Predestinados (28 page)

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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Predestinados
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—¿Has invitado a mi padre? —repitió con voz estridente.

—Por supuesto. Palas al fin está en casa, y teniendo en cuenta que vas a pasar mucho tiempo aquí para entrenarte, he estimado oportuno que nuestras familias se conozcan. Le pedí a Jerry que trajera también a Kate, pero trabaja también esta noche en la tienda, así que eso tendrá que esperar. Tu padre llegará dentro de unos quince minutos, por si necesitas darte una ducha o peinarte —dijo. Se dio media vuelta para mirar a Helena, que permanecía de pie en mitad en la cocina con el cabello alborotado y ataviada con ropa que le iba cuatro tallas más grande—. Yo en tu lugar no perdería más tiempo —añadió con una son risa de complicidad.

Helena bajó la mirada y contempló sus pies, manchados de barro y césped. Se pasó una mano por el pelo en un intento de desenredarse la maraña de cabello y no pudo evitar chillar al arrancarse varios mechones de la parte posterior, rozando la nuca. Ariadna soltó una carcajada.

—Parece que te hayan traído a rastras después de revolcar te entre arbustos. Pero tengo una solución —anunció Ariadna. Acto seguido, se levantó de la silla, despojó a Lucas de la mano de Helena y la arrastró fuera de la cocina.

Helena no daba crédito a la cantidad de nudos que se habían formado en su cabellera, pero Ariadna se las arregló para de desenredarlos aplicando una loción para alisar el pelo y con la ayuda de un peine. Después, Helena se lavó los pies, se recogió el cabello en una cola de caballo y se calzó con unas chancletas que Ariadna le había prestado. En mitad de las escaleras, tras haber descendido varios peldaños, se percató de que le iban enormes y de que, en cualquier momento, podía torcerse el tobillo y partirse la crisma.

—¿Qué demonios llevas puesto? —espetó Jerry en cuanto vio a su hija.

Helena se desternilló de la risa, en parte porque su padre había soltado las palabras exactas que ella había imaginado, pero sobre todo por la cara de mentecato con que la observaba.

—Es un préstamo. Mi chándal está sucio. Bueno, esta ropa es gigantesca, pero al menos está limpia —reconoció Helena señalando la descomunal camiseta de algodón y los desmedidos pantalones de deporte, que se había arremangado hasta la rodilla.

—Bueno, al menos parecen… ¿cómodos? —preguntó.

—La próxima vez me pondré un vestido de gala —prometió Helena.

Sin dejar de troncharse por la reacción de Jerry, se dio media vuelta y descubrió a toda la familia Delos, que los estaban observando, y, al parecer, el espectáculo los divertía.

—Ahora entiendo a qué te refieres —susurró Castor a Lucas. Ambos compartieron una mirada que Helena no comprendió, pero enseguida se dirigieron a su padre y le sonrieron con afecto.

—Me alegro de volver a verte, Jerry —saludó Castor acercándose con la mano extendida a la espera de un fuerte apretón de manos.

—Lo mismo digo, Castor. Quería ser el primero en ofrecer la casa para una cena conjunta, pero, por lo visto, tu esposa se me ha adelantado —dijo Jerry, con gentileza.

—Bienvenido a mi mundo —contestó Castor con una sonrisa lacónica. Al parecer, los dos cabezas de familia disfrutaban de su mutua compañía.

Las presentaciones fueron breves, puesto que incluían a muchas personas, aunque lo cierto fue que Jerry se manejó como un profesional. Hacía más de veinte años que administraba una tienda local, de modo que estaba acostumbrado a recordar los nombres de las personas y a sentirse cómodo incluso con las personalidades más excéntricas. Helena vigilaba a su padre con curiosidad e interés: sus comentarios siempre despertaban alguna que otra sonrisa, provocaban carcajadas o incluso motivaban momentos de reflexión. Estaba orgullosa de él, no solo porque era ingenioso y divertido, sino también porque sabía cuándo dejar de serlo.

También ayudó que la familia de Lucas compartiera gustos similares, tanto en lo referente a los temas de conversación como a la comida. Jerry engulló todo lo que le sirvieron y, sin llegar a ser pesado, se inclinó hacia Noel y no paró hasta que esta confesó que había trabajado como chef en su vida de soltera, hacía años, cuando vivía en Francia. Noel incluso admitió que alguna vez había entrado a hurtadillas en su tienda. Con aire generoso, declaró que los cruasanes de Kate con sal marina, romero y crema fresca tenían que ser producto de un genio loco. Jerry emanaba orgullo por cada poro de su piel, como si Kate fuera el tesoro escondido que él había tenido la suerte de desenterrar. Helena le asestó un suave codazo.

—Te estás sonrojando —susurró Helena a su padre.

—Sí, y tú no. ¿Cómo puede ser? —replicó.

—Yo no tengo ningún motivo —respondió mientras sus mejillas traicioneras empezaban a ruborizarse.

—Ya veo, ya —soltó, incrédulo—. ¿Es ahora cuando supuestamente tengo que actuar como el padre preocupado que exige a su hija una explicación con todo lujo de detalles sobre lo que está pasando entre ella y el señor Superfantástico?

—No. Ahora es cuando tú te ocupas de tus propios asuntos y te acabas la cena —respondió Helena con un tono de voz demasiado maternal.

—¡Genial! Otro disparo que esquivas —murmuró con una sonrisa, y pidió repetir las patatas
au gratín
de Noel.

El resto de la velada transcurrió tal y como Helena había deseado, hasta el final. Habían charlado con Jasón, se había cruzado un par de bromas con Ariadna e incluso había mantenido una breve conversación con Palas acerca de su trabajo como encargado de un museo. Hasta ese momento, se había mostrado frío, distante e incluso hostil, pero en cuanto empezaron a hablar sobre arte, pareció abrirse un poco más. Helena no era una experta, pero tenía suficientes conocimientos sobre la materia para mantener una conversación interesante al respecto. Ambos se sorprendieron al descubrir que compartían gustos semejantes y disfrutaron de un momento de admiración mutua mientras discutían sobre uno de sus cuadros favoritos. Empezaba a creer que podrían llevarse a las mil maravillas, pero cuando agotaron ese tema, Palas se alejó de ella con el ceño fruncido, como si no se fiara.

Helena percibió un tintineo alegre en el mismo instante en que alguien le apoyaba la mano en el hombro.

—No te lo tomes a pecho —aconsejó Pandora procurando consolarla—.

Mira, adoro a mis hermanos, pero a veces pueden ser muy burros. Sobre todo Palas.

—Ojalá supiera qué he dicho —comentó Helena con aire arrepentido.

—¡No es culpa tuya! No has dicho nada, Helena. Todo este rollo de los vástagos está durando demasiado, más de lo que te imaginas.

—Desde el albor de los tiempos, ¿verdad? —preguntó Helena tratando de poner algo de humor al asunto, aunque seguía dolida por la reacción de Palas.

—Sí, es verdad. En un sentido literal, tienes razón, pero en el caso de esta familia me refiero a algo más específico, algo que data de tiempos inmemoriales, cuando todo empezó a ir mal.

Para sorpresa de Helena, Pandora la tomó de la mano y la condujo hasta un rincón, donde pudieron sentarse juntas y evitar el estrépito que retumbaba en toda la estancia. Al parecer, aquello que se disponía a explicarle Pandora era algo que deseaba mantener solo entre ellas dos.

El clan Delos era demasiado grande como para tener camarillas. Si fuera una adolescente al uso, Pandora sin duda sería la artista bohemia, la chica con la que todos querían codearse, aunque muy pocos conseguían llegar a ella.

—Permíteme empezar diciendo que para Palas es más complicado porque es quien más ha perdido de la familia —comenzó Pandora con tono tristón antes de ponerse derecha en la silla y dedicarle una sonrisa de disculpa—. No me malinterpretes; mi hermano sigue siendo un burro por haberte tratado así, pero quizá pueda ayudarte a entenderle mejor si intentas verlo desde otra perspectiva. Tu llegada a nuestras vidas ha sido tan explosiva para nosotros como para ti. ¿Sabes cómo heredamos nuestro aspecto físico?

Helena expresó con el rostro que estaba completamente perdida y confusa, puesto que la conversación había dado un giro de ciento ochenta grados de manera inesperada.

—Más o menos —respondió—. Casandra me comentó algo sobre arquetipos y luego dijo que todos nos parecemos a héroes que combatieron en la guerra de Troya, o algo parecido.

—Casi. No nos parecemos a los héroes que combatieron en la guerra de Troya, sino que somos idénticos. De forma que todos lucimos caras usadas, ¿comprendes? Y no siempre nos parecemos a nuestros padres, sino más bien a personajes de la historia que se supone que encarnamos.

—Ah, ya lo entiendo.

—Puesto que los vástagos tienden a enamorarse perdidamente de la persona a la que están «destinados» a compartir su vida, y teniendo en cuenta que no se privan de tener billones de hijos, la generación anterior a menudo goza del discutible privilegio de ver rostros de personas que conocieron en el pasado y, aquí llega la parte más difícil, las caras de personas contra los que lucharon. A veces, incluso sucede con sus propios hijos o con alguien a quien sus hijos adoran.

—Oh. Eso no suena tan bien —opinó Helena mientras una oleada de temor empezaba a inundarle el cuerpo—. Entonces todos nos parecemos a personas que nuestros antepasados conocieron, y Palas me odió desde el primer instante en que me vio. Así que dime, ¿a quién me parezco?

Pandora suspiró. Los brazaletes y pulseras tintinearon cuando la mujer tomó la mano de Helena.

—Es una tontería, de verdad —dijo como si pidiera perdón de antemano—, pero eres clavadita a Dafne Atreo, la mujer que asesinó a nuestro hermano Ayax.

—¡Pero yo no lo hice! Yo no maté a vuestro hermano —gritó Helena, a quien de repente la voz le temblaba por la emoción.

Al percibir la angustia y malestar de la joven, Pandora se deshizo de los pensamientos melancólicos y apretó la mano de Helena.

—¡Ya lo sé! —exclamó con dulzura—. Es una locura culparte, y la mayoría de nosotros no lo hace. Sin duda, yo no.

—Pero Palas sí —continuó Helena al comprender al fin el motivo por el cual se mostraba tan distante.

Pandora afirmó con la cabeza.

—Perder a Ayax fue como abandonar lo mejor de nuestra familia —admitió Pandora. Los dientes le empezaron a castañetear, como si estuviera a punto de romper a llorar, pero continuó—: Ayax era… el mejor. Deberías haberle visto. Era como la personificación del mismo Apolo…, como Héctor en muchos sentidos…, pero más tierno; no era un sabelotodo gruñón. No me malinterpretes, adoro a mi sobrino, ¡pero maldita sea! A veces puede llegar a ser un cascarrabias de primera.

Las dos se rieron a carcajada limpia a costa de Héctor.

—Ojalá le hubiera conocido. A tu hermano, claro —agregó Helena. Se sorprendió al darse cuenta de que lo decía en serio; Ayax debía de haber sido alguien verdaderamente especial para inspirar ese amor infinito en su hermana menor.

—En cierto modo, ninguno hemos logrado superar su perdida —acopló Pandora. Se encogió de hombros, como si se hubiera quedado sin más explicaciones que darle a Helena y finalizó—: Pero mi hermano Palas es el único incapaz de mirarte a los ojos y asumir que eres otra persona, aunque es consciente de que aquel incidente nada tuvo que ver contigo.

—Lo entiendo —dijo Helena. No es justo, y sigo pensando que es cruel, pero ahora sé por qué Palas me desprecia.

—No te preocupes, al final lo superará. En el fondo sabe que tú no escogiste tu apariencia; eso es tarea del destino —aclaró con una sonrisa atrevida—. ¡Y maldita sea! ¡Qué bien escogida!

—¡Tú no te puedes quejar! —respondió Helena, de corazón.

—Bueno, eso da igual —dijo Pandora poniendo los ojos en blanco y moviendo las muñecas—. Por mi suerte con los hombres, seguramente me parezco a una criada estúpida o a una virgen vestal de Troya.

Aunque Helena también soltó una risotada, aún había una duda que le rondaba por la cabeza. Al final decidió tirarse a la piscina y hacer la pregunta.

—Bueno, ¿y a qué personaje de Troya me parezco yo?

—¡Demonios, no! —chilló Pandora levantándose de repente—. Hice una promesa… Todos la hicimos. Tienes que hablar con Lucas sobre eso, Helena. Creo que ya te he contado bastante por una noche.

Sin dejar de mover las muñecas, produciendo así un agudo tintineo y diversos destellos de colores, Pandora anunció que necesitaba una copa de vino y se escabulló entre los miembros de su familia. Helena hizo una mueca cuando la mujer se fue. Era consciente de que Pandora verdaderamente le había confiado una información muy íntima y personal, pero aún así Helena no estaba satisfecha. Deseaba conocer qué papel le tenía preparado el destino. Se lo preguntaría a Lucas en cuanto estuvieran a solas.

Helena le miró de reojo. Durante toda la velada, la joven había notado la mirada de Lucas sobre ella y, a decir verdad, el peso de sus ojos funcionó como un bálsamo, pues sintió que estuvo a su lado a lo largo de la noche. Helena no tuvo que encorvarse o fingir ser débil o menos pazguata de lo que en realidad era. Sencillamente, encajaba. Advirtió que esta tranquilidad consigo mismo se debía, en parte, al hecho de que, por primera vez en su vida, estaba rodeado de personas tan raras como ella; pero casi todo el mérito era de Lucas. Aunque no estuvo junto a ella en ningún momento, Helena sentía que seguían unidos por la confianza que habían construido durante el vuelo. Su vigilancia constante tenía un impacto tan positivo en ella que, en cuanto sus ojos la abandonaron, Helena perdió el equilibrio. Observó a su alrededor para averiguar qué había llamado la atención de Lucas y vio que estaba charlando en privado con Palas.

No estaba a favor de utilizar el oído vástago para violar la intimidad de los demás. Ya había tenido una discusión con Héctor sobre ese tema cuando le acusó de escuchar a hurtadillas a su familia desde el mirador, pero, por alguna razón, no pudo resistirse. Cuando oyó su nombre en boca de Palas, sintió la imperiosa necesidad de saber cómo continuaba la conversación —No voy a engañarte. Helena me llamó la atención desde el principio —decía Lucas en voz baja—, pero no ha pasado nada.

—Eso es lo que me dicen todos —respondió Palas. Helena le vio acariciarse el labio inferior antes de continuar—: Aunque eso no es lo que más me preocupa ahora; lo que me inquieta es que durante los dos próximos meses estéis revoloteando por el cielo juntos, en vez de con los pies en el suelo. No puede volver a ocurrir, Luke.

—No haré nada —afirmó Lucas con frialdad—. Le estoy enseñando a volar, además procuro asegurarme de que nadie la mate, pero bajo ningún concepto la tocaré. Confía en mí.

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