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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

Los guardianes del tiempo (38 page)

BOOK: Los guardianes del tiempo
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—¿Qué quieren de nosotros?

—De momento no lo sabemos. En un nuevo mensaje han citado a nuestro "máximo dirigente" esta tarde, en París.

—Eso es una trampa —advirtió uno de los Sabios.

—La cita es en Notre-Dame, que estará abarrotada de turistas y de fieles. Vamos a acudir.

—No podemos exponer al presidente…

—Por supuesto que no —replicó Ragnar Sigbjórnsson—. Iré yo. Ellos no saben quién preside la Sociedad. De hecho parece que saben muy poco de nosotros, pero lo suficiente para odiarnos a muerte, como ya se ha visto. No os preocupéis. Llevaré un buen dispositivo de escolta. Además la Sabia 310 ocupa un alto cargo en el Ministerio del Interior francés y ya está advertida. Tendré a toda la Gendarmerie detrás.

Contraviniendo todas las normas, la puerta de la sala se abrió y un Sabio, visiblemente nervioso por perpetrar aquella irregularidad, entregó una nota al presidente. En la centralita le esperaba una llamada tan urgente como para interrumpir al Comité de los Doce. El presidente pasó a una sala vecina y enseguida se le transfirió la llamada.

—Carlos, soy Mónica. Diana lo ha deducido todo, tal como te advertí. Era imposible que no atara cabos. Tu hija es mucho más inteligente de lo que crees, y también más frágil de lo que piensas. ¡Es un ser humano, Carlos, y no un peón más de tu ajedrez! Ahora mismo está en Barajas con su escolta, esperando para embarcar en un vuelo a Asturias. Me ha llamado para decirme que iba a desatender su misión en el CDS y que buscara una buena excusa para darle al secretario general, cosa que no va a ser nada fácil. Pero eso ahora es lo de menos: le pediré a Suárez que la cubra. Hoy está en Canarias y le puede haber pedido a Diana que le acompañe, aunque ella trabaja para Caso. Lo que me preocupa es la Operación, claro. Yo no he sabido cómo reaccionar, me ha cogido totalmente por sorpresa porque me ha llamado Mónica en vez de Marina. Eso sí que no me lo explico, a menos que también se haya dado cuenta de…

—No, eso es imposible, era muy niña… Tiene que haber otra explicación. Bueno, ahora hay que mantener la calma. Lo primero es determinar exactamente lo que sabe y lo que intuye. Así podremos preparar una versión adecuada.

—¡Carlos, me niego! Esta vez se acabó. No cuentes conmigo para nada que no sea contárselo todo de una maldita vez. ¿Queda claro?

—Todo no puede ser, y tú lo sabes.

—Ya, bueno, todo lo posible.

—¿Dónde estás?

—En Madrid, en el CESID.

—¿Puedes irte a Gijón?

—Sí. Ragnar no me va a necesitar en París. Me está esperando un helicóptero y he hecho que retrasen el vuelo de Diana por una supuesta amenaza de bomba. Llegaré yo antes que ella.

—¿Has avisado a Leonor?

—No, quería darte la oportunidad de que la llamaras tú antes. He pinchado vuestras líneas de casa. Diana tampoco ha llamado hasta ahora. Creo que quiere presentarse por sorpresa. Seguramente cree que ya habrás vuelto de viaje, o está decidida a esperarte e ir hablando con su madre. El caso es que no parece excesivamente enfadada, pero sí muy dolida.

—Después de la reunión me iré a casa inmediatamente. Ahora mismo doy orden de alquilar un reactor que me lleve directamente a Asturias. Nuestro avión lo necesitan Ragnar y su gente para ir a París.

—¿Hay alguna novedad?

—Nada nuevo. Él va a actuar como presidente de la Sociedad. Vamos a ver qué quieren estos locos. Martin Wallace llego anoche. Se esta ocupando de las autoridades británicas y se va a París con Ragnar y Volker.

—Ya, ya lo sé. Bueno, pues nos vemos en tu casa.

—No. Mejor quédate en el parador y te llamaré cuando convenga que aparezcas, según vaya la conversación. Esto lo tenemos que resolver Leonor y yo.

—Sí, desde luego. Sólo espero que no sea demasiado tarde.

Carlos Román se despidió y colgó el teléfono. Llamó a su mujer, pero no le dio tiempo a contarle nada.

—¡Carlos, tienes que venir ahora mismo! ¡Ha sucedido algo espantoso!

—Ya lo sé. Diana…

—¡No, no, es Marcos, que ha desaparecido del hospital!… ¿Diana? ¿Qué pasa con Diana?

París, 4 de octubre de 1989.19:00

Tal como habían exigido sus enemigos, Ragnar entró en la catedral de Notre-Dame llevando en la solapa el símbolo de la Sociedad. Enseguida acudió su interlocutor. Se trataba de Zlatko Veric, que se presentó con su nombre mientras pasaba discretamente un sofisticado detector de armas en torno al responsable de seguridad.

—¿Usted es el presidente? —preguntó en inglés, mirándole con una mezcla de repulsión y arrogancia.

—Sí. Me llamo Sigbjórnsson.

—Muy bien. Ya veo que ha traído usted a la mitad de la policía francesa. Enhorabuena, pero no me impresiona. Tenemos en nuestro poder a la señora Figueira. Mis hombres la secuestraron hace tres horas en Gatwick, cuando se disponía a volar a Lisboa. Ya la hemos sacado de Gran Bretaña. Por supuesto que si me hace detener morirá de inmediato. Aquí tiene usted la prueba. Porque ustedes los ateos necesitan pruebas de todo, claro.

Ragnar miro horrorizado la polaroid. La Sabia 177 estaba esposada y flanqueada por dos encapuchados. Sostenía un ejemplar del
Daily Telegraph
del día y su expresión era de angustia. Llevaba la misma ropa con la que horas antes había participado en la reunión del Comité de los Doce.

—¿Por qué ella?

Veric se encogió de hombros.

—Porque ha sido la más fácil de capturar, supongo. En fin, ni a ella ni a ninguno de ustedes tiene que pasarles nada. Sólo tienen que cumplir nuestras órdenes.

—Ustedes ya han matado a una persona de nuestra organización.

—Sí —Veric soltó una risotada—, desgraciadamente sólo cayó uno de ustedes. El Señor es bueno hasta con sus peores enemigos.

El islandés apretó los dientes y logró controlarse. Después preguntó cuáles eran sus condiciones.

—Tienen ustedes diez horas para cumplir las siguientes órdenes. Primero, nos van a entregar la tablilla que está en la caja fuerte del CDS en Madrid. Sabemos que ustedes infiltraron hace años a un agente suyo en el servicio secreto español y éste simuló haberles entregado la pieza, pero era una maniobra de distracción. Se han delatado colocando a la agente Diana Román en la sede del partido. No, no lo niegue: yo mismo maté a Alfonso Huerta el domingo. Le darán la tabla a uno de mis hombres, que está esperando en la nunciatura madrileña. Pregunten por Mario Ticci. Segundo, nos darán el control de su edificio de Londres. Usted vendrá con nosotros y nos facilitará todas las claves y códigos necesarios. Vamos a destruir toda la documentación perjudicial para el cristianismo. Bueno, en realidad todo lo que afecte a cualquier religión. Los documentos dudosos también serán destruidos. Tercero, nos ayudarán a interpretar correctamente las instrucciones para encontrar el arca en Rumanía. Evaluaremos sus contenidos y eliminaremos los que resulten perjudiciales. No habrá trucos por su parte ni nos escondieran información. Después podrán salir ustedes a la luz, de forma controlada. Aparecerán simplemente como una antigua asociación de estudiosos que ha dado con la civilización perdida… su Atlántida o lo que sea. Eso es todo.

—¿Y la Amenaza?

—¿Qué amenaza? Ah, se refiere usted a lo que haremos si no cumplen… No le va a gustar oírlo.

Sigbjórnsson comprendió que la información de que disponía la Orden era incompleta. ¡Sólo les preocupaban los archivos históricos de la Sociedad, capaces sin duda de desmitificar las principales religiones! No sabían nada de la Amenaza inexorable que se cernía sobre la humanidad. Pero entonces, ¿qué información tenían sobre la Sociedad? Una información incompleta… o recortada, seleccionada por alguien. ¡Cómo iban a conocer la Sociedad y no la Amenaza, si ésta era el centro de las preocupaciones y estudios de la organización desde los tiempos de Zalmoxis!

—Esta es la lista de las primeras personas que morirán —Veric le entregó un listado con los nombres de los Sabios a los que su equipo en Londres había logrado identificar. Eran cuarenta y uno y la mayoría de ellos eran dirigentes importantes o bien estudiosos que pertenecían al grupo de Sabios que residían en la capital británica para dedicarse en exclusiva a sus tareas en la organización secreta. En la lista no estaba Carlos Román. Ragnar echó una ojeada antes de que el argentino se guardara el documento.

—¿Cómo van ustedes a saber qué documentos afectan a las religiones? ¡Necesitarían decenas de eruditos, traductores…! ¡Tardarían años!

—Ese es el menor de mis problemas. En caso de duda, se quema y punto. Un peligro menos.

"La biblioteca de Alejandría", se dijo Ragnar. "Nada ha cambiado", y miró con tristeza el crucifijo que pendía del cuello del argentino. Igual podría haber sido una media luna o el símbolo de cualquier otra religión, pensó. El resultado siempre era el mismo: el incendio de la biblioteca de Alejandría. La eliminación de la sabiduría para sustituirla por la simpleza de la creencia ciega, impuesta por la fuerza.

—¿Cuándo lo harán?

—A la negra la mataremos dentro de diez horas si usted no cumple. Los demás irán muriendo en los días siguientes, y después todos los demás miembros de la Sociedad, tan pronto como los vayamos identificando. El tiempo es algo que nos sobra.

"¡El tiempo es justamente lo que ya no le sobra a nadie!", pensó el islandés, indignado.

—Además —continuó Veric—, o entramos en el edificio y destruimos los archivos selectivamente o sencillamente destruiremos el complejo entero en las próximas horas. Piense qué prefiere. Aún pueden salvar la documentación histórica que sea inofensiva. Mire.

Le enseñó unos planos y un corte vertical de las instalaciones subterráneas de la Sociedad. Eran bastante correctos y seguramente se había utilizado medios muy sofisticados para elaborarlos desde fuera. La Orden había identificado perfectamente los puntos más vulnerables. Desde algunos lugares del metro y del alcantarillado de Londres se podía perforar hasta acceder al larguísimo "pozo" por donde circulaban los ascensores y la escalera de emergencia. Desde allí, con los medios adecuados, era relativamente fácil introducir y colocar las cargas explosivas que aparecían en la siguiente hoja. Se trataba de armamento soviético robado, teóricamente prohibido por los tratados internacionales. Cuando Ragnar vio de qué clase de explosivos se trataba perdió toda esperanza. Sabía que ni siquiera las cámaras acorazadas podrían resistirlo. El enorme laberinto hueco se convertiría en un horno a miles de grados, fundiendo un patrimonio inabarcable de documentación histórica. También se hundiría un importante túnel del metro y se provocaría una catástrofe en la superficie, destruyendo quizá hasta medio kilometro a la redonda en pleno corazón de la capital británica.

—El dispositivo está armado y la cuenta atrás ya está en marcha pero en cualquier momento, a una orden mía, mis hombres pueden precipitar la secuencia de detonación. Así que usted decide. Bueno, supongo que usted no. Quien sea realmente el presidente.

—Ustedes… ¡ustedes son unos asesinos! Saben que esto puede causar decenas de miles de víctimas inocentes.

—Sí, unos pocos millares en una zona rica de Londres, a cambio de que miles de
millones
de personas puedan seguir viviendo en la fe, que es la única vida que merece la pena, incluso para aquellos que aún adoran a dioses falsos. Es un precio pagable. Ustedes son los criminales: ustedes están decididos a destruir la religiosidad en todo el planeta. Ustedes llevan siglos o milenios promoviendo el racionalismo ateo y sembrando la semilla maligna de una ciencia todopoderosa y carente de valores morales, una ciencia que desafía a Dios y que nos ha apartado del recto camino, nos ha sepultado en los vicios más abominables y nos ha llevado al borde de la anarquía.

»¡Ustedes han hecho posible este espantoso mundo actual, un mundo que le da la espalda a Dios! Un mundo donde el hombre juega con los átomos y el ADN como si fuera Dios. ¡Pero no lo es! Nos ha costado encontrarles pero siempre supimos que alguien muy poderoso conspiraba desde las sombras contra la obra de Dios. Ahora ha llegado el momento de que paguen. Deberíamos eliminarles a ustedes sin más contemplaciones, igual que el Señor aniquiló Sodoma y Gomorra, pero estamos dispuestos a darles una oportunidad de redimir sus pecados contra Dios y contra el hombre. Sólo una, esta noche. Pueden salvar miles de documentos intrascendentes, sus propias vidas y las de muchos londinenses, si de verdad les preocupan tanto.

—¡Pero…! ¡Pero es que todo eso que usted dice no es así! Es verdad que tenemos documentos que desacreditan los mitos fundacionales de determinadas religiones, pero no deseamos perjudicar a nadie. Estamos dispuestos a negociar respecto al momento y circunstancias de publicación de esos documentos. Para nosotros es un asunto secundario y seguro que podemos alcanzar un acuerdo. Nuestros fines son otros. La Amenaza…

El islandés se dio cuenta de que sus argumentos no podían calar en su interlocutor, cuya mirada fanática disuadía cualquier argumentación racional. Se mordió la lengua a tiempo. Revelarle la Amenaza a aquella gente habría sido una pésima estrategia, y seguramente no le habrían creído.

—Además, en Londres apenas tenemos una parte de nuestros archivos. La mayoría de los documentos están repartidos por el mundo en bancos, en otras instalaciones nuestras, incluso en bibliotecas y museos…

Veric sonrió irónicamente mirándole de arriba abajo sin creerle.

—Váyase. Son las siete y cuarto. A las cuatro de la madrugada, hora británica, nos encontraremos ante su edificio de Londres. No intenten sacar nada de él: está vigilado.
Bon voyage
.

Recogió los planos, se puso en pie y se santiguó con la vista perdida en el altar mayor. Después se fue. Uno de los hombres de Ragnar le miró esperando órdenes, y el islandés negó con la cabeza. El ex militar argentino salió tranquilamente de la iglesia.

Sigbjórnsson se quedó unos instantes sentado en el último banco, donde habían mantenido la conversación. Era un hombre frío que destacaba por su racionalidad incluso en aquella organización de racionalistas, pero ahora sentía una frustración y una impotencia angustiosas. "La Misión está a punto de fracasar", pensó, y casi se le saltaron las lágrimas. Jamás había imaginado una situación así. Durante más de veinte años había sido un excelente responsable de seguridad, garantizando plenamente el secreto de la Sociedad y defendiendo con éxito sus intereses. Siempre había contemplado todo tipo de escenarios y había desarrollado los protocolos de actuación más oportunos para cada posible crisis. Pero esto era diferente. Y excesivo.

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