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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (19 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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Shalukhe se echó a reír.

—Al menos, Rhialto, eres capaz de alegrarme.

Rhialto suspiró y se volvió de espaldas.

—Ahora debemos ir a arreglarle las cuentas a Osherl. Sospecho que está actuando en connivencia con mis enemigos, aunque sólo sea pasivamente. Esto, por supuesto, es intolerable. Haremos volar este pabellón hacia el sur, cruzando las montañas Mag, hasta situarnos sobre el mar Santune, donde se halla anclado Osherl. Allá haremos más planes.

Rhialto pronunció una fórmula de transferencia material que envió el pabellón por encima del suelo y sobre el mar hasta donde el flantic se había hundido en las olas. Osherl, por conveniencia propia, había asumido la forma de una boya, pintada de rojo y negro de acuerdo con las reglamentaciones marítimas. Una cabeza humana de hierro forjado emergía de su parte superior, con una luz de navegación encima.

—¡Rhialto, has regresado! —exclamó Osherl con voz metálica—. ¡Aunque no demasiado pronto! No me gusta la vida en el mar.

—¡Tampoco a mi! Tan pronto como recuperemos el Perciplex habremos terminado nuestro trabajo.

Osherl lanzó un seco y melancólico gemido, con los tonos de un ave marina.

—¿No te he explicado ya que el Perciplex se halla perdido en las profundidades? ¡Debes abandonar esa obsesión y aceptar lo inevitable!

—Eres tú quien debes aceptar lo inevitable —dijo Rhialto—. Hasta que tenga el Perciplex en mis manos permanecerás aquí para señalar y certificar el lugar.

Osherl hizo sonar agitado su campana de aviso.

—¿Por qué no ejerces tu magia y mueves el mar hacia un lado? ¡Entonces podremos buscar mejor!

—Ya no dispongo de esa magia; mis mejores poderes fueron robados por Hache-Moncour y otros. De todos modos, me has proporcionado el germen de una idea… ¿Cuál es el nombre de este mar en particular?

—¡Ése es un dato trivial e irrelevante!

—¡En absoluto! Yo nunca soy irrelevante, y mucho menos trivial.

Osherl emitió con voz fuerte una gimiente maldición.

—Durante esta época, es un brazo del océano Áccico que penetra en tierra firme: el mar Santune. Durante el decimoséptimo eón, un puente de tierra se alza a través del estrecho de Garch; el mar se seca lentamente y terminará extinguiéndose. Durante la última época del decimoséptimo eón el viejo lecho marino es conocido como la estepa de Tchaxmatar. En la segunda época del decimoctavo eón, Baltanque de las Altas Torres se alza a ocho kilómetros al norte de nuestra actual situación, y perdura hasta su captura por Isil Skilte el archivolte. A finales del decimoctavo eón vuelve el mar. Espero que tu repentina fascinación hacia la geografía de la Tierra Media haya quedado saciada.

—Casi —dijo Rhialto—. Ahora te daré las siguientes órdenes, que deberán ser cumplidas en su más mínimo detalle. Sin moverte en absoluto de tu posición, nos transferirás a mi y a mi subalterna, Shalukhe la Nadadora, a un momento conveniente a finales del decimoséptimo eón, cuando el lecho del antiguo mar Santune esté seco y preparado para la búsqueda del Perciplex.

»Mientras tanto, se te ordena explícitamente que no te muevas de tu actual punto de anclaje ni un milímetro, ni nombres guardianes sustitutos, en especial y particularmente Sarsem, para mantener la vigilancia mientras te ocupas de otros asuntos.

Osherl lanzó un extraño sonido gimiente, que Rhialto ignoró.

—El Perciplex se halla en estos momentos bajo tus pies; si no está ahí cuando regresemos en el decimoséptimo eón, sólo habrá un culpable: tú. En consecuencia, custódialo bien, con toda obstinación. No dejes ni a Sarsem ni a Hache-Moncour, ni a nadie, que te engatuse y te seduzca a abandonar tu deber.

»Ahora estamos listos para la transferencia. ¡Procura que no se cometa ningún error! ¡La recuperación del auténtico y original Perciplex, y su entrega a mi persona, se ha convertido en tu responsabilidad! ¡Muchos, muchos puntos de compromiso penden del resultado de tu trabajo! Así pues: ¡al decimoséptimo eón!

15

El pabellón se alzaba ahora bajo la luz rojo geranio del sol. El cielo estaba libre de nubes; el aire era cálido, seco, y tenía un olor acre exhalado por unos bajos arbustos negros. Al oeste podía divisarse todavía el reflejo del mar Santune, en plena retirada, con un poblado de blancas casitas entre árboles de escasa altura a un kilómetro de distancia. En las demás direcciones la estepa se extendía ininterrumpida hasta el horizonte.

A unos treinta metros del pabellón se alzaba una casita blanca de reducidas dimensiones, con un enorme shairo negro alzándose imponente a cada lado. En el porche se sentaba Osherl, con la apariencia de un vagabundo de baja casta o de un pobre de espíritu de parpadeantes ojos, pelo color arena y dientes superiores colgando estúpidamente sobre una mandíbula inferior en recesión. Llevaba una manchada túnica de burda tela blanca y un sombrero de colgante ala hundido hasta los ojos.

Al ver a Rhialto, Osherl agitó una mano de fláccidos dedos.

—¡Hey, Rhialto! ¡Tras una vigilia tan larga como ésta, incluso tu rostro es bienvenido!

Rhialto respondió de una forma más bien fría. Examinó la casita.

—Parece que te has instalado cómodamente. Espero que, en medio de tanta relajación, no hayas olvidado la seguridad del Perciplex.

—Mi «comodidad», como la nombras, es sólo primordial, y destinada básicamente a protegerme de los merodeadores nocturnos. Carezco tanto de lecho de seda como de atentos subalternos.

—¿Y el Perciplex?

Osherl señaló con el pulgar hacia un oxidado poste de hierro a cincuenta metros de distancia.

Directamente debajo de ese poste, a una profundidad desconocida, yace el Perciplex.

Rhialto examinó la zona, observó montones de botellas vacías a un lado de la casita.

—Mira, no pretendo criticar ni burlarme, pero, ¿es posible que te hayas dedicado a la bebida?

—Y si así fuera, ¿qué? —gruñó Osherl—. La vigilia ha sido larga. Para aliviar el tedio, he elaborado tónicos de diversos sabores que vendo a la gente del poblado.

—¿Por qué no has empezado a cavar un túnel de exploración hacia el Perciplex?

—¿Necesito explicártelo? Temía que si lo hacía y no encontraba nada iba a verme obligado a soportar tus reproches. Decidí no tomar iniciativas.

—¿Qué hay de las, digamos, entidades competitivas?

—No he sido molestado.

El atento oído de Rhialto captó una casi imperceptible elaboración en la frase. Preguntó secamente:

—¿Han dejado sentir su presencia Sarsem o Hache-Moncour?

—No en un grado significativo, al menos. Comprenden la importancia de nuestro trabajo, y no piensan interferir.

—Esperemos. ¿Pueden haber cavado un pozo desde una distancia, digamos, de quince kilómetros, y practicado un túnel hasta el Perciplex de un modo que los sitúe más allá de tu conocimiento?

—Imposible. No me dejo engañar tan fácilmente. He colocado una serie de dispositivos que me señalan cualquier incursión ilícita, ya sea temporal, torsional, squalmácea o dimensional. El Perciplex está donde antes.

—Excelente. Puedes empezar tu excavación de inmediato.

Osherl se limitó a ponerse más cómodo en su silla.

—¡Primero lo primero! Este terreno es propiedad de un tal Um-Foad, que vive en el poblado de Az-Khaf, ése que puedes ver allí. Tiene que ser consultado antes de poder mover un solo grano de tierra. Te sugiero que le visites en su casa y hagas los arreglos necesarios. ¡Pero primero vístete con ropas parecidas a las mías, para evitar el ridículo!

Vestidos de acuerdo con las recomendaciones de Osherl, Rhialto y Shalukhe partieron hacia Az-Khaf.

Descubrieron un bien cuidado poblado de limpias casas blancas con jardines de enormes girasoles rojos.

Rhialto hizo algunas indagaciones, y la pareja fue orientada hacia una casa con ventanas de cristal azul y un techo de tejas azules. Rhialto llamó desde la calle, hasta que finalmente Um-Foad salió al porche: un hombre bajo de pelo blanco, penetrante mirada y un fino bigote de puntas limpiamente curvadas hacia arriba. Dijo con sequedad:

—¿Quién pronuncia el nombre de Um-Foad y con qué propósito? puede que esté en casa, o puede que no.

—Soy Rhialto, un estudioso de antigüedades. Ésta es mi ayudante, Shalukhe la Nadadora. ¿Vienes aquí o vengo yo ahí, para no tener que gritar?

—Grita todo lo que quieras, aquí sólo estoy yo para escucharte.

—Quiero hablar de dinero —dijo Rhialto con voz suave.

Um-Foad avanzó rápidamente, con las puntas del bigote estremeciéndose como antenas.

—¡Habla, señor! ¿Has mencionado dinero?

—Quizá me has oído mal. Deseo cavar un agujero en tus tierras.

—¿Para qué, y cuánto piensas pagar?

—Vayamos al asunto: ¿cuánto nos pagarás tú? —preguntó Rhialto—. Elevaremos el valor de tus tierras.

Um-Foad rió burlonamente.

—¿De modo que, cuando camine por ellas de noche, caiga en el agujero y me rompa la cabeza? ¡Si quieres cavar, tienes que pagar! ¡Y tendrás que pagar de nuevo para volver a llenar el agujero! Ésa es la primera cláusula.

—¿Y la segunda?

Um-Foad rió taimadamente y se golpeó un lado de la nariz.

—¿Me tomas por tonto? Sé muy bien que hay objetos valiosos enterrados en mi propiedad. Si es hallado algún tesoro, me pertenece a mí. Si cavas, tus derechos se extienden sólo al agujero.

—¡Irrazonable! ¿Hay alguna tercera cláusula?

—¡La hay, sí! El contrato de excavación debe ser aceptado por mi hermano Um-Zuic. Yo actuaré personalmente como supervisor del proyecto. Además, todos los pagos deben ser hechos en zikkos de oro de reciente acuñación.

Rhialto intentó discutir, pero Um-Foad demostró ser un buen negociador, y en todo lo esencial paró los pies de Rhialto.

Mientras Rhialto y Shalukhe volvían al pabellón, la muchacha dijo:

—Eres demasiado generoso en tus tratos, o al menos eso me parece. Um-Foad es obsesivamente avaricioso.

Rhialto se mostró de acuerdo.

—En presencia de dinero, Um-Foad es como un tiburón enloquecido por el hambre. De todos modos, ¿por qué no concederle su hora de placer? Es tan fácil prometerle doscientos zikkos de oro como cien.

—¡Rhialto, eres un hombre bondadoso! —dijo Shalukhe.

Um-Foad y su hermano Um-Zuic llevaron un grupo de trabajadores a la casita de Osherl y empezaron a cavar un agujero de quince metros de diámetro en el lugar señalado por Osherl. La tierra excavada era pasada por un tamiz ante el atento escrutinio de Osherl, Rhialto y Um-Foad.

Centímetro a centímetro, metro a metro, el agujero fue hundiéndose en el antiguo lecho marino, pero no a un ritmo que complaciera a Rhialto. Al fin se quejó a Um-Foad:

—¿Qué les ocurre a los trabajadores? No dejan de ir de un lado para otro; ríen y charlan junto al barril del agua; se quedan largos ratos mirando al vacío. Ese viejo tipo de ahí se mueve tan poco que a veces me pregunto si aún estará vivo.

—¡Oh, vamos, Rhialto! —respondió Um-Foad alegremente—. ¡No estés siempre quejándote! Esos hombres están siendo pagados por horas, y bien. No tienen prisa por ver el final de una empresa tan noble. En cuanto a ese viejo, es mi tío Yaa-Yimpe, que sufre atroces dolores en la espalda, y además es sordo. ¿Debe ser penalizado por ello? ¡Dejemos que goce de las mismas ventajas que los demás!

Rhialto se encogió de hombros.

—Como quieras. Nuestro contrato prevé ese tipo de situaciones.

—¿Eh? ¿Cómo?

—Me refiero a la cláusula: «Si lo desea, Rhialto puede pagar todos los gastos sobre la base del metraje cúbico extraído del agujero. La cantidad de dicho pago será determinada por la velocidad a la que Rhialto, de pie al lado de un montón de tierra suelta y con una recia pala, pueda transferir un metro cúbico de dicha tierra a un nuevo montón inmediatamente adyacente.»

Um-Foad lanzó una consternada exclamación y consultó el contrato.

—¡No recuerdo haber incluido esa cláusula!

—La añadí yo posteriormente —señaló Rhialto—. Quizá no reparaste en ella.

Um-Foad se apresuró a exhortar a los trabajadores. Volvieron rezongando a sus palas, e incluso el viejo Yaa-Yimpe cambió de postura de tanto en tanto.

A medida que el agujero se hacía más profundo, el suelo empezó a ceder artículos arrojados al antiguo mar por las naves que lo cruzaban. Um-Foad se apoderaba de cada uno de ellos con dedos rápidos, luego intentaba vendérselos a Rhialto.

—¡Mira esto, Rhialto! Aquí tenemos un auténtico tesoro, una verdadera taza de tierra cocida, pese a su asa rota. Representa la culminación de un arte libre y consciente que ya no se practica en este abandonado mundo de hoy.

Rhialto asintió.

—Una espléndida pieza. Adornará magníficamente la repisa de tu chimenea y te proporcionará horas de placer. Um-Foad hizo chasquear decepcionado la lengua.

—Entonces, ¿no es ése el objeto que estás buscando?

—Definitivamente no. De todos modos, ponlo con los demás artículos que has recuperado y quizá algún día te compre todo el lote.

—Por favor, defíneme exactamente qué es lo que buscas —pidió Um-Foad—. Si lo sabemos, podremos estar más atentos en el cedazo.

—Y también podrás poner un precio exorbitante a ese objeto cuando aparezca, si aparece.

Um-Foad dirigió a Rhialto una desagradable sonrisa avariciosa.

—La solución es clara. Vistas las circunstancias, deberé valorar mucho cualquier artículo que salga de ese agujero.

Rhialto reflexionó un instante.

—En ese caso, yo también deberé alterar mi táctica.

Durante el descanso del mediodía, Rhialto se dirigió a los trabajadores.

—Me complace ver que el agujero progresa a buen ritmo. El objeto que busco tiene que estar ya cerca. Ahora os lo describiré, para que podáis trabajar atentos, puesto que el hombre que lo encuentre recibirá una bonificación de diez zikkos de oro además de su paga.

—Esos zikkos de oro, no hace falta decirlo, serán pagados directamente por Rhialto —se apresuró a observar Um-Foad.

—Exacto —dijo Rhialto—. ¡Escuchad, pues! ¿Estáis todos atentos? —Miró al grupo que le rodeaba, e incluso el sordo Yaa-Yimpe parecía captar la importancia de la ocasión—. Buscamos la Linterna Sagrada que en su tiempo adornaba la proa del barco de placer del rey de las Nubes. Durante una terrible tormenta, fue desalojada de su lugar por el golpe de un rayo de hielo azul y arrojada al mar. Así pues: ¡aquél que encuentre la linterna recibirá diez zikkos de oro! Aquél que encuentre un fragmento, una parte, o incluso un pequeño prisma del rayo de hielo azul, recibirá una bonificación de un zikko de oro, en auténtica moneda; uno de esos fragmentos me indicará que la Linterna Sagrada está cerca. Ese fragmento, o parte, o prisma, es reconocible por su color azul parecido al del rayo, y debe serme traído inmediatamente para su inspección. ¡Así que ahora al trabajo, y vigilad atentamente cualquier indicio del rayo de hielo azul, puesto que él nos conducirá a nuestra meta!

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