Tío y sobrino siguieron charlando, pero Helena dejó de husmear. Se sentía fatal.
Se dirigió hacia su padre a trompicones, puesto que las sandalias que le habían prestado eran gigantes. Se colocó junto a él mientras este parloteaba con Pandora y le miró fijamente hasta que Jerry pilló la indirecta y la miró.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó con cierta ironía, hasta que dio un segundo vistazo a su hija y empezó a preocuparse—. ¿Estás bien, Len?
—¿Podemos irnos? Tengo un montón de cosas que hacer. Deberes y trabajos. Y estoy agotada —comentó sin dejar de inventarse excusas ridículas hasta que él respondió.
Estaba montando un numerito de niña consentida, lo cual detestaba, pero no estaba dispuesta a quedarse allí ni un segundo más.
Jerry comprobó la hora.
—Claro que sí. Supongo que se está haciendo tarde. ¿Tenía que decir algo así, verdad? —preguntó a su hija con expresión de culpabilidad.
—Tranquilo, has estado bien. Aún es pronto, pero… tengo trabajo —añadió Helena y, de inmediato, se apresuró a acabar con toda la cháchara de gracias, adiós y nos vemos mañana, que deseaba evitar.
Ariadna le lanzó una mirada de desasosiego, pero a Helena ya no le angustiaba nada; no la atañían los sentimientos de nadie y le importaba un pimiento si la familia Delos la consideraba maleducada, grosera o ambas cosas. Nada de eso la importunaba. Lo único que quería era salir de esa casa antes de volver a ver a Lucas o perdería otra vez la chaveta. Fue descortés y poco elegante, pero se las ingenió para arrastrar a su padre basta la puerta principal sin que Lucas ni Palas se percataran ni interrumpieran su conversación privada en el rincón.
Helena pedaleó en la bicicleta hasta la escuela el día siguiente. Le dijo a su padre que, cuando Lucas viniera, le dijera que tenía cosas que hacer antes de la tutoría. Jerry se ofendió cuando ella se negó a llamar por teléfono al muchacho para explicárselo, pero es que no soportaría escuchar su voz.
—¿Ocurrió algo ayer en la cena? —quiso saber Jerry.
La joven se escabulló por la puerta y empezó a pedalear antes de darle una respuesta.
Agradeció la fresca brisa otoñal que le acariciaba el rostro. Tenía la cara hinchada por haber estado despierta toda la noche, con los ojos repletos de lágrimas. En realidad, no había derramado ninguna y jamás llegó a desahogarse en un llanto casi eterno, al más puro estilo clásico. Se recostó en la cama tan perpleja que ni siquiera era capaz de sollozar. Se sentía como una idiota. Intuía que había cosas peores que el menosprecio del chico de sus sueños, pero, en ese instante, no lograba imaginarse ninguna.
Kate, Claire y hasta su padre le habían preguntado en repetidas ocasiones qué había entre ellos dos, como si esperaran que en cualquier momento anunciaran que estaban juntos, pero nadie le había preguntado a Lucas qué opinaba sobre que le emparejaran con Helena. Ahora sabía a ciencia cierta que él «jamás la tocaría». Esas tres palabras no dejaban de resonarle en la cabeza; no eran solo las palabras, sino la pasión con las que las había pronunciado. Tal y como se había referido a ella, daba la sensación de que la idea de besarla le resultaba asquerosa, lo cual la dejó confusa a la par que dolida. ¿Cómo era posible que quisiera darle la mano todo el tiempo si pensaba que era repulsiva?
Helena llegó a la escuela, puso el candado en su bicicleta y tomó una ruta alternativa hasta su taquilla. Era un camino más largo, pero sabía que no se toparía con ningún Delos, así que merecía la pena. Había salido de casa tan pronto que, incluso tras haber tomado la vía más larga, fue la primera en asomar la cabeza en el aula.
Claire advirtió el mal aspecto de su mejor amiga en cuanto entró por la puerta. Como buena amiga que era, aparcó todas las discusiones que supuestamente tenían pendientes y le hizo a Helena una docena de preguntas acerca de su rostro enrojecido y el cabello alborotado incluso antes de quitarse la mochila y dejarla en el suelo. Helena mintió lo mejor que pudo, pero con poco entusiasmo. Menos mal que apareció Matt y apoyó su versión, explicando lo que a Helena le había pasado el día anterior. Tampoco ayudó que Zach no dejara de hacer ruidos de burla mientras Helena trataba de disuadir a Claire. La joven lo ignoró, tal y como acostumbraba a hacer, pero notaba que la observaba en todo momento con una expresión desdeñosa.
Helena mantuvo la cabeza gacha e hizo todas sus tareas. Ahora le importaba un bledo si le iba bien en el instituto, si llamaba la atención o si padecía retortijones. Mientras caminaba hacia la cafetería meditó la idea de fingir un terrible dolor de estómago para alejarse de Lucas. Lo último que quería era enfrentarse a todos en el almuerzo, así que tenía que encontrar un lugar donde esconderse. Vio el auditorio a su derecha. Alguien había dejado la puerta entreabierta, así que no dudó un segundo en empujarla y colarse en el interior.
Una luz muy suave y tenue iluminaba el escenario. Todo estaba en calma, no había ningún ruido. Era exactamente lo que andaba buscando. Se acomodó en el proscenio y destapó la fiambrera con su almuerzo. Empezó a comer y miró a su alrededor, tomando nota de los nuevos decorados que acababan de colocar. El club de teatro representaba dos espectáculos al año, una obra de teatro en invierno y un musical en primavera.
Se preguntó qué obra de teatro interpretaría el club este invierno. Entonces vio el guion que alguien había dejado allí:
El sueño de una noche de verano.
Helena abrió la primera página y leyó: ESCENA 1. ATENAS. PALACIO DE TESEO. Puso los ojos en blanco y arrojó el texto al suelo. Daba la impresión de que alguien le había tendido una trampa. Quizás era verdad que el destino movía todos los hilos.
Helena pasó las tres horas restantes aturdida y embobada, pero su suerte no duró todo el día. Cuando sonó el timbre que marcaba el fin de la jornada escolar, se apresuró hacia su taquilla para guardar los libros e ir a entrenar lo más rápido posible, pero Lucas se anticipó.
—¡Eh! —exclamó desde el otro extremo del pasillo. Aproximándose a ella, adoptó un semblante más corpulento y peligroso. Grupos de estudiantes se escurrían hacia sus clases al oír las zancadas del joven Delos. Cuando al fin estuvo lo bastante cerca, le preguntó—: ¿Dónde te has metido todo el día?
—He estado ocupada. No puedo llegar a atletismo tarde otra vez —respondió lacónicamente, sin mirarle a los ojos mientras rebuscaba en la taquilla el material para el entreno.
—Te acompaño —se ofreció al mismo tiempo que examinaba el rostro de Helena.
La joven mantuvo la cabeza inclinada; el cabello le tapaba el rostro y decidió no responder al ofrecimiento. Avanzaron por el pasillo juntos, pero a pesar de tener a Lucas a su lado, Helena se sentía más sola que nunca.
—¿Por qué no me has llamado esta mañana? Podría haberte recogido más temprano si tenías cosas que hacer algún recado —dijo Lucas cuando el silencio se hizo insoportable.
—Mira, Lucas. Es muy dulce por tu parte que quieras traerme en coche, pero para mí es más fácil coger la bici. Así que mejor será que lo olvidemos.
—¿No quieres que pase a buscarte más? —preguntó con voz gélida.
—No —respondió.
La pareja se acercó al final del pasillo que conducía hacia los vestuarios del instituto. Al fin, Helena se giró para mirarle, aunque no debería haberlo hecho. Lucas parecía dolido.
—De acuerdo —aceptó con un susurro—. ¿Piensas decirme qué he hecho mal o tengo que adivinarlo?
—No has hecho nada mal —respondió Helena con aire apático.
El muchacho la miró con atención, esperando notar la mentira, pero no percibió ni un ápice. Por un momento, la luz que iluminaba su rostro se dispersó, ocultando así su ademán.
—¿Podrás llegar a mi casa después del entreno? —le preguntó mientras esquivaba su mirada, tan confundido que no sabía dónde mirar ni qué decir.
—Ya que lo mencionas… —empezó Helena mientras ideaba una mentira creíble.
—Vendrás. Todavía no hemos averiguado la identidad de las mujeres que te atacaron y, para colmo, Creonte está aquí. Aprender a defenderte es más importante que lo que hecho, o no, para molestarte —comentó cortante y con tono enfadado.
Helena asintió, a sabiendas de que era ridículo insinuar que quería dejar de asistir a esas clases. Apenas lograba distinguirle entre las confusas imágenes que Lucas creaba al mismo tiempo que manipulaba la luz a su alrededor. Daba la impresión de que la silueta del chico se había triplicado y las tres versiones se arremolinaban entre sí formando una ilusión óptica similar a la de un caleidoscopio. Helena prefirió agachar la cabeza; el cabello le tapaba los ojos y esperó a que su imagen se estabilizara para poder mirarle sin marearse.
—¿Quieres que me mantenga lejos de ti el resto del día? —le preguntó con una voz cuidadosamente controlada.
No, pensó Helena. Y sí. Las dos respuestas eran sinceras. No podía mentirle, pero, de golpe, la verdad se había tornado escurridiza.
—Creo que sería lo mejor —balbuceó.
Lucas no contestó ni una palabra. Solo dio media vuelta y la dejó allí, en mitad del pasillo.
—Hola, Lucas…. Adiós, Lucas —lo saludó y lo despidió Claire cuando se lo cruzó en el pasillo. Miró a Helena y a Lucas varias veces y preguntó—: ¿Bronca?
Ella se encogió de hombros y cogió la mano de su mejor amiga, conduciéndola hacia los vestuarios femeninos.
—Qué más da. —Eso era todo lo que energía le dejó articular. Mientras trotaba por la pista, le preguntó a Claire por su día. Le confesó su almuerzo secreto en el auditorio y le comentó que se lo contara a Matt para evitar que la amistad se enfriara. Claire sentía una gran curiosidad, pero no le hizo ninguna pregunta al respecto.
Helena sentía que el mundo se había convertido en una suerte de chiste sin gracia. Si se hubiera encontrado en un club viendo un espectáculo semejante, no habría dudado en levantarse e irse de allí. Pero debía aceptar las cosas como eran: después del entreno tenía que ir a casa de los Delos para dejar que el primo de Lucas le diera una buena tunda.
Cuando finalizó el entreno, fue en bicicleta hasta allí. Llegó antes que Lucas, Jáson y Héctor. Se dirigió hacia las pistas de tenis, que estaban en proceso de convertirse en un auténtico campo de combate recubierto con arena, y observó a su alrededor. Había una espada en el suelo y no dudó en recogerla. Alzó el arma y la viró en el aire, para saber que se sentía.
Se sintió tonta de remate. Ella no estaba destinada a ser un espadachín.
—Creo que Héctor quiere que primero aprendas a manejar la lanza. Es la tradición —anunció Casandra, que apareció detrás de ella.
—No querría entrometerme con la tradición —respondió Helena con sarcasmo mientras dibujaba una cruz en la arena con la punta de la espada.
—Todo lo contrario. De hecho, creo que eso era lo que tu madre tenía en mente para ti —añadió Casandra con ese tono de voz lejano y espelúznate que solía utilizar en momento cruciales—. Escoger un nombre para bautizar a una hija es una cosa del pasado, y yo solo puedo ver el futuro.
—¡Eres un oráculo! —exclamó Helena, atónita. Tendría que haberse dado cuenta desde el principio.
De pronto, no estuvo segura de querer quedarse a solas con Casandra. Había algo en su mirada que no la convencía. Empezó a dibujar un círculo alrededor de Casandra, manteniendo siempre la misma distancia entre ellas, pero acercándose sutilmente a la salida.
—Delfos, Delos. Y el oráculo de Delfos siempre fue uno de los sacerdotes escogidos por Apolo —musitó Helena sin alterar el tono de voz, procurando mantener a Casandra distraída.
—Casi. El oráculo de Delfos fue siempre uno de los vástagos de Apolo, y siempre una sacerdotisa. Una chica —corrigió Casandra con tono amargo—. El oráculo de Delfos es la hija de Apolo y las Tres Hadas, también conocidas como los Tres Destinos.
—Estoy bastante segura de que eso no figuraba en el libro que me regalaste —repuso Helena algo dubitativa mientras Casandra recogía la espada del suelo; la levantó con esfuerzo antes de acercarse a Helena.
—Jamás se reveló a los antiguos historiadores, aunque sí se conocía que Apolo era hijo de Zeus y no descendiente de los dioses originales. Pertenecía a la segunda generación, una especie de vástago glorificado y que, al igual que nosotros, moriría algún día.
Casandra seguía aproximándose a la chica sin dejar de empuñar la espada.
—Entonces, ¿Por qué no murió? —preguntó Helena con suma cautela, procurando no alterarse para no provocar a Casandra. Deshizo el círculo que había avanzado antes sin apartar la mirada de la hoja reluciente color bronce que Casandra alzaba y bajaba, como si no tuviera fuerza suficiente para mantenerla elevada constantemente.
—Apolo llegó a un trato con las Tres Hadas —informó. Por lo visto, un pensamiento oscuro la distrajo, pero, tras unos segundos de silencio, continuó—: Les ofreció algo que jamás hubieran conseguido sin su ayuda. Una niña. Juró ante el río Estigia que le otorgaría descendencia, pero, a cambio, ellas prometieron que nunca cortarían su hilo de la vida. Desde aquel día, Apolo alcanzó la inmortalidad y cada generación debe conceder a las Tres Hadas una niña descendiente de Apolo. Es su hija espiritual y, en algunas ocasiones, puede ver lo que sus madres tienen preparado para el mundo.
Helena advirtió que Casandra avanzaba a trompicones. A pesar de parecer insegura, continuó acercándose a la joven. A medida que se aproximaba a ella, el resplandor que bordeaba su silueta comenzó a bailar, como si repeliera su piel, y sus ojos y dientes se tiñeron del púrpura inconfundible de la luz negra. Helena sabía que, comparada con Casandra, era mayor, más grande y más fuerte; aún así, no le cabía la menor duda de que era ella la que corría un grave peligro. Casandra no era la única que habitaba ese cuerpo diminuto. Las Tres Hadas estaban de visita y, quizás, en parte, controlaban sus movimientos.
Helena vio que Casandra le bloqueaba cualquier escapatoria. La joven Hamilton sabía que, en un momento determinado, podría huir volando ahora que había aprendido a deshacerse de la gravedad, pero no estaba del todo segura de si sabría controlar el vuelo una vez hubiera despegado. Además, tampoco sabía aterrizar sin que Lucas la sujetara de las manos. Sin embargo, le aterrorizaba más el oráculo con la espada que desplomarse del cielo. Helena estaba a punto de arriesgarse y alzar vuelo cuando, de forma inesperada y repentina, la conducta de Casandra cambió por completo. Pasó de ser el mensajero oscuro y miedoso de las Hadas a convertirse en una jovencita vulnerable.