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Authors: James Ellroy

Tags: #Biografía

Mis rincones oscuros (39 page)

BOOK: Mis rincones oscuros
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Margie y Lavonne se hallaban detrás de un falso espejo. Las dos observaron a los cinco hombres por separado.

Margie dijo: «El número dos es la viva imagen de ese hombre. Su rostro parece el que vi aquella noche. Los cabellos parecen los de ese hombre; la frente y el rostro son un poco más delgados. Su aspecto me resulta familiar, me recuerda al hombre que vi aquella noche.»

Lavonne señaló al número dos y declaró: «Para mí, ése es el hombre que vi con la mujer pelirroja.»

Hallinen habló primero con Lavonne y luego con Margie. Les preguntó si estaban absolutamente seguras. Dieron rodeos y evasivas, titubearon y dijeron que, absolutamente, no.

Hallinen les agradeció su sinceridad. Bennett era un buen sospechoso, un híbrido que constituía una apuesta arriesgada. Su aspecto coincidía con el retrato robot. No parecía griego, italiano ni hispano. Sólo parecía magra basura blanca.

No podían retenerlo por más tiempo. No podían formular acusaciones de asesinato contra él. La acusación de intento de violación no se basaba en pruebas contundentes. La demandante se pasaba media vida metida en los bares. Tendrían que soltar a Jim Boss Bennett.

Lo soltaron. Hallinen continuó considerándolo un posible sospechoso.

Habló con la esposa de Bennett y con sus amigos y conocidos. Todos decían que Jim era malo, pero no tanto. Él nunca les dijo que Jim fuese sospechoso de un asesinato sexual.

Hallinen carecía de pruebas. Lo único que tenía era dos identificaciones poco firmes. Acusó a Bennett de agresión y lo encerró. Quería apretarle las clavijas.

Bennett salió con una fianza. Hallinen decidió olvidarse del asunto. Normalmente, las tácticas de acoso se volvían contra quien las practicaba. El acoso era el acoso. Los sospechosos más evidentes lo merecían, pero Bennett no entraba en esa categoría. Lavonne y Margie eran testigos fiables. Y Lavonne y Margie no estaban completamente seguras.

Era el primero de septiembre de 1962. El caso Long permanecía inactivo. El caso Ellroy tenía cuatro años, dos meses y diez días.

20

La digresión sobre Bobbie Long me dejó aturdido. Pasé cuatro días a solas con el expediente.

Coloqué tres fotos de la escena del crimen en el tablero de corcho. Coloqué una instantánea de Bobbie Long aún con vida al lado de una foto de mi madre. Con chinchetas, añadí una foto de identificación de Jim Boss Bennett. Centré el collage en tres fotografías de Jean Ellroy, muerta.

El efecto era más contundente que sorprendente. Yo pretendía quitar importancia a la condición de víctima de mi madre y exponer su muerte de manera objetiva. La sangre en sus labios. El vello pubiano. La cuerda y la media en torno al cuello.

Estudié el tablero. Compré otro y lo coloqué junto al primero. Clavé en él todas las fotos tomadas en los lugares donde habían sido asesinadas Bobbie Long y mi madre, en orden contrapuesto. Estudié las semejanzas y las diferencias entre las dos escenas del crimen.

Dos ligaduras en Jean. Una ligadura en Bobbie. El bolso junto a la valla de alambre. El seto de hiedra y el camino de tierra junto a la estación de bombeo. Los dos abrigos caídos de la misma manera.

Mi madre aparentaba la edad que tenía y algunos años más. Bobbie Long parecía más joven de lo que era. Jim Boss Bennett parecía demasiado pueblerino para ser el Hombre Moreno.

Estudié el expediente Long. Estudié el expediente Ellroy. Leí los Libros Azules de los casos Long y Ellroy y todos los informes y notas de ambos. Quería deserotizar a mi madre y acostumbrarme a verla muerta. Puse juntos ambos casos y elaboré cronologías y líneas narrativas a partir de esporádicos datos fragmentarios.

Mi madre salió de casa entre las 20.00 y las 20.30. Fue vista en el Manger Bar «entre las 20.00 y las 21.00». Estaba sola. El Manger Bar queda cerca del Desert Inn y del Stan's Drive-In. Mi madre y el Hombre Moreno llegaron al Stan's un rato después de las 22.00. Los atendió Lavonne Chambers. Dejaron el Stan's y llegaron al Desert Inn pasadas las 22.30. La Mujer Rubia iba con ellos. Michael Whittaker se les unió. Margie Trawick observó al grupo. Margie dejó el Desert Inn a las 23.30. Mi madre, el Hombre Moreno, la Rubia y Mike Whittaker seguían sentados juntos. Mi madre, el Hombre Moreno y la Rubia se marcharon alrededor de medianoche. Una camarera llamada Myrtle Mawby vio a mi madre y al Hombre Moreno en el Desert Inn hacia las 2.00. Se marchaban. Llegaron a Stan's Drive-In hacia las 2.15. Volvió a atenderlos Lavonne Chambers. Se marcharon hacia las 2.40. El cuerpo de mi madre fue descubierto a las 10.10. Su coche fue localizado detrás del Desert Inn.

Todo aquello estaba verificado por testigos. Los saltos cronológicos formaban vacíos teóricos. La cronología de Bobbie Long era sencilla. Bobbie había acudido a las carreras de Santa Anita. Su cuerpo fue encontrado en La Puente, doce kilómetros al sudeste.

En el hipódromo conoció a un hombre. Él la llevó a cenar, follaron y la mató. Era una verdad no corroborada por ningún testigo. Yo creía a pies juntillas en ella. Stoner también. No podíamos demostrarlo. En el 59, la policía ya funcionaba a base de pruebas. Transcurrido el tiempo, en la actualidad era un hecho incontrovertible. La última noche de la vida de mi madre desafiaba cualquier interpretación estricta.

Había salido de casa en su coche. En el Manger Bar estaba sola. Encontró al Hombre Moreno en alguna parte. Dejó el coche donde fuese y subió al de él. Lavonne Chambers los atendió y les llevó la comida al coche. Se marcharon del Stan's Drive-In. Fueron al Desert Inn. Por el camino recogieron a la Rubia. Regresaron al Stan's en el coche del hombre. El de ella fue localizado detrás del Desert Inn.

Quizá se reunió con el Hombre Moreno en el apartamento de éste. Quizá lo conoció en una coctelería. Quizá dejó el coche donde estaban. Fueron a Stan's en el coche de él. Ella podía haber recogido el suyo inmediatamente después. Quizá se encontraron con la Rubia a la puerta del Desert Inn. Estuvieron de juerga en el Desert Inn. Se marcharon juntos. Quizá fueron a otra parte en grupo. O quizá la Rubia se marchó por su cuenta. Quizá mi madre y el Hombre Moreno se besaron y sobaron en el coche de él, o en el de ella, detrás del Desert Inn. Quizá fueron al apartamento de él. Quizá se dedicaron a besarse y sobarse en el aparcamiento del Desert Inn antes del bocado de última hora de las dos de la madrugada. Quizás ella se negó a mantener una relación en el coche de él o en el de ella. Quizá se resistió a las proposiciones del hombre en el apartamento de éste. Quizá fueron al piso de la Rubia. Quizás allí le dijo que no. Volvieron al Desert Inn. Quizá regresaban de casa de la Rubia o de casa del Hombre Moreno o de otra coctelería o de cualquier calle oscura del valle de San Gabriel. Mi madre podía haber dejado el coche en cualquier sitio durante cualquiera de esos momentos en blanco de la reconstrucción temporal de lo sucedido. Quizás el Hombre Moreno utilizó el coche de su víctima después de matarla. Quizá lo dejó en el aparcamiento del Desert Inn entre las 3.00 y las 4.00. Quizá quien lo dejó fue la Rubia. Quizá fueron con los dos coches. Quizá los dos abandonaron la escena del crimen en el coche de la Rubia, o en el del Hombre Moreno.

Son las 2.40. Mi madre y el Hombre Moreno se separan en el Stan's Drive-In. El coche de ella está aparcado detrás del Desert Inn o en cualquier otra parte. El hombre parece aburrido y malhumorado. Ella parece algo bebida y se muestra locuaz. Van a la casa de él, o a la de la Rubia, o al instituto Arroyo o donde fuera. Ella se resiste otra vez a los intentos del hombre o dice lo que no debe o lo mira como no debe o lo enfurece con algún gesto apenas perceptible.

Quizá se trate de violación, quizá de sexo consentido. Quizá sea válida la reconstrucción de Stoner. Tal vez mi teoría sobre el «más» aportaba ciertos detalles a los hechos. Quizá mi madre se resistió a un
menage à trois
en algún momento de la velada. Quizás el Hombre Moreno decidió conseguir por la fuerza algo para él solo. Quizá Lavonne Chambers y Margie Trawick se equivocaron al calcular la hora y de ese modo se frustró cualquier posibilidad de determinar una cronología precisa de lo sucedido. Quizás era Myrtle Mawby quien se equivocaba en la hora. Tal vez mi madre y el Hombre Moreno hubiesen dejado el Desert Inn con la Rubia y no hubieran vuelto para ese bocado de última hora, a las 2.00. Había un asesino y una víctima. Había una mujer sin identificar. Había tres testigos femeninos y un testigo masculino borracho. Había un lapso de siete horas en blanco y estaba perfectamente localizada una serie de sucesos prosaicos que terminaban en un asesinato. Uno podía extrapolar los hechos establecidos e interpretar el preludio de infinitas maneras diferentes.

Era probable que esa noche mi madre se reuniera con el Hombre Moreno y con la Rubia. Tal vez los conociera de alguna salida anterior. Quizá los hubiese conocido por separado. Era posible que la Rubia la hubiera puesto en contacto con el Hombre Moreno. La Rubia podía ser alguna vieja amiga. Quizá la Rubia la hubiese convencido de que se trasladara a El Monte. El Hombre Moreno quizá fuese un antiguo amante que volvía en busca de más. O un antiguo empleado de Packard-Bell o de Airtek. O una vieja pasión pasajera. O quien había matado a Bobbie Long siete meses después de acabar con la vida de mi madre.

En el 756 de Maple no había teléfono. La policía no tenía forma de comprobar las llamadas que había hecho mi madre desde teléfonos públicos. Quizás hubiese llamado a la Rubia o al Hombre Moreno, esa noche o en algún momento de los cuatro meses que pasó en El Monte. Todas las llamadas fuera de El Monte quedarían registradas en la factura. La Rubia quizá viviese en Baldwin Park o en West Covina. El Hombre Moreno quizá viviese en Temple City. La policía no encontró el bolso de mi madre. Tampoco halló ninguna agenda en el 756 de Maple. Probablemente estuviese en el bolso. Esa noche, mi madre lo llevaba. El Hombre Moreno se había deshecho de él. Quizá su nombre constase en la agenda. O el de la Rubia.

Corría el año 1958. La mayoría de la gente tenía teléfono. Mi madre, no. Ella estaba en El Monte para esconderse.

Estudié el expediente de mi madre. Estudié el expediente Long. Seleccioné hechos extraños y una omisión flagrante.

Mi madre dejó una copa sin acabar en la cocina. Quizá la Rubia la llamó para proponerle que salieran a divertirse. Quizá nuestra casita la agobiase y la obligara a salir. Bobbie Long quizás empinase el codo en la intimidad. Un policía encontró dos botellas en la cocina. Yo siempre pensé que mi madre se había resistido al hombre que la había matado. Siempre había creído que la policía había encontrado piel y sangre bajo sus uñas. El informe de la autopsia no mencionaba nada semejante. El detalle formaba parte de mi esfuerzo heroico por embellecer los hechos. Había modelado a mi madre como una especie de tigresa pelirroja y había conservado esa imagen durante treinta y seis años.

Jean y Bobbie. Bobbie y Jean.

Dos víctimas de asesinato. Dos escenas del crimen casi idénticas y separadas por pocos kilómetros.

En la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff reinaba un consenso rotundo; allí todo el mundo pensaba que a las dos mujeres las había matado el mismo hombre.

Stoner se inclinaba por la misma idea. Yo también, pero con reparos. En mi opinión el Hombre Moreno no era un asesino en serie.

Me obligué a no sacar conclusiones. Sabía que el motivo de mi rechazo era, en parte, estético. Los asesinos en serie me aburrían e irritaban. Constituían una rareza estadística en la vida real, pero una auténtica peste en los medios de comunicación. Novelas, películas y espectáculos televisivos los celebraban como monstruos y explotaban su potencial en sencillas tramas de suspense. Los asesinos en serie eran unidades de maldad autocontenidas, el contraste perfecto para el policía tópico con los nervios de punta. La mayoría de esos psicópatas sufrían espantosos traumas infantiles. Los detalles daban para un buen psicodrama y les proporcionaba cierta aura de víctimas. Los asesinos en serie eran folladores compulsivos y drogados y niños maltratados por dentro. Asustaban de entrada y eran tan prescindibles como una caja de palomitas de maíz vacía. Sus impulsos hiperbólicos absorbían a lectores y espectadores y los distanciaban de su propio arrebato fantasmal. Los asesinos en serie eran muy poco prosaicos. Eran mundanos, ingeniosos y fríos. Hablaban con un eco nietzscheano. Eran más atractivos sexualmente que el retorcido cabrón que había matado a dos mujeres por lujuria y pánico y había aplicado la presión exacta a un gatillo de dos tiempos.

Yo también saqué partido de los asesinos en serie. En mis tres novelas los rechacé a sabiendas. Eran buenos figurantes para una trama, pero pura basura literaria desde cualquier otro punto de vista. Yo estaba convencido de que a mi madre y a Bobbie Long no las había matado ningún asesino en serie. Incluso dudaba de que a ambas las hubiera matado el mismo hombre. El Hombre Moreno se había dejado ver en público con la Rubia y con mi madre. Al parecer, su furia había ido en aumento conforme avanzaba la noche. El tipo conocía el instituto Arroyo. Probablemente viviese en el valle de San Gabriel. Los psicópatas calculadores no cagan donde comen.

La Rubia conocía al Hombre Moreno. Sabía que había matado a mi madre. La Rubia tenía un mal historial con los hombres y se complacía con cada pequeño triunfo que conseguía sobre ellos.

Quizá conoció al Hombre Moreno en el hipódromo. El hombre había matado a aquella jodida enfermera el año anterior y aún estaba un poco desmelenado. Había llevado a Bobbie a cenar, la había atraído a su cubil y le había propuesto un revolcón. Bobbie le había exigido un pago y el hombre se había puesto furioso. Había perdido la cabeza por completo.

Quizá lo de la pelirroja le hubiese servido de lección. Quizá lo hubiese transformado por completo, lo hubiese sacado del marasmo y le hubiera enseñado que la violación y el sexo consensuado estaban incompletos sin el estrangulamiento. Quizá fue así como se convirtió en asesino en serie.

Quizá Jean y Bobbie lo hubiesen sacado de sus cabales de la misma manera. Quizá mató a las dos mujeres y se recluyó de nuevo en alguna especie de agujero negro psíquico. El estrangulamiento con una media era un
modus operandi
habitual. El Hombre Moreno asfixió a mi madre con una cuerda de persiana y una media. Bobbie Long fue estrangulada con una sola ligadura.

Tal vez las hubieran matado dos hombres distintos.

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