nieve de esa región. Albania estaba gobernada por Jorge Castriota.
Castriota estaba en la tierra natal de los antepasados maternos de Alejandro Magno, y él mismo era llamado por los turcos «Iskander Bey» («Señor Alejandro», que se corrompió en «Scanderberg». Mientras vivió mantuvo a los turcos a raya, pero después de su muerte, en 1467, Albania fue conquistada e incorporada al Imperio Otomano.
Sólo quedaban las islas griegas en manos cristianas, pero se trataba de cristianos occidentales. En 1566, la lucha se centró en las islas, dominadas por los venecianos, de Creta y Chipre, donde la población griega (como en otras partes de Grecia) en general apoyaba a los turcos contra los occidentales. No cabe sorprenderse de esto. Los turcos toleraban la forma ortodoxa del cristianismo, mientras que los católicos occidentales se esforzaban por convertir al catolicismo a sus súbditos ortodoxos. Los occidentales también establecían impuestos más duros que los turcos.
Los griegos de Chipre, pues, en su mayoría se sintieron encantados cuando los venecianos fueron expulsados de Chipre en 1571 y los turcos se apoderaron de la isla.
Esta victoria turca fue compensada por una derrota sufrida el mismo año. Se libró una gran batalla entre una flota otomana y una flota cristiana (principalmente, española) en el golfo de Lepanto (o Corinto, para usar su nombre griego). Fue la última batalla importante que se libró entre barcos impulsados por remos, y fue una importante victoria cristiana. Los turcos otomanos se recuperaron de la batalla de Lepanto y conservaron su vigor durante un considerable período, pero la batalla mostró claramente que el apogeo de los turcos había pasado y que el futuro pertenecía a la Europa Occidental, de creciente poderío.
Un siglo después de Lepanto, los turcos hicieron un último intento de conquista. En el mar arrancaron Creta a los venecianos en 1669. En tierra avanzaron hacia el Noroeste y en 1683 estaban en las afueras de Viena; Austria parecía a punto de caer.
Tanto los venecianos como los austríacos contraatacaron con éxito. Los venecianos invadieron el Peloponeso y una flota veneciana se estacionó frente a Atenas. Esto fue causa de una gran tragedia. Para defender Atenas, los turcos almacenaron pólvora en el Partenón, nada menos, que hasta entonces, durante dos mil años, se había mantenido intacto. En 1687, un cañonazo veneciano dio en el edificio, hizo explotar la pólvora y destruyó la más magnífica construcción de todos los tiempos. Sólo quedaron los pilares sin techo, para recordarnos tristemente la desaparecida gloria de Grecia.
Cuando los turcos fueron obligados a firmar la paz, en 1699 (la primera paz que consentían firmar con las potencias cristianas), cedieron el Peloponeso a los venecianos. Pero esto sólo fue temporáneo, pues los peloponenses pronto se dieron cuenta de que la mano veneciana era más pesada que la de los turcos. Por ello, dieron la bienvenida a la reconquista de la región por los turcos en 1718.
Bajo el dominio turco, Grecia se recuperó lentamente en población y vigor. Gracias a la tolerancia y la ineficiencia de los turcos, conservaron su lengua y su religión. Algunos hasta se hicieron ricos y poderosos, particularmente los descendientes de la vieja nobleza bizantina, que vivían en un distrito de Estambul llamado Fanar.
Después de 1699, cuando los turcos comprendieron que debían entablar relaciones diplomáticas con las naciones occidentales y ya no podían confiar en una superior potencia militar, apelaron a esos griegos fanariotes. Desde entonces, los fanariotes prácticamente dirigieron el servicio exterior turco, y en muchas ocasiones fueron el poder real que estaba detrás del trono.
Pero a lo largo de todo el siglo xviii el Imperio Otomano decayó y fue presa de la ineficiencia y corrupción creciente. Cada vez más, los griegos soñaban en la libertad con respecto a los turcos, pero no al precio de caer bajo la dominación occidental, sino en una verdadera libertad. Querían una Grecia independiente, gobernada por griegos.
Este sueño adquirió fuerza cuando Rusia, a lo largo de todo ese período se empeñó en una serie de guerras con Turquía y conquistó todas las regiones turcas situadas al norte del mar Negro. Esto puso de manifiesto la debilidad de los turcos y brindó a los griegos una nueva posibilidad de ayuda extranjera. Puesto que los rusos eran de religión ortodoxa, los griegos los consideraban mucho más aceptables que a los venecianos.
Con el aliento de Rusia, bandas griegas se rebelaron contra los turcos en 1821. Gracias a la ayuda rusa, se apoderaron del Peloponeso y luego de las regiones situadas al norte del golfo de Corinto. Muchos occidentales se sintieron conmovidos por las victorias griegas, pues para ellos los griegos eran aún el pueblo de Temístocles y Leónidas. El gran poeta inglés George Gordon, Lord Byron, por ejemplo, era un extravagante admirador de los antiguos griegos y marchó a Grecia a incorporarse a sus fuerzas revolucionarias. Allí halló la muerte, pues en 1824, a la edad de 36 años, murió de malaria en Míssolonghi, ciudad de Etolia.
Pero los turcos se rehicieron y, en particular, apelaron a la ayuda de sus correligionarios de Egipto, que se hallaba bajo el fuerte gobierno de Mehmet Alí. Los turcos y los egipcios recuperaron Atenas el 5 de julio de 1827 y comenzaron a asolar el Peloponeso. La revolución parecía sofocada.
Más por entonces, la simpatía occidental por los griegos era sencillamente abrumadora. Gran Bretaña y Francia se aliaron con Rusia y las tres potencias ordenaron a Turquía que cesase las hostilidades. La flota unida anglo-franco-rusa atacó a la flota turco-egipcia en Navarino el 20 de octubre de 1827 y sencillamente la barrió. (Navarino es el nombre italiano de Pilos, donde se libró la gran batalla de Esfacteria veintidós siglos antes).
La guerra no terminó inmediatamente, pero Turquía se halló ante lo inevitable. En 1829 aceptó con renuencia una paz que otorgaba autonomía a Grecia. Al principio se suponía que ésta se hallaría bajo una vaga soberanía turca. Pero en 1832 fue reconocida directamente la independencia de Grecia.
Por entonces, Grecia sólo consistía en la región situada al sur de las Termópilas, más la isla de Eubea. Atenas, claro está, se convirtió en la capital de Grecia; la capital libre de un reino griego libre, por primera vez desde los tiempos de Demóstenes, más de veintiún siglos antes.
La Grecia moderna
El nuevo reino tenía una población de unos 800.000 habitantes que sólo constituían la quinta parte de las personas de habla griega de esa región del mundo. Había 200.000 griegos en las Islas Jónicas ocupadas por los británicos, y unos 3.000.000 vivían aún en territorios dominados por los turcos. Durante casi un siglo, el gran impulso que movió la política griega fue el esfuerzo dirigido a incorporar al reino a esos otros griegos y las tierras que ocupaban.
Ese esfuerzo griego fue apoyado por Rusia, que deseaba debilitar al Imperio Otomano para sus propios fines (Rusia soñaba con apoderarse de Estambul). En cambio, a Grecia se opuso Gran Bretaña, que deseaba un Imperio Otomano fuerte que actuase como freno a las ambiciones rusas en Asia.
En 1854, Gran Bretaña y Francia se unieron para iniciar la Guerra de Crimea contra Rusia. Puesto que las simpatías griegas estaban de parte de Rusia, una flota británica ocupó El Pireo para impedir a los griegos a aprovechar la oportunidad de atacar territorio turco. Posteriormente, en 1862, Gran Bretaña compensó esta actitud cediendo a Grecia las Islas Jónicas, que había poseído desde los tiempos napoleónicos.
Pero la oportunidad siguiente de Grecia se presentó en 1875, cuando Rusia entró nuevamente en guerra con Turquía. Después de una dura lucha de tres años, los rusos lograron la victoria (aunque no ocuparon Estambul, como habían esperado). Pero a último minuto intervinieron los británicos para impedir que los rusos destruyesen totalmente el Imperio Otomano. Gran Bretaña se recompensó a sí misma por sus bondades con los turcos apoderándose de Chipre.
Todo lo que Grecia pudo lograr (después de las grandes esperanzas que había despertado la derrota turca) fue obtener Tesalia y parte de Epiro en 1881.
Mientras tanto, en la isla grecohablante de Creta se produjeron varias rebeliones contra los amos turcos. En 1897, el gobierno trató de acudir en ayuda de los rebeldes cretenses, pero fue totalmente derrotado por los turcos. Pero la intervención occidental obligó al Imperio Otomano a conceder la autonomía a Creta, y en 1908 Creta pasó a formar parte del Reino de Grecia.
Este hecho produjo un beneficio inesperado, pues de Creta era oriundo Eleuterio Venizelos, que iba a ser el más capaz estadista de la Grecia moderna. En 1909 subió al poder en Atenas y pronto comenzó a interesarse por la península balcánica.
Durante el siglo xix, las derrotas turcas llevaron a la gradual formación de una serie de reinos en los Balcanes del Norte: Montenegro, Servia, Bulgaria y Rumania. Estaban separados de Grecia por una franja de territorio que era aún turca y que incluía a Albania, Macedonia y Tracia. Todos los reinos balcánicos tenían puestas sus ambiciones en este territorio turco y, como resultado de ello, se odiaban más unos a otros que a los turcos.
Venizelos, con el aliento de Rusia, logró unir a los países balcánicos. Formaron una alianza y, en 1912, atacaron al Imperio Otomano. Los turcos sufrieron una rápida derrota, y tan pronto como se libraron de éstos, los reinos balcánicos adquirieron plena libertad para odiarse de nuevo unos a otros. En una segunda guerra, Bulgaria enfrentó a los otros países balcánicos y, en 1913, fue derrotada.
Como resultado de estas dos Guerras Balcánicas, el Imperio Otomano prácticamente fue expulsado de Europa, seis siglos después de haber entrado en ella. Los dominios europeos del Imperio Otomano se redujeron a una pequeña región, aproximadamente del tamaño de New Hampshire, centrada en las ciudades de Estambul y Edirne. (Edirne es el nombre turco de Adrianópolis, ciudad que tomó su nombre del emperador romano Adriano, que la fundó dieciocho siglos antes.) Esta región todavía es turca en la actualidad.
En cuanto a Grecia, obtuvo la Calcídica, además de partes de Epiro y Macedonia, y la mayor parte de las islas egeas. Su territorio y su población casi se doblaron. También las otras naciones balcánicas obtuvieron territorios y se formó una Albania independiente.
La gran catástrofe de la Primera Guerra Mundial se abatió sobre Europa en agosto de 1914. En esta guerra, Gran Bretaña, Francia y Rusia (los «Aliados») estaban de un lado; Alemania y Austria-Hungría (las «Potencias Centrales»), del otro. El Imperio Otomano se alió a las Potencias Centrales en noviembre de 1914, y Bulgaria, la vecina septentrional de Grecia, se les unió en octubre de 1915.
Grecia tenía simpatías por Rusia, como siempre, y Bulgaria era su enemiga tradicional, de modo que todo llevó a Grecia a unirse a los Aliados, particularmente porque Venizelos era un vigoroso defensor de la causa aliada. En efecto, finalmente, Grecia se unió a los Aliados en 1917, contra los deseos de su rey progermano, Constantino I, quien fue obligado a abdicar.
Este fue un golpe afortunado para Grecia, pues los Aliados ganaron la guerra en 1918 y Grecia se halló del lado victorioso. Como resultado de esto, Grecia obtuvo la costa septentrional del mar Egeo, la «Tracia Occidental», de manos de Bulgaria. (El norte de Grecia, Servia y Montenegro fueron unidos y, con un territorio adicional, se convirtieron en Yugoslavia.)