Querida señora March:
Le embío unas liñas para desirle que todo va fenomenal. Las niñas son muy intelijentes y lo hacen todo bolando. La señorita Meg será una gran ama de casa algún día, le gusta y se ace con las cosas con una rapidés asonvrosa. Jo deja a todas atrás a la hora de trabajar, pero no piensa antes de agtuar y nunca se sabe asta donde va a llegar. El lunes, labó una tina entera de ropa, pero la almidonó antes de sacarle el agua y le dio azulete a un vestido rosa de percal. Al berlo, creí que me moría de risa. Beth es la mejor de todas y me ayuda mucho; es muy capaz y te puedes fiar de ella. Lo quiere apremder todo y ba al mercado como si fuese una muchacha mucho mallor. Y con mi alluda, lleba las cuentas de marabilla. Hasta aora, no eraos gastado demasiado. Tal y como me dijo, solo les doy café una bez por semana y les doi alimentos sensillos y saludables. Amy, para ebitar preocuparse, se pone sus mejores bestidos y come muchos dulces. El señor Laurie está tan trabieso como de costumbre y pone la casa patas parriba cada dos por tres, pero como anima mucho a las muchachas le dejo acer. El anciano señor manda constantemente cosas y está algo pesado, pero lo ace con buena intensión, y yo no soi quién pa quejarme. La masa está lista así que tengo que dejar de escrivir. Le mando saludos al señor March y espero que se haya recuperado de su numonía. Atentamente,
H
ANNAH
M
ULLET
Enfermera jefe del pabellón II:
Todo está en calma en el río Rappahannock. Las tropas están en buenas condiciones, la intendencia, bien atendida, y de la guardia doméstica se encarga el coronel Teddy, que no descansa nunca. El comandante en jefe, general Laurence, pasa revista al ejército todos los días, el sargento Mullet mantiene el campamento en orden, y el mayor León monta guardia por las noches. A! llegar las buenas noticias de Washington lanzamos una salva de veinticuatro disparos y se organizó un desfile de gala en el cuartel general. El comandante en jefe envía sus mejores deseos, a los que me sumo con afecto,
C
ORONEL
T
EDDY
Querida señora:
Las muchachas se encuentran bien. Beth y mi nieto me informan de todo a diario, Hannah es una sirvienta modelo y cuida de la hermosa Meg como un auténtico dragón, Me alegra que encuentren buen tiempo. Por favor, cuente con Brooke para lo que necesite y, sí los gastos exceden lo previsto, no dude en pedirme dinero, Sobre todo, que a su esposo no le falte de nada. Hemos de dar gracias a Dios de que se esté recuperando.
Atentamente y siempre a su servicio,
J
AMES
L
AURENCE
L
a bondad y la virtud desplegadas en la casa durante aquella semana hubiesen podido surtir a todo el vecindario. Era digno de ver, todas parecían estar en la mejor disposición y la abnegación se había puesto de moda. Pero, superada la angustia inicial por la enfermedad de su padre, las muchachas fueron relajando sus admirables buenas costumbres y, poco a poco, volvieron a la normalidad de los viejos tiempos. No llegaron a olvidar el lema, pero mantener la esperanza y trabajar era cada vez más sencillo; y después de un esfuerzo tan grande, pensaron que merecían un descanso, y se lo dieron.
Jo cogió un resfriado por no cubrirse la cabeza, que ya no contaba con la protección de la melena, y tuvo que quedarse en casa hasta recuperarse porque a la tía March no le gustaba que le leyesen con la voz tomada. A Jo le vino de maravilla y, después de poner patas arriba la casa, del desván hasta la bodega, se acurrucó en el sofá para tratar su resfriado con arsénico y libros. Amy descubrió que las labores del hogar y el arte no eran compatibles y volvió a sus figuras de arcilla. Meg iba todos los días a la casa de los King y cosía, o fingía hacerlo, porque pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo largas cartas a su madre o leyendo las que recibían de Washington. Beth continuó ocupándose de las tareas domésticas con pequeñas concesiones a la pereza o a la preocupación. Cada día cumplía puntualmente con sus obligaciones, y muchas veces también con las de sus hermanas, que tendían a olvidarse, y la casa funcionaba tan mal como un reloj sin péndulo. Cuando echaba de menos a su madre o temía por su padre, iba a un determinado armario, escondía el rostro en los pliegues de cierto vestido, lloraba un poco y rezaba una oración en silencio. Nadie sabía cómo superaba aquellos momentos de tristeza, pero todas apreciaban la dulzura y buena de disposición de Beth, cuyo apoyo y consejo buscaban para resolver pequeños problemas.
No eran conscientes de que las dificultades sirven para poner a prueba el carácter y, una vez olvidada la emoción inicial, se dijeron que ya habían hecho suficiente y que podían rebajar la exigencia. Y así lo hicieron. Cometieron el error de dejar de trabajar, y aprendieron la lección a través de la angustia y el arrepentimiento.
—Meg, ¿por qué no vas a visitar a los Hummel? Mamá nos pidió que siguiésemos en contacto con ellos —recordó Beth a los diez días de la partida de la señora March.
—Ahora estoy demasiado cansada —contestó Meg, que se balanceaba plácidamente en la mecedora mientras cosía.
—Y tú, Jo, ¿podrías ir? —preguntó Beth.
—Hace mal tiempo y recuerda que estoy resfriada.
—Creía que ya estabas casi recuperada.
—Estoy bien para salir con Laurie, pero no lo suficiente como para ir a casa de los Hummel —explicó Jo entre risas, aunque avergonzada por su incoherencia.
—¿Y por qué no vas tú? —propuso Meg.
—Yo he ido todos los días, pero el pequeño está enfermo y no sé qué hacer por él. Lottchen lo cuida mientras la señora Hummel va a trabajar, pero el crío está cada vez peor y creo que sería conveniente que Hannah o alguna de vosotras lo viera.
Al ver que Beth hablaba muy en serio, Meg prometió que iría al día siguiente.
—Pídele a Hannah que les prepare algo de comer y llévaselo. Te sentará bien tomar el aire, Beth —dijo Jo, y añadió a modo de disculpa—: Lo haría yo, pero he de terminar este cuento.
—Me duele la cabeza y estoy cansada. Confiaba en que alguna de vosotras podría ir —dijo Beth.
—Amy no tardará en volver y seguramente podrá hacernos ese favor —comentó Meg.
—Está bien, descansaré un rato mientras llega.
Así pues Beth se estiró en el sofá, las demás retomaron sus tareas y nadie volvió a pensar en los Hummel. Una hora después, Amy todavía no había vuelto, Meg fue a su habitación para probarse un vestido nuevo, Jo estaba totalmente concentrada en su cuento y Hannah se había quedado dormida junto al fuego, en la cocina.
Sin decir nada, Beth se puso el sombrero, llenó un cesto con alimentos para los pobres niños y salió al aire helado de la calle, con la mente embotada y una expresión de pesadumbre en sus pacientes ojos. Cuando regresó era ya tarde, y nadie la vio subir por las escaleras y encerrarse en la habitación de su madre. Media hora después, Jo fue a buscar algo al armario de su madre y encontró a Beth sentada ante el botiquín, muy seria, con los ojos rojos y una botella de alcanfor en la mano.
—¡Por Cristóbal Colón! ¿Qué ocurre? —exclamó Jo.
Beth le hizo una seña para que se mantuviera a distancia y preguntó:
—¿Ya has pasado la escarlatina, verdad?
—Hace años, cuando Meg. ¿Por qué? —inquirió Jo.
—Entonces, te lo puedo decir… ¡Oh, Jo, el niño se ha muerto!
—¿Qué niño?
—El de la señora Hummel; ha muerto en mi regazo antes de que ella volviese a casa. —Beth se echó a llorar.
—¡Pobrecilla! ¡Qué experiencia tan horrible! Tendría que haber ido yo —dijo Jo. Acomodó a su hermana en su regazo tras sentarse en la butaca de su madre, muy arrepentida.
—No fue horrible, Jo, sino muy triste. Enseguida noté que había empeorado, pero Lottchen dijo que su madre había ido a buscar al médico, así que me hice cargo del crío para que Lotty pudiese descansar. Pensé que se había quedado dormido, pero de pronto lanzó un gemido, tembló y se quedó rígido. Intenté calentarle los pies y Lotty le quiso dar un poco de leche, pero el niño no se movía y comprendí que había muerto.
—¡Querida, no llores! ¿Qué hiciste entonces?
—Me quedé allí, sentada, con el niño en brazos, hasta que la señora Hummel volvió a casa con el médico. Confirmó que estaba muerto y examinó a Heinrich y Minna, que tienen mal la garganta. «Tienen la escarlatina, señora; debería haberme avisado antes», dijo enfadado. La señora Hummel le explicó que era pobre y por eso había intentado curar al niño por sí misma, pero ahora ya era tarde para el pequeño, de modo que le rogó que la ayudase con los otros aunque no pudiese pagarle. El médico sonrió a los niños y los trató con amabilidad, pero la actuación era tan triste que me puse a llorar, hasta que el doctor se volvió hacia mí y me dijo que si no iba a casa y tomaba belladona enseguida yo también caería enferma.
—¡No, eso no ocurrirá! —exclamó Jo estrechándola entre sus brazos, con expresión asustada—. ¡Oh, Beth, si te pusieras enferma, no me lo perdonaría nunca! ¿Qué podemos hacer?
—No te asustes, supongo que no será muy fuerte. He consultado el libro de medicina de manía y dice que los primeros síntomas son dolor de cabeza, de garganta y sensación de malestar general, que es lo que yo tengo. He tomado belladona y ya me siento mejor —explicó Beth, que se llevó las manos frías a la frente, caliente, y simuló estar mejor de lo que estaba.
—¡Si por lo menos mamá estuviese en casa! —se lamentó Jo cogiendo el libro y pensando que Washington estaba demasiado lejos. Leyó una página, se volvió hacia Beth, le tocó la frente, le miró la garganta y dijo muy seria—: Has estado con el niño durante toda la semana y has convivido con sus hermanos, que también deben de estar enfermos. Mucho me temo que vas a pasar la escarlatina, Beth. Llamaré a Hannah, ella entiende de enfermedades.
—No dejes que Amy se acerque; ella no la ha pasado aún y no quiero contagiarla. ¿Meg y tú podéis volver a contraerla? —preguntó Beth, angustiada.
—No lo creo, y tampoco me importa. Me estaría bien empleado por ser una cerda egoísta y quedarme escribiendo tonterías en lugar de ir en tu lugar —musitó Jo mientras iba a buscar a Hannah.
La buena de Hannah se despertó enseguida y se hizo cargo de la situación de inmediato. Aseguró a Jo que no tenía por qué preocuparse; todo el mundo pasaba la escarlatina tarde o temprano y, si se trataba adecuadamente, la enfermedad no era mortal. Jo creyó sus palabras y fue a avisar a Meg mucho más aliviada.
—Os diré lo que vamos a hacer —anunció Hannah después de ver a Beth y hacerle unas cuantas preguntas—. Llamaremos al doctor Bangs para que te eche un vistazo, querida Beth, y empecemos con buen pie. Luego enviaremos a Amy a pasar unos días con la tía March, por precaución; así evitaremos que se contagie. Y alguna de vosotras se tendrá que quedar en casa para hacer compañía a Beth.
—Yo lo haré, por algo soy la mayor —dijo Meg, angustiada y muy arrepentida.
—Me quedaré yo, porque ha enfermado por mi culpa. Le prometí a mamá que haría los recados y no he cumplido mi palabra —dijo Jo, decidida.
—Beth, ¿quién prefieres que esté contigo? Bastará con una, no necesitamos más —medió Hannah.
—Que sea Jo, por favor —dijo Beth, y apoyó la cabeza en el hombro de su hermana con un gesto que no dejaba lugar a dudas.
—Iré a ver a Amy para explicarle lo que ocurre —dijo, Meg, algo herida en su orgullo, aunque bastante aliviada porque, aunque a Jo le gustaba hacer de enfermera, a ella no.
Amy se rebeló con vehemencia y declaró que prefería contraer la escarlatina antes que vivir en casa de la tía March. Meg trató de hacerla entrar en razón, rogó y, por último, le ordenó que obedeciera. Todo fue en vano. Amy insistió en que no iría y Meg abandonó la lucha y fue en busca de Hannah para pedir consejo. Antes de que volviera, Laurie llegó y encontró a Amy hecha un mar de lágrimas en la sala, con la cabeza escondida entre los cojines del sofá. La jovencita le contó lo que ocurría con la esperanza de que él la consolara, pero Laurie no dijo nada, se metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar en círculos, silbando, pensativo y con el entrecejo fruncido. Luego se sentó a su lado y dijo, con su tono más mimoso:
—Vamos… Sé una mujercita razonable y haz lo que te piden. No; no llores, escucha qué plan tan divertido se me acaba de ocurrir. Si vas a casa de la tía March, yo iré cada día a buscarte para dar un paseo en coche o a pie y lo pasaremos en grande. ¿No te parece mucho mejor que quedarte aquí deprimida?