Authors: Lauren Kate
Aquel servicio era totalmente inapropiado y deficiente.
Nadie presentaba ningún respeto a Todd por estar allí. Todo el funeral parecía más bien un intento de enseñar a los estudiantes cuán injusta podía ser la vida. Que el cuerpo de Todd ni siquiera estuviera presente decía mucho de la relación de la escuela —o, justamente, de su falta de relación— con el chico fallecido. Ninguno de ellos lo había conocido, y ninguno iba a hacerlo ya. Había algo falso en el hecho de estar allí, una sensación acrecentada por los pocos que lloraban. A Luce le hizo sentir que Todd era aún más desconocido de lo que lo fue en realidad.
Que Todd descanse en paz. Que el resto prosiga su camino.
Una lechuza con unas plumas blancas que parecían cuernos ululaba en la rama más alta de un roble que había sobre sus cabezas. Luce sabía que había un nido por allí cerca con una familia de crías de lechuza. Durante la semana había estado oyendo el canto temeroso de la madre noche tras noche, seguido del batir frenético de las alas del padre al volver al nido después de una noche de caza.
Y al fin terminó. Luce se levantó de la silla; se sentía débil por la injusticia de todo aquello. Todd había sido tan inocente como ella culpable, aunque no supiera de qué.
Mientras seguía a los demás estudiantes en fila india hacia la supuesta recepción, alguien le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí.
¿Daniel?
No, era Cam.
Sus ojos verdes buscaron los suyos y pareció vislumbrar su decepción, lo cual hizo que Luce se sintiera aún peor. Se mordió el labio para evitar romper a llorar. Ver a Cam no tendría que hacerle llorar... pero estaba emocionalmente agotada, haciendo equilibrios al borde del abismo. Se mordió con tanta fuerza que se hizo sangre, y tuvo que secarse la boca con la mano.
Eh. —Cam le acarició la cabeza. Y ella compuso una mueca de dolor. Todavía tenía un chichón, justo donde se había golpeado contra las escaleras—. ¿Quieres que vayamos a algún sitio para hablar?
Caminaban con los demás por el césped hacia la recepción, bajo la sombra de uno de los robles. Habían colocado un montón de sillas, casi una encima de otra, y al lado había una mesa plegable llena de galletas de aspecto rancio, las habían sacado de las cajas pero todavía estaban dentro de sus envases de plástico. Habían llenado una ponchera de plástico barato con un líquido rojo y viscoso que atrajo varias moscas, como lo haría un cadáver. Aquella recepción era tan patética que muy pocos estudiantes le prestaban atención. Luce observó a Penn vestida con un traje de falda negra mientras le estrechaba la mano al párroco. Daniel miraba a lo lejos y le susurraba algo a Gabbe.
Cuando Luce se volvió hacia Cam, este le acarició levemente la clavícula con el dedo, dejándolo descansar en el hueco de su cuello. Ella tomó aire; y se le puso la carne de gallina.
—Si no te gusta el collar —le dijo inclinándose hacia ella—, puedo buscarte otra cosa.
Cam se acercó tanto que sus labios estuvieron a punto de rozarle el cuello, así que Luce le puso la mano en el hombro y retrocedió un paso.
—Sí me gusta —dijo pensando en la cajita que estaba sobre su escritorio. Había acabado justo al lado de las flores de Daniel, y Luce se había pasado la mitad de la noche anterior mirando aquellos regalos, calibrando su valor en las intenciones que escondían. Cam era mucho más claro, era fácil saber qué se proponía. Como si él fuera el álgebra y Daniel el cálculo. Y a Luce siempre le había encantado el cálculo, que a veces exigía una hora entera para resolver un solo problema.
—El collar me parece precioso —le dijo a Cam—, pero todavía no he encontrado el momento de ponérmelo.
—Lo siento —contestó él, y apretó los labios—. No quería agobiarte.
Llevaba el pelo peinado hacia atrás, por lo que la cara se le veía más que de costumbre. Parecía mayor, más maduro. Y la forma en que la miraba era tan intensa, con aquellos grandes ojos penetrando en ella, como si todo lo que había en su interior fuera de su agrado.
—La señorita Sophia insistió en que te dejáramos espacio un par de días. Sé que tiene razón, has pasado por un montón de cosas, pero quiero que sepas lo mucho que he pensado en ti. Todo el tiempo. Quería verte.
Le acarició la mejilla con el dorso de la mano, y Luce sintió que empezaban a brotarle las lágrimas. Había pasado por tantas cosas. Y se sentía fatal por el hecho de estar allí a punto de llorar, y de que no fuera por Todd —cuya muerte sí importaba, y debería haber importado más—, sino por razones egoístas. Porque los últimos dos días la habían devuelto al sufrimiento del pasado por Trevor y por su vida anterior a Espada & Cruz, cosas que ya creía superadas, cosas que nunca podría explicarle a nadie. Más sombras de las que esconderse.
Fue como si Cam sintiera todo eso, o cuando menos una parte, porque la abrazó, estrechó la cabeza de Luce contra su pecho ancho y fuerte, y la meció delicadamente.
—No pasa nada —dijo—. Todo se arreglará.
Y quizá no era necesario explicarle nada. Era como si cuanto más trastornada se sentía, más disponible estaba Cam. ¿Por qué no se limitaba a quedarse allí, entre los brazos de alguien que se preocupaba por ella, y dejaba que las sencillas atenciones de Cam la tranquilizasen un momento? Se sentía tan bien entre sus brazos.
Luce no sabía cómo apartarse de Cam. Siempre había sido muy amable, y a ella le gustaba pero, aun así, aunque ello la hiciera sentirse culpable, estaba empezando a cansarse de él. Era tan perfecto, tan atento, justo lo que ella habría necesitado en ese preciso instante. Solo que... no era Daniel.
Un pastelito apareció de pronto sobre su hombro. Luce reconoció la manicura de los dedos que lo sostenían.
—Allí hay ponche, y alguien tiene que bebérselo —dijo Gabbe mientras le ofrecía otro pastelito a Cam, que se quedó mirando la superficie glaseada—. ¿Estás bien? —le preguntó a Luce.
Luce asintió. Por primera vez, Gabbe se había entrometido justo cuando Luce necesitaba que la salvaran. Intercambiaron una sonrisa y Luce alzó el pastelito en señal de agradecimiento. Le dio un mordisco pequeño y delicado.
—Lo del ponche suena genial —dijo Cam apretando los dientes—. ¿Por qué no vas a buscarnos un par de vasos, Gabbe?
Gabbe puso los ojos en blanco hacia Luce.
—Hazle un favor a un hombre y te tratará como una esclava.
Luce sonrió. Cam se había pasado un poco de la raya, pero Luce tenía muy claras sus intenciones.
—Iré yo a buscar las bebidas —dijo Luce, dispuesta a tomarse un respiro. Se dirigió hacia la mesa plegable donde estaba la ponchera.
Cuando espantaba una mosca que había sobre el ponche, alguien le susurró al oído:
—¿Quieres salir de aquí?
Luce se volvió preparando una excusa para decirle a Cam que no, que no podía largarse de allí, no en ese momento y tampoco con él. Pero no había sido Cam quien le había tocado el interior de la muñeca con el pulgar.
Era Daniel.
Se derritió ligeramente. Su turno de teléfono de los miércoles era dentro de diez minutos y tenía unas ganas locas de oír la voz de Callie, o la voz de sus padres, y hablar de lo que ocurría fuera de aquellas cancelas de hierro forjado, de otra cosa que no fuera lo sombrío de los últimos dos días. Pero ¿salir de allí? ¿Con Daniel? Se vio asintiendo con la cabeza.
Cam iba a odiarla si veía cómo se iba, y sin duda la vería. Ya debía de estar mirándola, podía sentir cómo sus ojos verdes se le clavaban en la nuca. Pero tenía que ir con él. Deslizó su mano en la de Daniel.
—Por favor.
Las otras veces que se habían tocado, o bien había sido por accidente o bien uno de los dos se había apartado con un movimiento brusco —por lo general, Daniel— antes de que aquella chispa de calidez que Luce siempre sentía diera paso a un crescendo imparable de calor. Pero en esa ocasión fue diferente. Luce bajó la vista hacia la mano de Daniel, que sujetaba la suya con fuerza, y todo su cuerpo pidió más. Más calor, más hormigueo, más Daniel. Era —no del todo— como se había sentido en el sueño. Apenas notaba cómo se movían sus pies, solo la energía del tacto de Daniel apoderándose de ella.
En lo que a Luce le pareció un parpadeo, llegaron a las puertas del cementerio. Abajo, el funeral se difuminaba a medida que se iban alejando.
Daniel se detuvo de golpe y, sin previo aviso, le soltó la mano. Ella tembló, volvía a sentir frío.
—Cam y tú —dijo, dejando las palabras suspendidas en el aire, como si fueran una pregunta—. ¿Pasáis mucho tiempo juntos?
—Parece como si no te gustara mucho esa idea —le replicó, pero al instante se sintió estúpida por hacer el papel de coquetona. Solo quería burlarse de él porque la pregunta había sonado un poco a celos, pero su cara y el tono de su voz eran muy serios.
—Él no es... —empezó a decir. Se quedó mirando un halcón de cola roja que acababa de posarse sobre la rama de un roble cercano—. No es lo bastante bueno para ti.
Luce había oído esa misma frase cientos de veces. Era lo que todo el mundo decía. «No es lo bastante bueno». Pero cuando esas palabras salieron de los labios de Daniel, parecieron importantes, incluso verdaderas y pertinentes, no vagas y desdeñosas como siempre le habían parecido.
—Bueno, entonces —respondió ella tranquila—, ¿quién lo es? Daniel puso los brazos en jarras, y sonrió para sus adentros.
—No lo sé —dijo al final—. Es una pregunta buenísima.
No fue precisamente la respuesta que esperaba Luce.
—A ver, no es que sea tan difícil —empezó ella mientras se metía las manos en los bolsillos para reprimir las ganas que sentía de abrazarle— ser lo bastante bueno para mí.
Daniel la miró como si estuviera cayéndose por un abismo, y todo el color violeta que coloreaba sus ojos un momento antes se convirtió en gris muy oscuro.
—Sí —respondió—, sí lo es.
Se frotó la frente, y al hacerlo apartó un poco el pelo, solo un segundo. Pero fue suficiente. Luce vio la herida. Ya estaba cicatrizando, pero Luce comprobó que era reciente.
—¿Qué te ha pasado en la frente? —le preguntó extendiendo la mano hacia él.
—No lo sé —dijo bruscamente, al tiempo que le apartaba la mano con tanta fuerza que la hizo tambalearse—. No sé cómo me lo he hecho.
Pareció más nervioso que la propia Luce, y eso la sorprendió. Era un simple rasguño.
A sus espaldas oyeron pasos avanzando por la grava. Ambos se volvieron de golpe.
—Ya te he dicho que no la he visto —decía Molly al tiempo que apartaba la mano de Cam de su hombro mientras subían por la colina del cementerio.
—Vámonos —dijo Daniel, adivinándole el pensamiento (Luce estaba casi segura de que podía), incluso antes de que ella le lanzara una mirada de inquietud.
Luce supo adónde se dirigían tan pronto como empezó a seguirlo, por detrás de la iglesia-gimnasio y hacia el bosque; de la misma forma que sabía la postura que adoptaría al saltar la comba aunque no le hubiese visto nunca hacerlos, igual que conocía la existencia de aquel corte en la frente antes de verlo.
Caminaban al mismo ritmo, dando largas zancadas. Pisaban la hierba a la vez, paso a paso, hasta que llegaron al bosque.
—Si vienes con alguien al mismo lugar más de una vez —dijo Daniel, como si hablara consigo mismo—, supongo que ya no es solo tuyo.
Luce sonrió, halagada al darse cuenta de lo que Daniel quería decir: que no había estado nunca en el lago con otra persona. Solo con ella.
Mientras caminaban entre los árboles, Luce sintió algo de frío por la sombra de los árboles en sus hombros desnudos. Olía como siempre, como la mayoría de los bosques costeros de Georgia: un aroma a mantillo de roble que Luce solía asociar a las sombras, pero que ahora cada vez asociaba más a Daniel. No debería sentirse segura en ningún lugar después de lo que le había ocurrido a Todd, pero junto a Daniel, Luce tuvo la sensación de que empezaba a respirar tranquila por primera vez en varios días. Quería creer que la estaba llevando de vuelta a aquel lugar para enmendar la forma brusca en que se había ido la última vez, como si necesitaran una segunda oportunidad para hacerlo bien. Lo que había empezado como su primera casi-cita había acabado con Luce allí de pie, penosamente plantada. Daniel tenía que saberlo y debía de sentirse mal por haberse largado de aquel modo tan intempestivo.
Alcanzaron el magnolio desde el que se contemplaba todo el lago. El sol dejaba una estela dorada en el agua mientras se ponía detrás del bosque del oeste. Todo tenía un aspecto muy distinto por la tarde. El mundo entero parecía resplandecer.
Daniel se apoyó en el árbol y la observó mientras Luce contemplaba el agua. Ella se acercó para ponerse a su lado, bajo las hojas y las flores, que en esa época del año deberían de estar muertas en el suelo, pero que tenían un aspecto tan puro y fresco como las flores de primavera. Luce inhaló el aroma a almizcle, y se sintió más cerca de Daniel sin ninguna razón aparente... y le encantaba que aquella sensación pareciera provenir de ninguna parte.
—Esta vez no vamos vestidos para bañarnos, precisamente —dijo Daniel, señalando el vestido negro de Luce.
Ella toqueteó el bordado que tenía a la altura de las rodillas, y pensó en el horror de su madre si echaba a perder un buen vestido por querer bañarse en el lago con un chico.
—¿Quizá podamos meter los pies?
Daniel se dirigió hacia el camino empinado de piedra rojizas que descendía hasta el agua. Bajaron a través de los juncos pardos y de la hierba del lago, agarrándose a las ramas de los robles para mantener el equilibrio. Después, la orilla del lago era toda de guijarros. El agua estaba tan calmada que Luce pensó que casi podría caminar sobre ella. Se quitó las manoletinas negras y con los dedos de los pies rozó la superficie del agua repleta de lirios. El agua estaba más fría que el otro día. Daniel cogió unas briznas de la hierba que crecía en el lago y empezó a trenzarlas. Miró a Luce.
—¿Alguna vez has pensado en salir de aquí...?
—A todas horas —dijo con un gruñido, dando por descontado que él pensaba lo mismo. Por supuesto, quería largarse de Espada & Cruz cuanto antes, cualquiera querría lo mismo, pero intentaba que su cabeza no se fuera por las nubes fantaseando con una posible escapada junto a Daniel.
—No —repuso Daniel—. Me refiero a si has pensado de verdad en ir a otro lugar. ¿Les has pedido a tus padres que te trasladen? Porque... Espada & Cruz no parece una lugar muy apropiado para ti.