Read Papelucho en la clínica Online

Authors: Marcela Paz

Tags: #infantil

Papelucho en la clínica (5 page)

BOOK: Papelucho en la clínica
5.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Ese! ¿No supo la de anoche? Trató de saltar por la ventana y por poco se mata. Ahora estará amarrado en su cama con camisa de fuerza y no podrá ni moverse. Bueno. Chaíto, le dejo otro pan más por si tiene hambre en la tarde. —y con esto se fue dando un portazo.

El portazo retumbó largo rato en el hospital. Allá lejos se oía una tos que no paraba nunca y algún quejido largo, como en la noche. Yo pensaba en el profeta amarrado entero, en los operados, en el Casi que me estaría esperando en la Caleta para ir a pescar.

Había que hacer algo. Uno no puede ni tomar desayuno cuando sabe que hay otros muriéndose de hambre. Me bajé de la cama y me puse la chomba del profeta. Salí al pasillo y no vi a nadie. Fui entrando de pieza en pieza y a cada enfermo le pasé su ropa por si quería vestirse. Sólo dos eran graves y ni me hicieron caso.

Cuando llegué al 13, desaté al profeta y le pedí que me devolviera mi palabra porque tenía que irme.

—Nos marchamos juntos —dijo—. ¿Qué voy a hacer aquí solo?

Por lo demás lo tremendo es en las salas. Dicen que hay mil operados que no tienen ni casa donde irse. Se van a morir de hambre. Si alguien tuviera dinero para pagar los sueldos de las enfermeras, esa gente viviría.

—Hay otros dos enfermos graves que no pueden moverse. —le dije—.

—¿Tú piensas así? —me preguntó mirándome como si yo fuera un fenómeno.

—Sí, abuelo. Yo pienso que uno puede ser criminal sin querer.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que si alguien se muere de hambre es culpa de otros. Los enfermos no pueden trabajar.

—Tienes razón. Quizá podría yo hacer otro cheque al hospital.

—Quizá —dije—. Y quizá salvara usted montones de vidas y quizá se sentiría más feliz.

Total me pidió la libreta de cheques, hizo uno de no sé cuántos millones y me lo dio para que lo llevara a la administración.

—Lo hago porque tú me lo pides, y también un poco para que me quieras más —me dijo— y para que nunca me abandones.

—No lo abandonaré, abuelito —y salí casi corriendo.

En la administración estaban reunidos los doctores y ahí entré yo con el cheque. La reunión se acabó y el doctor Soto subió conmigo a dar las gracias al profeta y caminaba como con alas de lo feliz que estaba. Las enfermeras de la huelga se volvieron de la puerta y cada una a su sala.

—Quiero irme a casa —le dije al doctor Soto.

—Te habíamos dado de alta ayer —dijo— pero no vinieron a buscarte. Ya estás sano.

—¿Sano de verdad o convaleciente?

—Sano de verdad. Puedes hacer lo que quieras.

—El señor Rubilar no quiere que lo abandone. ¿Qué haremos con él?

—Trató de escaparse anoche. Me temo que esté trastornado.

—¿Eso quiere decir «cucú»? —le pregunté— porque la verdad es que nos íbamos a ir juntos. Y fue pura mala suerte.

—Ese pobre viejo no tiene a nadie en el mundo. ¿Crees tú que en tu casa lo aceptarían?

Me rasqué la cabeza. Pensaba en la guagua «odiosita», en la mamá confundida, en la Domi rezongona, en el Papá y en Javier. Habría que hacer algo. Si es triste ser «guacho» de chico, es más triste todavía ser »guacho« de viejo. Yo lo llevaría a pescar y le leería los diarios.

—Sería cuestión de hablar con mi mamá —dije—. Yo me encargo.

—En ese caso llamaremos a tu casa para que vengan a buscarte y te traigan ropa. Así pareces un pulpo. —se rió—. Ahora vuélvete a tu cama y espera un rato.

Ese rato fue tremendamente largo. Porque yo pensaba en la confusión de mi mamá cuando supiera del nuevo invitado, en la cara de papá, en la Domi... Y yo hablaba con cada uno mil veces y no podía convencerlos. Y por fin tenía que irme con el profeta qué sé yo adonde. Y ponía mi radio para pensar en otra cosa y dale y dale. Hasta que, al fin se abrió mi puerta y aparecieron mamá y papá en persona con una maleta y venían a buscarme.

Ahora la cuestión era decirles lo del profeta. Yo me sentía igual a ese día que desparramé el tintero en la cama de papá. No sabía cómo empezar y terminar. Entonces le dije:

—Así como a usted le nació una guagua en el hospital, a mí me nació un abuelo. Y hay que llevarlo a vivir con nosotros. ¡Qué bueno, no!

Mi mamá me miró un poco raro y a papá le dio como tos. Mamá me iba vistiendo como si yo fuera un mono y papá le pasaba la ropa sacándola de la maleta. Yo le pasé mi radio para que me la guardara y mientras tanto le contaba lo de la huelga del hospital y del cheque del señor Rubilar.

—Y hay que ser justo, papá —le dije—. Ahora que él dio toda su plata para salvar de la muerte a los enfermos alguien tiene que cuidar que él no se muera de hambre, ¿no es cierto?

Total que después de hacer mi maleta, mi mamá fue a hacer la del profeta y salimos los cuatro de la clínica: dos en el carro de plata y dos empujándolo. Subimos al cacharro y al pasar por una tienda de autos, al señor Rubilar se le ocurrió cambiarlo por otro nuevo más grande y cómodo. Sacó su cheque, cambiamos las maletas, dejamos ahí el aparato viejo y seguimos viaje a Concón muy felices en la Ranchera modelo Lunik 2000.

VIII

La Lunik que le regaló al papá el profeta tenía un olorcito a nuevo tan rico que yo ni sabía cuál me gustaba más: si el olor del mar, o ese. En todo caso estar «sano» de verdad me daba ganas de cantar. Y el señor Rubilar se hizo tan amigo de mi mamá y mi papá hablando todo el tiempo de gente antigua y andaban como buscando de ser parientes de alguna manera, aunque nunca resultó, así que yo mientras tanto iba haciendo mis planes para pasarlo regio.

Cuando llegamos a la casa la guagua no me conoció y se largó a gritar sin respiración y justo cuando parecía que se iba a reventar, respiraba. Parece que era hambre, porque después que comió se quedó dormida. En todo caso se ve que tiene mala memoria y es de esa gente que no sabe aguantar.

La Domi estaba cariñosa conmigo pero no le cayó bien el profeta y cuando le dijeron que barriera el cuarto donde él iba a dormir se hizo la sorda y mi mamá tuvo que hacer hasta la cama.

Almorzamos sin Javier porque él tenía colegio y apenas se acabó el almuerzo el profeta se quedó dormido en su silla. Dice papá que se emborrachó con el aire porque hacía tanto tiempo que vivía encerrado.

Yo aproveché de salir y ni pensé en pedir permiso porque ahora yo era como otro, y mi mamá me trataba como con etiqueta y se veía tan feliz de verme sano. Y me fui a pescar mar adentro con los Quezada y ni les pregunté a qué hora volveríamos. Y estaba el mar tan bravo y las olas subían tan alto, que el bote no las podía ni seguir y se quedaba arriba y caía en puro aire y resultaba chori. Y los congrios saltaban tan alto que los pillábamos a mano, untada con arena, para que no se resbalaran. Lo pasamos tan flor que ni nos dimos cuenta que se había oscurecido y como estábamos lejos de la playa, era noche de veras cuando llegamos a casa.

Mi mamá me había perdido la etiqueta y papá el respeto y si no me encumbraron fue porque los dos se miraban a cada rato y se frenaban, pero se aprovecharon para prohibirlo todo. Así que después de haberme sentido libre medio día, me volví a sentir entre preso y convaleciente otra vez, porque a cada rato dale con que estuve a las puertas de la muerte.

Me mandaron a la cama y me dieron sopita. En la cama de al lado roncaba Javier. En el otro cuarto roncaba el profeta y más allá chillaba la guagua y como mis tripas sonaban de hambre, casi no podía dormir con tanto ruido. Por fin, creo que me desmayé y al día siguiente cuando abrí los ojos, Javier ya se había ido al colegio. Mi desayuno tenía una nata del grueso de una toalla y la Domi cantaba a todo pulmón su pregunta de siempre: “¿Dónde estás corazón?”

Y era la hora de almuerzo. No sé por qué todo el mundo estaba tan feliz y debe haber sido como una tincada de la desgracia que iba a suceder. Porque hasta el profeta dijo un chiste y también que por primera vez le resultaron las empanadas a la Domi, porque mamá las compró hechas.

Lo que pasó fue que estábamos almorzando, cuando llegó un señor conocido y quería hablar con mi papá y con el señor Rubilar. Y era el de la Lunik 2000 nueva y pasaba una cuestión muy tremenda. Porque parece que el señor Rubilar se había desfondado y no tenía fondo y una cuestión del banco y el cheque y total de que el señor se llevó el auto nuevo y nos quedamos sin ni siquiera el cacharro viejo sino que simplemente a pie.

Y cuando se fue el caballero con la flamante Lunik 2000 de nosotros, al profeta le dio como un ataque y se fue poniendo amarillo y amarillo y lo único que decía es que «esto no me había pasado nunca» y también «me muero pero tengo acciones para responder» y nadie entendía nada.

Total que se lo llevaron a la clínica en la ambulancia y parece que está muy grave. En la tarde fuimos a verlo a la clínica y el doctor Soto dijo que estaba mal y no lo podíamos ver, así que nos volvimos en micro a casa. Y parece que la cuestión del fondo del Banco es una tontería y el pobre profeta tan amarillo por tan poca cosa. Y tiene que estar en la clínica una semana sin hablar con nadie.

IX

Resulta que yo no me acostumbro sin mi apéndice y siento todo el tiempo el hoyo donde él estaba. Y también me da rabia cuando me viene a ver el Casi que tiene el apéndice mío mientras yo tengo su hoyo. Y además es de esos tipos que andan todo el tiempo acezando y traspirando con harto olor de pasarlo bien y ahora que está aquí el famoso papá de Osorno viene a tirarse pinta a cada rato con las cosas que come y de los paseítos que se pegan los dos. Porque la famosa bicicleta no me sirve de nada con el cuento de que tengo que cuidarme ocho días más, enteros, la lamosa herida. Y yo digo, ¿qué hace uno ocho días enteros sin andar en bicicleta nueva cuando sabe que la tiene ahí? Lo único bueno de estar operado es que no me mandan y lo peor de todo es la famosa compasión: ¡Pobrecito! Qué chasco tan pesado el tuyo — dicen las amigas de mi mamá y aunque no quiera se me salen las lágrimas. Por eso me revientan todas.

También mi mamá se ha puesto bastante rara con la famosa guagua. Yo ni sé lo que haría sin mí, porque está más evaporada que nunca y se le olvida todo lo que va a decir y hasta los nombres de nosotros. Parece que Javier encontró polola otra vez y se siente colosal. Mi mamá dice que Javier está Adolescente porque tiene catorce años completamente cumplidos y que por eso hay que aguantarle muchas cosas. Ojalá que se le pase luego, porque todo se vuelve discusiones de él con papá y con mamá. Y la polola es una tal Verónica y a la mamá dale con preguntarle el apellido a Javier.

La guagua lo pasa crujiendo o chillando como gato y la Domi anda de harto mal genio.

Estaba escribiendo mi diario cuando de repente apareció el doctor a verme y me dijo:

—¡Hombre, una equivocación es una equivocación y quiero hacerme perdonar por ella! —y me pasó un paquete, chiquitito.

Yo pensé que sería mi apéndice, porque me hace tanta falta y siempre lo quería tener, así que me alegré y hasta me puse colorado de ver que él adivinaba mi pensamiento. Y cuando él se fue abrí el paquete con mucho cuidado. Y resultó que era un reloj. Y ya veo que a mi mamá se le ocurre guardármelo para cuando sea grande así que voy a tener que esconderlo.

Resulta que se perdió la Domi.

Salió antes de anteayer que le tocaba salida y no volvió nunca jamás. Mi mamá se enfureció un poco al principio y «bla bla bla», todo el día, pero después se puso asustada y mandó a papá a averiguar por ahí. Y por fin, entró a su cuarto y lo encontró ¡PELADO! La Domi se había ido llevando todas sus cosas, hasta el retrato de Lucho Gatica que yo le había dado.

Entonces se armó la confusión porque la guagua gritando, la olla a presión reventada con los tallarines en el techo, Javier rabiando y rabiando ponía los platos y me echaba tallas de que yo era inválido, y las camas todas sin hacer. Hasta que mi papá se fue a Viña con cara de mártir y volvió con una empleada supermarket de autodoservicio.

La nueva empleada se llama Grace Kelly vamos a hacer y es repintosa, inteligente y muy señorita. Más señorita que mi mamá y más elegante. Yo no le puedo pedir nada sino que le ofrezco de todo porque ella encuentra que a nosotros nos faltan muchas cosas y también encuentra que mi mamá es muy desordenada y sin disciplina. Y dice que la guagua debería comer a sus horas y nosotros a la inglesa y mi papá en su oficina. Y a cada rato dice que ella no está acostumbrada a esta clase de casa y para que no se vaya nosotros con Javier lavamos los platos y la mamá la deja que la rete no más. Se ha puesto tan humilde con la Grace que le dijo que le encargara a papá todo lo que necesitaba y mi papá tuvo que traer un hombre con los paquetes porque eran como mil. Muchas ollas y tarros de conservas y cremas de comida y para la cara y guantes de goma para las manos. Y todo anda perfecto desde que llegó la Grace porque hasta la guagua usa Confort en vez de pañales, y nos levantamos tempranito a arreglar los cuartos y Javier barre y mi papá hace las compras.

Hoy salimos de picnic hasta con la guagua a pasar el día en la playa. Porque mi papá quería tomar vacaciones y la mamá ídem. Resulta que los dos están hasta la coronilla con la famosa Grace y papá dice que nos tiene dominados a todos y que no hay ningún alivio en la casa. Y todo el picnic entero no hicieron más que hablar y hablar de la Grace y pensar de qué manera podían conseguir que ella se fuera, sin echarla.

Y no se les ocurría ninguna cosa así que les propuse que hiciéramos algún incendio y Javier propuso que le robáramos su ropa de nylon. Pero mi mamá propuso que la tratáramos de alto abajo, es decir, que en lugar de hacer lo que ella dice, le dijéramos lo que ella tenía que hacer. Y papá se puso de acuerdo con ella y volvimos felices a la casa pensando en que así se iría volando. Pero pasó al revés.

BOOK: Papelucho en la clínica
5.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Blue River by Leslie Trammell
Train Man by Nakano Hitori
A Taste of Merlot by Heather Heyford
Lucky Charm by Carly Phillips