Read Muere la esperanza Online
Authors: Jude Watson
—El Gobierno está planeando derribarlos —dijo Lenz, señalando los edificios devastados—. Los legisladores no se ponen de acuerdo respecto a qué construir aquí, con lo cual el proyecto se ha dejado a medio terminar. Pero se ha convertido en un buen escondite para aquellos que no quieren ser descubiertos. Suele haber redadas de seguridad, así que tenemos que permanecer alerta.
—¿Cómo programaremos la sonda robot para encontrar a Balog? —preguntó Qui-Gon—. No tenemos información completa sobre él. Sabemos que los datos de los Obreros se almacenaban en alguna parte. ¿Quién tiene acceso a ellos?
—Aquí podéis comprar todo lo que necesitéis —dijo Lenz.
Se detuvo delante de un edificio parcialmente demolido y sacó un puntero láser del bolsillo de su túnica. Lo activó y lo hizo parpadear varias veces contra la pared de piedra, siguiendo un patrón. Un sensor oculto en el muro captó la señal y, tras un instante, parpadeó dos veces.
—Podemos entrar —dijo Lenz.
Obi-Wan miró a su Maestro. Le alivió comprobar que Qui-Gon había vuelto a ser él mismo. Lo más probable es que fuera porque habían entrado su Maestro, y también algo más, una desesperación que Obi-Wan no podía comprender; pero, al menos, Qui-Gon había recuperado el control y había encontrado la calma que necesitaba para proceder. Más adelante, cuando Tahl estuviera a salvo, Obi-Wan le preguntaría a su Maestro por qué le había costado tanto centrarse. A Qui-Gon no le importaría responder. Sabía que Obi-Wan preguntaba sólo por aprender.
Lenz abrió la puerta del edificio. Obi-Wan comprobó que, aunque parecía estar en ruinas, la puerta estaba blindada. Los dispositivos de defensa debían de haberse apagado cuando el sensor dio la respuesta afirmativa.
Una escalera llevaba hacia el piso superior, pero Lenz giró a un lado y entró por una puerta abierta en la pared. Una rampa conducía al piso de abajo.
Lenz e Irini iban en cabeza, y los Jedi les seguían. La rampa sólo estaba iluminada con una lúgubre barra luminosa colgada en la pared. Obi-Wan bajó a zancadas por la rampa preparado para lo que pudiera pasar.
Una figura apareció en la oscuridad.
—Lenz. Llevamos tiempo sin verte por aquí.
—Saludos, Mota. Ya sabes que he prohibido a los Obreros que empleen medios ilegales para obtener nuestros fines —dijo Lenz—. Pero mis amigos necesitan tu ayuda.
El hombre se acercó. Iba vestido con el uniforme que Obi-Wan había visto a muchos Obreros. Llevaba la melena canosa peinada en una coleta, y parecía de complexión fuerte. Tenía dos pistolas láser enfundadas en el cinto.
—Debéis de ser Jedi —dijo él, aunque Obi-Wan y Qui-Gon iban vestidos con ropas de viaje espacial—. Jamás pensé que llegaría el día en que los Jedi necesitaran mi ayuda.
—Te agradeceremos cualquier cosa que puedas ofrecernos —dijo Qui-Gon.
—No os equivoquéis. Todo tiene un precio. Sólo tengo una razón para estar en este negocio. Créditos. Yo soy el que corre los riesgos. Podéis hacer autostop por la galaxia, pero yo no os llevaré gratis a ninguna parte.
—Podemos pagar —replicó Qui-Gon, impaciente—. La velocidad de la transacción es más importante que el precio.
—Entonces, vamos a ello.
Mota les guió por un largo pasillo hasta una gran estancia cruzada de un lado a otro por largas mesas de metal, sobre las que se habían dispuesto diversas piezas de mercancía. Había dispositivos de comunicación, algunas armas y varios recambios de equipos técnicos.
—Como puedes ver, no tenemos muchas existencias —dijo Mota.
Lenz clavó en él la mirada.
—Ya se ve. ¿Quién os compra las armas?
La mirada que le devolvió Mota era neutral.
—Cualquiera que tenga créditos. Yo no hago preguntas.
—Necesitamos sondas robot —dijo Qui-Gon.
—Sólo tengo una. Las sondas robot son difíciles de conseguir —Mota avanzó hacia una mesa y cogió una—. Pero ésta está en buen estado. Lista para ser programada.
—También necesitan los datos de un ciudadano —dijo Irini—. Balog.
—¿El Controlador en Jefe de Seguridad? —por fin, Mota dejaba ver en su rostro un asomo de sentimientos: sorpresa. Pero se desvaneció enseguida y volvió a neutralizarse—. Tengo sus datos y puedo programar la sonda, pero os costará más créditos.
—Necesitarán barredores o deslizadores —dijo Lenz.
—Están abajo.
—Vamos a programar primero la sonda —dijo Qui-Gon.
—Claro. Sólo déjame ver los créditos antes —Mota dijo una cifra, y Qui-Gon se puso a contar.
Mota se embolsó la cantidad sin contarla y se volvió hacia la pantalla. Comenzó a acceder a unos archivos.
—En otra época, la información vital de todos los ciudadanos se guardó en los archivos principales de los Absolutos —les dijo Irini en voz baja—. Ahora es ilegal acceder a esos archivos, pero eso no va a detener a Mota. Tener información exacta sobre Balog nos ayudará mucho a seguirlo.
Mota descargó la información al datapad de la sonda robot y la programó. La sonda robot pitó y vibró.
—¿Cuándo queréis activarla? —preguntó Mota.
—Inmediatamente —respondió Qui-Gon con firmeza.
Mota abrió un compartimento cerrado y la sonda robot echó a volar. Mota dio el transmisor a Qui-Gon.
—No te separes de él en ningún momento, así la sonda robot podrá encontrarte. Si la destruyen, el transmisor también te lo dirá. He programado a la sonda para que realice una búsqueda preliminar. Si no puede encontrar a Balog en la ciudad, localizará su punto de partida.
Qui-Gon asintió y se enganchó el transmisor en el cinturón de utilidades.
—Y ahora veamos esos deslizadores.
Bajaron por otra rampa al piso de abajo. Era un espacio del mismo tamaño y lleno de vehículos de transporte terrestre: deslizadores, barredores, gravitrineos...
—Tenemos un inventario bastante extenso, así que podéis elegir lo que queráis —dijo Mota.
Qui-Gon escogió rápidamente un deslizador y un barredor.
—Necesitaremos un vehículo ágil para al menos uno de nosotros —dijo a Obi-Wan—. El otro tendrá que tener sitio para Tahl —se giró hacia Mota—. ¿Tienen garantía?
—Tienen unos años, pero no te dejarán tirado —dijo Mota—. Mi mercancía es la mejor.
—Me alegra oír eso —dijo Qui-Gon—. Pero primero vamos a probarlos.
Mota señaló unas puertas dobles de duracero al final de la sala.
—Salid por esa puerta al patio trasero. Allí podréis probarlos. Pero tened cuidado con las patrullas aéreas de seguridad.
Obi-Wan se subió al barredor y ajustó el asiento para poder acceder fácilmente a los controles del manillar. Encendió el motor del retropropulsor, mientras Qui-Gon arrancaba el deslizador. Siguió a Qui-Gon, que salió con un zumbido por las puertas abiertas. Entraron en un túnel corto y salieron al aire libre. Se encontraron en un patio descubierto rodeado de verjas de seguridad.
Obi-Wan ya había conducido barredores y estaba acostumbrado a tanta maniobrabilidad. Avanzó con él, realizando giros bruscos y acelerones. Le alegró comprobar que el vehículo funcionaba bien. Qui-Gon también parecía satisfecho. Cuando Irini y Lenz entraron en el patio, los dos aterrizaron los transportes y apagaron los motores.
—¿Si Tahl tiene la lista, qué haréis con ella? —les preguntó Irini, nerviosa.
—La lista no es nuestra principal preocupación —dijo Qui-Gon.
—Tenéis que ser conscientes del poder que tiene esa lista —dijo Lenz—. No puede caer en manos equivocadas.
—¿Nos prometéis acudir a nosotros en primer lugar cuando la tengáis? —preguntó Irini.
—No puedo haceros esa promesa —dijo Qui-Gon—. Pero os prometo que la guardaremos bien. Los Jedi se prestarán a custodiar la lista como parte neutral hasta que el Gobierno nombre un sucesor para Roan.
Irini asintió, reticente.
Obi-Wan divisó algo borroso en el cielo.
—Creo que regresa la sonda robot.
Qui-Gon miró hacia arriba, con el rostro tenso por la expectación. La sonda robot tomó tierra junto a ellos. El Jedi se inclinó rápidamente para examinar la lectura.
—Balog ha abandonado la ciudad —dijo Qui-Gon—. Ha salido a campo abierto.
—Qué raro —dijo Lenz—. ¿Qué razón puede tener para alejarse de su base de apoyo?
—Quizá sepa que los Jedi le están siguiendo —dijo Irini.
Qui-Gon programó la sonda para que continuara la búsqueda y la hizo despegar. Después programó las coordenadas de la última parada de Balog en su ordenador de a bordo. Dio a Obi-Wan las coordenadas, y éste hizo lo mismo en el barredor.
Mota salió por una puerta camuflada en el muro del edificio.
—¿Os gustan los transportes? —preguntó.
—Están bien. Trato hecho —dijo Qui-Gon, contando los créditos adicionales.
Mota se puso los créditos en un bolsillo interior de su unimono. De repente, los sensores de la pared comenzaron a brillar. Mota se quedó mirando mientras emitían un código privado de pitidos.
—Hay patrullas en la zona —dijo Mota—. Os sugiero que os marchéis —sin añadir palabra, se volvió a meter rápidamente por la puerta oculta y desapareció.
—No te preocupes, Mota, estaremos bien —murmuró Lenz—. Irini, mejor nos vamos —miró a los Jedi—. Deberíais hacer lo mismo. Si la patrulla de seguridad os ve con transportes del mercado negro, os detendrán, y es probable que os arresten.
—Gracias por vuestra ayuda —dijo Obi-Wan rápidamente, montándose en el barredor.
—¿Estaréis bien? —preguntó Qui-Gon.
—Conocemos bien la zona —les aseguró Lenz—. Hay una salida por esa verja que nos permitirá llegar a casa sanos y salvos. Si yo fuera vosotros, saldría por atrás y me movería por los callejones.
A lo lejos, oyeron el ruido de motores de deslizador.
—Seguiremos en contacto —les dijo Qui-Gon.
Los dos transportes se elevaron en el aire. Qui-Gon iba en cabeza. El estrecho callejón serpenteaba desde el patio interior del edificio de Mota, girando y pasando por delante de las partes traseras de otros edificios ruinosos. Podían oír los motores de los deslizadores de seguridad, pero no estaban a la vista.
Finalmente, salieron a una calle desierta. Qui-Gon se dirigió hacia el Este, a las afueras de la ciudad. Aceleró al máximo, y Obi-Wan le siguió.
Con la patrulla de seguridad a lo lejos, llegaron a los límites de la ciudad y entraron en campo abierto. Obi-Wan se animó al notar el viento en la cara. No podía evitar sentir que Tahl estaba a su alcance.
Cuando llegaron a las coordenadas indicadas por la sonda robot, vieron que ésta no había llegado todavía con la siguiente posición de Balog.
Qui-Gon detuvo su deslizador, que se quedó flotando sobre el suelo. Obi-Wan se paró junto a él. Estaban muy alejados de la ciudad, en una zona deshabitada. Era un llano seco con tan sólo unos pocos árboles repartidos aquí y allá. A lo lejos se divisaban unas colinas.
—Podríamos esperar a la sonda aquí —dijo Qui-Gon a Obi-Wan—. O podríamos continuar la búsqueda por nuestra cuenta. Si nos equivocamos, tendremos que dar la vuelta. Podría ser una pérdida de tiempo.
Obi-Wan asintió.
—Entonces no podemos equivocarnos.
Por la mirada de su Maestro, Obi-Wan se dio cuenta de que aquélla era la respuesta que deseaba oír.
Apagaron los motores y saltaron de sus transportes para examinar el terreno. Obi-Wan había aprendido a rastrear en el Templo, y además acababa de realizar un ejercicio de entrenamiento con Qui-Gon en Ragoon-6. Se alegró de tener la oportunidad de poner en práctica sus conocimientos.
—La sonda robot informó de que Balog está viajando en un explorador de suspensión blindado —dijo Qui-Gon—. Lo último que sabemos es que se dirigía más o menos al Este. Si podemos encontrar huellas de combustible, podremos seguirlo. Un vehículo de ese peso requiere una potencia enorme. Tiene un patrón de aceleración predecible, y además suelta el combustible extra.
Obi-Wan examinó el terreno como le habían enseñado, dividiéndolo en secciones y fijándose en cada guijarro, en cada remolino en la arena. Se agachó para contemplar una piedra.
—Aquí —dijo. Avanzó un paso—. Y aquí.
Qui-Gon se agachó para observar el rastro.
—Sí. Ya ves lo profundo que se han hundido las piedras. Aquí fue donde aceleró. Vamos.
Volvieron a montar en sus vehículos y arrancaron. De vez en cuando se detenían para examinar el suelo. Siguiendo el patrón, encontraron restos de combustible en las piedras y en el suelo. Sabían que seguían sobre el rastro de Balog.
Los soles comenzaron a descender en el cielo. Obi-Wan contempló el horizonte y vio una silueta negra acercándose hacia ellos. Se quedó callado durante un instante. Deseó que fuera la sonda robot, pero no estaba seguro de ello.
La vista de Qui-Gon era ligeramente más aguda.
—Aquí viene —dijo, con alivio en la voz. Detuvo el deslizador, y Obi-Wan se paró junto a él. A los pocos minutos, el androide regresó.
Qui-Gon consultó las lecturas.
—Se ha detenido. Bien. Quizá podamos alcanzar a Balog al amanecer.
Qui-Gon volvió a lanzar la sonda y se dirigió hacia el siguiente punto. Obi-Wan aceleró al máximo para seguirle el paso. Balog ya estaba a su alcance.
Viajaron toda la noche, la segunda que Obi-Wan pasaba sin dormir. Las tres lunas se alzaron en lo más alto del cielo purpúreo, y los gritos lejanos de las criaturas nocturnas le llegaban ahogados. Cuando el cansancio intentaba apoderarse de él, recurría a la Fuerza para mantener un estado meditativo. Estaba lo suficientemente despierto como para conducir, pero también era capaz de permitir que su cuerpo descansara mientras avanzaba a toda velocidad por el accidentado relieve. Qui-Gon no parecía cansado en absoluto.
En aquel planeta amanecía rápidamente. El horizonte se tiñó de un naranja rojizo, y el llameante tono se expandió por el cielo morado mientras los soles se elevaban. Habían dejado atrás la meseta, para entrar en una zona de colinas que cada vez eran más grandes y empinadas. Los bosques eran espesos, y los Jedi tuvieron que tener cuidado para mantener la velocidad.
—Ya estamos cerca, padawan. Vamos a ir más despacio. Balog podría estar levantando el campamento —Qui-Gon bajó la velocidad de su motor, y Obi-Wan hizo lo mismo—. Deberíamos ir a pie desde aquí. Lo más probable es que esté al otro lado de esa colina.
Obi-Wan descendió del deslizador, agradecido. Tenía las piernas rígidas. Hacía frío, y se movió rápidamente para calentar los músculos.