Authors: Lauren Kate
—Si por casualidad leyeras la correspondencia reciente, verías que nos esperan cosas más importantes.
Luce se vació los bolsillos, descubrió que aún tenía los M&M's y los compartió con su amiga, que puso una pega muy propia de ella —esperaba que provinieran de un lugar que cumpliese las medidas de higiene básicas—, aunque se los comió sin rechistar.
Luce desplegó la primera de las notas de Penn, que parecía una página fotocopiada de alguna de las fichas del archivo subterráneo.
Gabrielle Givens
Cameron Briel
Lucinda Price
Todd Hammond
EMPLAZAMIENTOS ANTERIORES: Todos en el noreste, excepto T. Hammond (Orlando, Florida)
Arriane Alter
Daniel Grigori
Mary Margaret Zane
EMPLAZAMIENTOS ANTERIORES:
Los Ángeles, California
La llegada a Espada & Cruz del grupo de Lucinda estaba registrada el 15 de septiembre de ese año. La del segundo grupo el 15 de marzo de tres años antes.
—¿Quién es Mary Margaret Zane? —preguntó Luce.
—La mismísima virtuosa Molly —respondió Penn.
¿El nombre de Molly era Mary Margaret?
—No me extraña que la tenga tomada con el mundo —dijo Luce—. ¿De dónde has sacado todo esto?
—Lo encontré en una de las cajas que la señorita Sophia bajó el otro día —explicó Penn—. Esa es la letra de la señorita Sophia.
Luce miró a Penn.
—¿Qué quiere decir? ¿Por qué tendría que registrar todo esto? Pensaba que tenían nuestras fechas de llegada por separado en cada ficha.
—Así es. Yo tampoco me lo explico —añadió Penn—. Y, además, aunque ingresaras en el mismo momento que los demás, no parece que tengas nada en común con ellos.
—No podría tener menos en común con ellos —dijo Luce, recordando las miradas evasivas que siempre le dedicaba Gabbe.
Penn se rascó la barbilla.
—Pero cuando Arriane, Molly y Daniel llegaron, ya se conocían de antes. Supongo que venían del mismo centro de Los Ángeles.
Allí, en alguna parte, estaba la clave del secreto de Daniel. Tenía que haber algo más que un centro para menores en California. Pero al pensar de nuevo en la reacción de Daniel —aquel terror que le hizo palidecer cuando Luce se mostró interesada en saber algo de él—, en fin, tuvo la sensación de que todo cuanto Penn y ella estaban haciendo resultaba fútil e inmaduro.
—¿Qué quiere decir todo esto? —preguntó Luce, repentinamente malhumorada.
—No sé por qué la señorita Sophia recopilaría toda esta información. Aunque, ahora que lo recuerdo, llegó a Espada & Cruz el mismo día que Arriane, Daniel y Molly... ¿Quién sabe? Quizá no signifique nada. Hay tan poca cosa de Daniel en los archivos, que pensé que lo mejor era enseñarte todo lo que he encontrado. De ahí e1 anexo B.
Señaló la segunda nota que Luce tenía en la mano.
Luce suspiró. Parte de ella quería parar aquella investigación y dejar de sentirse avergonzada con respecto a Daniel. Pero su parte más lanzada todavía ansiaba saber más cosas de él... lo cual, paradójicamente, resultaba mucho más fácil de conseguir cuando él no estaba presente con aquellos argumentos que hacían que se sintiera avergonzada.
Bajó la vista a la nota, la fotocopia de una ficha antigua del catálogo de una biblioteca.
Grigori, D.,
Los vigilantes: El mito en la Europa medieval, Seraphim Press
, Roma, 1755.Registro n.°: R999.3 18 GRI.
—Parece que uno de los ascendientes de Daniel era un erudito —dijo Penn, leyendo por encima del hombro de Luce.
—A eso era a lo que debía de referirse —le susurró Luce. Miró a Penn—. Me dijo que el estudio de la religión le venía de familia. Debía de referirse a esto.
—Pensaba que era huérfano...
—No preguntes —dijo Luce haciendo un gesto con la mano—. Es un tema delicado. —Señaló el título del libro con el dedo—. ¿Qué es un vigilante?
—Solo hay una forma de saberlo —dijo Penn—. Aunque puede que nos arrepintamos, porque tiene pinta de ser el libro más aburrido de la historia. Aun así —añadió frotándose los nudillos en la camiseta—, me tomé la libertad de comprobar el catálogo y debería de estar en la biblioteca. Ya me darás las gracias.
—Eres buena. —Luce sonrió de oreja a oreja. Estaba impaciente por ir a la biblioteca. Si algún familiar de Daniel había escrito un libro era imposible que fuera aburrido. O, cuando menos para Luce, no podía serlo. Entonces miró aquel otro objeto que todavía tenía en la mano: la caja de terciopelo de Cam.
»¿Qué crees que significa esto? —le preguntó a Penn mientras subían las escaleras de mosaico hacia la biblioteca.
Penn se encogió de hombros.
—Las serpientes te provocan...
—Odio, angustia, paranoia extrema y repugnancia —enumeró Luce.
—Quizá es como... bueno, a mí me solían dar terror los cactus. No podía ni verlos... no, no te rías. ¿Alguna vez te has pinchado con uno? Las espinas se te quedan en la piel durante días. Bueno, da igual, la cuestión es que un año, por mi cumpleaños, mi padre me regaló como once cactus. Al principio quería tirárselos a la cabeza, pero luego, mira por dónde, me acostumbré y dejé de ponerme de los nervios cuando tenía uno cerca. A mí me funcionó de maravilla.
—Así que, según tú, el regalo de Cam —dijo Luce— es en verdad muy tierno.
—Supongo—respondió Penn—. Aunque, si hubiera sabido que estaba por ti, no le habría confiado nuestra correspondencia privada. Lo siento.
—No está por mí —empezó a decir Luce, toqueteando la cadena de oro que había en la cajita e imaginándose cómo le quedaría. A Penn no le había contado nada del picnic con Cam porque... bueno, en realidad no sabía muy bien por qué. Tenía que ver con Daniel y con el hecho de que Luce aún no sabía muy bien en qué posición estaba, o más bien quería estar, con respecto a los dos chicos.
—Ja. —Penn se rió socarronamente—. Eso significa que te gusta un poco y, por lo tanto, estás engañando a Daniel. No puedo seguir tu ritmo con los hombres.
—Como si tuviera algo con alguno de ellos —objetó Luce sin demasiada convicción—. ¿Crees que Cam ha leído las notas?
—Si lo ha hecho, y aun así te ha dado el collar —respondió Penn—, entonces es que de verdad le gustas, chica.
Entraron en la biblioteca, y las gruesas puertas dobles se cerraron tras ellas con un ruido sordo que el eco propagó por la sala. La señorita Sophia alzó la vista por encima de los montones de papeles que cubrían su escritorio, alumbrado por una lámpara.
—Ah, hola, chicas. —Las saludó con una sonrisa tan grande que Luce volvió a sentirse culpable por haber estado en las nubes durante su clase—. ¡Espero que disfrutarais de la breve sesión de repaso! —exclamó con voz cantarina.
—Muchísimo —asintió Luce, aunque de breve no hubiera tenido nada—. Hemos venido a repasar algunos detalles más antes del examen.
—Exacto —intervino Penn—. Nos ha inspirado usted.
—¡Eso es maravilloso! —la señorita Sophia rebuscó entre los papeles—. Tengo una lista de lecturas complementarias por alguna parte, y estaré encantada de haceros una copia.
—Genial —mintió Penn, mientras empujaba a Luce hacia los pasillos—. La avisaremos si la necesitamos.
Más allá del escritorio de la señorita Sophia, la biblioteca estaba en completo silencio. Luce y Penn se fijaron en los números de referencia de los libros que había en las estanterías de camino a la sección de religión. Las luces de bajo consumo tenían detectores de movimiento y, en principio, debían encenderse cuando ellas pasaban por cada pasillo, pero solo funcionaban la mitad. Luce reparó en que Penn seguía cogiéndola del brazo, y entonces fue consciente de que no quería que la soltara. Las chicas llegaron a la sala de estudio, que solía estar llena, bien en ese momento solo había una lámpara encendida. Todos debían de estar en la fiesta de Gabbe. Todos excepto Todd. Tenía los pies apoyados en la silla de enfrente y parecía estar leyendo un atlas mundial del tamaño de una mesa de café. Cuando las chicas se acercaron, alzó la vista con una expresión lánguida que podía ser de extrema soledad o bien de leve disgusto por la interrupción. —¿No es un poco tarde para que estéis por aquí? —preguntó.
—¿Y tú? —le replicó Penn, sacándole la lengua de forma exagerada.
Cuando les separaron algunas estanterías de él, Luce enarcó una ceja y miró a Penn.
—¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? —refunfuñó Penn—. Coquetea conmigo. —Se cruzó de brazos y resopló para apartarse un mechón que le caía sobre los ojos—. O algo parecido.
—¿Qué te pasa? ¿Estás en primaria? —se burló Luce. Penn levantó el dedo índice ante Luce con tal intensidad que Luce se habría asustado si no hubiera sido porque no paraba de reírse.
—¿Conoces a alguien que quiera hurgar en la historia familiar de Daniel Grigori contigo? No creo, así que déjame en paz.
Ya habían llegado al extremo más alejado de la biblioteca, donde los 999 libros estaban alineados en una sola estantería de color peltre. Penn se agachó y resiguió los lomos de los volúmenes con el dedo, y Luce sintió un temblor, como si alguien le pasara un dedo por el cuello. Miró a su alrededor y vio una voluta gris; no era negra, como solían ser las sombras, sino más difuminada, más ligera. Pero igual de inoportuna.
La observó, con los ojos como platos, mientras la sombra se alargaba en una línea larga y ondulada sobre la cabeza de Penn. Descendía lentamente, como una aguja de coser, y Luce no quería pensar qué podía ocurrir si tocaba a su amiga. El otro día, en el gimnasio, fue la primera vez que las sombras la tocaron a ella, y aún se sentía como si la hubieran violado, casi sucia. No sabía qué más podían hacer.
Nerviosa, y sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Luce estiró el brazo como si fuera un bate de béisbol, respiró hondo y bateó. Se le erizó la piel al golpear la sombra helada y la apartó de golpe. También golpeó a Penn en la cabeza.
Esta se llevó las manos a la cabeza y miró a Luce con los ojos desorbitados.
—Pero ¿qué pasa contigo?
Luce se agachó de inmediato junto a Penn y le acarició la cabeza.
—Lo siento, había una... me ha parecido ver una avispa en tu pelo. Me ha entrado miedo, no quería que te picara.
Era consciente de que aquella excusa había sido muy mala, y espera que su amiga le dijera que estaba loca... ¿qué iba a hacer una avispa en la biblioteca? Sabía que Penn la dejaría allí tirada.
Pero la cara redonda de Penn se relajó, tomó la mano de Luce entre las suyas y le dio un apretón.
—A mí también me dan pánico las avispas —dijo—. Soy alérgica y podría morir si me picaran, así que básicamente me has salvado la vida.
Era como si estuvieran viviendo uno de esos momentos que estrechan los vínculos... o no, porque a Luce le estaban consumiendo las sombras. Si hubiera alguna forma de apartarlas de su mente, sin tener que apartar también a Penn... Aquella última sombra de color gris claro le había dejado una sensación incómoda. La uniformidad de las sombras nunca había sido un tema que la reconfortara especialmente, pero esas últimas variaciones la desconcertaban. ¿Aquello significaba que había más sombras distintas abriéndose camino para llegar hasta ella? ¿O quizá tenía cada vez más capacidad para distinguirlas? ¿Y cómo explicar aquel extraño suceso durante la clase de la señorita Sophia, cuando pellizcó a una sombra antes de que pudiera meterse en su bolsillo? Lo había hecho sin pensarlo, y no tenía ninguna razón para pensar que con dos dedos podía ahuyentar a las sombras, pero lo había logrado —miró las estanterías que la rodeaban— al menos durante un rato.
Se preguntaba si había sentado algún tipo de precedente para futuros contactos con las sombras. Sin embargo, llamar «contacto» a lo que le había hecho a la sombra que flotaba sobre la cabeza de Penn... incluso Luce sabía que se trataba de un eufemismo. Tuvo un desagradable presentimiento al comprender que lo que había empezado a hacer con las sombras era algo así como... luchar.
—Qué raro —dijo Penn desde el suelo—. Tendría que estar justo aquí, entre
El diccionario de los ángeles
y este terrible libro del fuego y el azufre de Billy Graham. —Alzó la vista hacia Luce—. Pero no está.
—Pensaba que habías dicho que...
—Lo sé. El ordenador lo ha listado como disponible cuando lo he mirado esta tarde, pero ahora es demasiado tarde para consultarlo de nuevo.
—Pregúntale a Todd —sugirió Luce—. Quizá lo está usando para camuflar sus
Playboys
.
—Qué asco. —Penn le golpeó la pierna.
Luce sabía que solo había bromeado para intentar apaciguar su decepción. Resultaba de lo más frustrante. No podía averiguar nada de Daniel sin toparse con un muro. No sabía qué podría hallar en las páginas de aquel libro «super-lo-que-fuera», pero cuando menos le diría algo acerca de Daniel. Lo cual era mejor que nada.
—Espera un momento —le dijo Penn incorporándose—. Voy preguntarle a la señorita Sophia si alguien lo ha consultado hoy.
Luce observó a Penn retroceder por el largo pasillo hasta el mostrador principal, y sonrió al ver que aceleraba la marcha al pasar por donde Todd estaba sentado.
En cuanto estuvo sola, Luce toqueteó algunos libros de las estanterías. Hizo un rápido repaso mental de los alumnos de Espada & Cruz, pero no se le ocurrió ninguno que pudiera consultar un viejo libro religioso. Quizá lo había usado la señorita Sophia como material de referencia en la sesión de repaso de antes. Luce se preguntó qué habría sentido Daniel estando allí sentado mientras escuchaba a la bibliotecaria hablar sobre asuntos que probablemente habían sido temas de sobremesa durante su infancia. Quería saber cómo había sido la niñez de Daniel. ¿Qué le había ocurrido a su familia? ¿Había tenido una educación religiosa en el orfanato? ¿O su infancia se parecía en algo a la suya, en la cual solo se perseguían religiosamente las buenas notas y la excelencia académica? Quería saber si Daniel había leído ese libro de su antepasado y qué pensaba de él, y si a él mismo le gustaba escribir. Quería saber qué estaba haciendo en ese preciso momento en 1a fiesta de Gabbe, cuándo era su cumpleaños, qué pie calzaba y si alguna vez dedicaba un solo segundo de su tiempo a pensar en ella.
Luce sacudió la cabeza. Aquella cadena de pensamientos la conducía directamente a la Ciudad de la Pena, y no quería seguir ese camino. Cogió el primer libro que vio en la estantería —el aburridísimo
Diccionario de los ángeles
con cubierta de tela— y decidió distraerse un poco hasta que volviera Penn.