Misterio del gato desaparecido (2 page)

BOOK: Misterio del gato desaparecido
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—Los gatos siameses tienen los ojos de un azul brillante —replicó Fatty—. Lo sé porque mi tía tuvo uno... una belleza, llamada «Patabang». Son unos gatos de mucho valor.

—Me gustaría ir a la casa vecina cualquier día y verlos —dijo Daisy pensando que un gato con los ojos de un azul brillante, cara, patas, y cola castaño oscuro, y piel color crema, debía resultar muy bonito—. ¿Quién es el propietario, Bets?

—Una señora llamada lady Candling —respondió Bets—. No la he visto nunca. Creo que está mucho fuera.

Los niños continuaron tendidos en la hierba, charlando. «Buster» iba de uno a otro lamiéndoles la cara, haciéndoles gritar y que le echaran a empujones

Entonces llegó hasta ellos un alegre silbido procedente del otro lado de la tapia. Era un silbido claro y melodioso.

—Ese es el niño de quien os he hablado —dijo Bets—. ¿Verdad que silba muy bien?

Larry se levantó yendo hasta la tapia. Se subió encima de una maceta grande y miró por encima del muro, viendo a un niño de unos quince años, un muchacho de cara redonda, y una boca grande llena de dientes blanquísimos. El muchacho estaba cavando el parterre de debajo de la tapia.

Alzó la cabeza para ver quién se había asomado, y sonrió mostrando toda su dentadura.

—Hola —dijo Larry—. ¿Eres tú el jardinero de la casa vecina?

—¡Cielos, no! —exclamó el muchacho sonriendo aún más ampliamente—. Sólo soy... ayudante del jardinero, así me llaman. El jardinero es el señor Tupping... un tipo de nariz ganchuda y mal genio.

Larry pensó que aquel señor Tupping no debía ser muy agradable. Miró por el jardín, mas el señor Tupping y su nariz ganchuda no estaban a la vista.

—¿No podríamos ver a los gatos algún día? —preguntó Larry—, Son siameses los que tiene lady Candling, ¿no es verdad?

—Sí, son preciosos —respondió el niño—. Bueno, será mejor que vengáis cuando no esté el señor Tupping. Por su manera de comportarse parece que todo sea suyo, incluso los gatos. Venid mañana por la tarde. Entonces no estará. Podéis saltar por encima de esta tapia. La encargada de los gatos estará aquí... se llama señorita Harmer, y no le importará que los veáis.

—De acuerdo —dijo Larry complacido—. Vendremos mañana por la tarde. Oye... ¿cómo te llamas?

Pero antes de que pudiera contestarle se oyó una voz iracunda no lejos de allí.

—¡Luke! ¡Luke! ¿Dónde te has metido? ¿No te dije que recogieras esta basura? Maldito chico, no sirve para nada.

Luke alzó sus ojos azules para mirar a Larry al tiempo que se echaba la azada al hombro. Parecía asustado.

—Es él —dijo en un susurro—. Es el señor Tupping. Ahora tengo que marcharme. Podéis venir mañana.

Y se alejó por el sendero, y Larry fue a reunirse con los otros.

—Es el ayudante del jardinero —les dijo—. Y se llama Luke. Parece simpático, aunque un poco ingenuo. No creo que sea capaz de asustar a un ganso.

Bets estaba segura de que ella tampoco, porque los gansos son muy grandes y chillones.

—¿Y mañana podremos ver los gatos? —preguntó—, Te oí hablar de ello.

—Sí. Mañana por la tarde cuando el señor Tupping, el jardinero, no esté —dijo Larry—. Saltaremos por encima de la tapia. Sera mejor que no llevemos a «Buster»... ¡ya sabéis cómo trata a los gatos!

«Buster» gruñó al oír la palabra. ¡Gatos! ¿Para qué querrían los niños ir a verlos? Eran unos animales tontos e inútiles, con las patas llenas de alfileres y agujas punzantes. Los gatos sólo servían para una cosa, y era para... ¡perseguirlos!

CAPÍTULO II
¡EL HORRIBLE SEÑOR TUPPING!

A la tarde siguiente los niños recordaron que debían ir a ver los gatos siameses. Larry se asomó a la tapia y silbó para avisar a Luke.

El niño acudió al cabo de un rato sonriendo y enseñando todos sus blancos dientes.

—Podéis saltar —les dijo—. El señor Tupping ha salido.

Pronto todos los niños saltaron la tapia. Fatty ayudó a Bets. «Buster» tuvo que quedarse, cosa que le disgustó mucho. Ladraba furioso, y se alzaba sobre sus patas traseras golpeando la tapia con desesperación.

—Pobre «Buster» —dijo Bets compadecida—. No te importe, «Buster»... pronto volveremos.

—Aquí no se permite la entrada a ningún perro —dijo Luke—. A causa de los gatos. Son gatos de concurso. Ganan muchísimo dinero según dice la joven que los cuida.

—¿Vives aquí? —le preguntó Larry cuando echaron a andar en dirección a un gran invernadero.

—No. Yo vivo con mi padrastro dijo Luke—. Mi madre ha muerto. No tengo hermanos ni hermanas. Este es mi primer empleo, me llamo Luke Brown, y tengo quince años.

—¡Oh! —exclamó Larry—. Yo me llamo Laurence Daykin, y tengo trece. Esa es mi hermana Margaret que tiene doce. La llamamos Daisy. Este es Federico Algernon Trotteville, que también tiene doce y le llamamos Fatty.

—Prefiero que me llamen Federico, gracias —dijo Fatty enojado—. ¡No hay razón para que me llamen Fatty cualquier Tom, Dick o Harry!

—Tú no te llamas Tom, ni Dick, ni Harry, sino Luke, ¿verdad? —dijo Bets a Luke y él sonrió.

—Si quieres te llamaré Federico —dijo Luke a Fatty—. Tendría que llamarte señorito Federico, pero me figuro que no querrás.

—Yo me llamo Isabel Hilton, tengo ocho años y me llaman Bets —dijo la niña temerosa de que Larry se olvidara de presentarla— y éste es mi hermano Philip, que tiene doce y a quien llamamos Pip.

Le dijeron a Luke dónde vivían y él hizo otro tanto... en una casita ruinosa junto al río. Por aquel entonces habían dejado atrás los invernaderos y atravesaban una espléndida rosaleda. Detrás había un edificio pintado de verde.

—Esa es la casa de los gatos —dijo Luke—. Y ahí está la señorita Harmer.

Una jovencita bajita, vestida con pantalones de montar de pana y una chaqueta del mismo género estaba cerca de la casa de los gatos. Al ver a los cinco niños les miró sorprendida.

—Hola —les dijo—, ¿de «dónde» venís?

—Pasamos por encima de la tapia —replicó Larry—. Queríamos ver los gatos. Son extraordinarios, ¿verdad?

—Oh, sí —exclamó la señorita Harmer, que era una joven robusta de unos veinte años—. Ahí los tenéis... ¿os gustan?

Los niños contemplaron aquel gran edificio en forma de jaula en cuyo interior había gran número de gatos, todos del mismo colorido... castaño oscuro y crema, con ojos azules muy brillantes. Contemplaron a los niños maullando con voces muy peculiares.

—Son preciosos —dijo Daisy enseguida.

—Yo los encuentro raros —dijo Pip.

—¿Y son realmente gatos? Se parecen un poco a los monos —dijo Bets y los demás se echaron a reír.

—¡No creerías que son monos si probaras sus afilados garras una sola vez! —exclamó la señorita Harmer riendo—. Todos estos gatos son primeros premios... han participado en muchos concursos y ganan mucho dinero.

—¿Cuál es el que ha ganado más dinero de todos? —preguntó Bets.

—Ese de ahí —replicó la señorita Harmer llevándoles hasta una jaula más pequeña, semejante a una perrera muy larga con patas—. ¿Qué tal, «Reina Morena»? ¿Verdad que eres una belleza? ¡Aquí tienes unas visitas que vienen a decirte lo preciosa que eres!

El gran gato siamés de la gran jaula frotó su cabeza contra la tela metálica, maullando suavemente. La joven le acarició en la cabeza.

—«Reina Morena» es una gata muy, muy especial —dijo—. Ha ganado un premio de cien libras, pero ella vale mucho más que eso.

«Reina Morena» se irguió elevando su cola castaño oscuro en el aire y meciéndola de un lado a otro satisfecha. Bets se fijó en una cosa.

—Tiene un mechón de pelos color crema en mitad de su cola oscura —dijo a la señorita Harmer.

—Sí —replicó la joven—. Fue mordida por otro gato, y el pelo le crece de color crema en lugar de castaño. Pero más adelante volverá a salirle oscuro. ¿Qué os ha parecido?

—Pues... parece exactamente igual a los otros —dijo Daisy—. Quiero decir... que son exactamente iguales, ¿no?

—Si —contestó la señorita Harmer—. Tiene el mismo color. Pero yo sé distinguirlos siempre, incluso aunque estén todos juntos.

—¡Mira que valer más de cien libras! —exclamó Fatty mirando a «Reina Morena», quien sostuvo su mirada sin pestañear—. Luke, tú tienes los ojos tan azules como «Reina Morena». ¡Tienes ojos de gato inglés!

Todos rieron y Luke pareció confundido.

—¿Podría usted sacar a «Reina Morena»? —preguntó Daisy que estaba deseando coger en brazos a aquella hermosa gata—. ¿Es mansa?

—Oh, «sí» —replicó la señorita Harmer—. Todos son mansos. Los tenemos en jaulas porque son muy valiosos. No podemos dejarlos sueltos por temor a que alguien los robe.

Cogió una llave que estaba colgada de un clavo y abrió la puerta de la jaula. Sacó a «Reina Morena» y la hermosa gata frotó su lomo contra ella ronroneando con voz profunda.

Daisy la acarició viendo con agrado que la gata saltaba a sus brazos.

—¡Oh! ¿Verdad que es cariñosa? —exclamó Daisy contenta.

¡Y entonces ocurrió lo inesperado! De pronto apareció «Buster» corriendo por el sendero y luego se abalanzó sobre Fatty ladrando alegremente. «Reina Morena» saltó de los brazos de Daisy desapareciendo entre los arbustos. «Buster», sorprendido, se quedó inmóvil unos instantes y después lanzó un ladrido de alegría y salió tras ella. ¡La que se armó!

La señorita Harmer gritaba. Luke tenía la boca abierta y parecía asustado. Todos los gatos comenzaron a maullar y Fatty gritó con fiereza:

—¡«Buster»! ¡Ven pronto acá! «¡«Buster»!» ¿No me oyes? «¡Ven rápido aquí te digo!»

Pero por más que le llamaron no consiguieron que «Buster» abandonara la persecución. La señorita Harmer corría desesperada entre los arbustos, pero sólo encontró a «Buster» con la nariz sangrando por un arañazo, la lengua fuera y los ojos brillantes de excitación.

—¿Dónde está «Reina Morena»? —gemía la señorita Harmer—. ¡Oh, esto es espantoso! ¡Miss, miss, miss!

Bets empezó a llorar, pues no podía soportar la idea de que «Reina Morena» hubiese desaparecido. Creyó oír ruido entre los arbustos que había a la derecha del extremo del sendero y corrió a mirar mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas gordezuelas.

Luego hubo otra conmoción. Alguien se acercó a las jaulas... era el jardinero... el señor Tupping. Luke le miró asustado.

—¿Qué ocurre aquí? —gritó el señor Tupping—. ¿Quiénes sois? ¿Y qué estáis haciendo en mi jardín?

—No es su jardín —replicó Fatty osadamente—. Sino de lady Candling, que es amiga de mi madre.

Mala cosa era decir al señor Tupping que el jardín no le pertenecía. Él estaba convencido de lo contrario; creía que todas las flores eran suyas, todos los guisantes, y hasta la grosella más pequeña. ¡Y allí, en «su» jardín habían entrado varios niños y un perro! Detestaba a los niños, los perros, los gatos y los pájaros.

—Largo de aquí —les gritó con voz iracunda—. ¡Vamos, muchachos enseguida! ¿Me oís? Y si vuelvo a veros aquí os tiraré de las orejas y se lo diré a vuestros padres. Señorita Harmer, ¿qué «le» ocurre?

—¡«Reina Morena» se ha escapado! —sollozó la señorita Harmer que parecía tan asustada ante el señor Tupping como el propio Luke.

—Si pierde su empleo lo tendrá merecido —replicó el señor Tupping—. ¿Para qué servirán los gatos? Me gustaría saberlo. Sólo son un estorbo. ¡Si uno «se» ha escapado, buen viento!

—¿Quiere que nos quedemos para ayudarle a buscar a «Reina Morena»? —preguntó Daisy a la joven.

—¡Largaos! —intervino el señor Tupping, y su nariz ganchuda se puso muy colorada mientras miraba a Daisy con sus ojos fríos. Era un individuo feo y malhumorado, de cabello color paja veteado de gris. Todas sus arrugas estaban llenas de polvo y a los niños no les gustó nada.

Decidieron marcharse. Parecía como si Tupping fuera a pegarles de un momento a otro. Echaron a andar en dirección a la tapia. Vieron que Bets no estaba con ellos, pero pensaron que se les habría adelantado saltando la tapia temerosa del iracundo jardinero. Fatty llamó a «Buster».

—No; dejadme el perro —dijo Tupping—. Una buena azotaina le sentará bien. Yo se la daré y así no volverá a meterse en «mi» jardín.

—¡Usted no se atreverá a tocar a mi perro! —exclamó Fatty al punto—. Le morderá.

Tupping alargó un brazo y sujetó a «Buster» por el collar. Le sostuvo firmemente por la parte de atrás de su cuello de manera que ni siquiera pudiera ladrar. Lo levantó en el aire y llevándole agarrado por la parte de atrás del cuello se alejó con él. Fatty estaba fuera de sí.

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