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Authors: Jude Watson

Muere la esperanza (4 page)

BOOK: Muere la esperanza
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Subieron la pendiente en silencio. Tenían que asegurar cada paso, porque, si resbalaban, podían provocar el deslizamiento de una piedra, y eso podía avisar a Balog de su presencia.

Ya estaban cerca de la cima, y Qui-Gon se puso cuerpo a tierra. Obi-Wan hizo lo mismo. Se arrastraron hasta la cumbre y se asomaron al otro lado.

Sólo vieron una llanura desierta. Ni rastro de Balog, ni siquiera a lo lejos. Debía de haberse ido hacía mucho tiempo.

Qui-Gon hundió la cabeza entre las manos y se quedó callado un rato. Obi-Wan se mostraba decepcionado, pero se dio cuenta de que su Maestro estaba destrozado.

Obi-Wan estaba cansado y hambriento, y tenía frío. En ese momento, nada le hubiera gustado más que habilitar la unidad condensadora para calentarse, comer unas raciones y tumbarse en el suelo para echarse una buena siesta de unas cuantas horas.

Pero, en lugar de eso, colocó la mano sobre el hombro de Qui-Gon y habló con suavidad:

—Sigamos.

—Sí —dijo Qui-Gon con ademán orgulloso—. Sigamos.

Capítulo 5

A última hora de la mañana, la sonda robot llegó con nuevas coordenadas. Balog viajaba rápidamente, sin apenas detenerse. Obi-Wan vio crecer la frustración de Qui-Gon hasta convertirse en fría determinación. No descansaría hasta alcanzar a Balog. Llevaría su cuerpo al límite.

La temperatura ascendió, y la potencia combinada de los soles llameantes cayó sobre Obi-Wan. Dio un trago de agua de sus raciones. Se sentía mareado por el calor y la falta de sueño.

—¿Crees que Balog no se detiene porque sabe que le seguimos? —preguntó Obi-Wan.

—O quizá tenga algún destino en mente en el que sabe que estará a salvo —respondió Qui-Gon—. Lo mejor sería que le alcanzáramos antes de que llegue.

Obi-Wan quería hacer más preguntas a Qui-Gon, pero aplacó su curiosidad. Percibió que la charla distraería la concentración de su Maestro. Estaban empleando una sonda robot, pero también hacían uso de sus propias habilidades de rastreo para seguir en movimiento. A cada momento necesitaban bajar de sus vehículos y seguir a pie. Obi-Wan se dio cuenta de la diferencia entre los ejercicios de entrenamiento y la realidad. Tenía que asegurarse completamente de que no se le olvidaba nada, y de que lo que interpretaba del suelo era lo correcto. La vida de Tahl dependía de ello.

Cuando el primer sol comenzó a ponerse, la sonda robot regresó. Qui-Gon consultó las lecturas y se giró hacia Obi-Wan.

Tenía la cara cubierta de polvo y la túnica manchada y sucia. Obi-Wan sabía que él debía de tener el mismo aspecto.

—Tendremos que viajar durante la noche, padawan. ¿Serás capaz?

Obi-Wan había alcanzado un estado en el que su cuerpo no sentía fatiga. Él sabía que estaba ahí, en lo más profundo de sus músculos y sus huesos, y que la sentiría una vez terminada aquella persecución. Hasta ese momento, no se permitiría descansar.

—Podré hacerlo —dijo.

Qui-Gon asintió y aceleró. Una vez más, viajaron a través de la noche oscura. Se levantó un aire frío que revivió a Obi-Wan. El joven padawan realizó varias aspiraciones profundas para recuperarse. La noche pasó en un borrón de paisajes y de lunas que se alzaban y se ponían.

El cielo comenzaba a iluminarse cuando regresó la sonda robot. Esta vez tardó menos tiempo. Eso podía ser una buena señal. Obi-Wan clavó la mirada en Qui-Gon, que cogió rápidamente la lectura. Cuando se dio la vuelta, sus ojos relucían de satisfacción.

—Se ha detenido. La sonda acaba de dejarlo, así que esta vez sí que estará allí. Le tenemos —saltó del deslizador—. Tenemos que actuar con cautela, padawan. Más adelante hay un pequeño desfiladero. Allí se encuentra Balog.

Avanzaron en silencio hacia una formación rocosa. Qui-Gon le hizo un gesto, señalando que encontrarían a Balog al otro lado de las rocas.

Se movieron silenciosos pero con rapidez. La oscuridad comenzaba a cernirse sobre ellos, pero las rocas y las paredes que les rodeaban seguía proyectando grandes sombras. Se mezclaron con aquellas sombras, que les proporcionaron cobertura.

Escalaron una pendiente y entraron en el cañón. Vieron una pequeña hoguera. No había ni rastro del explorador de suspensión de Balog, pero había una figura cerca del fuego, envuelta en una manta térmica. Quizá el explorador estaba aparcado cerca de allí, oculto entre las sombras. Obi-Wan examinó la figura que había junto al fuego. ¿Era Balog? ¿O quizás era Tahl?

Qui-Gon avanzó más lentamente. Escudriñó la oscuridad, centrándose en la figura que había en el suelo. Alzó la mano para que Obi-Wan fuera más despacio.

—Algo no va bien —murmuró—. ¿Lo percibes?

Antes de que Obi-Wan pudiera responder, dos sombras oscuras aparecieron en el cielo, en dirección hacia ellos. Sondas robot.

Y entonces, Obi-Wan vio su propia sonda avanzando rápidamente por la izquierda, rodeando el desfiladero. Se la señaló a Qui-Gon, que la miró atónito. En ese momento un disparo láser resonó contra las rocas que tenían detrás.

—¡Es una trampa! —gritó Qui-Gon.

Capítulo 6

Balog les había engañado. Se había ido, pero había dejado dos sondas robot en modo de ataque. Una se separó de la otra y se lanzó en dirección a la sonda robot de los Jedi. La otra fue a por ellos.

La sonda de los Jedi se puso en modo de ataque ante la amenaza. Los disparos láser restallaron en el aire cuando ambas sondas se localizaron mutuamente y se enfrentaron.

—No podemos perder esa sonda —dijo Qui-Gon con urgencia. Activó su sable láser y saltó detrás de una roca para protegerse—. Obi-Wan, vuelve al deslizador. Uno de nosotros tiene que combatir a las sondas enemigas desde el aire.

Obi-Wan odiaba tener que abandonar a su Maestro, pero vio la sabiduría de la estrategia de Qui-Gon. Corrió hacia su deslizador. Podía oír los disparos láser a su espalda, y tuvo que controlarse mucho para no girarse a ver si Qui-Gon estaba bien. Tenía que confiar en que su Maestro iba a controlar la situación hasta su regreso.

El viento le silbaba en los oídos mientras corría. Saltó al deslizador y forzó el motor al máximo. Volvió a toda prisa al desfiladero.

Qui-Gon había escalado a una estrecha pasarela situada sobre el suelo del desfiladero. La sonda robot enemiga dio un rodeo y atacó, lanzando hacia Qui-Gon una ráfaga láser. El Jedi se defendió utilizando su sable láser en una serie de movimientos defensivos. Obi-Wan sabía que tenía que lograr que la sonda se acercara más para poder atacarla directamente con el sable láser. Era un juego de espera.

—¡Ve a por la otra! —gritó Qui-Gon.

Obi-Wan quería proteger a su Maestro, pero Qui-Gon tenía razón. Perder su propia sonda robot disminuiría drásticamente las posibilidades de encontrar a Tahl con rapidez.

Ascendió al lugar donde se enfrentaban las sondas robot y activó el sable láser. Era difícil averiguar cuál era la suya, por muy cerca que estuviera.

Qui-Gon vio a su padawan dubitativo.

—¡Es la de la izquierda, padawan! —exclamó.

Obi-Wan se centró en las dos sondas, intentando localizar alguna marca que identificara a la que tenía que destruir. La sonda de Balog tenía un profundo arañazo en uno de los lados. Con confianza renovada, Obi-Wan se acercó y se situó para ejecutar su primer ataque.

Pero la sonda de Balog dio un brusco giro y ascendió, abriendo fuego sobre la sonda Jedi, que optó por huir. Los disparos fallaron por centímetros. Obi-Wan pisó a fondo y se echó a la derecha, acercando más el deslizador. Su equilibrio tenía que ser perfecto, de otro modo, el deslizador volcaría. Con un rápido movimiento, se colocó sobre la sonda de Balog y lanzó una estocada con su sable láser. Pero la sonda ya se había girado, y falló.

Obi-Wan enderezó el deslizador y avanzó rápidamente hacia la sonda robot. No podía permitir que aquella máquina disparara ni una vez más. Y, además, tenía que mantenerse fuera del alcance de su propia sonda.

La sonda robot volvió a lanzarse en picado. Obi-Wan la siguió. La estrategia de un robot tampoco daba para más. Obi-Wan avanzó, adivinando el siguiente movimiento de la sonda. Al mismo tiempo, la sonda Jedi disparó a la de Balog.

—¡A tu izquierda, padawan! —gritó Qui-Gon.

Sin mirar, sin pensar, Obi-Wan se lanzó con el deslizador hacia la izquierda y estuvo a punto de ser alcanzado por los disparos de su propia sonda. En lugar de enderezar el deslizador, empleó el movimiento para dar un rodeo y luego subir, avanzando directamente hacia la sonda de Balog. Vio el sensor rojo parpadear mientras la máquina calculaba su posición. Le quedaban pocos segundos.

Hizo rugir el motor al máximo e inclinó el deslizador todo lo que pudo, alzando el sable láser. Hizo descender el arma en una estocada que cortó limpiamente la sonda en dos pedazos. Echando chispas y humo, la máquina se precipitó al suelo y quedó destrozada.

Obi-Wan giró el deslizador, dirigiéndose hacia la segunda sonda robot de Balog. Había alterado su plan de vuelo para ir más bajo, ya que apenas podía percibir a Qui-Gon. Obi-Wan se mantuvo a la izquierda de la sonda, dejando sitio a Qui-Gon para maniobrar.

Miró rápidamente a su Maestro, que asintió. No necesitaban comparar notas: habían llegado al mismo plan. Obi-Wan se lanzó con el deslizador y, al mismo tiempo, Qui-Gon saltó. Los dos Jedi se lanzaron a por la sonda, empuñando los sables láser. Coordinaron sus movimientos; Qui-Gon lanzando una estocada alta y Obi-Wan un lance bajo. La sonda robot no tenía escapatoria. Sufrió ambos golpes y se desintegró en una lluvia de metal y chispas.

Pero lo que Obi-Wan no había tenido en cuenta era su propia sonda robot, que se habría reprogramado automáticamente para atacar a la segunda sonda enemiga, y que disparó al mismo tiempo.

Obi-Wan sintió una oleada inquietante en la Fuerza, y aceleró rápidamente. Fue lo bastante rápido como para evitar que le dieran, pero no lo suficiente como para sacar completamente el deslizador fuera de peligro. Escuchó una ráfaga láser dando en la carcasa del deslizador, que comenzó a soltar chispas y humo. Obi-Wan lo dirigió con cuidado hacia el suelo.

Qui-Gon bajó de un salto. Obi-Wan se colocó junto a él.

El rostro de Qui-Gon estaba lleno de barro e hilillos de sudor. Contemplaba impasible el deslizador.

—Lo siento, Maestro —dijo Obi-Wan, disgustado, mientras saltaba del deslizador dañado—. Me he concentrado demasiado en la sonda de Balog.

—No pasa nada —dijo Qui-Gon con la mayor tranquilidad. Obi-Wan se dio cuenta de que aquel inconveniente le había sentado fatal—. Has hecho lo correcto. Y seguimos teniendo nuestra sonda robot.

Qui-Gon se agachó para examinar el deslizador. Parte del panel de control se había derretido. Al cabo de un rato, alzó la cabeza.

—Es peor de lo que pensaba. La reparación llevará un tiempo. Aunque también podemos dejarlo aquí. Pero entonces no tendremos sitio para traer a Tahl de vuelta.

—A menos que capturemos a Balog y su vehículo.

—Que es algo con lo que no podemos contar. Poner a Tahl a salvo es nuestra principal prioridad. No podemos cometer más errores.

Qui-Gon seguía manteniendo un tono amable en la voz, pero Obi-Wan podía ver la frustración hirviendo en sus ojos. Deseó poder retroceder en el tiempo. Deseó haber recordado que tenía que vigilar a su propia sonda.

—Sigue sin mí, Maestro —dijo—. Me quedaré aquí para reparar el deslizador y te alcanzaré en cuanto termine.

—No —dijo Qui-Gon—. No te dejaré solo en esta zona. Lenz me dijo que es peligrosa. Hay seguidores de los Obreros y leales a los Absolutos que suelen enfrentarse en los alrededores. Además, Tahl es demasiado vulnerable. Está atrapada, y si Balog tiene un segundo libre, podría decidir inyectarle esa droga de nuevo, lo que podría matarla. Tenemos que hacer esto juntos.

—Lo siento —dijo Obi-Wan de nuevo.

Qui-Gon le puso una mano en el hombro.

—Déjalo. Esto es un retraso, nada más. Coge el equipo de reparación del deslizador, estamos perdiendo el tiempo.

Obi-Wan volvió corriendo al deslizador, con el corazón latiéndole a toda prisa. Qui-Gon había dicho todo lo correcto para tranquilizarle, pero él no se sentía mejor. Reparar el deslizador podía llevarles unas cuantas horas. Si ese retraso implicaba que Tahl escaparía de su alcance, él se iba a sentir culpable.

Cuando regresó, encontró a Qui-Gon inclinado sobre la figura que habían visto junto a la hoguera. No era más que un revoltijo de trapos envueltos con una manta térmica. Qui-Gon sacó un sensor de entre la tela.

—Esto fue lo que confundió a la sonda —dijo—. Es un sensor de infrarrojos. Le hizo pensar que Balog seguía aquí. Presentía que encontraríamos algo así. Tendría que haberlo pensado antes —Qui-Gon escudriñó el paisaje vacío—. Sabe que le estamos siguiendo. Cuando vea que sus sondas robot no regresan, sabrá que hemos ganado la batalla. Y hará todo lo que pueda para retrasarnos. Tenemos que mantenernos en guardia.

Capítulo 7

Qui-Gon estaba sentado en la Sala de Cartografía Estelar del Templo. La suave luz azulada le rodeaba. Los hologramas de planetas giraban en torno a él en la fascinante gama de colores que ofrecía la galaxia. Aquella era su sala favorita del Templo, aunque hacía tiempo que no iba por allí. Era un sitio tremendamente tranquilo, y Qui-Gon había preferido aplacar su inquietud con actividad en lugar de con calma.

La puerta se abrió, y Tahl entró en la estancia, pero se detuvo de repente. A pesar de que no podía verle, ella sabía que él estaba allí. En una ocasión, Qui-Gon le preguntó cómo podía reconocerle; ¿por su respiración, por su olor o por algún movimiento delator? Ella se limitó a sonreír y dijo: "Eres tú".

Pero aquel día no hubo sonrisa. Tahl y él habían estado discutiendo o evitándose el uno al otro durante meses. Cada vez que regresaba de una misión, él acudía a visitarla, como siempre. Pero sus conversaciones no salían bien. Hacía tiempo que sus discusiones se centraban en cómo trataba Tahl a Bant, su nueva padawan. Tahl era buena Maestra y respetaba las habilidades únicas de Bant, pero a menudo la dejaba atrás y emprendía misiones cortas por su cuenta.

—Lo siento —dijo ella, incómoda—. Querías estar solo.

Así que eso también podía saberlo.

—Quédate, por favor —dijo él.

Se sentó junto a él en el suelo, doblando las rodillas y apoyando la barbilla sobre ellas en una postura que él no le había visto desde que era una niña.

—Estoy molestándote. Aunque a veces es necesaria una pequeña molestia, Qui-Gon.

—Por supuesto.

—Esa calma que tienes puede llegar a ser recalcitrante —dijo Tahl—. Pero tu tristeza es todavía peor. Estoy intentando no tomármelo de forma personal, pero me evitas o me machacas con tu preocupación por mi ceguera; o me atacas por cómo me porto con mi padawan. Si estás intentando poner a prueba mi amistad, lo estás haciendo muy bien.

Ella habló con suavidad, pero él sabía que iba muy en serio.

¿Y qué podía decir? Para el resto, ella era impecable. Su extraordinaria forma de compensar su ceguera había convencido a todo el mundo de que había conseguido dominar su defecto. Pero él sabía la verdad. La conocía desde que era una niña. Tahl era un espíritu independiente. Y ahora detestaba tener que pedir ayuda u orientación. Y, aun así, había momentos en los que lo necesitaba.

—Sólo intento cuidarte —dijo él con toda su amabilidad—. Pero cuando lo hago, me rechazas.

—¿Y cómo no voy a hacerlo, si estás todo el día encima de mí? Ya deberías saber cómo soy. Sabes que tengo que encontrar mi propio camino. Como todos. Tú tienes más experiencia como Maestro, eso es cierto; pero también sabes que cada Maestro encuentra un camino distinto con su padawan.

—Soy consciente de ello.

—Entonces ¿por qué no me dejas encontrar el mío?

La pregunta flotó en el aire. Qui-Gon se dio cuenta de que no sabía cuál era la respuesta. El no era de los que interferían en vidas ajenas. Como hombre solitario, respetaba la intimidad; pero con Tahl era diferente. Tenía la profunda sensación de que ella necesitaba protección, y le alivió que Tahl eligiera a Bant como padawan. Pero Tahl tampoco quiso depender de Bant para ayudarla.

Su amistad era lo que más le importaba del mundo. Tenía que cambiar de actitud.

—Tienes razón —dijo él—. Estaba equivocado.

—¡Estrellas y galaxias! —murmuró ella—. No me esperaba una disculpa. Me esperaba otra discusión.

—Bueno, podría decirte un par de cosas...

Ella le dio una palmadita en la rodilla.

—Lo sé, pero ¿qué tal si mejor nos callamos? Así no nos meteremos en problemas.

Así que Qui-Gon estuvo junto a ella, contemplando cómo giraban los planetas holográficos. Por primera vez en semanas, se sintió en paz. Era curioso, pero la presencia serena de ella podía tanto calmarle como irritarle.

Aquélla fue la última vez que estuvieron tranquilos. A la mañana siguiente, él se enteró de que Tahl se iba a una misión urgente al árido planeta satélite Vandor-3. No iba a llevar a Bant consigo. En el almuerzo, ya habían vuelto a discutir.

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