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Authors: Jude Watson

Muere la esperanza (7 page)

BOOK: Muere la esperanza
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***

El atardecer llegó rápidamente. Qui-Gon fue a ver a Obi-Wan y vio que estaba en meditación profunda. Salió sin hacer ruido, alegrándose por su padawan. Obi-Wan estaba concentrándose en curarse. Quizás estuviera listo para viajar por la mañana. Qui-Gon no cuestionaba la capacidad de diagnóstico de Yanci, pero ella nunca había tratado a un Jedi.

Qui-Gon paseó por el asentamiento de los Obreros Mineros, aspirando la fresca brisa de la noche. Estaba impresionado con el diseño y la organización del campamento. Y se dio cuenta de que, a pesar de la dificultad del trabajo en la cantera, los Obreros habían conseguido vivir una vida agradable. Se cuidaban los unos a los otros, y a los más jóvenes. En otras circunstancias, quizás hubiera disfrutado aquella breve estancia, pero en ese momento lo único que quería era ponerse en marcha.

Se encontró con Yanci, Bini y Kevta sentados junto a una casa, y le saludaron con la mano.

—Estábamos contemplando las estrellas —dijo Kevta—. Ahí fuera la vida es muy difícil, pero yo intenté trabajar en la ciudad. Y no pude con ello.

—Me alegro de haberme encontrado con vosotros —dijo Qui-Gon, sentándose junto a ellos—. ¿Os importa que os pregunte sobre las incursiones? Quizá nos ayude a encontrar a los Absolutos.

—Te diremos lo que sepamos —le dijo Kevta.

—Creo que voy a ver si Eritha se ha instalado ya —dijo Yanci, levantándose—. Bini y Kevta son los verdaderos estrategas aquí —Qui-Gon vio que su mano acariciaba el hombro de Kevta. Él le dedicó una sonrisa mientras ella se iba.

Qui-Gon hizo muchas preguntas a Bini y a Kevta. Escuchando los detalles y el poco seguimiento que habían hecho los Obreros Mineros, fue capaz de trazar un patrón en la dirección de los ataques.

Les dejó a solas y volvió caminando lentamente al centro médico. Sin saberlo, Bini y Kevta le habían dado buenas noticias. Los Jedi no tenían que regresar a sus últimas coordenadas. Podían seguir a Balog desde un punto a unos pocos kilómetros del asentamiento Obrero. Si Balog se dirigía al campamento Absoluto, tendrían que encontrar algún rastro de su ruta. Y sólo había unas pocas posibles a través de los cañones.

Aunque, claro, todo dependía de si Balog se dirigía o no al escondite secreto de los Absolutos.

Era un riesgo que tenían que asumir.

Qui-Gon fue a ver a Obi-Wan, que ya estaba profundamente dormido. Qui-Gon necesitaba hacer lo mismo. Llevaba días sin dormir. Tranquilizó su mente, dejando que el sueño llegara poco a poco. Sabía que tenía que aplicarse al máximo, pero su cuerpo le dijo que necesitaba descansar.

Y durmió, pero sus sueños fueron vívidos e inquietantes. Una vez más se vio en la cafetería de Zekulae. Su corazón se aceleró al oír la voz de Tahl. Se apresuró a saludarla. Pero su mirada estaba inerte y sus ojos eran de un color negro apagado. Qui-Gon se dio cuenta de que ella no podía moverse ni hablar.

Se despertó sobresaltado, con el corazón latiendo a toda velocidad. Estaba oscuro todavía, pero el amanecer estaba cerca. Bajó inmediatamente las piernas del colchón y fue a ver a Obi-Wan. Su padawan pareció darse cuenta de que le estaba mirando. Abrió los ojos lentamente y se despertó sin remoloneos.

Tanteó los músculos de sus piernas, estirándose bajo la manta térmica.

—Mejor —dijo.

Bajó las piernas de la cama.

—No te esfuerces —dijo Qui-Gon—. Yanci opina que necesitas un día más.

Obi-Wan salió de la cama, apoyando una mano en la pared para no perder el equilibrio. Caminó por la estancia.

—Mucho mejor —dijo—. Estoy preparado para viajar.

Qui-Gon escudriñó a su padawan para asegurarse de que estaba diciendo la verdad. Sabía que la preocupación de Obi-Wan por continuar avanzando podía superar a su preocupación por sí mismo. Pero tenía buen color, y no había ni rastro de dolor en su cara. Andaba un poco rígido, pero con firmeza.

—A ver qué dice Yanci —dijo él.

Cuando Yanci llegó con los desayunos de Qui-Gon y Obi-Wan, le sorprendió la recuperación de Obi-Wan.

—Creo que soy todavía mejor de lo que pensaba —dijo ella alegremente—. No veo razón para que no viajes, Obi-Wan. Pero intenta descansar la pierna siempre que puedas, y esta noche vuelve a aplicarte el bacta.

Qui-Gon dejó a Obi-Wan terminándose el desayuno mientras Yanci metía algunos medicamentos en el botiquín del muchacho. Los soles apenas eran un atisbo naranja en el horizonte, mientras Qui-Gon avanzaba rápidamente hacia los deslizadores. Tenían que repostar antes de salir. Cada momento era vital. Y tenía que despertar a Eritha. En parte quería dejarla dormir, para que no fuera con ellos. Sabía que ella insistiría en acompañarlos, y le preocupaba su seguridad. Tahl era su principal preocupación. Proteger a Eritha iba a suponer una distracción que no les convenía. Pero si no la despertaba, ella iría tras ellos, no cabía duda, y quizás eso traería más problemas.

Para su sorpresa, encontró a Eritha junto a los transportes.

—Qué pronto te has despertado —dijo él.

Ella dio un respingo.

—Qué susto.

—Obi-Wan está mejor.

Ella asintió.

—Ya sabía yo. He venido para comenzar a repostar. No quería que os fuerais sin mí.

—Consideré esa posibilidad —dijo Qui-Gon—, pero luego recordé lo cabezota que eres.

—Es un rasgo de familia —dijo Eritha, titubeante—. Tahl es importante para mí, Qui-Gon. Haría cualquier cosa por ella. Prometo no retrasaros.

—Te tomo la palabra —dijo él.

Terminaron de repostar en amistoso silencio, y Obi-Wan se unió a ellos. Las estrellas habían desaparecido, pero el cielo seguía gris cuando se despidieron de Bini, Kevta y Yanci.

Qui-Gon les dio las gracias por su amabilidad, pero su mente ya estaba puesta en el día que tenían por delante. El rastreo no iba a ser fácil.

—Os deseamos suerte en vuestra búsqueda —dijo Bini.

—No fuerces mucho tu pierna —dijo Yanci a Obi-Wan.

Obi-Wan le dio las gracias y alzó la pierna, un tanto incómodo, por encima de la silla de su barredor. Eritha encendió los motores y Qui-Gon tomó la delantera. Despidiéndose con la mano, salieron del campamento.

Qui-Gon se dirigió hacia las coordenadas en las que los Obreros Mineros habían perdido al equipo de ataque Absoluto la última vez que les habían perseguido.

—Tenemos que encontrar una prueba de que Balog también se dirigió hacia aquí —dijo a Obi-Wan—. Los Mineros piensan que los Absolutos tomaron la ruta a través de los cañones. Balog habría tenido que cambiar de ruta en ese lugar.

—No lo entiendo —dijo Eritha—. El suelo es piedra pura. ¿Cómo puedes ver algo?

Pero el suelo no era sólo de roca, no para un Jedi. Obi-Wan saltó del barredor y comenzó a buscar junto a Qui-Gon, en círculos cada vez más amplios. Qui-Gon se dio cuenta de que su padawan estaba teniendo problemas con la pierna, pero se centró en la tarea.

Obi-Wan encontró la primera pista. Al principio creyeron que era una mera decoloración en la piedra, pero cuando la examinaron con más cuidado comprobaron que era un rastro del motor de alta velocidad de Balog. Y lo habían reconocido.

Qui-Gon se agachó sobre las marcas de la roca.

—Buen trabajo, padawan. Balog va hacia el Oeste. Mira el rastro de combustible. Por ahí —Qui-Gon señaló a unas rocas a lo lejos. Más allá, la encontraría. Podía sentirlo. De repente, la presencia de ella comenzó a latir en su interior como un corazón.

Eritha le miró, asombrada e impresionada.

—Recordadme que nunca intente esconderme de vosotros —dijo ella.

Volvieron a ponerse en marcha. Sin ayuda de la sonda robot, iban más despacio. Tenían que desmontar una y otra vez para comprobar si estaban avanzando. A mediodía encontraron el campamento en el que Balog había pasado la noche.

—Se ha ido esta mañana —dijo Qui-Gon con calma, escudriñando la roca plana en la que Balog había colocado la unidad de condensador para calentarse. Vio marcas de una hoguera y huellas de botas en el barro de los alrededores—. Estamos cerca —su mirada era fiera cuando alzó la cabeza. Miró más allá de Obi-Wan, al paisaje abrupto—. Muy cerca.

Obi-Wan y Qui-Gon escucharon el ruido del transporte al mismo tiempo. Se giraron hacia el lugar del que procedía.

—¿Qué es eso? —preguntó Eritha.

El puntito en la lejanía creció rápidamente y se convirtió en Yanci, con la melena cobriza flotando en el viento mientras conducía su barredor a máxima velocidad en pos de ellos.

—Algo va mal —dijo Obi-Wan.

Yanci se detuvo tan rápidamente que casi volcó el barredor. Se quedó flotando junto a ellos.

—Os necesitamos —dijo, jadeando sin aliento—. Un ataque..., una incursión masiva... Nunca habíamos visto nada igual.

Flexionó la cintura para recuperar el aliento.

—Esta vez están intentando destruir todo el campamento —dijo al cabo de un momento—. Están matando a todos los que pueden. Utilizan pequeños explosivos y armas láser. Hemos reunido a los que hemos podido y hemos plantado un fuerte en las afueras del campamento. Tenemos algunas armas. No muchas.

Eritha se llevó las manos a las mejillas.

—Esto es terrible. Tenemos que hacer algo.

—Claro que iremos —dijo Obi-Wan.

—Padawan —dijo Qui-Gon—. Tengo que hablar contigo —se giró hacia Yanci—. Un momento, por favor.

Obi-Wan desmontó del barredor y se unió a Qui-Gon a poca distancia, donde no podían ser oídos.

—Tenéis que regresar con Yanci —le dijo Qui-Gon—. Yo sigo. Estamos demasiado cerca de Tahl para dar la vuelta ahora.

Obi-Wan lo miró, atónito. Qui-Gon comprendió cómo se sentía. Los Obreros Mineros necesitaban ayuda desesperadamente. Los Jedi tenían que darla. No podía creer que Qui-Gon les diera la espalda de aquella manera. Pero ¿cómo iba a regresar cuando estaba sintiendo la presencia de Tahl, cuando sabía que apenas estaba a unas horas de distancia?

—Es difícil abandonar la búsqueda de Tahl —dijo Obi-Wan—. Pero los Obreros Mineros nos necesitan, Qui-Gon.

—Necesitan ayuda Jedi, es cierto —dijo Qui-Gon. Le puso una mano a Obi-Wan en el hombro—. Y tú puedes dársela. Pero nuestra primera misión es salvar a Tahl.

—Nuestra primera misión es siempre salvar vidas y promover la justicia —dijo Obi-Wan, incrédulo—. Los Obreros Mineros nos necesitan a ambos, Qui-Gon.

—Voy a seguir adelante —dijo Qui-Gon. Su mirada era tan abrupta como las rocas que les rodeaban—. No puedo retroceder ahora —Tahl estaba cerca. Podía sentirla. Y también podía sentir que se le estaba escapando por momentos.

—¿Y qué pasa con Eritha? —preguntó Obi-Wan, bajando la voz—. Si vuelve conmigo, la pondremos en peligro. Y si sigue contigo, no tendrá toda la protección que necesita.

Obi-Wan tenía razón. Qui-Gon se debatió con aquel dilema por un momento.

—Ella irá contigo —dijo él—. Pero antes de que lleguéis al campamento de los Obreros Mineros, déjala en un lugar seguro. Es importante que hagas lo que te digo, Obi-Wan. No hay sitio para ella en esa batalla. Yo vendré en cuanto pueda.

—Maestro —dijo Obi-Wan, clavando la mirada en Qui-Gon—. Esto no está bien. Y lo sabes. Tahl diría lo mismo. ¿Cómo puedes dar la espalda a estas personas?

—Nuestra misión también es importante —dijo Qui-Gon—. Y Tahl... —su voz se desvaneció en el aire, y su mano cayó del hombro de Obi-Wan.

Se quedaron en silencio un instante. Qui-Gon sintió el abismo entre ellos. Su padawan estaba lleno de dudas y confusión. Pero no podía explicárselo, no era el momento ni el lugar. Tendría que retroceder al momento en que había tenido aquella visión en Coruscant, y contarle que todo lo que les había pasado desde que habían llegado a Nuevo Ápsolon había confirmado sus peores temores. Y tendría que contarle a Obi-Wan lo que sentía por Tahl. Era una conversación que tenían que tener en otro momento.

Su padawan parecía tan confundido que él dudó.

—Obi-Wan, no puedo abandonarla —dijo en voz baja. Rogó con la mirada a Obi-Wan que le comprendiera.

Pero no obtuvo esa comprensión. Su padawan negó con la cabeza.

—Te estás equivocando.

Esas simples palabras le dejaron de piedra. Hacía años que Obi-Wan no le contradecía con tanto aplomo. Qui-Gon se sintió arrasado por un sentimiento de inseguridad.

Se dio la vuelta sin añadir palabra y se dirigió a su deslizador.

Capítulo 12

Con una elegancia sorprendente para un hombre de su tamaño, Qui-Gon se subió rápidamente al asiento del piloto, encendió el motor del vehículo y salió disparado.

Eritha corrió hacia Obi-Wan.

—¿Qui-Gon no viene con nosotros?

—Él continúa con nuestra misión —le dijo Obi-Wan—. Nosotros regresaremos con Yanci. Pero tú te quedarás escondida fuera del campamento de los Obreros Mineros. No participarás en la batalla.

Dijo todo aquello de forma automática, con los ojos fijos en el vehículo de Qui-Gon, que se alejaba en la distancia. Se preguntó si Qui-Gon había diseñado un plan de ataque para cuando alcanzaran a Balog. Supuso que sí. Pero Qui-Gon parecía tan determinado, tan obsesionado con encontrar a Balog, que no podía haber tenido tiempo para pensar una estrategia. Obi-Wan había querido preguntárselo, pero no quería insultar a su Maestro. Normalmente, Qui-Gon se tomaba su tiempo para informar a Obi-Wan de lo que le pasaba por la cabeza.

Pero Qui-Gon no había encontrado el momento. Obi-Wan estaba tan confundido como al principio. Y ahora Qui-Gon estaba violando los principios Jedi al ignorar una petición de ayuda desesperada.

Había hablado a su Maestro de forma impertinente, pero no se arrepentía de sus palabras. El tenía razón. Era deber de Qui-Gon como Jedi rechazar sus deseos personales para ayudar a aquellos que le necesitaban.

Obi-Wan ya se había sentido así antes, hacía mucho tiempo, en el planeta de Melida/Daan. Allí había pedido a Qui-Gon que se quedara para ayudar a los Jóvenes. Estaban siendo masacrados por sus propios líderes, por sus padres. Aquel día, Qui-Gon se negó a ayudarle de la misma forma. Y también esa vez, Tahl fue la razón.

Algo en el rostro de Obi-Wan impidió que Eritha articulara lo que estuvo a punto de decir. En lugar de eso, apretó los labios y asintió.

—Haré lo que tú digas.

Aliviado por haber ganado al menos aquella batalla, Obi-Wan señaló a Yanci.

—Qui-Gon tiene que continuar, pero yo voy con vosotros —dijo a la chica—. Tenemos que encontrar un sitio cercano al campamento para ocultar a Eritha.

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