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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

Los guardianes del tiempo (33 page)

BOOK: Los guardianes del tiempo
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»Esta energía existió alrededor del año 7200 antes de nuestra era, según las estimaciones de los científicos que han analizado los diversos objetos. Esta datación coincide plenamente con la información encontrada por los Iordache en 1970, según la versión de Cárdenas. La tablilla que tiene el CESID apenas se limita a expresar el medio de llegar al arcón, pero sí afirma que éste contiene el legado científico de los últimos supervivientes de una civilización llamada Aahtl, que bien podría haber originado el mito de la Atlántida de Platón. Es de suponer, por tanto, que en su interior se encuentre la manera de producir esa energía.

»Hasta aquí lo que todos sabemos. Ahora tenemos que valorar y dar nuestra aprobación al plan operativo que nos va a presentar el general Zaldívar, pero antes quiero abordar otra cuestión. Naturalmente, la incorporación del comandante Bratianu es de una gran importancia y el otro objetivo de esta reunión es garantizarle que todos nuestros gobiernos y la OTAN asumen también, íntegramente y como propias, las condiciones pactadas con usted por el CESID.

Todos asintieron y la representante norteamericana intervino:

—No sólo eso. En nombre de los Estados Unidos de América le garantizo que, si se llega a obtener esa supuesta fuente de energía, le entregaremos una gratificación adicional de…

—No es necesario, señora Moore —la interrumpió Cristian sin esconder su irritación—. Por favor, prosiga, señor Wallace.

Diana le miró con una mezcla de curiosidad y respeto. Cada vez estaba más interesada en él.

—Bien… —el británico optó por ignorar el incidente—. Entonces, general Zaldívar, puede usted presentar el plan operativo, por favor.

En una pantalla se proyectó una transparencia con dos tablillas: la auténtica, rescatada por Cárdenas, y la falsificación preparada para Cristian. El trabajo había sido perfecto.

La reunión se prolongó por espacio de una hora más y los representantes de los demás países dieron un visto bueno casi rutinario al plan español. Al concluir la reunión, en la sala queda ion solamente el general Zaldivar y el delegado alemán. Cristian, Diana y Marina se fueron con los demás a uno de los salones "polivalentes", donde se habían servido unos canapés y unas bebidas. Pero Diana se dio cuenta de que había olvidado su agenda y regresó a la sala de reuniones. Al llegar oyó a los dos hombres hablando en un extraño idioma. Desde luego no era alemán. Llamó y recuperó la agenda.

—Enseguida nos reunimos con vosotros, Diana —dijo Zaldívar, algo contrariado.

A Diana le llamaron la atención los gemelos del alemán, formados por varios círculos concéntricos de oro sobre fondo azul. ¿Dónde había visto ese diseño?

* * *

Cristian y Diana tuvieron una última reunión de trabajo con Marina García. A las nueve menos cinco de la noche les tocó de nuevo viajar en la parte trasera de una furgoneta civil, que les llevó a toda prisa a la frontera. Al arqueólogo le impresionó la cara norte del Peñón, una inmensa pared vertical que parecía a punto de caer sobre la pista del aeropuerto gibraltareño. Reparó en las curiosas "ventanas" de la roca, practicadas por la guarnición desde los túneles excavados entre 1779 y 1783, durante el Gran Asedio. La colocación de cañones en esas aberturas había hecho inexpugnable la plaza, permitiendo finalmente vencer aquel prolongado sitio a la colonia, el decimocuarto desde su pérdida por España en 1704. Cristian bajó la vista y observó que el tráfico desde la ciudad se había detenido al descender las barreras del paso a nivel, el único del mundo para aviones. Un minuto más tarde, un DC-9 lleno de turistas tomó tierra en la pista del aeropuerto, que cruza el istmo y continúa en terreno ganado al mar.

—¿Por qué no volamos desde aquí? —le preguntó a Diana.

—Mi gobierno no permite vuelos a Gibraltar, y una nueva excepción empezaría a llamar la atención. Vamos a tomar un vuelo regular tiende Málaga, a unos ciento veinte kilómetros de aquí.

—¿Y esa prohibición?

—Es una de las muchas medidas de presión a Gibraltar. Ya sabes que España reclama este territorio…

—Pero ese tipo de medidas seguramente no harán más que enfadar a la población y alejar cualquier posible acuerdo, ¿no?

—Cómo se ve que no trabajas en el palacio de Santa Cruz,
[42]
Cristian.

—Es que no lo comprendo. Será porque soy extranjero.

—Tranquilo, yo soy española y tampoco lo termino de entender. La reclamación me parece tan anacrónica como la propia situación colonial del Peñón.

—Pero vamos a ver, aquí hay una población autóctona, ¿no es así?

—Sí.

—Y vive en el territorio desde hace… ¿cuánto?

—Casi trescientos años.

—Pues eso es más que toda la historia de los Estados Unidos, por ejemplo. Bien, y los habitantes no quieren que su tierra pase a soberanía española, ¿verdad?

—Exacto.

—Pues entonces no entiendo la reclamación. La entendería si la población se sintiera española y los ingleses no les dejaran unirse a España. Entonces sí, claro. Más o menos sería como lo que nos pasa a nosotros con nuestra población de Besarabia y de la república soviética de Moldavia, que son rumanos pero cayeron al otro lado de la frontera de Stalin tras la Segunda Guerra Mundial. Pero si en este caso la población no quiere…

—Es que Madrid dice que la voluntad de la población no cuenta.

—¿De verdad dicen eso? Yo tenía otro concepto de la democracia occidental, la verdad. Y si la gente no cuenta, ¿entonces qué es lo que cuenta?

—Pues ya ves: el territorio en si, como si estuviera deshabitado. Y el orgullo de ganar un viejo pleito histórico, el honor de la patria, el simbolismo… esas cosas.

—¿Y para satisfacer ese orgullo están dispuestos a asimilar contra su voluntad a una población ajena, diluyéndola en un país mucho más grande?

—Exacto —Diana le sonrió—. No le des más vueltas, Cristian. El asunto es así de simple. Y así de absurdo. ¿Tú has visto las dos columnas que flanquean el escudo de España?

—Sí.

—Pues son las columnas de Hércules, nada menos. Una está al otro lado del Estrecho, en el continente africano. La otra la tienes a tus espaldas… En casi todos los países hay una excesiva carga emocional basada en los mitos históricos nacionales, y también hay demasiadas personas que le conceden más importancia a esos mitos que a los derechos de la gente actual de carne y hueso. Mira la situación de Oriente Medio, por ejemplo. En fin, España es un país maravilloso, Cristian. Ojalá tengas la oportunidad de conocerlo mejor. Pero sólo llevamos catorce años viviendo en democracia y todavía arrastramos mucho nacionalismo de Estado, que es el peor de los nacionalismos. Hará falta que pase un par de generaciones para que algunos mitos se vayan diluyendo en el sentido común.

Cruzaron a pie la frontera provistos de pasaportes españoles con identidades falsas. Al otro lado tomaron el primer taxi de la parada y le dieron al conductor una alegría cuando se enteró de que tenía que llevarles hasta el aeropuerto de Málaga. Por culpa del intenso tráfico y del atasco producido por un accidente en Estepona, tardaron más de una hora y media en llegar, pero a ellos se les hizo muy corto. En realidad, no les habría importado perder el avión. Se sentían tan a gusto conversando que no importaba el tema. Hablaron de la operación Zalmoxis, pero poco. Hablaron mucho más de política, de literatura, de historia, de sí mismos. Mientras charlaban en rumano, se mantenía entre ellos una comunicación paralela en un idioma más universal: su lenguaje corporal, sus gestos, su manera de mirarse. Se hizo de noche cuando aún quedaba una parte del camino, y la oscuridad les fue acercando hasta que las palabras dieron paso a las manos y después a un primer beso que se repitió una y otra vez.

Les interrumpió una luz inoportuna y la detención del vehículo. Diana iba a preguntar qué pasaba, pero enseguida vio que estaban ante la terminal del aeropuerto y el taxista les observaba bastante divertido. Entonces "despertó" y miró a Cristian sin poder creerse lo que les estaba pasando.

—Pero si esto es una locura… —se le escapó a Diana en español mientras retiraba de su pierna izquierda la mano del arqueólogo.

—¡Qué va, mujer, eso van a ser las feromonas esas, que ayer lo escuché yo por la radio! ¿Quiere usted recibo?

Sacaron el equipaje del maletero y corrieron hacia el mostrador de Iberia. El empleado miró el reloj y emitió con gesto perdonavidas los billetes reservados para el último vuelo a Madrid.

—¿Ven aquel mostrador de facturación? Pues cierra dentro de treinta segundos.

Facturaron los últimos, llegaron los últimos a la puerta de embarque y subieron los últimos a la aeronave entre las miradas de reproche de los demás pasajeros. En Barajas les esperaba a pie de avión un mando policial.

—Tengo instrucciones de acompañar al comandante Bratianu al hotel Diana, que está aquí cerca, al lado del aeropuerto, y a usted a su casa.

"¿Conque
hotel Diana
?", pensó la agente española, "¡Ya lo creo!”

—Muchas gracias, pero hay un cambio de planes. Llévenos a los dos a mi casa. Todavía tenemos un montón de trabajo.

—Como usted disponga. Aquí le entrego el billete del comandante. Madrid-Viena-Bucarest con Austrian Airlines.

Sale mañana a las nueve y diez. Dígale que lo liemos cargado a su tarjeta de crédito para que tenga constancia del pago. Otra cosa: hemos reforzado la vigilancia en su casa, y tengo un mensaje para usted del general Zaldívar: "Nivel uno".

Capítulo 19

Madrid, 3 de octubre de 1989

Diana se despertó poco después de las seis de la mañana. Cristian dormía a su lado. Se quedó un momento mirándole y después salió de la cama, muy sonriente. Se sentía simplemente feliz. Se puso a buscar su bata por todas partes, sin ningún éxito.

Habían llegado a casa sobre las doce y media. En el portal había dos policías y en el rellano otro más, tal como le había avisado el agente que les esperó en el aeropuerto. A Diana le preocupó que se hubiera tenido que reforzar ese dispositivo de escolta. El asesino de Alfonso seguramente estaba también detrás del secuestro de Cristian y representaba un peligro para ella. Al entrar se alegró de que sus compañeras de piso ya estuvieran durmiendo. "Mejor así, ya las veré mañana", pensó. Avanzaron sigilosamente por el pasillo, pero se abrió la puerta de un dormitorio y aparecieron Laura y Merche, la primera con un asombroso pijama de camuflaje muy ajustado y la segunda con un camisón de raso. Enseguida se abrazaron a Diana.

—¿Y éste quién es? Es extranjero, ¿no?

—Es alguien… —Diana sonrió mientras encontraba la palabra—, diferente, Merche. Alguien diferente.

—Hombre, guapo sí que es, eso hay que reconocerlo —juzgó Laura escaneando de arriba abajo al pobre Cristian, sin el menor recato—. Da gracias de que no me vayan los tíos, maja, que si no te lo quito delante de tus narices.

—¡Pero mira que eres bruta! —Merche le dio un codazo en las costillas—. Además, para una vez que se come un colín, déjala en paz a la chiquilla, que lo disfrute, que no se le formen telarañas ahí abajo, digo.

—Desde luego, sois la leche las dos, ¿eh? Menos mal que no entiende mucho español, porque saldría corriendo de aquí. Bueno, mañana hablamos, ¿vale? Hala, a dormir.

—O a lo que se tercie… —respondió Merche con ironía mientras entraba en su habitación y se despedía con un gesto.

—Un momento, Diana —dijo Laura—. ¿Has visto que han reforzado la escolta? Esta mañana ya la habían retirado, pero hace un par de horas nos llamó una señora que dijo ser tu jefa. Se identificó como Marina García. Me llamaba para advertirme de que iban a volver a ponernos unos agentes, para que no me alarmara. Ah, al madero que está en el descansillo le he dado una silla y una llave para que pueda entrar al baño o a beber agua… ¿Estamos en peligro?

—¡No, ni mucho menos! No te preocupes, Laura. Son simples medidas preventivas. Mañana te lo cuento.

Diana había entrado en su habitación pensando en este nuevo "nivel uno", pero sentir a Cristian abrazándola disipó, al menos de momento, todos sus temores. Llevaba más de dos años de abstinencia y en ese tiempo no había sentido más que horror al pensar en el sexo. Enseguida le venían a la mente los recuerdos más terribles de su vida. Pero se dejó llevar por la ternura y, después, por una pasión tan arrolladora que no pensó ni un segundo en la brutal agresión de su hermano Marcos. Ella se durmió enseguida, pero Cristian se había quedado despierto un buen rato después de hacer el amor. Viéndola dormida pensó que se estaba enamorando de ella. Así, de repente, en unas horas…

Diana seguía revolviendo la habitación en busca de su bata. Cuando por fin la encontró, sintió un peso en uno de los bolsillos y recordó que había puesto ahí su revólver. "Nivel uno", se dijo. Se puso las galas. Miró a Cristian y salió cerrando la puerta tras de sí. Se fue al cuarto de baño, situado a la mitad del pasillo, pero cuando iba a encender la luz para ponerse las lentillas, oyó un ruido extraño y supo que algo no iba bien. Se descalzó antes de salir de nuevo, revólver en mano. Nada anormal… pero la puerta de las chicas estaba abierta y ellas siempre dormían con la puerta cerrada. Sin hacer ruido se situó en el umbral y encendió la luz con la mano izquierda mientras apuntaba hacia dentro con la derecha.

—No te muevas o la mato.

El intruso iba completamente vestido de negro. Llevaba un pasamontañas del mismo color y sólo se le veían los ojos. Tenía la punta del revólver bien metida en la boca de Laura, que la miraba aterrorizada. Merche seguía profundamente dormida.

—Dame el arma despacio, sujetándola por el cañón —tenía acento mexicano—. Vamos, ¡¿qué esperas?! ¡Dame el arma o mato a la chava! ¡No lo voy a repetir! —Los gritos despertaron a Merche, que se incorporó y se quedó paralizada al ver la escena.

Diana tuvo que reflexionar y realizar varios cálculos en un momento. No podía dispararle a la cabeza, ni al corazón, ni a los pulmones. Ninguno de esos impactos evitaría que el intruso accionara el gatillo antes de morir. Sólo había dos opciones: obedecer o… Le miró a los ojos y vio unas pupilas algo dilatadas y una expresión de ira fanática que también se notaba en su voz. Se dio cuenta de que iba a matar a su amiga aunque le obedeciera. O a ella: seguramente su misión era matarla a ella y se había confundido de dormitorio. Tomó la decisión más arriesgada pero la única capaz de mantenerlas a ambas con vida: disparar a la muñeca izquierda, con la que sostenía el arma. Estaba flexionada al límite para sujetar la pistola en aquella posición, y presentaba un blanco pequeño pero muy fijo y con una trayectoria perfecta. Sin embargo, si fallaba podía alcanzar a Laura. Tres metros y medio para un blanco de apenas unos centímetros…

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