Authors: Lauren Kate
Luce quería apartar la mano —o, cuando menos, esperaba querer apartarla— pero en ese momento Gabbe le sonrió, fue una sonrisa muy cálida, que de algún modo hizo que Luce se sintiera a salvo, se dio cuenta de que se alegraba de no estar sola.
—¿Hasta qué punto ha sido un sueño? —murmuró. Gabbe se rió. Tenía un bote de crema para las cutículas en la mesilla de al lado, y empezó a untar las uñas de Luce con la crema blanca con olor a limón.
—Eso depende —dijo Gabbe mientras le masajeaba los dedos—. Pero no hagas caso de los sueños. A mí, cuando el mundo parece patas arriba, nada me tranquilice más que una buena manicura.
Luce miró hacia abajo. Nunca le habían gustado demasiado las uñas pintadas, pero las palabras de Gabbe le recordaron a su madre, que siempre le proponía que fueran a hacerse la manicura cuando Luce tenía un mal día. Mientras Gabbe le frotaba los dedos lentamente Luce se dio cuenta de lo que se había perdido esos últimos años.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En el hospital Lullwater.
La primera vez que salía del reformatorio y había acabado en un hospital a cinco minutos de la casa de sus padres. La última vez que estuvo allí fue para que le pusieran tres puntos en el codo porque se había caído de la bici. Su padre no se había movido de su lado. En ese momento no lo veía por ninguna parte.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —inquirió.
Gabbe miró un reloj blanco que había en la puerta y dijo:
—Anoche, hacia las once, te encontraron inconsciente por inhalación de humo. El procedimiento habitual en caso de hallar a un alumno en ese estado siempre consiste en avisar a los servicios de urgencias, pero no te preocupes, Randy ha dicho que saldrás de aquí pronto. Tan pronto como tus padres den el consentimiento...
—¿Mis padres están aquí?
—Preocupadísimos por su hija, hasta las mismísimas puntas abiertas del pelo de tu madre. Están en el pasillo, ahogándose en un mar de papeleo. Les he dicho que yo me ocuparía de ti.
Luce gimió y hundió la cabeza en la almohada, con lo que despertó aquel dolor de cabeza otra vez.
—Si no quieres verlos...
Pero Luce no gemía por sus padres. Se moría por verlos. Se acordaba de la biblioteca, del fuego y de la nueva horda de sombras, que eran cada vez más terroríficas. Siempre habían sido oscuras y feas, siempre la habían puesto nerviosa, pero la noche anterior fue como si quisieran algo de ella. Y además estaba aquel otro misterio, la fuerza que los había hecho levitar y los había liberado.
—¿Por qué tienes esa mirada? —preguntó Gabbe ladeando la cabeza y pasando una mano por delante de la cara de Luce—. ¿En qué estás pensando? Luce no sabía cómo reaccionar ante la repentina amabilidad de Gabbe. Gabbe no parecía de las que se ofrecen voluntarias como enfermeras, y tampoco había ningún chico alrededor cuya atención pudiera monopolizar. Ni siquiera tenía la impresión de caerle bien a Gabbe. No se había presentado allí por propia voluntad y ya está, ¿no?
No podía explicarse ni lo atenta que se estaba mostrando Gabbe, ni lo ocurrido la noche anterior: el espeluznante y atroz encuentro que habían tenido en el pasillo, la sensación irreal de verse propulsada a través del vacío, el extraño e irresistible cuerpo de luz.
—¿Dónde está Todd? —preguntó Luce al acordarse de los ojos aterrorizados del chico. Se habían soltado, empezaron a volar y entonces...
Alguien descorrió la cortina de pronto, y allí estaba Arriane, con unos patines en línea y un uniforme de rayas rojas y blancas, como si fuera un caramelo. Llevaba el pelo corto y negro recogido en una especie de nudos. Se acercó patinando, con una bandeja sobre la cual había tres cáscaras de coco con unas pajitas con sombrillas de colores fluorescentes.
—A ver, os voy a dejar esto claro —dijo con una voz ronca y nasal—. Hay que poner la lima en el coco y beber... buaaa, caras largas. ¿Interrumpo algo?
Arriane paró de rodar a los pies de la cama de Luce y le ofreció un coco con una sombrilla rosa que se balanceaba.
Gabbe se levantó de un salto, cogió el coco y olisqueó el contenido.
—Arriane, acaba de pasar un trauma —la reprendió—. Y, para tu información, nos has interrumpido cuando empezábamos a hablar de Todd.
Arriane echó los hombros hacia atrás.
—Precisamente por eso necesita algo que la anime —arguyó, mientras sostenía la bandeja con determinación sin dejar de sostenerle la mirada a Gabbe—. De acuerdo —dijo al final, apartando los ojos—. Le daré a ella tu aburrida bebida. —Y le dio a Luce el coco con la sombrilla azul.
Luce debía de estar sufriendo alguna especie de delirio postraumático. ¿De dónde habían sacado todo aquello? ¿Cáscaras de coco? ¿Pajitas con forma de sombrilla? Era como si se hubiera quedado dormida en el reformatorio y se hubiese despertado en el Club Med.
—¿De dónde habéis sacado todo esto? —preguntó—. Quiero decir, gracias, pero...
—Tenemos nuestros recursos cuando los necesitamos —respondió Arriane—. Roland nos ha ayudado.
Las tres permanecieron sentadas sorbiendo la bebida dulce y helada durante un momento, hasta que Luce ya no pudo aguantarse.
—Bueno, ¿y volviendo a Todd...?
—Todd —dijo Gabbe, y se aclaró la garganta—, el tema es que... inhaló mucho más humo que tú, cielo...
—No, no fue eso —espetó Arriane—. Se rompió el cuello.
Luce dio un grito ahogado, y Gabbe le tiró la sombrilla de su bebida a Arriane.
—¿Qué? —dijo Arriane—. Luce puede soportarlo, si va a averiguarlo de todas formas, ¿por qué endulzarlo?
—Las pruebas aún no son concluyentes —respondió Gabbe, remarcando las palabras.
Arriane se encogió de hombros.
—Luce estaba allí, debió de ver...
—No vi qué le ocurrió —la interrumpió Luce—. Estábamos juntos y luego, de golpe, nos separamos. Tenía un mal presentimiento, pero no estaba segura —susurró—. Entonces él...
—Se ha ido de este mundo —acabó Gabbe con suavidad.
Luce cerró los ojos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y no tenía nada que ver con la bebida. Recordó los golpes frenéticos de Todd contra las paredes, su mano sudorosa apretando la de ella cuando las sombras rugían sobre sus cabezas, el terrible momento en que se separaron y ella se sintió demasiado abrumada para ir hacia él.
Todd había visto las sombras, ahora estaba segura. Y había muerto.
Desde la muerte de Trevor, no había pasado una semana sin que recibiera una carta llena de odio. Sus padres habían empezado a velar el correo antes de que ella pudiera leer aquellos mensajes ponzoñosos, pero aun así seguían llegando un montón. Algunas cartas estaban escritas a mano, otras a máquina, una incluso la habían escrito con las letras recortadas de una revista, tipo nota de rescate. «Asesina». «Bruja». La habían llamado de tantas formas crueles que podría llenar un álbum de recortes, un verdadero suplicio que la obligó a encerrarse en casa durante todo el verano. Pensó que había hecho todo lo posible para dejar atrás aquella pesadilla: intentar superar su pasado ingresando en Espada & Cruz, concentrándose en las clases, haciendo amigos... Oh, Dios. Contuvo la respiración.
—¿Y Penn? —preguntó mordiéndose el labio.
—Penn está bien —dijo Arriane—. No para de explicar la historia, como testigo ocular del incendio. Tanto ella como la señorita Sophia salieron de allí oliendo como una barbacoa del este de Georgia, pero, aparte de la ropa, nada grave.
Luce suspiró. Al menos había una buena noticia. Pero bajo las sábanas finísimas de la enfermería estaba temblando. Sin duda, pronto aparecería el mismo tipo de gente que la había acosado tras la muerte de Trevor. Y no solo los que le escribían las cartas. El doctor Sanford, el supervisor de la libertad condicional, la policía...
Y, al igual que la vez anterior, esperarían que les explicara todo de forma coherente, que recordara hasta el más mínimo detalle. Pero claro, tal como sucedió la vez anterior, ella no sería capaz de hacerlo. Un momento antes él estaba a su lado, los dos solos. Y luego...
—¡Luce! —Penn entró de sopetón en la habitación, con un gran globo de helio de color marrón. Tenía la forma de una tirita y llevaba escrito «Ánimo» con letras azules en cursiva—. ¿Qué es esto? —preguntó a las otras chicas lanzándoles una mirada de desaprobación—. ¿Una fiesta de pijamas?
Arriane se había desatado los patines y se subió a la diminuta cama, al lado de Luce. Tenía un coco en cada mano y apoyaba la cabeza en el hombro de Luce, a quien Gabbe le estaba poniendo esmalte de uñas en la mano que tenía libre.
—Sí—Arriane rió socarronamente—. Únete a nosotras, Penn perezosa, estamos jugando a Verdad o Atrevimiento. Te dejaremos preguntar a ti primero.
Gabbe intentó disimular su risa con un débil estornudo falso.
Penn puso los brazos en jarras. Luce lo sentía por Penn, y además tenía un poco de miedo, pues ahora Penn parecía furibunda.
—Uno de nuestros compañeros murió anoche —dijo Penn pronunciando cuidadosamente las palabras—. Y Luce pudo haberse hecho mucho daño. —Negó con la cabeza—. ¿Cómo podéis poneros a jugar en un momento así? —Olisqueó el aire—. ¿Eso es alcohol?
—Ohhh —dijo Arriane mirando a Penn con expresión grave—. Te gustaba Todd, ¿eh?
Penn cogió una almohada de la silla que tenía detrás y se la tiró a Arriane. Y la verdad era que Penn tenía razón. Resultaba extraño que Arriane y Gabbe se tomaran la muerte de Todd... casi a la ligera. Como si aquello ocurriera todos los días, como si no les afectara de la misma forma que a Luce. Pero ellas tampoco podían saber lo que Luce sabía sobre los últimos momentos de Todd, no podían saber por qué ella se sentía tan mal en ese momento. Dio una palmadita a la cama para que Penn se acercara y le tendió lo que guardaba de su coco helado.
—Nos dirigimos a la salida de atrás y luego... —Luce ni siquiera podía articular las palabras—. ¿Qué hicisteis tú y la señorita Sophia?
Penn miró dubitativa a Arriane y Gabbe pero no pareció ninguna de ellas fuera a ponerse odiosa. Penn cedió y se sentó al borde de la cama.
—Fui a preguntarle... —miró de nuevo a las otras e intercambió una mirada de complicidad con Luce—... aquello. No supo qué decirme, pero quería enseñarme otro libro.
Luce se había olvidado de la búsqueda en que andaban enfrascadas la noche anterior. Parecía tan lejana, casi insignificante después de lo que había pasado.
—Cuando nos habíamos alejado un par de pasos del mostrador —prosiguió— hubo un tremendo estallido de luz, que yo solo pude ver de reojo. Vaya, había oído hablar de la combustión espontánea, pero aquello fue...
Al llegar a ese punto del relato, las tres chicas ya se habían inclinado hacia delante. La historia de Penn era digna de una primera plana.
—Algo tuvo que haberlo provocado —dijo Luce, intentando visualizar el mostrador de la señorita Sophia—. Pero no pensé que hubiera nadie más en la biblioteca.
Penn negó con la cabeza.
—No, no había nadie. La señorita Sophia dijo que el cable de la lámpara debió de sufrir un cortocircuito. Fuera lo que fuera, el fuego se propagó enseguida. Todos sus documentos se desvanecieron—. Chasqueó los dedos.
—Pero ¿ella está bien? —preguntó Luce toqueteándose el dobladillo del camisón de hospital.
—Angustiada, pero bien —respondió Penn—. Al final se activó el sistema contra incendios, pero supongo que perdió un montón de cosas. Cuando le dijeron lo que le había pasado a Todd, parecía demasiado aturdida para comprenderlo siquiera.
—Quizá todos estamos demasiado aturdidos para comprenderlo —dijo Luce. Esta vez Arriane y Gabbe asintieron desde ambos lados de la cama—. ¿Lo... lo saben los padres de Todd? —inquirió, preguntándose cómo diablos iba a explicar lo que había pasado a sus propios padres.
Se los imaginó rellenando el papeleo en el vestíbulo. ¿Tendrían ganas de verla? ¿Conectarían la muerte de Todd con la de Trevor... y llegarían hasta ella?
—He oído a Randy hablando por teléfono con los padres de Todd —dijo Penn—. Me parece que van a poner una demanda. Enviarán el cuerpo de vuelta a Florida más tarde.
¿Eso era todo? Luce tragó saliva.
—El jueves Espada & Cruz celebrará unas honras fúnebres —dijo Gabbe en voz baja—. Daniel y yo vamos a ayudar a organizarlo.
—¿Daniel? —repitió Luce antes de poder controlarse. Miró a Gabbe. Incluso en aquel estado, no pudo evitar pensar en su primera impresión de ella: la de una seductora rubia con los labios pintados de color rosa.
—Fue él quien os encontró a los dos anoche —dijo Gabbe—. Te llevó desde la biblioteca hasta el despacho de Randy.
¿Daniel la había llevado? Como en el... ¿Rodeándola con sus brazos? El recuerdo del sueño la invadió de nuevo y la sensación de volar —no, de flotar— la abrumó. Se sintió atada a la cama. Se moría por volver a estar en aquel cielo, con la lluvia, con la boca de Daniel y sus labios y su lengua fundiéndose con la suya otra vez. Notó cómo se sonrojaba por el deseo, pero también por la atroz imposibilidad de que todo eso sucediera mientras estaba despierta. Aquellas alas gloriosas y cegadoras no eran la única nota de fantasía del sueño. El Daniel de la vida real solo la llevaría a la enfermería; nunca la querría, ni la tomaría en brazos, no así.
—Eh, Luce, ¿estás bien? —le preguntó Penn. Estaba abanicando las ruborizadas mejillas de Luce con la sombrillita.
—Sí —respondió Luce. Le resultaba imposible quitarse aquellas alas de la cabeza, olvidarse de la sensación de la cara de Daniel con la suya—. Supongo que todavía estoy recuperándome.
Gabbe le dio una palmadita en la mano.
—Cuando nos dijeron lo que había pasado, engatusamos a Randy para que nos dejara visitarte —dijo poniendo los ojos en blanco—. No queríamos que te despertaras sola.
Alguien llamó a la puerta. Luce esperaba ver las caras nerviosas de sus padres, pero no entró nadie. Gabbe se puso de pie y miró a Arriane, que no hizo ademán de levantarse.
—No os preocupéis. Yo me encargo de esto.
Luce todavía estaba trastocada por lo que le habían dicho de Daniel. Aunque sabía que no tenía ningún sentido, deseó que fuera él quien estuviera detrás de la puerta.
—¿Cómo está? —susurró una voz. Pero Luce lo oyó: era él. Gabbe murmuró unas palabras a modo de respuesta.
—¿Qué hace aquí tanta gente? —gruñó Randy desde fuera. A Luce le dio un vuelco el corazón, aquello significaba el final de las horas de visita—. Voy a castigar al que me haya convencido de dejaros entrar, panda de gamberros. Y no, Grigori, no aceptaré flores como soborno. Todos vosotros, a la furgoneta.