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Authors: Fannie Flagg

Tags: #Autoayuda

Me muero por ir al cielo (6 page)

BOOK: Me muero por ir al cielo
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Ahora Elner estaba de pie junto a la cama, pero la habitación estaba tan oscura que no veía nada y tuvo que andar a tientas. Se dirigió hacia las voces y, una vez localizada la puerta, fue palpando hasta encontrar el pomo, abrió, y salió a la brillante luz del pasillo. Miró a un lado y a otro, pero no vio a nadie en ninguna parte.

Echó a andar por el pasillo pasando frente a un montón de habitaciones vacías.

—¡Yuju! —gritó, pero no muy fuerte, pues no quería molestar a ninguna persona enferma que estuviera intentando dormir.

Lo había recorrido hasta un extremo y luego hasta el otro cuando vio el ascensor. Como al parecer en aquella planta no había un alma, pensó que sería mejor ir a otra y tratar de encontrar a alguien. Pulsó el botón, y al cabo de unos instantes el ascensor se detuvo de repente y se abrieron las puertas. Entró y se volvió, pero antes de poder pulsar otro botón, las puertas se cerraron y se fue para arriba.

El informe del médico

10h 20m de la mañana

Norma y Macky llevaban más de veinte minutos en la sala de espera del hospital y aún no les habían dicho nada. Había otras tres personas en la sala, dos mujeres y un hombre, aguardando también noticias del implante de prótesis de cadera de su madre.

Norma les explicó con todo detalle quiénes eran ella y Macky, de dónde venían, por qué estaban allí y cómo había advertido mil veces a su tía de que fuera con cuidado con aquella escalera, hecho que, según Macky, a la familia de la prótesis de cadera le traía sin cuidado. Y tal vez fue ésa la razón de que los tres decidieran ir al bar a tomar un café. Tras otros angustiosos diez minutos, entró un médico joven con un historial entre las manos y echó una mirada.

—¿La señora Norma Warren?

Norma se levantó de un salto.

—Sí, soy yo.

—¿Es usted el pariente más cercano de la señora Shimfissle?

Para entonces Norma ya estaba totalmente hecha polvo y empezó a farfullar de manera incontrolada.

—Sí…, es mi tía, la hermana de mi madre. ¿Está grave, doctor? Le he dicho montones de veces que no se subiera a esa escalera, pero no me escucha; le dije «tía Elner, espera a que Macky vuelva de trabajar…».

Macky sabía que Norma no iba a parar de hablar, así que la cortó.

—¿Cómo se encuentra, doctor? ¿Ya está consciente?

Norma, que aún no sabía que la tía Elner había perdido el conocimiento, se volvió y miró a Macky.

—¿Qué quieres decir con eso de si ya está consciente?

El joven médico captó la situación y dijo:

—Tomen asiento.

—¿Qué es eso de si ya está consciente? —volvió a preguntar Norma.

Cuando estuvieron todos sentados, el médico miró primero a Macky y luego a Norma.

—Señora Warren, lamento decirle esto, pero su tía… —bajó los ojos al papel— eeh, la señora Shimfissle, ha muerto a las nueve y cuarenta y siete minutos. Hemos hecho todo lo posible para reanimarla, pero cuando ha llegado aquí ya estaba muy mal, y teniendo en cuenta la edad y las circunstancias, no hemos podido hacer nada. Lo siento.

Norma se derrumbó y poco a poco fue resbalando por la silla, y Macky y el médico pudieron cogerla apenas un instante antes de que golpeara el suelo con la parte posterior de la cabeza.

Las malas noticias viajan deprisa

9h 59m de la mañana

En Elmwood Springs, las vecinas Ruby Robinson y Tot Whooten recibieron la noticia sobre Elner antes incluso que Norma y Macky. A primera hora de aquella mañana, después de que partiera la ambulancia, Ruby y Tot entraron y la primera llamó a Boots Carroll, amiga suya que trabajaba de enfermera en el Hospital Caraway, y le dijo que su vecina, la señora Shimfissle, iba camino del centro y que estuviera al tanto. Por cortesía profesional, Boots la llamó después y le informó de que desde la sala de urgencias se había notificado oficialmente que la señora Shimfissle había sufrido parada cardíaca a las nueve y cuarenta y siete minutos y acto seguido leyó el informe por teléfono. Cuando Ruby colgó, se volvió hacia Tot, que estaba sentada a la mesa de la cocina, y negó con la cabeza.

—No ha podido ser.

—Oh, no… ¿Qué ha pasado?

—Shock anafiláctico. Tantas avispas picando a la vez, y el corazón se le ha parado.

—No puedo creerlo. ¿Están seguros?

—Sí, claro. Boots dice que prácticamente era un caso de muerte al ingreso, ya desde el principio no había ninguna posibilidad. Yo sabía que su pulso era débil, pero pensaba que se repondría. Pobre Elner. Bueno, al menos no ha sufrido; algo es algo, supongo.

—Entonces, ¿está muerta de veras? —dijo Tot, que aún no se lo creía.

—Sí. —Ruby se acercó y se sentó—. Desgraciadamente, sí, está muerta de veras.

—Si tenía que morirse, me alegra que no se haya muerto allá en Florida, rodeada de desconocidos.

—Sí, menos mal que cuando ha pasado estaba en su patio.

Las dos se quedaron sentadas un momento con la mirada ausente, intentando asimilar el hecho de que habían perdido para siempre a su amiga y vecina.

Al cabo de un rato, Tot respiró hondo y dijo:

—Bueno…, es el final de una época, ¿verdad?

Ruby asintió y habló con tono solemne:

—Sí, así es. Conocía a Elner Shimfissle de toda la vida…

—Yo también —dijo Tot—. Es que me cuesta imaginarlo, no verla cada día en el porche, saludando a todo el mundo. Era una buena viejita, ¿eh, Ruby?

—Desde luego —confirmó Ruby.

Siguieron sentadas pensando en cómo se vería afectada su vida por la marcha de Elner para siempre. No sólo la habían visto cada día, sino que, durante años, habían llevado a diario sus sillas plegables al patio de Elner, donde conversaban y observaban cómo se ponía el sol.

—¿Y ahora qué va a pasar con el Club de la Puesta de Sol? —preguntó Tot.

—No lo sé —contestó Ruby.

—¿Y este año quién esconderá los huevos de Pascua?

—No tengo la menor idea. Ya lo hará alguien.

—La Pascua no será lo mismo sin Elner.

—No, no lo será, y ahora que lo pienso, Luther Griggs va a sentirse muy afectado cuando lo sepa…, y la pobre Norma seguro que lo pasará fatal.

—Oh…, seguro —dijo Tot—. Probablemente perderá el control y sufrirá un ataque interminable.

—Estará fuera de sí, no te quepa duda. Creo que estaba más unida a Elner que a su propia madre.

—Es cierto. ¿Y quién la va a culpar por eso? —añadióTot al punto—. A mi Ida me caía bien, pero a veces podía ser insoportable.

Ruby estuvo de acuerdo.

—A mí también me caía bien, pero se daba aires de superioridad. Gracias a Dios, Norma tiene a Linda para ayudarla a superarlo.

—Y también el nuevo nieto le servirá para reconfortarla, lo que no ocurriría en mi caso —soltó Tot.

Siguieron sentadas, mirando fijamente la mesa, ahora pensando en la pobre Norma. Transcurridos unos instantes, Tot dijo:

—Bueno… ¿Qué hemos de hacer ahora?

—Supongo que deberíamos ir a casa de Elner y asegurarnos de que todo está bien, cerrar las puertas y eso; seguramente regresarán tarde.

—Sí, de acuerdo. —Tot levantó la vista al reloj de cocina de plástico rojo con forma de tetera, y luego fue al teléfono y llamó al salón de belleza para hablar con su hija—. Darlene, anula todas mis citas. Hoy no iré. La pobre Elner Shimfissle ha muerto por las picaduras de un enjambre de avispas. Estoy tan afectada que no podría arreglar el pelo de nadie por mucho que lo intentara.

Linda recibe la llamada

10h 33m de la mañana

Linda Warren, una encantadora rubia de treinta y cuatro años, estaba en St. Louis, dirigiendo una reunión en una sala de juntas, cuando su secretaria la interrumpió para decirle que tenía una llamada urgente de su padre. Recorrió el pasillo a toda prisa y cogió el teléfono en su despacho.

—¿Papá? ¿Qué pasa?

—Cariño, se trata de la tía Elner. Se ha caído de la escalera.

—Oh, no, otra vez —dijo Linda mientras se sentaba frente a su mesa.

—Sí.

—¿Y cómo está? ¿Se ha hecho daño?

Macky se quedó callado. No sabía exactamente cómo decírselo.

—Bueno…, está bastante mal —dijo.

—Oh, no. ¿Se ha roto algo?

—Eh…, algo peor que eso.

—¿Qué quieres decir con algo peor que eso? —Hubo una larga pausa. Luego Linda dijo—: No estará muerta, ¿verdad?

—Sí —contestó Macky con tono terminante.

Linda sintió que se le vaciaba la cabeza de sangre y se oyó a sí misma preguntar:

—¿Qué ha ocurrido?

—Cuando Tot y Ruby la han encontrado, estaba en el suelo, inconsciente, y creen que ha muerto en la ambulancia, camino del hospital.

—Oh, Dios mío. ¿Por qué? ¿De qué?

—Aún no lo saben con exactitud, pero en cualquier caso ha sido algo rápido, no ha sufrido. Según el médico, lo más probable es que no supiera en ningún momento con qué se golpeó.

—¿Dónde está mamá?

—Aquí, conmigo. Estamos en el Hospital Caraway de Kansas City.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, pero quiere saber si hay alguna posibilidad de que vengas. Hemos de tomar un montón de decisiones, y tu madre no quiere hacer nada sin ti. Ya sé que son muchas prisas, cariño, pero creo de veras que tu madre te necesita aquí.

—Claro, papá; dile a mamá que espere, que iré en cuanto pueda.

—Bien, se alegrará de saber que vienes.

—Te quiero, papá.

—Yo también a ti, cariño.

Macky colgó y sintió un alivio inmenso. La verdad es que necesitaba a Linda tanto como Norma. Por alguna razón sabía que cuando Linda estuviera con ellos, todo iría bien. Su pequeña, aquel pequeño ángel dulce y desvalido que había dependido de su padre en todo, había crecido y ahora él dependía de ella. A veces, Macky observaba a la mujer de éxito y segura de sí misma en que se había convertido y aún veía a su niña; en otras ocasiones, como hoy, se daba cuenta de que Linda era más capaz e inteligente que él o que Norma. Ignoraba cómo se las habían ingeniado para tener una hija así, pero estaba tan orgulloso de ella que no sabía qué pensar.

En cuanto Linda colgó, hizo acopio de toda la formación de ejecutiva que había recibido para saber afrontar situaciones de crisis, y en menos de ocho minutos había dispuesto que la chica
au pair
recogiera aquella tarde a su hija Apple en la escuela y la llevara a la casa de su mejor amiga a pasar la noche. Por otro lado, su secretaria le había conseguido plaza en un jet privado de la empresa, y alquilado una limusina que la llevaría al aeropuerto de St. Louis y una furgoneta que la iría a buscar al de Kansas City. En menos de catorce minutos estuvo sentada en el asiento de atrás del coche.

Linda no había estado muy unida a su abuela Ida, quien, cuando su nieta era todavía un bebé, se había marchado de Elmwood Springs para estar más cerca de la Iglesia presbiteriana y sus reuniones del club de jardinería de Poplar Springs; y cuando tu madre no se lleva bien con tu abuela es difícil tener una buena relación. Una vez su abuela le dijo que Norma la había decepcionado mucho: «No la entiendo, podía haber ido a la universidad y llegar a ser algo, pero desperdició su vida y se convirtió en una simple ama de casa.» Norma sólo se dijo «agradece que sólo es tu abuela y no tu madre». Y por eso la tía Elner fue adquiriendo más relieve. A medida que la limusina sorteaba el tráfico, Linda se puso a pensar en su infancia y en las muchas noches pasadas en casa de su tía.

Desde que era un bebé hasta cuando ya fue demasiado mayor para ello, la tía Elner la había acostado con una botella pequeña de leche chocolatada. En verano, dormían ambas en el gran porche trasero cubierto, y en invierno, la tía Elner la acostaba en la cama pequeña que había al otro lado de la cama grande, y las dos se echaban y observaban el resplandor anaranjado del calentador eléctrico mientras hablaban hasta quedarse dormidas. Cuando Linda iba a la Escuela Dixie Cahill de música y danza, la tía Elner asistió a todos los recitales de baile, a todas las graduaciones, así como a la ceremonia de su fracasado matrimonio. Si hacía memoria, los tres habían estado siempre ahí: mamá, papá y tía Elner. En vista de que su padre no lograba que Norma dejara a Linda formarse en AT&T en vez de ir a la universidad, fue la tía Elner quien la convenció. De hecho, siempre que había algún problema con alguien, era la tía la que lo resolvía.

Con los años, Linda llegó a valorar y a tener un respeto casi reverencial por la capacidad de la tía Elner de ver los dos lados de un argumento, de comprender exactamente cómo negociar un acuerdo, de decir lo más adecuado para que ambas partes se sintieran satisfechas. Mucho antes de que en las escuelas de empresariales se explicara la solución «todos ganan» en las técnicas de resolución de problemas, la tía Elner ya la había estado utilizando durante años sin formación ninguna. No era tonta, desde luego. Si no había modo de solucionar un problema, se daba cuenta. Cuando el matrimonio de Linda pasaba por un mal momento, tras meses de lágrimas, discusiones, peleas, terapias de pareja, rupturas, reconciliaciones y promesas rotas por parte de él, fue la tía Elner la que finalmente le dio el mejor consejo con sólo cuatro palabras: «Líbrate de él, cariño.» Seguramente Linda estaba lista para escuchar eso, pues es lo que hizo exactamente; y teniendo en cuenta que su ex ya iba por el tercer matrimonio, fue la mejor sugerencia que pudieron hacerle.

Y cuando le dijo a su madre que quería adoptar un bebé chino, Norma intentó disuadirla. «Linda, si no estás casada y apareces de pronto con un niño chino, ¡la gente pensará que tienes una aventura con un chino!» Pero, gracias a Dios, la tía Elner se puso de su lado. «Nunca he visto a un chino en persona, me haría ilusión», dijo. De súbito, la inundó una ola de culpa, remordimiento y pesar combinados. ¿Por qué no había encontrado más tiempo para ir a visitar a la tía Elner a su casa? ¿Por qué no había dejado que su hija Apple la conociera mejor? Ahora era demasiado tarde.

Entonces recordó su última conversación. La tía Elner se había entusiasmado con un artículo que había leído en
NationalGeographic
sobre una especie de ratones que brincaban a la luz de la luna. Un fotógrafo oculto tras unos arbustos había tomado fotos de los animales saltando, y la tía Elner pensó que aquello era lo más bonito que había visto en su vida e hizo una llamada de larga distancia para sacar a Linda de una reunión y contárselo. «Linda, ¿conoces esos ratones del desierto que saltan a la luz de la luna? Imagínate a esos ratoncitos saltando al claro de luna y pasándolo bien cuando nadie mira, supongo que ellos lo llamarán bailar, es curioso, ¡has de ver esta imagen enseguida!» Linda no fue todo lo paciente que debía haber sido, y por si fuera poco le mintió diciéndole que iba corriendo inmediatamente a comprar un ejemplar de
NationalGeographic
. Después mintió de nuevo cuando la tía Elner la volvió a llamar al cabo de unas horas para saber qué pensaba.

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