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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

Los guardianes del tiempo (35 page)

BOOK: Los guardianes del tiempo
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La directora general de la empresa relojera atacada se esmeró en atender cordialmente a los medios de comunicación y ofrecer la máxima colaboración a la policía, mientras otros dos Sabios revisaban toda la parte "pública" del edificio asegurándose de que, conforme a las normas internas, no hubiera por allí ningún documento en lengua de Aahtl.

—¿Algún progreso? —preguntó Kagnar o los tres Sabios que estaban intentando descifrar la clave.

—No, por ahora no.

De pronto, el islandés recordó sus propias investigaciones de unos años atrás respecto a la Orden del Orden. Marina García y otros Sabios le habían alertado en los últimos días de que posiblemente la Orden también estuviera buscando la Herencia.

—¡Una Biblia, conseguid una Biblia!

Uno de los Sabios, un joven austríaco perteneciente a la minoría monárquica de la Sociedad, se fue rápidamente a la biblioteca y entró poco después repitiendo la clave:

—SP1COR119: Primera Carta de San Pablo a los Corintios, capítulo primero, versículo decimonoveno. Vamos a ver… aquí está: "Destruiré la sabiduría de los sabios y desecharé la inteligencia de los entendidos".

—Con la Iglesia hemos topado —dijo un Sabio peruano, traduciendo directamente del Quijote a la lengua de Aahtl.

Viena, 3 de octubre de 1989

Cristian terminó su café, dejó unos chelines austríacos sobre la mesa y se levantó. Paseó por las tiendas libres de impuestos, compró unos regalos para su madre y para su hermana, y finalmente se dirigió a la puerta de embarque de su vuelo a Bucarest. "Debo de haberme vuelto loco, completamente loco", se reprochó al comprobar que no hacía más que pensar en ella. Ni el terrible episodio que casi le había costado la vida a la compañera de piso de Diana, ni la intensidad de las experiencias vividas en Madrid, en su cautiverio de Navacerrada y en Gibraltar, ni siquiera la Operación Zalmoxis… nada lograba apartarla de su mente. Ocupó su asiento de pasillo en la segunda fila de la
business class
y hojeó con aburrimiento la revista de la compañía aérea, tan insulsa como todas las demás de su género. En el asiento de al lado, junto a la ventana, viajaba un hombre moreno y con bigote que debía de tener unos cuarenta años. Durmió durante todo el vuelo, pero cuando el avión estaba descendiendo sobre Bucarest se dirigió a Cristian.

—Buenos días, comandante Bratianu —dijo en inglés, entregándole una nota. Sólo había escrito en ella una cantidad: "USD 100M".

—¿Nos conocemos? —preguntó Cristian, mirándole a los ojos y sintiendo que todos sus músculos se tensionaban.

—No. Permita que me presente. Soy Rritan Bardhi. Igual que usted, trabajo para un servicio de inteligencia: el CPK.

—¿El Cheng Pao K'o? Pues usted no parece chino.

—Por eso trabajo en Europa. Mi país mantiene una estrecha colaboración con China. Soy albanés.

—Y me ofrece usted cien millones de dólares. Maravilloso. ¿A cambio de qué?

—Lo sabe usted perfectamente: la fuente de energía.

—¿Y si le digo que no sé de qué me está hablando?

—Le creo más inteligente, comandante. ¿Cree que no tenemos a nadie infiltrado en el MI6? Algunos agentes británicos trabajan en realidad para nosotros: como ve, pagamos mejor. Sabemos que usted ha viajado a Madrid para despistar a sus jefes, pero en realidad ha estado en Gibraltar para negociar con los británicos. También sabemos que Londres le ha ofrecido veinte millones por las fórmulas y cálculos necesarios para obtener la fuente de energía que emite residualmente la radiación Gravier. Suponemos que algún científico rumano ha dado con la manera de producirla y usted es, digamos, su agente de ventas.

Cristian no daba crédito a sus oídos.

—Pues están ustedes muy mal informados, señor Bardhi. Suele pasar al confiar en agentes dobles. Yo no vendo nada.

—Comandante, usted lo que quiere es el dinero. Los ingleses le ofrecen veinte y yo cien, pero a mí no me cree. Lo comprendo: usted no me conoce y además desconfía de China como comprador. Pues muy bien: le voy a dar una prueba de buena voluntad por nuestra parte que disipará todas sus dudas.

Saco del bolsillo interior de su americana un sobre y se lo entregó. Estaba abierto. Cristian sacó su contenido. Era un extracto del prestigioso banco Sarasin, en Basilea, donde se acreditaba en una cuenta a nombre de Cristian Bratianu un depósito anónimo de diez millones de dólares.

—Lléveselo y haga usted las gestiones que crea necesarias para comprobar el depósito. Verá que no hay ningún truco. El dinero está allí a su nombre y a su entera disposición, pero sólo es la décima parte de lo que va a cobrar en total. No hemos empezado a negociar y ya ha ganado usted la mitad de lo que le ofrecen los ingleses. Estaré en Bucarest varios días. Me puede localizar en el Intercontinental. Aquí tiene mi tarjeta… "intermediario autorizado del Ministerio de Comercio chino", ya ve usted. Creo que vamos a hacer negocios juntos.

—Pues yo creo que no —Cristian le devolvió la nota, la tarjeta y el extracto dentro de su sobre—. Yo no he firmado la apertura de ninguna cuenta bancaria en Suiza. De todas formas, si el depósito es real tendrá que facilitarme un número de cuenta para devolverlo. Esa es toda la cooperación que va a obtener de mí.

—Muy bien, esta misma tarde tengo una reunión con el general Iulian Vlad. ¿Le parece bien que le dé el número a él? Junto con un informe de sus actividades y contactos en Gibraltar, claro. A su jefe máximo le interesará saber que uno de sus comandantes ha recibido un pago tan generoso en Suiza.

El avión ya había tomado tierra en Bucarest y los motores se habían detenido. Cristian se levantó mirando con desprecio a su interlocutor y se marchó sin despedirse.

Su chófer, Vasile Ungureanu, le esperaba en el aeropuerto de Otopeni y tenía un sobre de Aurel Popescu para él. Dentro había una nota: "Mañana, 09:00 AM en el parque".

Ávila, 3 de octubre de 1989

Al secretario general centrista no le había hecho ninguna gracia la ausencia de Diana en aquellos días de frenética actividad electoral, pero encajó bien la versión de la agente y sus disculpas. Esa misma tarde la envío al gran feudo del CDS: la provincia natal de su líder, donde tenía que celebrarse una reunión interna con todos los responsables provinciales de campaña. Cuando llegó a la sede abulense del partido, varios dirigentes estaban comentando los materiales que acababan de recibir de Madrid.

En los carteles, como en las vallas publicitarias, aparecía una foto del ex presidente Suárez en blanco y negro, lo cual llamaba la atención por su originalidad. La fotografía y su retoque digital habían sido una obra maestra. Aparentaba muchos menos años. El eslogan escogido, "Capaces de hacerlo", se prestó a más de una broma subida de tono pero resultaba muy útil al tipo de campaña que se había diseñado, basada en unas cuantas propuestas concretas. Un radiocasete estaba reproduciéndolas. Era una de las cintas que iban a llevar los vehículos de campaña. En medio de una versión modernizada de la canción centrista se sucedían los mensajes electorales y todos ellos terminaban con la coletilla "CDS: capaces de hacerlo". Había varias ofertas al votante, pero la más significativa seguía siendo la reducción inmediata y la posterior supresión del servicio militar obligatorio, que ya había sido una de las claves del gran avance del partido en las anteriores elecciones generales.

En vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos, Marina García había alertado a Interior para que reforzara la seguridad del ex presidente. Estaba claro que el asesinato de Alfonso, el secuestro de Cristian, el incidente de aquella madrugada en casa de Diana y el atentado perpetrado poco más tarde contra la sede londinense de la Sociedad respondían a un mismo enemigo. Un enemigo mortal que hacía un alarde constante de fuerza.

—Vas a seguir por algún tiempo en tu puesto del CDS —le había comunicado por teléfono a Diana—. Por dos motivos. Primero, si el enemigo cree que la tablilla está en la sede del partido, tu continuidad reforzará esa versión, y entonces es posible que intenten alguna acción allí. Eso nos permitiría detener a algún agente enemigo y llegar hasta la cabeza.

—¿Y el otro motivo? —preguntó Diana contrariada, ya que había confiado en reunirse dentro de unos días con Cristian en Bucarest.

—El otro motivo es reforzar la seguridad de Suárez y de la cúpula del CDS. Tranquila, no se trata de ponerte a ti a ejercer tareas de protección directa, ni mucho menos. Para eso está la escolta. Simplemente, tú puedes percibir cosas que se le pasen por alto a los policías, y desde luego intervenir si se produce una acción enemiga en la sede. Te vamos a descubrir ante Suárez. También te conoce el nuevo jefe de su dispositivo de seguridad, que en realidad es un agente nuestro. Además hemos colocado agentes en la sede, como guardas jurados. Todos los turnos estarán cubiertos por agentes nuestros con el uniforme de la empresa de seguridad. En caso de necesidad pasarán a estar bajo tu mando. Aparte de ellos, nadie más debe saber que eres una agente del CESID. Mantén todas las medidas de nivel uno. Sobre todo ve siempre armada, ya has visto lo que ha pasado hoy. Vas a tener a tu disposición un agente y un coche, pero sé discreta de cara al personal del partido. Y ve llamándome cada seis horas por canal seguro.

La escolta de Laura y Merche ya parecía digna de un ministro, y Diana estaba horrorizada ante la perspectiva de que hubiera un nuevo ataque y esta vez nadie pudiera evitar lo peor. Sin embargo, las chicas le dieron una nueva prueba de amistad. Una vez pasado el incidente, se limitaron a rogarle que exigiera un refuerzo absoluto de la protección y a pedirle que tuviera cuidado. "A fin de cuentas el objetivo eres tú, Diana", le había dicho Laura. La madrileña se había recuperado del susto con admirable rapidez, mientras su novia, mucho más impresionable, aún tendría pesadillas durante semanas.

Laura enseguida le vio el lado práctico a esa protección extrema. "Es una pasada: tenemos coche y chófer a cualquier hora, para ir a donde queramos. Y hasta nos hacen los recados, nos bajan la basura y nos suben la compra. Son muy majos".

—Sobre todo, que no se os escape nada si llaman mis padres, ¿vale? No quiero preocuparles, que bastante tienen con Marcos.

Diana participó en la reunión de Ávila, que se celebró en un hotel cercano a la sede provincial centrista, y tomó algunas notas para el secretario general, que a última hora no había podido asistir. Pero estuvo pendiente, sobre todo, de la seguridad. Hacia el final de la reunión llegó el presidente del partido para dar unas palabras de aliento a los responsables territoriales de la campaña. Cuando pasó a su lado se detuvo un momento y le dijo casi al oído: "He hablado con Mónica y me ha puesto al corriente dé quién eres y de tu misión. Si necesitas cualquier cosa no tienes más que pedirla". Durante su discurso Diana comprobó que, en efecto, la protección del ex presidente del gobierno se había intensificado notablemente. Salió a hablar con el nuevo jefe de escolta y se llevó toda una sorpresa: era Miguel, su compañero de la Sección P-7, el que se había pasado con la dosis de somnífero a bordo del Cessna.

—Hola, princesa, ¿a qué viene esa cara?

—A Marina se le ha olvidado decirme quién era el nuevo jefe de la escolta del duque.

—Pues ya ves. Pero es temporal, claro, hasta que se aclare todo esto. ¿No estarás cabreada conmigo?

—Supongo que no, pero me debes una. Aún me duele la cabeza por la mierda que me metiste…

—Bueno, princesa, la próxima vez te dormiré con una tacita de valeriana… Por lo que veo, no sabes que yo también me tuve que meter la misma "mierda". Ésas eran mis instrucciones. Una señal del piloto y yo a hacer de yonqui… Este trabajo es la leche. Cuando me desperté estábamos en Cuatro Vientos y me llevaron a mi casa. Ya sé que no me puedes responder, pero yo creo que el avión aterrizó en Gibraltar, Diana. Es la única explicación que se me ocurre. Además llevábamos rumbo Sur y cuando me tuve que pinchar estábamos sobrevolando Andalucía, estoy seguro. Vaya domingo: Madrid-Asturias-Gibraltar-Madrid y la mitad del tiempo anestesiado. Todo el día en el puto avión. No sé cómo no se me ha quedado cara de "azafato".

Diana se encogió de hombros sonriendo a su compañero.

—Hombre, respecto a lo de "azafate" —bromeó—, a lo mejor ahí está tu futuro, quién sabe…

—Mira qué graciosa… Oye, era Gibraltar, ¿verdad?

Diana sospechó que Miguel estaba cumpliendo instrucciones de Marina.

—Hay otro aeropuerto más al sur que también está en una colonia, y más conflictiva todavía… un territorio que España abandonó vergonzosamente a su suerte…

Miguel se quedó pensando un momento. Diana se alegró al ver que la cortina de humo había funcionado.

—¡No! No puede ser… ¡¿fuimos hasta el Sáhara?! ¡No irás a decirme que aterrizamos en El Aaiún!

Suárez salía en ese momento, seguido de dos guardaespaldas, así que se despidieron con un gesto y Miguel se incorporó rápidamente a su tarea, adelantándose al ex presidente y dando órdenes por el
walkie-talkie
.

La reunión terminó sobre las seis y media, y Diana se alegró de poder irse directamente a casa. El secretario general no le había dicho que tuviera que pasar después por la sede ni acudir a ninguna otra reunión.

—Si no hay mucho atasco a la entrada de Madrid, seguro que antes de las ocho te estoy dejando en tu casa —le dijo su escolta tras pasar el detector y mirar debajo del chasis—. ¿Me vas a necesitar esta noche?

—No, tranquilo. Esta noche sólo necesito un buen baño caliente y un poco de tranquilidad. Recógeme mañana a las ocho y media.

El portal de Diana parecía una comisaría: dos cechos zeta en la puerta y un equipo de seis agentes del grupo de escolta especial de la policía.

Diana subió a casa y se fue directamente a llenar la bañera. Media hora más tarde salió como nueva. Envuelta en su albornoz y con una toalla a modo de turbante, se fue al salón para sentarse a charlar un rato con sus amigas, pero le llamó la atención el olor que venía precisamente del salón.

—¡No puede ser! El edificio lleno de maderos y vosotras fumando maría…

—¿Y quién crees que nos la ha pasado? —Merche acababa de darle una calada y le pasó el porro a Laura—. Pues el que me ha llevado esta mañana a la facultad, que es un tío bastante enrollado. ¿Quieres?

—¿Yo?

—Sí, hija, tú —le dijo Laura—. Anda, toma. ¡Como me digas que nunca lo has probado…!

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