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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (18 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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—En primer lugar: ¿por qué no informaste de tu conversación con Sarsem?

Osherl se encogió de hombros.

—Tú no preguntaste.

—Explica, si puedes, por qué el punto en el cielo era claro y evidente ayer por la tarde, con esas mismas nubes cubriendo la superficie.

—Estoy desconcertado.

—¿No dirías más bien que el Perciplex ha sido movido o que el auténtico pleurmalión ha sido cambiado por uno falso?

—Supongo que podría argumentarse cualquiera de las dos cosas.

—Exacto. ¡Osherl, el juego ha terminado! Ahora y aquí te penalizo con tres puntos de compromiso por conducta falsa e infiel.

Osherl lanzó un salvaje grito de emoción. Rhialto alzó las manos para hacerle callar.

—Además, ahora te plantearé una pregunta mucho más importante, que debes contestar con la verdad y con suficiente detalle como para proporcionarme un cuadro práctico y exacto de la situación. Sarsem te cogió el pleurmalión. ¿Tomó también, o tocó, ocultó, movió, alteró, destruyó, transfirió temporalmente o de alguna otra manera, o disturbó o influenció de algún otro modo la condición del Perciplex? Me refiero al auténtico Perciplex que custodiaba en el Hálito del Fader. Me molesta la verbosidad, pero debo utilizarla cuando trato contigo.

—No.

—¿«No»? ¿No qué? Yo mismo me siento algo confuso.

—Sarsem, pese a las incitaciones de Hache-Moncour, no se atreve a tocar el Perciplex.

—Tráeme aquí a Sarsem.

Tras otro intercambio de acritud, Sarsem, como siempre bajo la forma de un joven de escamas color lavanda, apareció ante el pabellón.

—Sarsem, devuélveme el pleurmalión —dijo llanamente Rhialto.

—¡Imposible! Lo he destruido por orden del nuevo Preceptor.

—¿Quién es el nuevo Preceptor?

—Hache-Moncour, por supuesto.

—¿Y cómo das por sentado eso como un hecho?

—Así me lo aseguró él de su propia boca, o al menos dio a entender que ése sería el caso dentro de poco

—Te engañó. Deberías haber verificado los hechos con Ildefonse. ¡Te penalizo con tres puntos de compromiso!

Como Osherl, Sarsem lanzó un agudo grito.

—¡No tienes autoridad para ello!

—La falta de autoridad de Hache-Moncour no te preocupó en absoluto.

—Eso es diferente.

—Ahora os ordeno a ti y a Osherl que registréis el bosque y halléis el Perciplex, y luego me lo traigáis inmediatamente aquí.

—No puedo hacer eso. Estoy cumpliendo otras órdenes. Haz que lo busque Osherl. Ha sido asignado a tu servicio.

—¡Sarsem, escucha atentamente! ¡Osherl, tú serás mi testigo! Dudo en apelar al Gran Nombre para un asunto tan trivial, pero estoy empezando a irritarme demasiado con vuestros trucos. Si interferís de nuevo en mi recuperación del Perciplex, apelaré a…

Tanto Osherl como Sarsem lanzaron un agudísimo grito.

—¡No es necesario que menciones el Nombre; te hemos oído!

—Sarsem, ¿está claro lo que he dicho?

—Completamente claro —murmuró el joven de las escamas lavanda.

—¿Y cómo guiarás ahora tu conducta?

—Hummm… Tendré que utilizar tácticas evasivas al servicio de Hache-Moncour, a fin de satisfaceros a ambos.

—Te advierto que a partir de ahora voy a ser altamente sensible. Te has ganado con justicia tus tres puntos; ya me has causado excesivo trabajo.

Sarsem emitió un sonido inarticulado y desapareció.

14

Rhialto dirigió su atención a Osherl.

—Ayer creí localizar el Perciplex cerca de ese alto promontorio de ahí. ¡Así que a trabajar!

—Yo solo, por supuesto —gruñó Osherl.

—Si hubieras sido fiel como se esperaba, el trabajo ya estaría hecho, y a estas alturas nos hallaríamos de vuelta en Boumergarth estableciendo las bien merecidas penalizaciones de Hache-Moncour; tú hubieras ganado probablemente dos puntos, en vez de verte penalizado con tres: una diferencia de cinco puntos de compromiso

—Es una tragedia sobre la que, por desgracia, poseo poco control.

Rhialto ignoró la insolencia implícita.

—Bien, ¡a arrimar el hombro! Hay que efectuar una búsqueda escrupulosa!

—¿Y debo trabajar solo? La tarea es enorme.

—Tienes razón. Da una batida por el bosque y reúne aquí, en orden y disciplina, a todos los bogadils, saltarines ursiales, manks y flantics que encuentres, junto con cualquier otra criatura que tenga algo de seso.

Osherl se humedeció con la lengua los gordezuelos labios de su adiposo rostro de tendero.

—¿Eso incluye a los antropófagos?

—¿Por qué no? ¡Hagamos que la tolerancia gobierne nuestra conducta! Pero primero eleva el pabellón sobre un pedestal de seis metros a fin de poder dominarlos a todos con la altura. Instruye a todas esas criaturas para que se comporten civilizadamente.

A su debido tiempo, Osherl tenía reunidas a todas las criaturas especificadas delante del pabellón. Rhialto avanzó unos pasos y se dirigió al grupo con una serie de observaciones que su glosolario, trabajando a toda velocidad, traducía a términos de comprensión general.

—¡Criaturas, hombres, semihombres y cosas! Extiendo a todos vosotros mis buenos deseos y mi profunda simpatía ante el hecho de que tengáis que vivir de una forma tan íntima los unos en compañía de los otros.

»Puesto que vuestros intelectos son, en líneas generales, de no excesiva complejidad, seré conciso. En algún lugar del bosque, no demasiado lejos de aquella elevación que se divisa allá, hay un cristal azul, de esta forma y tamaño —hizo unos gestos con las manos—, que deseo poseer. Os ordeno a todos vosotros que busquéis ese cristal. Quien lo encuentre y lo traiga aquí será espléndidamente gratificado. Para estimular el celo y animar la búsqueda, depositaré sobre cada uno de vosotros una sensación ardiente que se repetirá a intervalos cada vez más cortos hasta que el cristal azul se halle en mi poder. Buscad por todas partes: entre la maleza, debajo de los detritus del suelo, en las ramas y el follaje. Los antropófagos ataron originalmente ese cristal a la persona de alguien de los aquí presentes, de modo que esto puede servir como indicio. Todos debéis revisar vuestros recuerdos e ir al lugar donde lograsteis desprenderos del objeto. Ahora id al árbol que hay en la cima de la prominencia, que será el centro de vuestros esfuerzos. Buscad bien, puesto que los ardores no dejarán de intensificarse hasta que tenga el cristal en mis manos. Osherl, inflinge el primer ardor, por favor.

Las criaturas lanzaron un unánime grito de dolor y partieron a la carrera.

Pasaron sólo unos instantes antes de que un saltarín ursiano regresara con un fragmento de porcelana azul y exigiera inmediatamente la recompensa. Rhialto lo coronó con un collar tejido de plumas rojas y lo envió de nuevo a la búsqueda.

A lo largo de la mañana fue traída esperanzadamente a Rhialto una gran variedad de objetos azules; los fue rechazando uno a uno, mientras incrementaba la frecuencia y la fuerza de los ardores estimulantes.

Poco antes del mediodía Rhialto observó una conducta poco usual por parte de Osherl, y al instante preguntó:

—Bien, Osherl; ¿qué ocurre ahora?

—En realidad no es asunto mío —dijo rígidamente Osherl—, pero si yo siguiera mi propio consejo, no dejaría que escucharas lo que tengo que decirte. Puede provocar comentarios lamentables acerca de mis puntos de compromiso.

—¿Qué es lo que tienes que decirme? —gritó Rhialto.

—Se refiere al Perciplex, y puesto que has hecho algunos esfuerzos para asegurarte el cristal…

—¡Osherl, te lo ordeno! ¡Ve al grano! ¿Qué ocurre con el Perciplex?

—Para resumir una larga historia, tiendo a creer que ha sido descubierto por un flantic
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, que al principio pensó traértelo, pero luego fue desviado por una contraoferta de alguien que debe permanecer innominado; ahora el flantic vuela de un lado para otro, indeciso… ¡Ahí está! ¡Míralo! Viene en esta dirección. Lleva el Perciplex aferrado en su garra derecha… ¡No! Vacila… Ha cambiado de opinión; sin duda ha oído unas condiciones más persuasivas.

—¡Rápido! ¡Tras él! ¡Golpéalo con pervulsiones! ¡Hazle volver, o arráncale el Perciplex! Osherl, ¿por qué no te apresuras?

Osherl retrocedió unos pasos.

—Este es un asunto entre tú y Hache-Moncour; no se me permite entrar en tales confrontaciones, y aquí Ildefonse me apoyará.

Rhialto rugió furiosas maldiciones.

—¡Entonces ven; haremos bajar a la criatura! ¡Conocerá el dolor más de lo que nunca haya querido conocer nada en su vida! ¡Pon toda la carga de velocidad a mis botas aéreas!

Rhialto saltó al aire y corrió con grandes saltos ingrávidos tras el aleteante flantic negro, que, tras volver la cabeza y ver a Rhialto, aumentó sus esfuerzos.

La persecución los condujo hacia el sudoeste: sobre una cordillera de montañas y un bosque de palmáticas ocres y grises, luego cruzando una marisma de lodosas aguas cortada por riachuelos y salpicada de negros matorrales. En la distancia, el mar Santune reflejaba un leve fulgor plomizo bajo el encapotado cielo.

El flantic empezaba a sentirse cansado; sus alas batían el aire cada vez con menos fuerza, y Rhialto, de salto en salto, fue acortando la distancia.

Con el mar debajo y ningún lugar a la vista donde posarse, el flantic se volvió de pronto para atacar a Rhialto con garras y agitantes alas, y Rhialto fue tomado por sorpresa. Eludió el primer furioso ataque, pero con tan poco margen que el borde de una de las alas del flantic golpeó su hombro. Giró sobre sí mismo y cayó; el flantic picó sobre él, pero Rhialto se contorsionó y le esquivó en un movimiento desesperado. Osherl, a un lado, emitió un cumplido:

—Eres más ágil de lo que esperaba. Ésa fue una hábil maniobra.

Rhialto esquivó un tercer ataque, y las garras del flantic desgarraron su capa y enviaron a Rhialto girando sobre sí mismo hacia un lado. Consiguió gritar un conjuro de Efectividad y arrojó un puñado de Destrucción Azul hacia el cuerpo que se lanzaba contra él, y las resplandecientes astillas penetraron en el torso de la criatura y agujerearon sus alas. El flantic echó hacia atrás la cabeza y lanzó un agudo grito de miedo y agonía.

¡Hombrecillo, me has matado; me has arrancado mi preciosa vida, y no tengo otra! ¡Te maldigo y me llevo conmigo tu cristal azul a un lugar donde jamás puedas recuperarlo: al Reino de la Muerte!

El flantic se convirtió en una fláccida y entremezclada masa de brazos, alas, torso y largo cuello arqueado, y cayó como un plomo al mar, donde se hundió rápidamente, desapareciendo de la vista.

Rhialto gritó angustiado:

—¡Osherl! ¡Sumérgete, aprisa! ¡Bucea! ¡Recupera el Perciplex!

Osherl descendió para mirar desconfiado el agua.

—¿Dónde cayó la criatura?

Exactamente donde te hallas. Bucea profundo, Osherl; es a causa de tu negligencia que ahora nos encontramos aquí.

Osherl silbó entre dientes y bajó un miembro especial hasta el agua. Finalmente dijo:

—No hay nada que hallar. El fondo es profundo y oscuro. Sólo descubriré lodo.

—¡No quiero oír excusas! —gritó Rhialto—. ¡Bucea y tantea, y no vuelvas a aparecer hasta que hayas encontrado el Perciplex!

Osherl lanzó un hueco gemido y desapareció bajo la superficie. Al cabo de un rato regresó.

—¿Lo has recuperado? —exclamó Rhialto—. ¡Dámelo, ahora mismo!

—No es tan fácil —hizo notar Osherl—. La gema se ha perdido en el lodo. No emite ninguna radiación, y no posee resonancia. En pocas palabras, el Perciplex debe considerarse perdido.

—Soy más optimista que tú —dijo Rhialto—. Ánclate aquí donde ha caído, y no permitas ni a Hache-Moncour ni a Sarsem que interfieran. Consultaré contigo dentro de un momento.

—Apresúrate —dijo Osherl—. El agua es profunda, oscura y fría, y criaturas desconocidas juguetean con mi miembro.

—¡Ten paciencia! Y lo más importante: no varíes tu posición ni un solo centímetro; puesto que ahora eres como una boya que señala la localización del Perciplex.

Rhialto regresó al pabellón junto a las ruinas de Luid Shug. Interrumpió la búsqueda y dejó que cesaran los estímulos, con gran alivio de todos.

Luego se dejó caer blandamente en una silla y dedicó su atención a Shalukhe, el último Dechado de Vasques Tohor, que permanecía pensativamente sentada en el camastro. Había recuperado buena parte de su seguridad en sí misma, y observaba a Rhialto con unos ojos oscuros y meditativos. «Ha tenido tiempo de reflexionar sobre su situación», pensó Rhialto. «No ve nada optimista en su futuro.»

—Nuestra primera preocupación es abandonar para siempre este deprimente lugar —dijo Rhialto en voz alta—. Y luego…

—¿Y luego?

—Estudiaremos las opciones que se abren ante ti. No son del todo optimistas, como ya te habrás dado cuenta.

Shalukhe agitó perpleja la cabeza.

—¿Por qué te preocupas así por mí? No poseo riqueza; mi status ha desaparecido. Tengo pocas cualidades y no mucha inteligencia. Puedo trepar a los hyllas en busca de sus vainas y prensar hisopo; puedo recitar el Sueño Deshonesto de las Muchachas Traviesas; ésas son habilidades con un valor muy especializado. Sin embargo… —se encogió de hombros y sonrió—, somos extraños, y ni siquiera me debes la promesa de castidad.

Rhialto, feliz por la ausencia de la cínica mirada de Osherl, fue a sentarse a su lado. Tomó sus manos.

—¿Tú no rescatarías a una indefensa persona civilizada de la tabla de trinchar de unos caníbales si pudieras?

—Sí, por supuesto.

—Eso es lo que hice. Luego, una vez realizado, fui consciente de ti como persona, o mejor, como una combinación de personas: primero una especie de huérfana perdida y solitaria; luego Shalukhe la Nadadora, una doncella de notable encanto y evidentes atributos físicos. Esta combinación, para una persona vana y pomposa como yo, ejerce un atractivo irresistible. Sin embargo, como hombre de quizá excesivo amor propio, jamás consideraría oportuno imponerte no deseadas intimidades; así que, sean cuales sean tus temores a ese respecto, puedes echarlos a un lado. Soy ante todo un caballero honorable.

La boca de Shalukhe la Nadadora se crispó ligeramente en sus comisuras.

—Y también un maestro de extravagantes sentimientos, algunos de los cuales quizá deba tomarme en serio.

Rhialto se puso en pie.

—Mi querida damisela, en eso debes creer en la exactitud de tus instintos. De todos modos, puedes confiar en mí para tu confort y protección, y para cualesquiera otras que puedan ser tus necesidades.

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