Read Muere la esperanza Online
Authors: Jude Watson
Obi-Wan comenzó a cortar la puerta de duracero con su sable láser. Qui-Gon podía oler el metal derretido. Mantuvo la mirada fija en Balog, que sonreía débilmente.
Entonces Balog se rió.
—¿Crees que puedes amenazarme? ¿Crees que tú y tu amigo podéis asustarme? Lo que no sabes es que yo tengo el control aquí —levanto un pequeño transmisor—. Y puedo acabar con su vida.
Obi-Wan se abrió paso por el agujero de la puerta y se detuvo en seco, con el sable láser listo.
—No te muevas, Obi-Wan —dijo Qui-Gon con firmeza.
—¿Veis esto? —preguntó Balog, alzando el transmisor—. Puedo dar a vuestra amiga una última dosis mortal. Ella está muy débil. Yo quería mantenerla con vida, pero me he dado cuenta de que no es necesario.
—¿Qué quieres? —preguntó Qui-Gon.
—Nada de vosotros —dijo Balog con desprecio—. Ya habéis hecho bastante. Habéis encontrado este sitio. Bueno, vuestros aliados Obreros no encontrarán nada aquí cuando lleguen. No quedará rastro. Nada que espiar, nada que robar.
—Has programado el polvorín para que explote —adivinó Qui-Gon.
—Me iré antes de que eso ocurra. Tenemos mucho apoyo en la ciudad. No necesitamos estos seguidores para conseguir lo que queremos.
—Te da igual las vidas que se pierdan en el camino.
—Me importa Ápsolon. Mi Ápsolon —dijo Balog, orgulloso—. No el Ápsolon que quieren los Obreros. Y vosotros, Jedi, os interponéis en mi camino —dio un paso atrás y abrió una puerta que tenía a sus espaldas y daba a un reducido espacio que contenía un vehículo pequeño con una especie de escafandra en la parte de arriba. Había otra puerta en la pared del fondo, sin duda para que el vehículo pudiera salir al lago. La puerta interior se cerraría y el compartimento quedaría inundado.
—Ahora me voy. Quizá consigáis salir de aquí cuando explote el polvorín, pero lo dudo. Sobre todo porque tendréis que arrastrar a vuestra amiga —Balog señaló a Tahl con la barbilla—. Y creedme, no está en condiciones de caminar. De eso estoy seguro.
Qui-Gon se puso tenso, y se relajó. Hizo todo un esfuerzo de voluntad para absorber su rabia y seguir esperando la abertura.
—Os dejo a vuestro destino —dijo Balog, dirigiéndose hacia su transporte. Sus pequeños ojos oscuros relucieron—. No os mováis, ninguno de los dos. ¿Veis mi dedo junto a este botón? Si intentáis detenerme y perdéis una milésima de segundo, si tropezáis, si me dais un instante, lo pulsaré. Si os acercáis a mí, podría dar un respingo y pulsarlo. Resumiendo, si una de las miles de cosas que podrían salir mal, sale mal, Tahl morirá.
Qui-Gon se abalanzó. Nunca se había movido más rápido ni con más seguridad. Sabía que Balog no llegó a verle, que de repente estaba a unos cuantos metros, y al momento siguiente estaba en el aire, junto a él. Con precisión meticulosa, Qui-Gon bajó el sable láser, cortando limpiamente el dedo de Balog. El transmisor cayó al suelo.
—Creo que no has dado ni un respingo —dijo Qui-Gon.
Aullando de dolor y de rabia, Balog comenzó a andar hacia atrás, hacia el transporte, y echó mano de su pistola láser. Obi-Wan dio un salto adelante, mientras Qui-Gon iba a por Tahl. Otra explosión hizo que la cueva se estremeciera, esta vez con más fuerza que antes. La potencia del estallido estuvo a punto de derribar a Obi-Wan. El contenedor de privación sensorial comenzó a deslizarse. Qui-Gon se abalanzó hacia él y lo cogió en brazos. Lo tumbó en el suelo con delicadeza.
En lugar de atacar a Obi-Wan, Balog apuntó su arma al contenedor de privación sensorial. Qui-Gon ignoró el disparo láser que pasó a centímetros de su cabeza. Sabía que su padawan estaba ahí para rechazarlo. Se inició una cadena de explosiones, y el barro y el agua se desprendieron del techo de la cueva. Obi-Wan entró corriendo en la habitación de contención mientras Balog se metía dentro del vehículo.
—¡Déjale, Obi-Wan! —gritó Qui-Gon. Comenzó a trabajar con su sable láser, cortando el contenedor de privación sensorial.
Balog abrió la salida. El agua comenzó a entrar en la pequeña estancia, golpeando a Obi-Wan en los tobillos. Su sable láser se apagó.
Qui-Gon tenía otras preocupaciones. La sala no tardaría en inundarse.
—¡Obi-Wan!
El transporte de Balog se puso en marcha bajo el agua, temblando estrepitosamente mientras luchaba contra el impacto del agua que salía por la abertura.
—¡Deja que se vaya! —gritó Qui-Gon—. ¡Tahl se ahogará! —el contenedor de privación sensorial estaba flotando. Qui-Gon mantuvo el sable láser en alto. Si tocaba el agua, también se apagaría. Qui-Gon podía sentir el impulso de la Fuerza de Tahl debilitándose. Tenían que sacarla de allí.
Obi-Wan luchó por ponerse en pie. El agua le llegaba a las rodillas. Sintió que la pierna le dolía mientras avanzaba hacia Qui-Gon, que había abierto una grieta en un lado del contenedor.
—Creo que eso último ha sido el almacén de armamento —dijo Qui-Gon, sombrío—. La cueva podría derrumbarse. Vamos a sacar a Tahl de aquí.
El agua les llegaba ya a la cintura. Qui-Gon desactivó el sable láser y se lo metió en el cinto. Desesperadamente, sacó a Tahl del contenedor. Ella no dijo nada; apenas podía mantener la cabeza erguida. Verla tan débil supuso una agonía para Qui-Gon. Avanzaron a duras penas por el agua, hacia el hueco que Obi-Wan había abierto en la puerta.
Cuando se colaron por la abertura, pudieron ponerse en pie. El agua entraba por el agujero, y la puerta estaba comenzando a rechinar por la presión; pero en el túnel el agua apenas les llegaba por los tobillos. Corrieron por la incipiente inundación y llegaron a la zona seca de la cueva. El humo era espeso y ácido, y les quemaba los pulmones. La zona de la cueva estaba desierta.
Qui-Gon puso a Tahl en pie, apoyada contra él, pero las piernas le fallaron. La volvió a coger en brazos y la apretó contra sí. Tuvo que controlar su rabia contra Balog por haberle hecho eso. Lo que ella necesitaba realmente era que él estuviera tranquilo.
—Tahl —dijo él con suavidad—. Vamos a sacarte de aquí.
Una mano se curvó alrededor de su nuca. Sintió el gesto, la mano fría contra su cuello, y se le heló la sangre en las venas. Era el mismo gesto que él había visto en su visión, el gesto que le había indicado lo cerca que ella estaba de la muerte.
Ella sonrió con esfuerzo.
—Es demasiado tarde para mí, amigo mío —dijo ella con suavidad.
Sabían que los Maestros Jedi les estaban viendo. Sólo tenían diez años, y eran demasiado jóvenes para que les escogieran como padawan. Pero ellos sabían que pronto llegaría la elección. Algunos estudiantes Jedi habían sido elegidos a la edad de once.
Se llamaba Día de Exhibición, y habían realizado ejercicios frente a los Maestros Jedi. Ejercicios de fuerza, de equilibrio, de resistencia, de escalada, de salto, de natación... Algunas veces se dividían en equipos de dos o de cuatro. Era un juego, pero también era algo serio.
El último ejercicio era una serie de combates de sable láser de entrenamiento. Algunos se realizaban con los ojos vendados. Algunos enfrentaban a un estudiante contra dos adversarios. Qui-Gon ganó todos sus enfrentamientos. Al final quedaron Clee Rhara, Tahl y él. Entonces, Tahl venció a Clee Rhara.
—Creo que eso nos deja a nosotros dos —susurró ella mientras se inclinaba ante él, al principio del combate final—. No te preocupes. No te trataré mal.
Habían estado emparejados en muchas ocasiones. El sabía lo rápida que era ella. Ella sabía lo fuerte que era él. Conocer los puntos fuertes del adversario hacía que el combate fuera todavía más interesante. Qui-Gon se dio cuenta de que luchar contra Tahl podía ser tan cansado como divertido. Porque sacaba lo mejor de sí mismo.
Dieron vueltas por el aire, utilizando cada centímetro cuadrado de las paredes y el suelo. Todos los estudiantes Jedi admiraban las habilidades gimnásticas de Tahl. Ella era capaz de correr por una pared, girar y atacar de frente con un revés que dejaba a su adversario completamente aturdido.
Tahl peleaba con todas sus fuerzas. Qui-Gon admiraba el hecho de que justo cuando parecía que estaba a punto de cansarse, Tahl encontraba fuerzas renovadas. Él no podía compararse con la agilidad de ella, pero sí que podía sorprenderla con su estrategia. Vio los ojos de Tahl brillar por el asombro, y la chica apretó los dientes con determinación, mientras esquivaba los golpes y las respuestas.
El combate no tenía tiempo límite. Sólo acabaría cuando uno de ellos diera el golpe final. El cansancio comenzó a ralentizar sus movimientos, pero no se detuvieron ni cometieron errores. El podía oír el murmullo entre los espectadores, que se preguntaban cuánto tiempo seguirían enfrentándose los dos estudiantes. Percibió la llegada de más Maestros.
La cara de Tahl era una máscara. Estaba completamente inmersa en sí misma, y había sustituido el cansancio por una voluntad férrea. Qui-Gon nunca había estado tan cansado. Los músculos de los brazos se le aflojaban. Las piernas le fallaban, le temblaban. Aun así, no se detuvo ni cometió un error.
Entonces, Tahl se resbaló. Fue sólo un segundo, pero bastó. El suelo estaba mojado por su sudor. Ella se quedó indefensa durante un segundo, y él se echó hacia delante y le quitó el sable láser de una patada. Al mismo tiempo, le acercó el arma. No llegó a tocarla. Jamás le hubiera producido ni el más mínimo corte con el sable de entrenamiento.
—El combate es de Qui-Gon —dijo uno de los Maestros Jedi.
Qui-Gon y Tahl se saludaron con una inclinación. Entonces, se desplomaron juntos en un banco.
—Buen combate —dijo él, jadeando.
—Hubiera sido mejor si yo hubiera ganado.
Él negó con la cabeza.
—¿No te rindes nunca?
Ella se secó el sudor de la frente con una toalla.
—Nunca.
***
Qui-Gon se sintió desorientado, como si estuviera en un sueño. Estaba viviendo dentro de su visión. Su mayor temor le había visitado. Él creía que cuando tuvo la visión se había sentido desesperado, pero la realidad era muchísimo peor.
Tahl tenía los ojos cerrados y estaba apoyada contra él. Él sintió que los músculos de ella no daban para más, y la joven se derritió contra él, como si no tuviera huesos. Jamás había pensado que Tahl podía ser tan delicada entre sus brazos. Él sólo la había conocido fuerte. La abrazó contra su pecho.
—Tenéis que dejarme —susurró ella—. No me queda mucho...
Él agachó la cabeza para hablarle al oído.
—No. No es demasiado tarde. Tú nunca te rindes. La Fuerza sigue contigo. Yo estoy contigo. No puedes dejarme ahora. Ahora no.
—Lo... intentaré, por ti —jadeó ella.
—Qui-Gon, tenemos que irnos —dijo Obi-Wan, desesperado.
Él asintió y dejó que su padawan fuera el primero. Tahl no era una carga. Era muy ligera.
Se habían abierto fisuras en el techo, y el agua se filtraba desde arriba. La cueva estaba derrumbándose lentamente. El agua comenzó a manar del túnel secundario por el que se había marchado Balog.
—¿Crees que llegaremos a la entrada de la cueva? —preguntó Obi-Wan.
Qui-Gon contempló el agua que manaba del techo, y el denso humo que tenían delante.
—Lo dudo. Podríamos intentar encontrar otra salida.
—Hay otra... salida —dijo Tahl. Qui-Gon tuvo que inclinarse para escucharla—. Por la base subacuática.
—Yo la he visto —dijo Obi-Wan—. Intentémoslo. Pero, ¿y Eritha?
Qui-Gon dudó un momento.
—Vamos primero a la entrada de la base subacuática —no quería tener que decidir entre la vida de Tahl y la de Eritha. Pero sabía que no podía irse sin buscar a la chica.
Tahl se agitó de nuevo.
—¿Eritha está aquí? No podemos abandonarla, tenemos que... —cada palabra parecía costarle un tremendo esfuerzo.
Qui-Gon le pidió silencio, poniéndole una mano en el pelo.
—No lo haremos.
La cueva había sido evacuada. Otra explosión agitó las paredes, y ellos se tambalearon por la potencia. El techo comenzó a filtrar más agua.
Llegaron al túnel secundario que llevaba a la estructura subacuática. Obi-Wan miró a Qui-Gon nervioso; el agua no paraba de subir y se arremolinaba a la altura de sus rodillas. Estaba helada.
—El túnel donde tienen a Eritha está ahí delante —dijo Qui-Gon—. Mira ahí primero. Yo me quedaré aquí con Tahl. Si Eritha no está allí, vuelve —si era necesario, sacaría a Tahl de allí y luego volvería a por Eritha. Podía sentir que la conexión de Tahl con la Fuerza se estaba debilitando. Tuvo miedo.
Obi-Wan se dio la vuelta, alejándose, pero en la oscuridad del humo vio de repente una figura que avanzaba entre el agua hacia ellos. Era Eritha, con el pelo trenzado suelto y mojado.
—¡Me abandonaron! ¡Se olvidaron de mí! —gritó ella, prácticamente cayendo en los brazos de Obi-Wan—. Han puesto explosivos. ¡La cueva se viene abajo!
—No pasa nada —le dijo Obi-Wan—. Te sacaremos de aquí.
Él la cogió y la llevó con Qui-Gon. Qui-Gon abrió la entrada de la estructura subacuática. Se metieron por ella rápidamente para impedir que se colara más agua del túnel inundado.
La relativa sequedad del túnel adyacente les tranquilizó. El humo no había entrado, y respiraron con más facilidad. Los Absolutos no habían hecho explotar la estructura subacuática... todavía.
El túnel estaba fabricado con plastiduro blanco, y tenía visores transparentes colocados aquí y allá que dejaban que la luz acuosa se filtrara desde arriba. Lo atravesaron rápidamente y entraron en la estructura principal.
Era obvio que aquel sitio albergaba la mayoría de los centros técnicos. La cueva se había empleado para almacenamiento. Pasaron por una sala tras otra de cabinas de holoarchivos y bancos de ordenadores. Las oficinas estaban vacías. Era evidente que aquella parte del complejo también había sido evacuada.
—¿Crees que Balog también está planeando volar esta parte? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon.
—Posiblemente. Pero quizá no haya tenido tiempo. Tenemos que encontrar la rampa que lleva a la orilla —Qui-Gon sabía que la orilla del lago quedaba a la derecha. En cuanto encontraran un pasillo principal, les llevaría a la rampa de salida.
Obi-Wan iba en cabeza, con Eritha y a toda prisa. Cuando llegaron al pasillo principal, Qui-Gon se alegró de ver a su padawan girando a la derecha. Se relajó un poco, permitiendo que su padawan guiara la expedición. Se centró en Tahl.
Vio que tenía una pálida vena azul temblando cerca de sus ojos cerrados. Eso le tranquilizó. Sus sistemas vitales seguían operativos, su cuerpo seguía funcionando. La debilidad que él percibía podía ser compensada. Sus sistemas habían estado anulados durante varios días. Le costaría un poco recuperar sus fuerzas. Pero eso era lo único que necesitaba. Tiempo. La abrazó, protector, contra su pecho.