Salamina (95 page)

Read Salamina Online

Authors: Javier Negrete

Tags: #Aventuras, Histórico

BOOK: Salamina
4.23Mb size Format: txt, pdf, ePub

En segundo lugar, no le veo la gracia literaria a tal desproporción. Si los persas eran esos bárbaros salvajes y a la vez refinados y degenerados que se nos muestran, ¿qué mérito tuvo vencerlos? Mi opinión personal es que el ejército de Jerjes era una máquina bien organizada, que sus guerreros poseían un código de virtudes marciales en nada inferior al de los hoplitas griegos y que de no mediar ciertos errores podían haber conquistado Grecia. La propia batalla de Salamina es uno de esos errores. Como señala Cawkwell:
«¿Por qué Jerjes quiso una batalla naval que no era estrictamente necesaria? [...] La destrucción total de la flota griega debió haber sido una tentación irresistible para la grandeza del Rey de Reyes».
Si la flota persa no hubiera entrado en el estrecho, tal vez la historia del mundo habría sido bien distinta. Precisamente por eso, porque la victoria griega no era inevitable, fue una gesta épica.

La clave de
Salamina
son los trirremes. Aparte de la obra de Casson, que es el clásico por excelencia sobre los barcos de la Antigüedad, me ha sido de una ayuda inestimable
The Athenian Trireme.
En este libro se explica cómo un consorcio privado construyó, con la ayuda del gobierno griego, un trirreme bautizado
Olympias
que a partir de 1987 realizó una serie de pruebas con tripulaciones de voluntarios y que ahora se exhibe en un dique seco en Atenas.

Se sabe muy poco de cómo eran los verdaderos trirremes de la época, puesto que las representaciones pictóricas o escultóricas dejan lugar a algunas dudas. No hay pecios de trirremes, ya que no llevaban lastre en sus bodegas y, por tanto, no se hundían. (En contra de lo que aparece en muchas novelas e incluso libros de historia, y de lo que yo mismo creía hasta hace unos años). Puede que algunos detalles de la construcción de la
Olympias
no se ajusten a la realidad, pero es lo mejor que tenemos, de modo que la he utilizado como modelo para los barcos de
Salamina.
Además, el libro de Morrison ofrece información muy valiosa sobre las prestaciones de estas naves y la vida cotidiana de sus tripulantes y, sobre todo, de sus remeros. Gracias a él sabemos que una de las principales miserias que debían sufrir en las bodegas era el terrible hedor de ciento setenta cuerpos sudando y encerrados en un espacio tan pequeño.

También me ha sido muy útil
A War
Like
No Other,
de Victor Hanson. Aunque centrado en la Guerra del Peloponeso, en el capítulo «Ships» se encuentra abundante y precisa información sobre la forma en que se desarrollaban las batallas navales. En esta época Atenas era la dueña de los mares, hasta tal punto que en el año 429 el almirante Formión se atrevió a enfrentarse a una flota enemiga de 47 barcos con tan sólo 20 trirremes, los rodeó ¡en una maniobra envolvente!, y los derrotó.

La Atenas del 480 aún no había llegado a tal punto. En palabras de Plutarco, fue Temístocles quien convirtió a sus ciudadanos
«de inmóviles hoplitas que eran en marinos y navegantes».
Los atenienses no tenían por aquel entonces una gran tradición marinera, al contrario que otros pueblos, como los eretrios o los focenses. Por tanto no me resultaba creíble que supiesen manejar sus naves mejor que los fenicios, con quienes chocaron directamente en la batalla de Salamina. Eso puede comprobarse en Artemisio. El relato de Heródoto, como sucede casi siempre en las batallas, es un tanto confuso. Pero aunque asegura que ambos bandos
«combatieron con suerte pareja»,
luego dice que los griegos
«habían sufrido un grave revés, especialmente los atenienses, que tenían averiadas la mitad de las naves».
En las aguas más abiertas de Artemisio la armada de Jerjes habría impuesto su superioridad numérica y táctica, aunque no de una forma tan decisiva como para aniquilar a la flota griega.

También he reducido el número de naves de Jerjes. Heródoto habla de más de mil doscientos barcos. He respetado esta cifra, pero reduciendo los trirremes a la mitad y dejando el resto como barcos de transporte. El propio Heródoto no sabe muy bien qué hacer con tantas naves. En VII 190 destruye 400 barcos en una tempestad antes de Artemisio, y después, en VIII 13 aniquila el contingente de 200 que habían intentado circunnavegar Eubea por el oeste (en mi novela no aparece este periplo porque los historiadores, en general, no aceptan esta información de Heródoto). Como él mismo dice,
«esto ocurría por voluntad de los dioses para que la flota de los persas se nivelara con la de los griegos y no tuviese
tanta superioridad numérica».

Más sobre números: según Heródoto, en Salamina los griegos tenían 378 barcos. Yo los he reducido a los 310 de Esquilo en
Los persas,
que me parece más razonable teniendo en cuenta las bajas que se habían producido en Artemisio.

Sobre la batalla de Salamina en sí también hay muchas discusiones. Como dice Peter Greene en
The Greco-Persian Wars
(pág. 186):
«Paradójicamente, y pese a su trascendental importancia, Salamina debe considerarse como una de las batallas peor documentadas en toda la historia de la guerra naval».

He seguido a Diodoro, al propio Green, a Burn y a Hammond en lo relativo a la escuadra egipcia que parte a bloquear el canal de Mégara. Heródoto no menciona esa maniobra, Strauss la ve con escepticismo y Hignett la niega.

¿Por qué Jerjes envía esa escuadra, si es que la envía, pero en cualquier caso decide plantear la batalla dentro del estrecho y no en aguas abiertas? Es aquí donde interviene el mensaje sobre la supuesta huida de los griegos. Según Heródoto, lo lleva Sicino, el pedagogo de los hijos de Temístocles. Plutarco añade el detalle de que es prisionero de guerra. En cualquier caso, el mensaje sería del propio Temístocles. Según Plutarco: «...
Temístocles, general de los atenienses, uniéndose a la causa del rey, era el primero en informarle de que los griegos pensaban retirarse; le aconsejaba por tanto que, lejos de permitirles huir, los atacara y destruyera sus fuerzas navales mientras aún estuvieran en desorden y lejos de su infantería».

Para Esquilo, el mensaje lo llevó un griego, mientras que Diodoro habla de
«un hombre».
Pero después de la batalla aún hay otro mensaje que manda Temístocles para convencer a Jerjes de que huya cuanto antes, recado que de nuevo lleva Sicino, según Heródoto, o un eunuco llamado Arnaces, según Plutarco.

Las posturas de los historiadores sobre este relato varían, como ocurre con otros detalles: las supuestas disensiones entre los aliados, el intento de construcción del terraplén antes o después de la batalla, el papel de Adimanto y la flota corintia... Para complicar las cosas, ni siquiera hay acuerdo sobre la propia topografía de Salamina. En general, se considera que Psitalea, donde Jerjes apostó soldados de infantería, es la actual isla de Lipsokoutali; aunque Hammond, en su artículo sobre Salamina, sostiene que se trata del islote de San Jorge, al que yo he denominado «Farmacusa Mayor».

Los nombres de Silenia y Cicrea son invención mía hasta cierto punto, ya que no quería utilizar términos modernos como Ambelaki y Paloukia que no tienen sentido en griego clásico. Si los lectores buscan en un mapa moderno la Farmacusa Menor no la encontrarán, ya que está generalmente aceptado que el nivel del mar ha subido desde entonces, y lo que era un islote ahora es poco más que un bajío.

Volviendo a Sicino, al existir tantas dudas y contradicciones sobre él, decidí inventar mi propia historia para la novela; una historia en que el criado de Temístocles es cómplice involuntario. Eso me permitía mostrar algo del zoroastrismo. Esta religión no estaba aún tan extendida como en la época Sasánida (espléndidamente retratada en las novelas de Olalla García, con quien he mantenido interesantes conversaciones sobre este tema), pero parece que Darío y sobre todo Jerjes la favorecían en detrimento del politeísmo ancestral de los pueblos iranios. Si a los lectores les extraña la grafía «Ahuramazda» en lugar de «Ahura Mazda», les diré que es la tradicional en la época Aqueménida. En esto, como en otras cosas, me ha sido imprescindible el manual de antiguo persa de Skjrvo. Se trata de un lenguaje del que se sabe poco, ya que el corpus de inscripciones es reducido, de modo que en ocasiones he tenido que ser audaz y prácticamente inventar palabras.

Parece claro que el nombre Sicino no es persa. Si existió este personaje tal vez habría que entender que no era propiamente persa, sino natural de un país perteneciente al Imperio Persa. Yo prefería que en
Salamina
sí fuese iranio para mostrar el punto de vista de «los otros», de modo que creé la historia de Mitranes y su nombre falso. No había apenas esclavos persas en Atenas en esta época: como señala Margaret Miller en su libro, parece que los griegos no los tomaban como prisioneros, sino que los mataban. Por eso Sicino se llama así y, para disgusto suyo, no puede vestir pantalones como él querría.

La historia de las arengas separadas es mía, ya que Heródoto sólo menciona que Temístocles pronunció «un gran discurso». Pero quería contraponer los ideales maratonianos, propios de la aristocracia y los hoplitas, y los de la flota de Salamina, que presagian ya la futura democracia radical de Efialtes y Pericles.

Como decía, los relatos de la batalla no son del todo satisfactorios. Durante meses he estado dibujando cientos de rayitas para representar barcos en la pizarra de mi despacho, consultando la carta 1596 del Almirantazgo y conversando con mi amigo León Arsenal, escritor y antiguo marino. El problema para mí era cómo los atenienses —el grueso de la flota griega— pudieron derrotar a marinos con más pericia que ellos. Parece que Salamina no fue tanto una batalla de abordaje «al estilo tradicional», como las denomina Tucídides, sino que se utilizó sobre todo el espolón de proa. En esa táctica los atenienses se convertirían en consumados maestros, pero aún faltaban muchos años para ello. ¿Cómo pudieron maniobrar con la suficiente rapidez para sorprender a los barcos enemigos?

En mi novela lo explico recurriendo a varios factores. En primer lugar, Temístocles se empeña en que las naves se construyan con las maderas más ligeras posibles. Además, los barcos atenienses no tienen cubiertas completas ni regalas, lo que reduce peso y obra muerta. (Años después, en la batalla del Eurimedonte, Cimón equiparía sus barcos con cubiertas cerradas). Por otra parte, la dotación de hoplitas de cubierta es más reducida, lo que mejora la maniobrabilidad del trirreme, pero conlleva riesgos si se produce un abordaje.

Y, por último, recurro al viento. La única referencia aparece en Plutarco:
«[Temístocles] se preocupó de que sus trirremes no enfilaran de proa hacia los de los bárbaros hasta que llegó la hora en que todos los días se levantaba del mar una brisa fresca que provocaba marejada en los estrechos».
Histórico o no, me parecía un elemento narrativo interesante. Tras consultar artículos diversos y hablar de nuevo con León Arsenal sobre terrales y virazones y la topografía del estrecho, me decidí por recurrir al siroco. (El viento predominante en verano es el etesio, que en griego actual se denomina
meltemi,
pero no me servía para la batalla).

Para terminar, algunas precisiones sobre medidas y fechas. En cuanto a las primeras, he decidido utilizar kilómetros, litros y kilogramos en lugar de estadios, cotilas o talentos para no obligar a los lectores a realizar cálculos mentales constantemente. Cuando son los personajes los que hablan sí recurro a las medidas originales.

Las fechas de las Guerras Médicas no están tan claras como podría suponerse. Al menos en los años sí hay acuerdo: 490 para Maratón y 480 para Salamina. En el primer caso he utilizado la cronología de Hammond, ya que hay otros autores que sitúan la batalla en agosto y no en septiembre. En cuanto a Salamina, he seguido a Green al fecharla el 20 de septiembre y no el 28 o el 29. La razón es que me permitía condensar temporalmente los hechos, lo cual siempre ayuda a conseguir un mayor dramatismo. Por la misma razón he concentrado el mensaje de Sicino, la decisión de Jerjes y el último consejo de guerra de los griegos en una sola noche y no en dos, como es la opinión mayoritaria.

BIBLIOGRAFÍA

Para que sea más útil al lector, he desglosado la bibliografía por apartados. Hay libros que podrían figurar bajo varios epígrafes, pero he preferido no duplicarlos por no aumentar el volumen de la lista.

Fuentes clásicas

Cornelio Nepote, «Milcíades», en
Vidas de hombres ilustres.
He trabajado directamente sobre el texto latino de thelatinlibrary.com.

Diodoro Sículo,
Biblioteca histórica.
He utilizado el tomo 4 de la edición de la Loeb. Eneas el Táctico,
Poliorcética, Polieno, Estratagemas,
trad. de José Vela y Francisco Martín García, Madrid 1991.

Esquilo, «Los persas», en
Tragedias,
trad. de Bernardo Perea, Gredos, Madrid 2001. Estrabón,
Geografía,
varios tomos, trad. de J. García Ramón y J. García Blanco, Gredos. Heródoto,
Historias,
varios tomos, trad. de Carlos Schrader, Gredos. Pausanias,
Descripción de Grecia,
varios tomos, trad. de M. Cruz Herrero, Gredos. Plutarco,
Sobre la malicia de Heródoto.
He utilizado la traducción inglesa del Proyecto Gutenberg.

—Vidas paralelas.
Para la de Temístocles, he recurrido a mi propia traducción publicada en Akal:
La Atenas del siglo V. Vidas de Temístocles,
Pericles,
Nicias y Alcibíades,
Madrid 2000. Tucídides,
Historia de la guerra
del
Peloponeso,
trad. de Luis M. Macía, Madrid 1989.

Estudios sobre Temístocles

Frost, Frank J.,
Plutarch's Themistocles. A Historical Commentary,
Chicago 1998. Podlecki, A. J.,
The Life of Themistocles,
Montreal y Londres 1975.

Monografías y artículos sobre las Guerras Médicas

Burn, A. R.,
Persia and the Greeks. The Defence of the West, c.
546-478
BC,
Stanford 1984. Cartledge, Paul,
Termópilas. La batalla
que
cambió el mundo,
Barcelona 2007. Cawkwell, George,
The Greek Wars. The Failure of Persia,
Oxford 2006. Fields, Nic,
Thermopylae
480
BC. Last stand of the
300,
Oxford 2007. Green, Peter,
The Greco-Persian Wars,
Berkeley 1996.

Other books

A Busted Afternoon by Pepper Espinoza
Frolic of His Own by William Gaddis
Rules of Conflict by Kristine Smith
Fantasy Quest by Gerow, Tina
Dear Blue Sky by Mary Sullivan
Fan Mail by Peter Robinson
A Wild Light by Marjorie M. Liu
Divine: A Novel by Jayce, Aven
Tale of the Unknown Island by José Saramago
Captured by a Laird by Margaret Mallory